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lunes, 6 de octubre de 2025

Virtudes políticas de Isabel la Católica

 

 VIRTUDES POLÍTICAS DE LA REINA ISABEL

  No es necesario ser un especialista del reinado de los Reyes Católicos, ni siquiera un historiador, para darse cuenta de que la Reina poseyó en grado sumo las virtudes que deben adornar a un político.

 Ya sé que hay historiadores que afirman que Fernando fue mejor político que Isabel. Esto se debe a que damos a la política un sentido equívoco. Si por político se entiende solamente ser hábil y diplomático, no hay inconveniente en ceder la palma al Rey Católico.

 Pero la habilidad y la diplomacia son virtudes menores en un político. Los grandes políticos deben poseer virtudes mayores. Y esas las poseyó, como he dicho, en grado sumo, la Reina Católica.

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Para demostrar esa afirmación no hay más que conocer su obra. Lo que la Reina hizo durante los treinta años de su reinado demuestra palmariamente que poseyó en grado sumo las grandes virtudes del gran político.

 Si no las hubiera tenido, ¿hubiera podido conseguir levantar España desde el caos en que la encontró hasta la grandeza en que la dejó al morir? Descontado lo que se puede atribuir a la suerte, que no fue poco, ¿no queda bastante para admirar sus dotes políticas?

 Solamente quienes conozcan cómo encontró a España y cómo la dejó, pueden medir las virtudes políticas de quien tal hazaña consiguió. Otras plumas, en este mismo número, se encargarán de describir semejante hazaña.

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La virtud fundamental del gran político es la prudencia. No le deben faltar la justicia, la fortaleza y la templanza, pero en la reina Isabel sobresalió la prudencia. Ha sido Felipe II quien ha pasado a la historia con el sobrenombre de “el Rey prudente”, pero también la reina Isabel hubiera merecido llevarlo.

 Como la primera cualidad del gobernante es la de acertar en la elección de sus más importantes colaboradores, quien sepa quiénes fueron los de la reina Isabel tendrá que reconocer que en eso tuvo un acierto total. Sin haberse rodeado de tales colaboradores, de poco le hubieran servido sus otras dotes políticas.

 ¿Fue cosa de suerte? La suerte puede sonreír algunas veces, pero cuando la suerte es habitual, ya no es suerte; es el resultado de una gran virtud: la del conocimiento de los hombres. La reina Isabel poseyó esa virtud en grado excelso. ¿Intuición? Como se quiera. Quien no la posea, no podrá ser un gran político.

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José Antonio dijo que “a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas”. La Reina Católica movió al pueblo español. ¿Con qué clase de poesía?

 En primer lugar, con la poesía de la fe religiosa. Esa poesía llevó al pueblo español a la conquista del reino de Granada, a la expulsión de los judíos y de los musulmanes, a la reforma de la Iglesia, a la cristianización de América. Con ello se consiguió la unidad religiosa de España, base de nuestra unidad nacional.

 Y, en segundo lugar, con la poesía de la fe en los destinos de Castilla y de España. A esa poesía se debió la sumisión de los aristócratas de entonces a la Corona, el desarrollo de la cultura, la mirada hacia el continente africano, la civilización de la América recién descubierta y el apoyo prestado al rey consorte en sus empresas de Francia y de Italia.

 La reina Isabel fue una mujer de fe inmensa: de fe religiosa y de fe patriótica. Sin esas dos alas, ningún político podrá volar a gran altura. Con ellas, la reina Católica se elevó a la mayor altura de la historia de España.

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Otra gran virtud política es, por ejemplo, la previsión. En ella sobresalió la reina Isabel. El gran genio que fue Napoleón no tuvo esa virtud y por eso, a su muerte, se derrumbó el gran imperio que soñó para su país. El imperio fundado por Isabel no murió con ella, sino que, gracias a su previsión y a pesar de las circunstancias adversas, se mantuvo durante una centuria.

 Un político no puede ser grande si no gobierna con rectitud de intención. Y en esto, la reina Católica superó con mucho a Fernando de Aragón. Su rectitud de intención la libró de cometer incorrecciones graves en la adjudicación de cargos políticos y religiosos y la impidió dar malos ejemplos a los gobernantes de segunda fila. Sin rectitud de intención se podrá ser un hábil político, pero nunca un gran político.

 Y fue, la reina Isabel, una gran patriota. Su mirada estuvo puesta siempre, no en su familia ni en sus amistades, sino en la España que estaba fundando. Cosa muy de admirar en un momento en que los políticos de su tiempo, en España y fuera de ella, se preocupaban más del esplendor de la Corte que de la grandeza de la Patria. Ella vivió para Dios y para España.

 Amó también la justicia. Un slogan de toda su vida fue el de hacer justicia. Justicia con todos: con los poderosos y con los desvalidos, con los acreedores al premio y con los merecedores de castigo, con los conquistadores de América y con los indios conquistados.

 Fue firme en el obrar. No le tembló el pulso al firmar sus grandes reales órdenes. Que se nos diga cuántas reinas han demostrado, junto a la ternura de la mujer, la firmeza viril de la Reina Isabel. Ella sí que fue la “mujer fuerte” de que habla la Sagrada Escritura.

 La brevedad del artículo no me consiente poner aquí un capítulo que podría titularse “En el que se demuestra lo dicho con algunos ejemplos”. Pero los conocedores de la vida de la Reina podrán decir si he exagerado al hablar de sus grandes virtudes políticas.

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Y fue santa. No ha sido canonizada por la Iglesia, ni puede que lo sea próximamente porque no soplan por ahí los actuales vientos de la historia ni los de la Iglesia.

 Pero no perdamos la esperanza. Ya cambiarán los vientos y entonces se hará justicia, no sólo a las virtudes políticas de la gran Reina, sino a sus virtudes cristianas. Y será la reina Católica y la reina Santa.

 P. Venancio Marcos


Revista FUERZA NUEVA, nº 147, 1-Nov-1969

 

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