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jueves, 16 de octubre de 2025

Héroes de la División Azul

 Artículo de 1968

  HÉROES DE LA DIVISIÓN AZUL

 Como ya conocen los lectores, la Asamblea de la Orden de San Fernando acordó conceder al capitán Palacios, hoy teniente coronel de nuestro glorioso Ejército, la Cruz Laureada, previo el oportuno expediente de juicio contradictorio y tras el examen minucioso de los méritos contraídos por dicho oficial divisionario en la batalla de Krasny Bor, el día 10 de febrero de 1943, en el frente ruso al mando de la 5ª compañía del 2º batallón del Regimiento 262, encuadrado en la División Española de Voluntarios contra el comunismo, universalmente conocido para la historia bajo el imperecedero nombre de División Azul, por ser éste el color de las camisas que vestían sus voluntarios.

 A tenor de lo dispuesto en los artículos 82 a 84 del Reglamento de la Orden, el propio Caudillo de España “se ha dignado hacerlo por su mano” y así ha sido solemnemente impuesta la Laureada -la más preciada condecoración militar del mundo- sobre el pecho del capitán Palacios, al frente de una Brigada compuesta por tropas de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, entre los que ocupaba lugar destacado el Batallón de Alumnos de la Escuela Naval Militar, en el marco de la Semana Naval de Santander, el pasado mes de julio. “S.E. el Jefe del Estado, en nombre de la Patria, os hace Caballero de San Fernando como premio a vuestro heroico comportamiento militar”. Y un escalofrío de emoción turbó los corazones en la soleada mañana, ante el recuerdo de los sacrificios sin límite que estas palabras se encerraban.

 Con posterioridad, la Patria agradecida ha devuelto el beso que otrora recibiera, sobre las frentes doloridas del cabo Gumersindo Pestaña y del soldado Victoriano Rodríguez. Estos voluntarios han sido galardonados con la Medalla Militar Individual, que también les ha sido impuesta con la solemnidad propia de este premio al valor distinguido, creado en 1918 “como recompensa ejemplar de los hechos y servicios muy notorios realizados frente al enemigo”.

 Pude oír una emisión radiofónica en la que se celebraba una entrevista con el famoso Victoriano Rodríguez. Al preguntarle, como final, si quería añadir algún nuevo comentario, dijo que aquella Medalla, entonces recién otorgada, le hacía feliz, pero no del todo, porque otros camaradas también la habían merecido y él esperaba ilusionado el momento en que ellos vieran asimismo sus hechos recompensados con el agradecimiento público de la Patria que tan ardorosamente defendieran en la marca europea, hace ya 27 años.

 Esto nos trae a la mente al capitán de la vieja Guardia, don Gerardo Oroquieta Albiol, hoy coronel de Infantería, oficial el más antiguo entre los voluntarios de la División Azul cautivos “desde Leningrado a Odessa”, que es el título de un libro debido a su pluma, libro incomprensiblemente olvidado, cuya lectura constituye un verdadero tónico en los tiempos que corren. En uno de sus párrafos dedica a Victoriano Rodríguez y a otros voluntarios -incluido “el pobre Julio Sánchez, que había de fallecer en Rostov sin alcanzar la repatriación”- el siguiente comentario: “… se distinguieron a lo largo de todo el cautiverio, manteniéndose con firmeza en una digna actitud que les honraba como buenos hijos de la Patria”. Y para que nadie nos acuse de andar siempre en las alturas de lo sublime, completaremos el párrafo: “Sólo en alguno se notaba cierto relajamiento, pero había que pensar que no vivíamos el ambiente de los salones de sociedad. Las calamidades y los piojos lo impedían.”

 En otro lugar de su magnífico libro, dice el capitán Oroquieta: “Teníamos confianza en que Dios cobijaría en su seno al teniente Altura, porque fueron acendradas sus virtudes cristianas, y también esperábamos que la Patria, algún día, reconociese el sacrificio de aquel magnífico oficial español”.

 Por todo esto, a mí me ha producido una gran satisfacción la noticia de que el capitán Oroquieta Albiol ha sido propuesto para la concesión de la Laureada como consecuencia de los hechos de que este oficial fue protagonista al frente de su compañía en el frente de Kolpino, el 10 de febrero 1943. Unos 200 hombres componían en total aquella unidad, que era la 3ª del 250 Batallón de reserva móvil, al mando del capitán Miranda, gloriosamente  caído en la acción.

 Su misión era cubrir, frente a la embestida soviética, la carretera Leningrado-Moscú, “hecho que constituía un alto honor” y que “nos confería una responsabilidad inequívoca”.

 Después de toda una jornada de brega, sin ingerir alimento alguno, sin pausas de reposo, con un 80 por 100 de bajas y sólo 37 hombres en condiciones de luchar, entre ellos ocho heridos graves, incluido el propio capitán, “un puñado de españoles seguía en su puesto sobre la carretera. Conservábamos unos cuántos fusiles que respondían a las mil maravillas”.

 Dice Oroquieta: “En los momentos finales murió junto a mí uno de los voluntarios que más brillantemente se batieron. En su rápida agonía pudo gritar ¡Arriba España! y sonriendo levemente hizo ofrenda de su vida. Éramos ya  trece hombres, y de ellos, cinco heridos. Una sección rusa se nos echó encima, despojándonos de todo. Entrábamos en la dolorosa situación de prisioneros. El honor no había sufrido el más leve menoscabo. No cabía más que entregarse en manos de Dios después de un tributo cifrado en más de un noventa por ciento de bajas”.

 Horas antes, el padre Pumariño había celebrado la misa en el búnker de la compañía. “La comunión puso una paz total en nuestro espíritu…” Con tan alto concepto de los valores morales, Oroquieta, que procede de la Legión y que había logrado una plaza en los batallones de marcha casi por asalto, se apresta a rendir tributo a la “conciencia de su responsabilidad porque no en vano se consideraba depositario del honor de su compañía” y “porque pasase lo que pasase estaba decidido a conducirse con la dignidad obligada en un oficial español ante las miserias del cautiverio”. A este tenor están llenas las páginas de esta soberbia lección de ética militar. Hay ejemplos sublimes de gallardía. “Formidable lección de capitanes” llama el comandante mutilado García Sánchez, autor del contexto literario de la obra, a la ejecutoria de Oroquieta, recordando cómo cumpliera en Krasny Bor el artículo 21 de las Ordenanzas Militares: “El oficial que tuviere orden absoluta de conservar su puesto todo trance, lo hará”.

 El libro del capitán Oroquieta está editado en 1958. Hoy (1968), ante tanta deserción, conforta releer cómo se pronuncia “sin odio contra los hombres, pero con insobornable beligerancia contra el sistema comunista, por unos motivos ideológicos hoy tan vigentes como ayer”. Abundan las escenas en que se refleja cuál era la armazón de aquella ideología. El símbolo del yugo y las flechas campea sobre los momentos más sublimes, y cuando la emoción busca salida, esta es siempre el canto del “Cara al Sol”, definido una de las veces ante los guardianes rusos como “una vieja canción proletaria”. Otra, es un italiano, veterano de España y mutilado de ambas piernas, quien lo entona por un ventanuco de la mazmorra como homenaje a los huelguistas del hambre. No falta el tributo de admiración a otros “guripas”; Gil Alpañés, Cantarino, Saldaña, Catalán… y a los camaradas alemanes, italianos, rumanos, húngaros, “con quienes habían participado en una empresa común” y a quienes “unía una misma fe en los destinos de Europa”.

 El propio capitán Palacios es definido como “ejemplo del triunfo del espíritu sobre la materia”. Luego hay momentos tremendos, como la recepción del primer paquete de su madre o la asignación de una “estampica” (Oroquieta es maño, para qué decir) de la Inmaculada al sargento Salamanca con motivo de la Navidad. No faltan las alusiones festivas cuando los rusos quieren sobornar a los remisos con cierto producto gallináceo propicio a la metáfora o durante la graduación de la miopía de Oroquieta a base de doctora rusas, cuando éste llevaba ya “varios años sin ver a una mujer”: “La receta no fue correcta porque quizá estuve más atento a las doctoras que a las letras rusas”.

 Esperamos con ilusión el resultado de la propuesta a favor de este capitán dado por muerto en 1943 y cuyo nombre llevaba la centuria de la Guardia de Franco que fue recibir a Barcelona a los repatriados desde Zaragoza. Al embarcar en Odessa, cuando una lancha con las comisiones se acerca al “Semíramis” en el silencio denso del momento se oye un grito desgarrador: ¡Españoles! ¡Arriba España!

 Para terminar es oportuno decir que aquel grito, calificado por Oroquieta de estremecedor, fue dado… por un sacerdote.

 Armando SÁNCHEZ OLIVA

 Capitán de Aviación


 Revista FUERZA NUEVA, nº 92, 12-Oct-1968

 

miércoles, 8 de octubre de 2025

Los tres senadores militares, contra la Constitución

 

  NINGUNO DE LOS GENERALES

 Los tres senadores militares han rehusado conceder el voto a la Constitución atea y antinacional que se impondrá al sufrido pueblo español por el consenso “moncloaca”-marxista. Con rapidez diligente, el señor Gutiérrez Mellado (ministro de Defensa) ha aclarado que a los Ejércitos sólo los representa el Rey. Pero Gutiérrez Mellado olvida que fue precisamente el Rey el que designó a los senadores militares. Y ¿no lo hizo para que los Ejércitos se hallasen representados en la Cámara? No hay duda de que muchos civiles y militares lo interpretaron así y, si hubo error en tal interpretación, no es el ministro del Gobierno ucedista el indicado a rectificarlo, sino acaso el propio Monarca o persona autorizada por éste. Lo que no ofrece la mínima vacilación y no cabe desvirtuar es el hecho de que la Ley de Reforma Política (1976) contó con el voto negativo de todos los generales procuradores en Cortes y que la Constitución no ha contado con ninguno positivo de los militares miembros de las Cámaras y designados precisamente en su calidad de tales. ¿No es eso representativo? Entonces, ¿qué lo es?

 Y lo que nadie negará es que resulta más que significativa la notoria falta de sintonía de Gutiérrez Mellado con el Consejo Superior del Ejército a propósito de la legalización del PCE (1977) y con los generales miembros de las Cortes a propósito de la Reforma Política y de la Constitución.

 Y lo que ya cae en el colmo del ridículo es que “El País” venga ahora, sin respetar la libertad de voto, a reclamar determinadas adhesiones y acatamientos de dichos senadores militares. Claro que no es extraño cuando dicho vespertino está dirigido por quien menospreciara hace muy poco, pública e impunemente, a los militares españoles -además de a la “Dictadura”, que ha cometido el error de darle de comer, con los estipendios de los cargos oficiales desempeñados por ese director, Juan Luis Cebrián, y su familia más inmediata -el cual quizás se halla capitidisminuido para comprender que el eje diamantino de todo militar digno de tal nombre es aquél que expresaba el comandante de Sant Marc, al proclamar: “A un soldado pueden pedírsele muchas cosas, incluso puede pedírsele que muera; en su profesión. Lo que no puede pedírsele es que traicione, que se retracte, que se contradiga, que mienta, que sea perjuro”.

 Ramón de Tolosa


Revista FUERZA NUEVA, nº 618, 11-Nov-1978