Buscar este blog

Mostrando entradas con la etiqueta Falangismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Falangismo. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de octubre de 2025

Vocación política de José Antonio

 

 AQUEL 29 DE OCTUBRE DE 1933

 El porqué de los grandes acontecimientos de la vida de los hombres queda, casi siempre, nimbado por el misterio. Lo mismo sucede con la suprema razón que obliga a un pueblo a cambiar políticamente de rumbo. Nadie ha podido desvelar todavía el arpegio de las voces que José Antonio sintió en su corazón para, dejando a un lado comodidades y brillo social, lanzarse en la predicación de un nuevo evangelio político-social que, como es harto notable, aún se mantiene enhiesto, firme y sólido. Había entrado el otoño de 1933 cuando, en los días finales de octubre, en un día claro y sereno, José Antonio puso en marcha su movimiento ideológico. Quienes tuvieron la fortuna de estar presentes en el Teatro de la Comedia, y existen abundantes testimonios del hecho, no creyeron en un principio estar asistiendo a un acto político. Allí imperaba otro estilo y otro lenguaje bastante diferente del propio de dichos actos. Allí, un mozo español iba diciendo cosas elementales: hablaba de auroras, de trigos, de estrellas…

 No quería recompensas terrenales

 José Antonio, con voz serena -la voz del jurista, siempre fiel a la defensa de la verdad-, desgranaba uno a uno los puntos de su ideario. Un ideario en el que no se prometía, a quienes profesasen en el mismo, ni la más humilde recompensa terrenal, ni la más modesta prebenda humana. José Antonio explicaba con rigurosidad -puesto que esta fue la constante que presidió su vida toda: el amor a la armonía, a la medida y a la norma -el programa del irrenunciable servicio para la salvación de España.

 Y, efectivamente, con palabra clara y con absoluta disciplina, alzó la bandera de su lírico movimiento. A nadie engañó ni a nadie defraudó en la gloriosa jornada; su mensaje era radiante: “Nosotros no vamos a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas”.

 Nunca, ciertamente, con menos palabras se ha podido encender el fuego de los corazones. Y es que, cosa indiscutible, José Antonio estaba en posesión de la palabra justa, de la palabra hecha luz, de la palabra cuyo afluente esencial provenía de su generoso corazón. Y es que, a diferencia de lo que les ocurre a los mediocres líderes contemporáneos, la palabra, para que conmueva, para que penetre y ofrezca la amplitud de su mensaje, debe fraguarse en lo más profundo de las entrañas del orador. El orador es el primero que debe estar convencido, a través de sus palabras, de la verdad, de la sinceridad y de la autenticidad de los principios que expone. (…) El propio José Antonio era plenamente consciente de este hecho, y siempre, y en todo momento -especialmente en las últimas horas de su preciosa vida-, tuvo esto presente: “Ningún régimen se sostiene –dijo- si no consigue reclutar a su alrededor a la generación joven en cuyo momento nace; y para reclutar a una generación joven hay que dar con las palabras justas, hay que dar con la fórmula justa de la expresión conceptual”. En aquella mañana otoñal madrileña, a la vista de su fecundo resultado, no hay duda de que José Antonio encontró la terminología celestial que hizo ponerse en pie a toda una generación española sin privilegiados ni distinguidos.

 Valentía y lucidez, juntas

 A través del tiempo, y tal vez de forma estudiada, se ha caído en el tópico de considerar que la doctrina joseantoniana, en el fondo, no es otra cosa que una manifestación sustancialmente romántica. Nuestro inolvidable líder tuvo, en una brillantísima intervención parlamentaria, que defenderse de este anatema -poco adecuado para un político dotado de tanta lucidez como lo fue José Antonio-: “Yo no soy absolutamente, como el señor Prieto imagina, ni un sentimental, ni un romántico, ni un hombre combativo, ni siquiera un hombre valeroso; tengo estrictamente la dosis de valor que hace falta para evitar la indignidad; ni más ni menos. No tengo, ni poco ni mucho, la vocación combatiente, ni la tendencia al romanticismo; al romanticismo menos que a nada, señor Prieto. (…) Lo que pasa es que lo mismo que el señor Prieto llega a la emoción por el camino de la elegancia, se puede llegar al entusiasmo y al amor por el camino de la inteligencia”.

Y, en efecto, pocos líderes como José Antonio, han anhelado tan humana y profundamente el evitar que la política muriese en las meras estructuras de lo puramente administrativo, ni los sueños ni las ilusiones de todo un pueblo terminaran en la burocracia. Y es que, al mismo tiempo, pocas veces ha existido en España un líder político en el que perfectamente se matrimoniasen, como en José Antonio, la valentía y la lucidez. Justamente, se ha dicho, en sus artículos se observa una sólida formación y una dialéctica dura e inflexible; en sus discursos, facilidad y emoción. Pero, precisamente, fue en sus debates parlamentarios en donde su figura nos ofrece las dimensiones más colosales de su valor, de su finura estética y de su agilidad mental. Desde las páginas de los periódicos que con tanto esfuerzo fundó, desde las tribunas públicas más selectas -como la del Ateneo y la del Círculo Mercantil-, desde el Parlamento o desde el montículo aldeano, impartió siempre su lección serena y ejemplar, a saber: que si una generación se debe entregar a la política no se puede entregar con el repertorio de medio docena de frases con que han caminado por la política otras muchas generaciones, y hasta muchos representantes de ésta. En José Antonio la renovación es constante.

 Su pensamiento, como su corazón, siempre estuvo ocupado por la plenitud de España. Una España, él lo dijo, a la que amó incondicionalmente más por sus defectos que por sus virtudes. Puesto que, precozmente -lo mismo que nos sucede por estos días- advirtió que a su generación le estaban aniquilando la esencia de la Patria. “Porque si nosotros –dijo- nos hemos lanzado por los campos y por las ciudades de España con mucho trabajo y con algún peligro, que esto no importa, a predicar esta buena nueva, es porque estamos sin España. Tenemos a España partida en tres clases de secesiones: los separatismos locales, la lucha entre los partidos y la división entre las clases”.

 Continúa el eco de la fecha

 (…) A los cuarenta y cinco años de aquella mañana otoñal madrileña, sus palabras siguen encontrando eco, a pesar de tantos desvergonzados que se traicionaron a sí mismos y ahora se quieren hacer perdonar su militancia en las filas azules, en los más animosos corazones juveniles. Y es que, decididamente, la juventud siempre ha sido maravillosamente generosa para lo auténtico. Por otra parte, como muy bien ha señalado el más competente biógrafo ideológico de José Antonio -nos referimos al profesor Adolfo Muñoz Alonso-, nuestro inolvidable líder ha sido, quizá, uno de los pensadores españoles que ha tomado más en serio lo que representa la juventud para dotar de sentido la vida y para arrostrar la muerte, para el desencanto y para la edificación del mundo futuro. La muerte a tiro sucio de un joven ilusionado, Matías Montero, ahondó en la conciencia de José Antonio la plenitud de la responsabilidad política. El 9 de marzo de 1934, el alma y cuerpo de José Antonio se estremecieron al comprobar el alcance trágico de su rectoría política, y, al día siguiente, en la inhumación de Matías Montero, José Antonio decidió el destino de su vida, arrancando los últimos esmaltes a sus compromisos de salón.

 Por otra parte, bien cierto es, José Antonio no estigmatizó a la juventud como si fuera una enfermedad de la cronología vital que se cura con los años, sino que la defendió como a una gracia que algunos pierden con la edad. Su política no sólo fue una política de juventud sino una empresa para la juventud. Sin distingos ideológicos en línea de principio. Una angustia sombría circunda a los hombres políticos que no pueden comprobar un grupo juvenil en torno suyo, porque sólo se disipa en el consuelo de los renuevos que crezcan en torno de la rectoría política. Quienes no lo consiguen “saben que con su propia muerte vendrá la muerte del bosque en que nacieron”. (…)

 José Antonio pervive -¡quién lo puede poner en duda…!- por la sencilla y poderosa razón de que, efectivamente, nada de lo que es auténtico se pierde. “Cuando un egregio espíritu se entrega por entero, hasta agotarse en frustración generosa, nunca se dilapida al sacrificio”. ¿Existe destino más bello que el salpicar de sangre las estrellas?

 José María NIN DE CARDONA


 Revista FUERZA NUEVA, nº 616, 28-Oct-1978