“CUESTIÓN:
CELIBATO” (…) Todos hemos visto y oído a Pablo VI
angustiado y tajante, pronunciarse en contra, aducir profundas razones y
demostrar, en su aire preocupado, lo mucho que sufre y batalla, aparte de
otros temas, con las cismáticas subordinaciones de una parte del clero
holandés y con este grave problema del celibato sacerdotal. Problema que
todos entendemos mucho más claramente, por lo visto, que los propios
sacerdotes. El sacerdote lo es partiendo del supuesto
de que tiene una vocación, no una conveniencia de seguridad y de carrera
barata, sino que sigue una vocación, un llamamiento sobrenatural, que se
apoya en el propio sacrificio, ni más ni menos que la vocación religiosa, con
el altísimo agravante de las Sagradas Órdenes que, según se nos ha enseñado,
imprimen en carácter. Sentado esto, todos los razonamientos y argumentos
humanos de “tejas abajo”, no valen. Son argumentos aplicables a cualquier
profesión, pero no a la vocación sacerdotal que presupone un llamamiento
divino, al que se responde por impulso de una fe sobrenatural, base de la
esperanza y de la caridad. Si no se cree en Dios ni, por tanto, en su
llamamiento, en los designios personales para cada hombre, no se podrá
responder eficazmente a esa llamada. Sin fe no se puede ser sacerdote ni cristiano.
¿Arrancará todo este problema de la falta de Fe? Se argumentará que el sacerdote es hombre. Lo
es. Se dirá que en el comienzo de su entrega a Dios, al ingresar en el
seminario, casi siempre es un niño. Lo es; pero esto tiene menos fuerza, ya
que cada año hace tres meses, al menos, de vida familiar y es libre de volver
o quedarse en el mundo. Se dirá que es pecador. Lo es; lo somos todos,
incluidos los santos, que como decía don Manuel González, obispo de Málaga:
“los santos no son los que nunca cayeron, sino los que siempre se levantaron”.
Se dirá que puede haberse comprometido demasiado, que no le gusta, que no lo
soporta, que tiene una carne desbocada. Puede ser, pero entonces los recto, lo
noble, lo digno, es pedir al Papa su dispensa y volver a la vida seglar. Daría
para muchos artículos este problema. Entre los muchísimos sacerdotes del mundo,
una pequeña minoría, gracias a Dios, estará en estos casos. Y esa minoría
no tiene motivo, ni razón, ni derecho, para dirimir sus dificultades en
pandilla, para escandalizar al pueblo de Dios y hacer, sin posible
remedio, que se vaya apartando, por desconfianza, del sacerdote y de los sacramentos, sobre todo
de la confesión, faro de luz y de esperanza en las almas de los hombres. A los simples cristianos, célibes o casados,
de vida normal y normales en sus apetencias, tampoco les es fácil entender
este problema sacerdotal que con tanto descaro han planteado a voces al mundo.
A un cristiano soltero, casado o viudo, le obligan los mandamientos lo mismo
que al sacerdote y trata de cumplirlos, si cae se levanta con la absolución
sacramental, que es la gracia renacida en el alma. La vida que cada uno vive
le induce a pecar o a no pecar y puede afirmarse sin error que en toda edad y
condición, un hombre se conserva puro con los medios que Dios le da. Lo dice la
Escritura: “Fiel es Dios que no permitirá seáis tentados más allá de vuestras
fuerzas”. ¿No va a poder conservarse limpio el sacerdote si es sincera su
entrega, si vive ordenadamente, si cumple con su sagrado deber? (…) Es verdad que la carne puede ser pesada
carga para un hombre, pero hasta la persona menos formada sabe que Dios no
niega su ayuda y aun en la vida más sencilla todos conocemos los medios que
hacen triunfar. ¿Por qué se empeñan los sacerdotes en vivir más libres que
los propios seglares? ¿Hay que conceder nuevos modos al apostolado, al trato
social, a la dimensión que en todo orden tiene hoy la vida? Conforme. Más el
sacerdote debe defenderse de cuanto le pueda corromper y dejar en él
indefenso lo que tiene más débil. La sotana no puede ser por sí santificadora
de un hombre, pero ¡qué ayuda, qué defensa, qué baluarte para cuantas malas
ocasiones, qué respeto a sí mismo obliga a tener! Los que vivimos en tierras
menos modernizadas, como es este Alto Aragón, en la que los sacerdotes, salvo
contadísimas excepciones, llevan aún con tanta dignidad su sotana, no pueden
explicarse el íntimo gozo espiritual, el respeto y la devoción que esta
presencia infunde en el corazón de los cristianos. El pueblo español, el maravilloso pueblo
español que sabe tomar a broma “filosófica” las mayores tragedias, como si la
risa le ayudara a soportarlas mejor, está derivando en este gravísimo
problema del lado de la broma y dada la susceptibilidad española masculina y
clerical, es muy probable que la tal medida, inteligente y fina, aporte
resultados positivos, sólo por llevar la contraria. En nuestra Fuerza Nueva, la sección “El diario
de un ingenuo” trata el caso magistralmente remontándose hasta el propio Papa,
sin que se lesione el respeto debido al Sumo Pontífice. Y en el diario “El
Alcázar”, sábado 7, un chiste pinta un confesionario, un señor en actitud de
confesarse y un rapaz atravesadillo que levanta la cortinilla delantera para decir
al cura “no célibe”: “Papá: dice mamá que como no vayas inmediatamente te
quedas sin cenar”. En la prensa de Madrid y en la de
provincias, todos somos leído chistes y artículos con humor en los que el
pueblo cristiano demuestra al pueblo sacerdotal, con mucho cariño, qué mal le
cae esa rebeldía sin sentido del clero y hasta parece que desde que esto
crudamente se planteó, en todos, hasta en los indiferentes, se siente o se
intuye un acercamiento a los sacerdotes santos, dignos, entregados a su
sacrosanto ministerio, como si en el subconsciente colectivo de todos los
cristianos se levantase una corriente de protección hacia la santidad, la
espiritualidad, la vida apostólica de los sacerdotes, que son la tranquilidad
de nuestra conciencia, el apoyo de nuestras dificultades, el eslabón que une
nuestras vidas con Cristo. (…) El Papa nos pide angustiadamente esta ayuda:
prestémosla. Roguemos a Cristo, Sumo Sacerdote, por esta minoría mundial de
sacerdotes equivocados; pidamos que vuelvan a ocupar la delantera en el
camino de la grandeza hacia Dios. Que entiendan la sublimidad de su vocación,
la pureza de su vida, y que no hagan más política que la de Dios para salvar
al mundo. María del
Pilar SAINZ-BRAVO
Revista FUERZA NUEVA, nº 168, 28-Mar-1970 |
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