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sábado, 20 de septiembre de 2025

Carlistas “separados” dialogaban (1)

 (Artículo de 1967)

 ¿QUIÉN ES EL ÚLTIMO MAROTO?

 Por ROBERTO G. BAYOD PALLARES

 ¡Las cartas boca arriba!

 Sí, carlistas, habrá más documentos boca arriba; pero se irán poniendo de manifiesto cuando las circunstancias lo aconsejen.

 En el número 202 se puso la primera piedra sobre la que gira toda la depuración que un nutrido grupo de carlistas, fieles a la doctrina permanente del carlismo y fieles a la dinastía legítima de los Borbón-Parma, pretendemos.

 En el número 204, pendiente de publicar cuando escribimos estas cuartillas, se insertarán las primeras reacciones «oficiales» y algún que otro comentario.

 Esperamos que no tardará en llegar el momento en que demos la contestación y explicación a la NOTA ACLARATORIA que muchos estupendos carlistas nos piden. Entre tanto se van almacenando las impresiones que darán beneficioso fruto.

 Hasta que llegue ese día, queremos explicar algunos puntos que nos piden los lectores «quepasistas». 

A) Maroto, el traidor— Es el prototipo de la traición carlista. Fue elevado a general jefe superior del ejército carlista en el Norte de España. Desde su nombramiento planeó la rendición de las fuerzas carlistas a las isabelinas. ¡Todos advirtieron la maniobra, pero era ya tarde! (Dice un historiador.) Para perpetrar su traición, ordenó fusilar a varios generales adictos a Carlos V y colocó a quienes eran sus aliados. Con el general liberal Espartero pactó en Vergara y entregó el ejército de la Tradición a la Reina liberal.

 ¿Explicación? Los dos generales eran masones. ¿Cómo no se dieron cuenta a tiempo?

 B) Marotos anteriores a Maroto.—Decíamos que la traición del tristemente célebre Maroto no fue la primera. Se nos pregunta cuál consideramos la matriz de las traiciones al tradicionalismo español. Lo fueron el obispo D. Oppas y el conde don Julián, que se aliaron con el enemigo de la cristiandad de aquella época, con la «Media Luna». Esta alianza quería frustrar la unidad católica de España, al igual que las traiciones posteriores.

 C) Procedentes del integrismo.—Se nos reprocha la aparente defectuosa información aparecida en los comentarios del número 202, que dio lugar a esta cuestión. Como consecuencia de que se suprimieron dos párrafos del original, al efectuar la composición apareció que Zamanillo y Valiente procedían ambos del integrismo. Fue un lapsus de composición y no de información. En el original eran Zamanillo y Fal-Conde,

 D) La unión de los carlistas.—También ha habido quien ha dicho que el carlismo está desunido. Nada más lejos de la realidad. Lo que sucede es que quienes tal afirman o suponen, desconocen que en los grupos humanos sólo hay unanimidad en los momentos graves de la Historia. Es una señal de vitalidad la discrepancia, cuando no sea automática u sistemática. El pueblo carlista, que en realidad es lo que más importa, sigue unido entre sí. La unión la demuestra solamente cuando es preciso, tal como en el acto grandioso de Montejurra, en el que se borran «los contrastes de pareceres»

 ¿Qué es el carlismo?

 Para comprender qué se entiende por desviacionismo y qué por falsos carlistas o neocarlistas, es preciso que nuestros lectores sepan o recuerden qué se entiende por verdadero carlismo o, como diría un amigo mío, por CARLISMO-CARLISTA. Sin perjuicio de que algún día nos extendamos en esta materia, hoy contribuimos a fijar sanas ideas con algunas frases de los creadores de la doctrina tradicionalista y de quienes han tenido autoridad para defender y propagar una ideología enraizada en la esencia del ser español.

 Que nuestros lectores mediten ampliamente cada una de las siguientes fases hasta llegar a esa estupenda revelación que nos hace don Francisco López Sanz al tratar de los móviles de la Cruzada en su obra de «Un millón de muertos..., pero con héroes y mártires»:

 «Si la dinastía legítima que os ha servido de faro providencial estuviera llamada a extinguirse, la dinastía de mis admirados carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá jamás» (Carlos VII).

 ¡Maravillosa visión política! Al contemplar la realidad futura su hermano don Alfonso Carlos I, completó la frase con estas otras palabras:

 «Hay un derecho sagrado que jamás prescribe en los pueblos, y es el supremo derecho, que la Tradición Española concede más de una vez, de otorgar el príncipe que sepa representar dignamente la causa de la Patria, que es la causa de la fe y de aquellas gloriosas tradiciones que nuestra Comunión supo encauzar siempre por encima de todas las mudanzas de la Historia» (Alfonso Carlos I).

 El propio Don Alfonso Carlos nos define la Monarquía carlista diciendo que:

 «Es fundamentalmente opuesta a la Monarquía liberal, democrática, parlamentaria, centralista y constitucionalista» (Alfonso Carlos I).

 Para constituir esa antítesis de la Monarquía liberal no hay que recurrir a instituciones ni regímenes europeos, sino que:

 «En España será inútil buscar la salvación de la Patria si el nuevo edificio político no se labra con materiales sacados de la secular cantera de la tradición histórica» (Alfonso Carlos I).

 Los falsos carlistas pretenden instituir una Monarquía tradicional con moldes socialistas europeos que no encajan en nuestras esencias históricas

 «Nuestra bandera (la del carlismo) es muy anterior a los Reyes carlistas, que nada pudieron darle ni quitarle, sino que recibieron de ella los derechos a la sucesión dinástica» (R. Nocedal).

 Concuerda esta doctrina con la que décadas más tarde había de confirmar Don Alfonso Carlos. En efecto, la dinastía del pueblo español es la que tiene una ideología política permanente, que llamamos carlismo, la que hacen suya, apoyan y difunden los Reyes carlistas, y es entonces cuando reciben el derecho a la sucesión dinástica. Nada hay tan original en las teorías políticas y tan fundadas en el derecho natural de los pueblos. También

Vicente Marrero concuerda, según esta frase:

 «El Rey carlista era un órgano, un elemento, una institución que se encargó de guardar la tradición y transmitirla de generación en generación.»

 Idéntico es él significado de la siguiente frase:

 «Si muere el carlismo, la España de nuestros padres morirá con él» (Aparisi y Guijarro).

 Pero el carlismo muere si cambia su doctrina por la contraria, esto es, si transige en cuestiones fundamentales. A Carlos VII los liberales le ofrecieron la Corona a base de que transigiera en su doctrina, que era la doctrina del pueblo carlista.

 «Gobernar no es transigir, como vergonzosamente creían y pretendían los adversarios políticos» (Carlos VII).

 Hoy es cuando más se ataca a la tradición desde las propias defensas de la tradición. Arguyen los falsos tradicionalistas que no existen más principios inmutables que los de DIOS, PATRIA, FUEROS y REY. Si así fuera podríamos aceptar un Dios cósmico, en vez de un DIOS cristiano; una PATRIA dividida y avasallada, en vez de una PATRIA unida y libre; unos FUEROS disgregadores, en vez de unos FUEROS armónicos con la unidad, y un REY liberal y ateo, en vez de un REY legítimo y católico. En efecto, los PRINCIPIOS se encierran en ese cuatrilema, pero constituyen algo más que cuatro palabras.

 «Siempre con la vista fija en nuestros santos PRINCIPIOS tradicionales que todos velaremos, y yo el PRIMERO, para que se conserven puros sin la menor sombra de liberalismo impío» (Alfonso Carlos I).

 El que los principios estén libres de liberalismo no se demuestra criticando a la dinastía liberal, sino introduciendo mercancía averiada o progresista que corrompa la tradición. Esta corruptibilidad no se logrará, aun cuándo se adulteraran los mandos encargados de velar por la tradición. ¿Por qué?

 «¡Tradición, arca santa, de madera incorruptible!» (Fal-Conde).

 Sería una cesión al liberalismo, sería transigir, seria corromper la Tradición si el carlismo cesara de mantener levantada la bandera de la unidad católica.

 «En nuestro programa hay cuatro afirmaciones: la afirmación religiosa, con la unidad católica con todas sus consecuencias» (Vázquez de Mella).

 De acuerdo con esa afirmación primaria y fundamental, el pueblo carlista se levantó en armas el 18 de julio. Hoy,  los abandonistas, los «seudo-carlistas» quieren olvidar la Tradición y el hecho histórico de la Cruzada. Terminamos con esta otra afirmación categórica sobre este importante tema, convertido en el quicio de la cuestión:

 «Ni la Cruzada ni el espíritu religioso y patriótico que le dio su carácter, ni la preparación militar con que se fue a la lucha, brotaron por generación espontánea. Es que había un rescoldo tradicional, unos ideales heredados de los antepasados durante varias generaciones» (Francisco López Sanz).

 Nuestra tarea tiende a mantener incorruptible ese rescoldo heredado de nuestros padres, pero no a introducir sistemas extranjeros y socializantes, ya que tal ideal no forma parte de la Tradición. SOCIALES y POPULARES, MUCHO Y SIEMPRE: SOCIALISTAS, NADA Y JAMAS

 Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967


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