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viernes, 17 de octubre de 2025

Tradicionalistas contra la Constitución de 1978

 Artículo de 1978

  Declaración de la Hermandad Nacional de Combatientes Requetés

 VOTAREMOS «NO»

 HACIENDO uso de un derecho legítimo, y recogiendo el sentir general de esta Hermandad, votaremos NO a la Constitución, e invitamos a hacerlo a todos los antiguos combatientes de Tercios de Requetés de la Cruzada, hijos, familiares y simpatizantes, entre otras numerosas razones, por las siguientes:

 1.ª Porque creemos en DIOS y amamos a la PATRIA. Con profunda fe. Con inconmovible firmeza.

 2.ª Porque no nos ofrece las debidas garantías un régimen constitucional parlamentario que, olvidando la ley de Dios, se basa en la denominada soberanía popular y en los partidos políticos, que, en la práctica, dividen más que unen, y en nombre del pueblo, al que dicen representar, imponen sus intereses partidistas.

 3.ª Porque somos contrarios, tanto a un régimen absolutista, como al liberal y marxista, que niegan los gloriosos ideales de la Tradición española y repudian la Monarquía auténticamente cristiana, templada y representativa, convirtiendo al Rey en una figura meramente decorativa e irresponsable.

 4 .ª Porque queremos para España lo mejor: una nación en paz, unida —respetando sus peculiaridades regionales—, con verdadera libertad y en constante progreso, sin demagogias ni sectarismos.

 5.ª Porque mientras se rechazaban, de manera contundente, las enmiendas presentadas por dignos diputados y senadores en  defensa de DIOS, de la PATRIA y de una MONARQUÍA que pudiese actuar como moderador, prosperaban a través de un oscuro consenso, sin luz ni taquígrafos, los principios del laicismo de Estado; del divorcio y del aborto (que atentan no sólo contra la familia, sino que autoriza la muerte de criaturas indefensas en el claustro materno); la supresión de la libertad de enseñanza; el reconocimiento de diversas nacionalidades (poniendo en peligro la unidad de la Patria), y reduciendo el poder de la Monarquía a la mínima expresión. Razones, por sí solas, más que suficientes para votar NO a todo buen católico español. 

6.ª Porque si ya preveíamos ante el anterior referéndum, que aprobó la Ley de Reforma Política (1976), que tal «reforma» se transformaría en clara ruptura con el pasado y apertura hacia el caos, ahora estamos convencidos, con mayor fundamento, que de aprobarse la Constitución en el próximo referéndum, abrirá las puertas a una dictadura atea y marxista, con todas sus consecuencias. De aquí la grave responsabilidad de todo español consciente al emitir su voto.

 7.ª Porque no tenemos apetencias de poder y preferimos continuar siendo leales a tantos mártires que nos han precedido en el camino del deber, en vez de buscar puestos y honores, mientras España se va derrumbando entre sangre y lágrimas.

 8.ª Porque no queremos hacer el papel de borregos que nos llevan al matadero sin protesta, narcotizados por una exhaustiva propaganda que, con el aplauso extranjero, está adormeciendo el sentimiento católico y patriota del noble pueblo español.

 9.ª Porque nos repugna tanto y tanto chaqueteo, y que hasta el nombre de España se sustituya vergonzosamente por el de país.

 10.ª Porque no estamos dispuestos a someternos a las consignas de las fuerzas internacionales del comunismo y la masonería que prefieren una España débil que rompa con sus tradiciones, para poder dominarla mejor.

 11 . Porque no nos asusta la poderosa coalición de las fuerzas del centro-izquierda, que detentan el poder, unidos a los socialistas, comunistas y separatistas en el empeño de aprobar la Constitución, pese a la notoria desigualdad de medios —incluida la ayuda extranjera— y de oportunidades, ya que seguramente monopolizarán, en la práctica, la Televisión, arrastrando, como en la ocasión anterior, a gente de buena fe, que se dejarán engañar por nuevos juramentos y promesas.

 12.ª Porque no nos desalienta la falta de garantías en una elección «limpia».

 13.ª Porque, como no somos oportunistas, por encima del temor a la derrota, lo que nos interesa es salvar el honor. Demostrar que aún hay católicos y patriotas capaces de imitar el ejemplo de los que prefirieron «sucumbir con honra que vivir con vilipendio». Conscientes de que, como en los momentos más difíciles de nuestra historia han sido siempre un puñado de patriotas los que han terminado por arrastrar a lo mejor del pueblo español, superando el peligro de la cobardía colectiva.

 14. Porque amamos la paz y deseamos que desaparezca la trágica situación a la que nos han conducido los actuales padres constitucionales.

 Por estas y mil razones más que harían interminable este escrito, votaremos NO. E invitamos a hacerlo a todos - mujeres y hombres, jóvenes y ancianos— que estén convencidos de los graves errores de la Constitución y no quieran ser cómplices de sus previsibles consecuencias.

 Por la Junta Nacional,  El secretario general   

Manuel Ángel VIEITEZ PÉREZ


 Revista FUERZA NUEVA, nº 618, 11-Nov-1978


domingo, 12 de octubre de 2025

Repaso a cien años de Tradicionalismo (1868-1968)

 Curioso artículo de 1968, anterior a la designación de Juan Carlos como futuro rey

  CENTENARIO DE UNA REVOLUCIÓN (1868-1968)

 Fue don Juan Vázquez de Mella quien el 29 de septiembre de 1892, en el “Correo Español”, nos señaló la “¡Coincidencia providencial!” en dos muy importantes 29 de septiembre. Esa coincidencia ha continuado repitiéndose tras la muerte del tribuno de la Tradición y de la Hispanidad.

 La historia del Tradicionalismo está ligada íntimamente a la del liberalismo y a las hijuelas de éste, como la historia del bien está ligada a la del mal y la de la verdad a la del error. No somos fatalistas, sino providencialistas. De las coincidencias providenciales debemos sacar enseñanzas y debemos analizarlas.


 29 de septiembre de 1833. Muere Fernando VI y se entroniza a Isabel II

 Hace 135 años (1833-1968) moría, el 29 de septiembre, Fernando VII y con él moría también al decir de Vázquez Mella, “el absolutismo regalista e ilustrado que había desnaturalizado la antigua y castiza Monarquía tradicional, y comenzó el régimen parlamentario, tiranía oligárquica o corruptela, o mejor dicho, anulación lo más completa de la gran institución nacional”.

 En esa fecha subió al trono de los Reyes Católicos la niña Isabel II, para defender ese liberalismo parlamentario, hijo del absolutismo. Simultáneamente los carlistas abanderan la Tradición para recuperar el destino de las Españas y la institución monárquica, instituyendo rey a Carlos María Isidro, Carlos V.

 Desde entonces, salvo escasos periodos de tiempo, la España oficial había de está reñida con la España tradicional y auténtica.

 Una guerra de siete años, como punto inicial, y la serie de desastres políticos que han sido consecuencia de la existencia de las dos Españas, la verdadera y la falsa, han sido el balance de aquel 29 de septiembre de 1833.


 29 de septiembre de 1868. Destronamiento de Isabel II. Revolución del duque de la Torre

 Treinta y cinco años más tarde, según la explicación de Mella, “salía doña Isabel, la hija de Fernando VII, de España, habiendo tenido cerca de 500 ministros; tantos pronunciamientos, por lo menos, como años de Monarquía, amenizados por el asesinato de los religiosos y el despojo de la Iglesia, llevando por toda compañía cuatro carlistas vascongados, que le sirvieron de escolta de honor al traspasar la frontera”.

 Las fuerzas políticas que la habían entronizado para que sirviera a sus intereses, la empujaron el destierro. Llegada a su madurez política, habiendo adquirido experiencia y conocimiento del equipo que la rodeaba, quiso oponerse, de vez en cuando, a sus sectarismos, y la masonería que la había traído, se confabulaba contra ella, y hombres de tanta confianza íntima como el general Serrano, duque de la Torre, abandonan a “su” reina.

 Es entonces cuando el pueblo tradicionalista, que había respetado los últimos años del reinado de Isabel II y que incluso, una pequeña representación la acompañó hasta el destierro, ve a ciencia cierta la hecatombe que propugna la revolución liberal, y capitaneado por el joven Carlos VII, se apresta nuevamente a morir y a ser traicionado por los poderes ocultos, tras otra guerra de cuatro años. Se lucha contra el Gobierno provisional de la Regencia del duque de la Torre, contra la monarquía de Amadeo, contra la I República y contra la Monarquía saguntina, alfonsina o liberal.

 “De todos sus servidores -sigue diciendo Mella- y partidarios no salieron dos siquiera a la calle y al campo a gritar “Viva Isabel II”. Todos la abandonaron con una ingratitud que encierra dolorosas enseñanzas”.


 29 de septiembre de 1909. Muerto Carlos VII, la tradición no muere

 Cuarenta años más tarde, en septiembre de 1908, se vio claramente que la revolución liberal seguía royendo las entrañas españolas, a la par que degeneraba en bastardas revoluciones. Tuvo lugar el primer Congreso anarquista y se constituyó la C.N.T., permaneciendo impasible el régimen de Alfonso XIII, continuador de la Monarquía liberal y saguntina, y sin que se diera cuenta del cáncer político que la minaba.

 Al año siguiente, 1909, muere Carlos VII y le sucede su hijo Jaime III, precisamente en un 18 DE JULIO, fecha que había de constituir, tras veintisiete años más, el inicio de la más moderna de las Cruzadas. Pues bien, si el 29 de septiembre de 1909, mientras las tropas españolas ocupan el Gurugú africano, como hecho y símbolo de que la España tradicional e imperial no había muerto, Jaime III se decide a enarbolar la bandera de esa Tradición y empieza la redacción del primer manifiesto que había de suscribir pocos días después.

 La revolución liberal continuaba carcomiendo la Monarquía, y el anarquismo y el socialismo -hijos del liberalismo- preparaban la muerte del liberalismo. Entretanto, la Tradición se mantenía firme, a pesar de la muerte de Carlos VII. Por esas mismas fechas, Jaime III escribía la frase de que “hacía suyos los principios religiosos y patrióticos de sus antepasados y todos los manifiestos de Carlos VII, desde la carta al Infante don Alfonso Carlos hasta las afirmaciones religiosas y patrióticas de su testamento político”.


 29 de septiembre de 1931. Muere Jaime III y el anciano Alfonso Carlos pasa a ser Caudillo

 Pasaron veintidós años más. Llegamos al fatídico 1931, en cuyo 14 de abril Alfonso XIII consumó el “segundo abandono” de la Monarquía. Al nieto de Isabel II tampoco le acompañaron los suyos. Los que más lo sintieron fueron los que no eran sus partidarios, los carlistas. En septiembre, el monarca autodestronado se entrevista con su primo Jaime III, a quien confesó que no tenía tantos y tan buenos monárquicos como el abanderado de la Tradición (¡cómo los iba a tener, si él no representaba más que una institución hueca y sin contenido ideológico positivo!)

 El 29 de septiembre cae mortalmente enfermo don Jaime. Sólo escasos días habían de pasar para entregar su alma al Redentor. En realidad, dejó de existir en ese final de septiembre de 1931, mientras se debatía el ser o el no ser de España, en luchas intestinas entre los republicanos que se enfrentaban con la España tradicional.

 El peso de la bandera recayó sobre el último vástago varón superviviente de la dinastía insobornable, en el anciano e íntegro don Alfonso Carlos, quien en su juventud había defendido la Puerta Pía del Vaticano, armado con la espada de su abuelo Carlos María Isidro, y que había de dirigir al ejército carlista de Cataluña como general en jefe.


 29 de septiembre de 1936. Muere don Alfonso Carlos y Francisco Franco pasa a ser el Caudillo de todos los españoles

 Veintisiete años transcurridos desde aquel 18 de julio en que ocurriera la muerte de Carlos VII, advino el 18 de Julio definitivo, el del Alzamiento de los partidarios de los mismos principios que aquél capitaneara, acompañados de fuerzas y nuevas y juveniles, juntamente con lo más selecto del Ejército. No se podía consentir que la auténtica España se nos muriera entre las manos.

 Don Alfonso Carlos obró la maravillosa unión de todos los tradicionalistas, en un apretado haz. Representado por su sobrino, don Javier Borbón Parma, dio las órdenes de movilización de las fuerzas tradicionalistas. Llega el 29 de septiembre del mismo año y muere el anciano Caudillo.

 Entre tanto, el bilaureado general Varela, carlista y organizador de las fuerzas del Requeté, entraba victorioso -en un 29 de septiembre- a salvar la vida de los héroes supervivientes del Alcázar de Toledo, y en ese mismo día, el “Boletín Oficial” del Nuevo Estado publicaba el decreto por el que otro Caudillo, el general Franco, habría de instaurar la Monarquía Tradicional, Católica, Social y Representativa, que durante más de cien años habían defendido los carlistas abanderados por Carlos V, Carlos VI, Carlos VII, Jaime III y Alfonso Carlos, en oposición a la Monarquía liberal y las dos repúblicas antiespañola.


 29 de septiembre de 1968. La Tradición sigue viva a pesar de que el liberalismo está aliado con sus enemigos

 Ha transcurrido cien años (1968) desde la revolución de Serrano, Prim y Topete. El error continúa -y continuará- combatiendo a la Verdad, y la España afrancesada, liberal y marxista sigue luchando contra la España auténtica, tradicional y social. Los derrotados militarmente en 1939 se esfuerzan en ser victoriosos políticamente, y quieren -para ello- anular y suprimir el 18 de Julio y el 1 de abril de 1939.

 La Tradición se resiste -y se resistirá- a ser vencida y traicionada por tortuosas sendas de cobardía. El liberalismo con sus nuevas formas de progresismo y de cristianismo democrático y socialista quiere mantener su poderío monopolístico y totalitario.

 Dios quiera que este año centenario de la llamada “revolución de septiembre” o “Gloriosa”, sea una reafirmación de la institución de la Monarquía Tradicional, y que no se dé ningún paso en falso, que no sería más que una continuación de las catástrofes del 29 de septiembre de 1833 y del 29 de septiembre de 1868.

 Roberto G. Bayod Pallarés


Revista FUERZA NUEVA, nº 88, 14-Sep-1968

 

viernes, 26 de septiembre de 2025

La Tradición teológica, jurídica y popular (Vázquez de Mella)

 

  DON JUAN VAZQUEZ DE MELLA TRAIDO A 1967

 LA TRADICION TEOLOGICA, JURIDICA Y POPULAR

 La legitimidad completa abarca la de la institución y su representación electiva o dinástica, según sea el régimen y la de origen y ejercicio del poder mismo, sea cualquiera la forma.

 En realidad, constituye un todo indivisible y se dan por poco tiempo las medias legitimidades. La de origen sin la de ejercicio pierde el título y la de ejercicio no tarda en adquirirlo.

 Cuando el poder es ilegítimo, porque directa o indirectamente atenta contra los tres derechos y contra las tres constituciones que expresan, se convierte de medio en obstáculo, y de gobernante en tirano, y entonces la sociedad tiene el derecho de resistencia contra su opresión.

 El derecho de resistencia no es más que el derecho de defensa. Lo tienen en orden inferior las personas individuales, como consecuencia del derecho a la vida, que a su vez lo es del deber de conservación.

 Toda persona moral lo posee de igual manera, según su jerarquía, pues no tendría ningún derecho si no lo tuviese previamente a la existencia.

 La sociedad tiene el derecho imprescriptible de que el poder-medio no se convierta en poder-fin y en poder-obstáculo, negación de su ser y de su objeto. El derecho a mantener sus elementos constitutivos con las relaciones religiosas y jurídicas que implican, y las tradiciones y los ideales que forman su unidad histórica, lleva consigo la facultad de resistir y suprimir el poder ilegítimo que las altera y que es un rebelde que se subleva contra ellas.

 Esta es, en sustancia, la doctrina de los grandes teólogos, filósofos y políticos españoles de los grandes siglos, que estaba manifiesta en nuestras Constituciones históricas y en el doble juramento de las monarquías paccionadas y en el alma del pueblo, que la cantó y la personificó con sus héroes.

 La teoría de la resistencia y del tiranicidio, expuesta ya por Santo Tomás de Aquino en pasajes que han dejado honda huella en todo el Derecho cristiano posterior (y que uno de sus más ilustres discípulos modernos lo justificó contra falsificaciones de la ignorancia y la mala fe); mantenida por Vitoria, que tan admirablemente discurre sobre la justicia de las leyes dadas por el Soberano usurpador; por Suárez, que apela a la autoridad religiosa contra la ilegitimidad de ejercicio; por Luis de Molina, que no duda, aunque tenga la legitimidad de origen, en el derecho de de deponerlo y castigarlo; por Mariana, que exagera, no el principio, sino el procedimiento contra el tirano, y por pensadores como Fox Morcillo, Márquez y Saavedra Fajardo, es la más perfecta contraposición al cesarismo de Jacobo I de Inglaterra y del posterior de Luis XIV, que viene por los tiranos medievales bizantinos, germanos y franceses, opresores de la Iglesia, de la Iex regia, fórmula de la tradición pagana que, fuera del pueblo hebreo, se encuentra en todas las sociedades que caen más allá del Calvario.

 Una cosa sorprende en nuestros teólogos y políticos; que ninguno duda de la resistencia contra el tirano de origen, y que algunos vacilan, atenúan y hasta no falta quien niegue la resistencia contra el de ejercicio.

 La contradicción que llevaría a poner la religión debajo de una ley civil es sólo aparente. Nace del concepto aristotélico  del tirano, que recogió en gran parte la Escolástica, y al que llamó tirano quod administrationem, que es el que subordina el bien común al suyo, personal y utilitario, y para conseguirlo oprime y para conseguirlo oprime y maltrata y saquea a sus súbditos. Es una especie de cacique en grande, tal como se describe en «El Gobernador cristiano», de Márquez, en «Marco Bruto», de Quevedo, y en la «Introducción a la política del Rey Don Fernando», de Saavedra.

De ahí las reglas no de justicia, sino de elemental prudencia, sobre la posibilidad de éxito en la resistencia, la exacerbación de la ira en el déspota y el mal menor aplicado a los resultados de la destitución.

 JUAN VAZQUEZ DE MELLA

 (Continuará este artículo)

Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967

sábado, 20 de septiembre de 2025

Carlistas “separados” dialogaban (1)

 (Artículo de 1967)

 ¿QUIÉN ES EL ÚLTIMO MAROTO?

 Por ROBERTO G. BAYOD PALLARES

 ¡Las cartas boca arriba!

 Sí, carlistas, habrá más documentos boca arriba; pero se irán poniendo de manifiesto cuando las circunstancias lo aconsejen.

 En el número 202 se puso la primera piedra sobre la que gira toda la depuración que un nutrido grupo de carlistas, fieles a la doctrina permanente del carlismo y fieles a la dinastía legítima de los Borbón-Parma, pretendemos.

 En el número 204, pendiente de publicar cuando escribimos estas cuartillas, se insertarán las primeras reacciones «oficiales» y algún que otro comentario.

 Esperamos que no tardará en llegar el momento en que demos la contestación y explicación a la NOTA ACLARATORIA que muchos estupendos carlistas nos piden. Entre tanto se van almacenando las impresiones que darán beneficioso fruto.

 Hasta que llegue ese día, queremos explicar algunos puntos que nos piden los lectores «quepasistas». 

A) Maroto, el traidor— Es el prototipo de la traición carlista. Fue elevado a general jefe superior del ejército carlista en el Norte de España. Desde su nombramiento planeó la rendición de las fuerzas carlistas a las isabelinas. ¡Todos advirtieron la maniobra, pero era ya tarde! (Dice un historiador.) Para perpetrar su traición, ordenó fusilar a varios generales adictos a Carlos V y colocó a quienes eran sus aliados. Con el general liberal Espartero pactó en Vergara y entregó el ejército de la Tradición a la Reina liberal.

 ¿Explicación? Los dos generales eran masones. ¿Cómo no se dieron cuenta a tiempo?

 B) Marotos anteriores a Maroto.—Decíamos que la traición del tristemente célebre Maroto no fue la primera. Se nos pregunta cuál consideramos la matriz de las traiciones al tradicionalismo español. Lo fueron el obispo D. Oppas y el conde don Julián, que se aliaron con el enemigo de la cristiandad de aquella época, con la «Media Luna». Esta alianza quería frustrar la unidad católica de España, al igual que las traiciones posteriores.

 C) Procedentes del integrismo.—Se nos reprocha la aparente defectuosa información aparecida en los comentarios del número 202, que dio lugar a esta cuestión. Como consecuencia de que se suprimieron dos párrafos del original, al efectuar la composición apareció que Zamanillo y Valiente procedían ambos del integrismo. Fue un lapsus de composición y no de información. En el original eran Zamanillo y Fal-Conde,

 D) La unión de los carlistas.—También ha habido quien ha dicho que el carlismo está desunido. Nada más lejos de la realidad. Lo que sucede es que quienes tal afirman o suponen, desconocen que en los grupos humanos sólo hay unanimidad en los momentos graves de la Historia. Es una señal de vitalidad la discrepancia, cuando no sea automática u sistemática. El pueblo carlista, que en realidad es lo que más importa, sigue unido entre sí. La unión la demuestra solamente cuando es preciso, tal como en el acto grandioso de Montejurra, en el que se borran «los contrastes de pareceres»

 ¿Qué es el carlismo?

 Para comprender qué se entiende por desviacionismo y qué por falsos carlistas o neocarlistas, es preciso que nuestros lectores sepan o recuerden qué se entiende por verdadero carlismo o, como diría un amigo mío, por CARLISMO-CARLISTA. Sin perjuicio de que algún día nos extendamos en esta materia, hoy contribuimos a fijar sanas ideas con algunas frases de los creadores de la doctrina tradicionalista y de quienes han tenido autoridad para defender y propagar una ideología enraizada en la esencia del ser español.

 Que nuestros lectores mediten ampliamente cada una de las siguientes fases hasta llegar a esa estupenda revelación que nos hace don Francisco López Sanz al tratar de los móviles de la Cruzada en su obra de «Un millón de muertos..., pero con héroes y mártires»:

 «Si la dinastía legítima que os ha servido de faro providencial estuviera llamada a extinguirse, la dinastía de mis admirados carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá jamás» (Carlos VII).

 ¡Maravillosa visión política! Al contemplar la realidad futura su hermano don Alfonso Carlos I, completó la frase con estas otras palabras:

 «Hay un derecho sagrado que jamás prescribe en los pueblos, y es el supremo derecho, que la Tradición Española concede más de una vez, de otorgar el príncipe que sepa representar dignamente la causa de la Patria, que es la causa de la fe y de aquellas gloriosas tradiciones que nuestra Comunión supo encauzar siempre por encima de todas las mudanzas de la Historia» (Alfonso Carlos I).

 El propio Don Alfonso Carlos nos define la Monarquía carlista diciendo que:

 «Es fundamentalmente opuesta a la Monarquía liberal, democrática, parlamentaria, centralista y constitucionalista» (Alfonso Carlos I).

 Para constituir esa antítesis de la Monarquía liberal no hay que recurrir a instituciones ni regímenes europeos, sino que:

 «En España será inútil buscar la salvación de la Patria si el nuevo edificio político no se labra con materiales sacados de la secular cantera de la tradición histórica» (Alfonso Carlos I).

 Los falsos carlistas pretenden instituir una Monarquía tradicional con moldes socialistas europeos que no encajan en nuestras esencias históricas

 «Nuestra bandera (la del carlismo) es muy anterior a los Reyes carlistas, que nada pudieron darle ni quitarle, sino que recibieron de ella los derechos a la sucesión dinástica» (R. Nocedal).

 Concuerda esta doctrina con la que décadas más tarde había de confirmar Don Alfonso Carlos. En efecto, la dinastía del pueblo español es la que tiene una ideología política permanente, que llamamos carlismo, la que hacen suya, apoyan y difunden los Reyes carlistas, y es entonces cuando reciben el derecho a la sucesión dinástica. Nada hay tan original en las teorías políticas y tan fundadas en el derecho natural de los pueblos. También

Vicente Marrero concuerda, según esta frase:

 «El Rey carlista era un órgano, un elemento, una institución que se encargó de guardar la tradición y transmitirla de generación en generación.»

 Idéntico es él significado de la siguiente frase:

 «Si muere el carlismo, la España de nuestros padres morirá con él» (Aparisi y Guijarro).

 Pero el carlismo muere si cambia su doctrina por la contraria, esto es, si transige en cuestiones fundamentales. A Carlos VII los liberales le ofrecieron la Corona a base de que transigiera en su doctrina, que era la doctrina del pueblo carlista.

 «Gobernar no es transigir, como vergonzosamente creían y pretendían los adversarios políticos» (Carlos VII).

 Hoy es cuando más se ataca a la tradición desde las propias defensas de la tradición. Arguyen los falsos tradicionalistas que no existen más principios inmutables que los de DIOS, PATRIA, FUEROS y REY. Si así fuera podríamos aceptar un Dios cósmico, en vez de un DIOS cristiano; una PATRIA dividida y avasallada, en vez de una PATRIA unida y libre; unos FUEROS disgregadores, en vez de unos FUEROS armónicos con la unidad, y un REY liberal y ateo, en vez de un REY legítimo y católico. En efecto, los PRINCIPIOS se encierran en ese cuatrilema, pero constituyen algo más que cuatro palabras.

 «Siempre con la vista fija en nuestros santos PRINCIPIOS tradicionales que todos velaremos, y yo el PRIMERO, para que se conserven puros sin la menor sombra de liberalismo impío» (Alfonso Carlos I).

 El que los principios estén libres de liberalismo no se demuestra criticando a la dinastía liberal, sino introduciendo mercancía averiada o progresista que corrompa la tradición. Esta corruptibilidad no se logrará, aun cuándo se adulteraran los mandos encargados de velar por la tradición. ¿Por qué?

 «¡Tradición, arca santa, de madera incorruptible!» (Fal-Conde).

 Sería una cesión al liberalismo, sería transigir, seria corromper la Tradición si el carlismo cesara de mantener levantada la bandera de la unidad católica.

 «En nuestro programa hay cuatro afirmaciones: la afirmación religiosa, con la unidad católica con todas sus consecuencias» (Vázquez de Mella).

 De acuerdo con esa afirmación primaria y fundamental, el pueblo carlista se levantó en armas el 18 de julio. Hoy,  los abandonistas, los «seudo-carlistas» quieren olvidar la Tradición y el hecho histórico de la Cruzada. Terminamos con esta otra afirmación categórica sobre este importante tema, convertido en el quicio de la cuestión:

 «Ni la Cruzada ni el espíritu religioso y patriótico que le dio su carácter, ni la preparación militar con que se fue a la lucha, brotaron por generación espontánea. Es que había un rescoldo tradicional, unos ideales heredados de los antepasados durante varias generaciones» (Francisco López Sanz).

 Nuestra tarea tiende a mantener incorruptible ese rescoldo heredado de nuestros padres, pero no a introducir sistemas extranjeros y socializantes, ya que tal ideal no forma parte de la Tradición. SOCIALES y POPULARES, MUCHO Y SIEMPRE: SOCIALISTAS, NADA Y JAMAS

 Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967