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miércoles, 24 de septiembre de 2025

Persecución marxista en Tarragona

 

 EL CANÓNIGO SERRA VILARÓ, NOTARIO DE LA PERSECUCIÓN MARXISTA EN TARRAGONA 

En el pasado octubre (1969) falleció el conocido arqueólogo e ilustre investigador y canónigo tarraconense Juan Serra Vilaró (1879-1969). En mi viaje de bodas tuve la suerte de que él mismo fuera el guía que nos mostrara y explicara con toda clase de detalles la romanidad de las murallas de Tarragona. Amigo de la familia de mi esposa, nos complació con inolvidables explicaciones, pródigas de curiosidades y detalles.

 Ahora, “Serra d’Or”, de enero pasado, le dedica un artículo firmado por Andrés Tomás y Ávila, glosando la figura de mosén Serra Vilaró. Creemos que es de justicia se le recuerde.

 Nacido en Cardona, de la diócesis de Solsona, el entonces obispo de la misma, doctor don Francisco Vidal y Barraquer, le encargó la dirección del Museo Diocesano. Su labor fue ardua y de una fecundidad arqueológica impresionante. Publicó mucho.

 El cardenal Vidal y Barraquer, ya arzobispo de Tarragona, invitó a mosén Juan Serra Vilaró a incorporarse a esta archidiócesis, donde tendría un lugar ideal para su especialidad. Sus descubrimientos arqueológicos, de antiguos sarcófagos cristianos, de excavaciones exhaustivas sobre San Fructuoso, de los fondos del archivo de la catedral de Tarragona, sobre la Tarragona romana, y muchos otros aspectos, llenan capítulos señalados del talento singular de este eximio investigador catalán. Descubrió una antigua necrópolis paleocristiana, en donde, por voluntad expresa, ha sido enterrado.

 Pero el canónigo Juan Serra Vilaró no es solo el escritor, el arqueólogo, el investigador, el polemista, el archivero, cuyos estudios serán imprescindibles, en adelante, por los que cultivan estas disciplinas. El canónigo Juan Serra Vilaró escribió un libro  del que “Serra d’Or” (benedictinos de Montserrat) ni siquiera hace mención, que tiene la más plena actualidad, de hechos históricos sucedidos en nuestros días. Tal libro (1), tiene un valor preclaro, por tratarse de un íntimo amigo del cardenal Vidal y Barraquer, con sus juicios muy explícitos y contundentes sobre una situación y unos hechos juzgados no con criterios políticos sino desde un punto de vista estrictamente histórico, religioso y sacerdotal.

 Además, no se puede olvidar que el canónigo Juan Serra Vilaró era un antiguo redactor de la página artística de “La Veu de Catalunya”, órgano de la Lliga Catalana, asiduo colaborador del “Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans” y de “Estudis Universitaris Catalans”. Con una adscripción claramente definida de catalanismo de la Lliga, en la hora de la verdad, el recopilador y biógrafo de los 135 sacerdotes asesinados en Tarragona, además de su obispo auxiliar doctor Manuel Borrás y Ferré, no pudo menos que registrar con toda gallardía y veracidad la vileza del sadismo de los hombres de la “Generalitat” y de todo el Frente Popular. Todavía guardo la carta en la que pedía a nuestra familia datos sobre el asesinato de nuestro pariente reverendo Jaime Tarragó Iglesias, asesinado en Torredembarra.

 Para suplir la laguna de la revista “Serra d’Or” y para que sea conocido el estilo directo del canónigo Juan Serra Vilaró, reproducimos aquí unas páginas del precioso libro “Víctimas Sacerdotales del Arzobispado de Tarragona”, que, dedicado y rubricado por él, guardamos en nuestra biblioteca familiar.

 Destacamos estos párrafos:

 Hemos dado el título de persecución religiosa a la hecatombe marxista que padeció la Archidiócesis de Tarragona, por cuanto lo fue en toda la extensión del contenido de esta palabra, ya que la furia destructiva alcanzó a toda suerte de objetos religiosos destinados al culto público, al familiar y al individual, y a las personas, tanto eclesiásticas como civiles.

 “Con públicos pregones eran invitadas las gentes, bajo amenazas gravísimas, como todas las amenazas rojas, a que destruyeran las imágenes y objetos religiosos, o a que los llevaran a la plaza, donde se perpetraba el espectáculo de una hoguera sacrílega, acompañada de las burlas más grotescas y más estúpidas. Unos bailaban con una imagen con actos soeces e inmundos; otros vestían los instrumentos del culto parodiando sarcásticamente la sagrada liturgia, cometiendo las más insanas barbaridades que le sugería su concepción enferma. Hasta las señoras que viajaban en los trenes eran registradas, por si llevaban medallas u otros objetos piadosos, y los mismos presos, a pesar de haberlos registrado cuando fueron aprehendidos. En el puerto de Tarragona fueron habilitados, para cárceles, los barcos “Río Segre”, “Isla Menorca”, “Ciudad de Mahón” y, por pocos días, el “Cabo Cullera”. Al pasar los presos de un barco a otro eran minuciosamente registrados. El primer cambio fue del “Cabo Cullera” al “Río Segre”; todos los presos, uno por uno, fueron cacheados y despojados de cuantos objetos religiosos poseían.

 De antemano se les avisó que espontáneamente los entregaran, y que el encontrarles tales objetos ocultos sería causa agravante en su expediente. Los objetos de plata y oro, como medallas, crucifijos etc., los secuestradores se los guardaron y, los demás, los arrojaron al mar. Durante algunos días flotaron numerosas estampas y libros. Algunos presos escondieron los objetos religiosos en el barco, para no entregarlos, otros los arrojaron al mar, otros se ingeniaron como pudieron para conservarlos; y sabemos de uno que pasó la medalla del escapulario oculta debajo de la lengua.

 Antes de entregarse de lleno a la ejecución de las personas, los rojos iluminaron el tambaleante orden social con las devoradoras llamas de los templos y de las imágenes y vestiduras litúrgicas. Está iluminación siniestra les patentizaba la indiferencia y la cobardía del pueblo, franqueándoles de par en par las puertas para penetrar en las casas a sangre y saqueo impunemente. Además de los individuos y de los hogares, todas las iglesias fueron saqueadas y devastadas, destrozando los altares las imágenes y el mobiliario litúrgico. En muchas se hizo una pira con estos enseres en medio del templo, causando graves desperfectos a la fábrica de los mismos; algunos fueron demolidos totalmente y, todos, destinados a usos profanos con caracteres de malicia perversa, transformándolos en establos, corrales, salas de espectáculos, de baile, etc.

 Debemos dedicar dos palabras, como una excepción, a la Catedral, que los rojos enseñaban a los extranjeros para alardear del interés que ellos tenían en la conservación de los templos. La Catedral de Tarragona no se salvó por espíritu marxista, sino por los intelectuales al servicio de los rojos, que la convirtieron en museo destruyendo cuanto juzgaron poco digno del museo por ellos concebido, llegando a la fundición de la rica custodia, fruto de la munificencia de algunos arzobispos, que culminó en la obra del arquitecto Bernardino Martorell. Sin embargo, al entrar las fuerzas victoriosas de Franco, faltaban en ella doce altares, todos los retablos y tablas de algún valor arqueológico, todos los tapices, joyas litúrgicas y vasos sagrados. Lo mejor había emigrado y, gracias a la victoria, se ha podido recuperar casi todo en el extranjero o camino de la frontera. Esta excepción no destruye el criterio de que la finalidad de marxista consistió en el saqueo, destrucción y profanación de todo objeto destinado al servicio de la religión”.


 Crímenes y víctimas de los rojos

 El canónigo Serra Vilaró no se concreta en valorar las pérdidas artísticas que, por su condición de especialista, tanto le importaban. Se siente, por encima de todo, historiador eclesiástico, y enumera con justeza los procedimientos de la sistemática revolución marxista, preparada de antemano y que se hubiera entronizado definitivamente sin la liberadora y gloriosa gesta de la Cruzada. El antiguo colaborador de “La Veu  de Catalunya”, uno de los eclesiásticos de más prestigio intelectual del catalanismo, en la línea contemporizadora y adhesionista en favor de la República, partidario del “Estatut de Catalunya”, muy alejado de cuanto significara carlismo militante y mucho más de Falange Española, enjuicia la actuación del Frente Popular y su “Generalitat de Catalunya” de esta manera:

 La consigna revolucionaria dada por los dirigentes soviéticos comprendía tres etapas: la primera, procurar el desorden social; la segunda, apoderarse de los resortes del poder; y la tercera, ya dueños de la situación, perseguir y “liquidar” a todas las personas eclesiásticas y civiles que, con su prestigio, pudieran organizar al pueblo contra la minoría que lo tiranizaba. Por esto, el primer día, aconsejaban a los párrocos que se escondieran, diciéndoles que ellos les ayudarían a ausentarse y que no podían responder de su vida si continuaban en su puesto; el segundo día, ya les buscaban y detenían; y el tercero, los asesinaban. Siendo su objeto destruir la sociedad en la forma que estaba constituida para levantar sobre sus ruinas el despotismo soviético, como la primera resistencia chocaba con la Religión, que es y ha sido siempre el principal sostén del orden social, por esto se atacó con mayor saña y de la manera más perversa a sus ministros, los sacerdotes.

 Para inducir a las víctimas, ya dominadas por el terror, a que les siguieran, y dejar con alguna esperanza de tranquilidad a los familiares, cuando se los arrebataban, el engaño y la mentira era el único impulso que guiaba su ánimo en la investigación de su verdad. Dos o tres sicarios no habrían podido asesinarlos ante el pueblo y torturarlos con obscenas y cruentas amputaciones; en cambio, que fueran conducidos a declarar ante el Comité superior era cosa más sufrible, más tolerable. Pero cuando los sicarios iban a detenerlos era aquel Comité informado por uno de estos degenerados, con el alma echada a las espaldas, había dictado la sentencia de muerte. En la gran mayoría de los casos, los comisarios discutían y decretaban las personas que debían ser asesinadas, constándonos de una comarca que todos los crímenes que se atribuyeron a los incontrolados habían sido, de antemano, decididos y rubricados por el comisario local, que fue a buscar sicarios de otros pueblos para ejecutores de sus sentencias.

 A veces, cuando querían justificar, claro que con la justicia roja, su bestial proceder, en el primer registro ocultaban debajo de un colchón o en otro sitio armas o municiones que eran “encontrados” por los segundos registradores que, a voz en grito, sin más juez que sus desafueros, lo divulgaban como un himno a su honorabilidad ante el crimen que estaban perpetrando. El proceder de estos verdugos era cruel, inhumano y feroz, ya que gozaban con el sufrimiento de las víctimas. El grupo de intrépidos atletas de Cristo, sacrificados cerca del cementerio de Valls, el 25-VIII-1936, al ser conducidos prisioneros en un camión, cantó por el camino el “Crec en un Déu”; ametrallados, quedaron sólo con heridas buena parte de ellos, y, sin ser atendidos en sus horrorosos sufrimientos, fueron echados al camión y, vivos y muertos, enterrados en la gran huesa, que antes tenían preparada. Fue tanta la hediondez que se desprendió de aquella huesa, que, a ruegos de la vecindad, a los dos días, las autoridades tuvieron que cubrirla de cal viva.

 La mayoría de las ejecuciones de uno o dos individuos son sospechosas de cruentos martirios, y todas, de ultrajes de palabra, martirio y ultrajes que se iniciaban en el vehículo. Por esto las víctimas eran conducidas a despoblado, lejos de toda presencia testifical, donde el instinto inhumano y sanguinario de seres embrutecidos se cebaba a su placer. Esto hace que sean pocas las víctimas cuyo martirio no sea algo conocido, y algunos pueden deducirse por el estado de los cadáveres, que pudieron ser reconocidos por sus familiares. La finalidad de los dirigentes era borrar los vestigios de la brutalidad de sus sicarios”.

 Verdaderos martirios y cristiano perdón

 No deja el canónigo Juan Serra Vilaró de enmarcar en sus términos emocionantemente de vivas reproducciones del mismo espíritu de los mártires de los primeros siglos del cristianismo, la decisión y generosidad con que durante la etapa roja fueron sacrificados nuestros hermanos, así como la magnanimidad del heroico perdón que ha cimentado nuestra presente cristiana hermandad. Continúa testificando el canónigo Serra Vilaró:

 Durante los días de la persecución, el concepto que tenía el pueblo fiel del objetivo rojo de tan cruentos sacrificios era que se pretendía suprimir por completo a la Religión, y que las víctimas inmoladas eran verdaderos mártires de Cristo. Ha llegado a nuestras manos una octavilla impresa clandestinamente en aquellos días, conteniendo una “Oració per a demanar la Pau”: después de pedir al Dios de las Misericordias que se compadezca de tantas madres doloridas por la suerte de sus hijos; que tenga piedad de tantas familias privadas de padre; de tantos hermanos que gemían en inmundas mazmorras; y piedad para los desventurada España (…) invocaban su intercesión de la manera como siempre la Iglesia invocado a sus Santos. El concepto de los cristianos, que disfrutamos de la Paz y de la Victoria que habrá merecido la sangre de tantas víctimas, es y debe ser que el Señor conceda un sincero arrepentimiento a los asesinos y que perdone a estos criminales que, preeminentemente dotados del fondo de la crueldad ancestral que anida en el corazón humano, han vertido tanta sangre inocente. (…)

 Siguiendo, pues, este concepto cristiano, a pesar de que han venido a nuestro conocimiento los nombres de los instrumentos materiales, nos hemos permitido olvidarlos y les perdonamos, como algunas víctimas manifestaron sus votos de perdón en el momento del doloroso suplicio. Nuestro ferviente anhelo es que se conviertan y pidan misericordia ante el tribunal de la Gracia”.

  

De acuerdo con “Serra d’Or” y un poco de lógica

 Serra d’Or”(benedictinos de Montserrat), en su elogio a Juan Serra Vilaró, concluye: “Sus estudios y el espíritu que ponía en sus investigaciones hacen que la obra y la personalidad de mosén Serra Vilaró representen un valor y un ejemplo que el país no puede olvidar, y habrían de constituir para muchos un impulso para continuarlas”.

 Ciertamente, pero falta decir que mosén Serra Vilaró no siquiera habría podido subsistir si hubiera caído en manos de las “Patrullas de Control”, de los “Comités” y de los asesinos alentados por la “Generalitat de Catalunya”. Es por esas razones que el canónigo Serra Vilaró sintió de la persecución marxista y de la Cruzada Nacional como Pío XII y Pío XII, como los cardenales catalanes Gomá y Pla y Deniel, de los que discrepó aquel desgraciado y escandalizador abad Aurelio María Escarré (2).

 El canónigo Serra Vilaró entendió perfectamente que el antiguo catalanismo de la Lliga había desembocado naturalmente en la demagogia de la “Esquerra Republicana de Catalunya”. Y la “Esquerra” estaba totalmente al servicio de los asesinatos y destrucciones que denunciaba Serra Vilaró. Cuando Luis Companys, como presidente de la “Generalitat de Catalunya”, en las jornadas de julio de 1936, recibió a los representantes de la CNT y de la FAI, les dijo textualmente: “Habéis vencido y todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo”. El “fascismo” en boca de Companys significaba la Iglesia y los millares de hombres que ellos estaban asesinando…

 Juan Serra Vilaró, amante de los mártires cristianos y descubridor de un complejo funerario paleocristiano -un fabuloso punto de atracción para historiadores e investigadores y en cuya tierra sagrada ha querido ser inhumado- no podía ser cómplice ni dedicarse a declaraciones viles y calumniosas a diarios franceses o a la televisión alemana (2), al servicio precisamente de aquellos asesinos. Conviene que “Serra d’Or” y cuantos pensaron políticamente como Serra Vilaró hasta las vísperas de Alzamiento, llegan a las conclusiones que el sentido común y la experiencia histórica sellan para el futuro, a menos que una neurosis incurable o una imbecilidad radical incapacite para reflexionar.

 JAIME TARRAGÓ

  

Revista FUERZA NUEVA, nº 166, 14-Mar-1970

 

(1) “Víctimas sacerdotales del arzobispado de Tarragona durante la persecución religiosa del 1936 a 1939”. Tarragona. 1947

(2) Referencia al “contestatario” Aurelio María Escarré, abad de Montserrat

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