EL CATOLICO DE LA CALLE NO ENTIENDE LO DE “CURAS OBREROS"
Torna a
ponerse de actualidad la famosa cuestión de los «sacerdotes obreros». En
Francia, cuna de esta moderna modalidad sacerdotal, se prepara una nueva
experiencia de sacerdotes obreros para 1969. Así lo aseguró hace unos días en
París a los periodistas Monseñor Frossard, en nombre del Cardenal Veuillot.
Por cierto que este mismo Monseñor afirmó que la experiencia primera de hace quince años dio un resultado «francamente
positivo, ya que aquellos curas obreros dejaron su impacto y su huella
en el mundo obrero...»
Desde luego,
el resultado fue francamente positivo para el mundo obrero, para el mundo
obrero comunista, claro es. Porque para el mundo católico, para el mundo
sacerdotal y para el mundo piadoso, fue escandalizante, verdaderamente
catastrófico. Quince o veinte de aquellos sacerdotes dejaron el sacerdocio y
se pasaron al Comunismo. Más de cuarenta perdieron el espíritu sacerdotal, se
aseglararon y hasta algunos se echaron novia y se casaron por lo civil. Y el
resto tornaron a sus lares parroquiales, sin pena ni gloria, después de haber
hecho solemnemente el ridículo ante sus compañeros de trabajo que vieron su
ineptitud profesional porque no sabían una palabra de los menesteres del
oficio, y también ante los fieles que quedaron nada o menos atendidos en sus
demandas espirituales.
Si a todo eso
el Monseñor francés llama resultado «francamente positivo», francamente
también no lo entendemos. Este elegante Monseñor o está equivocado o está mal
de la vista. No así opinó la Santa Sede cuando ordenó desautorizar tal
experiencia sacerdotal y dio unas normas rígidas y graves a que se habían de
atener ulteriores
experiencias.
Estas
determinaciones pontificias no debieron tener un éxito muy rotundo, que
digamos. Porque los curas franceses persistieron en su actitud, y su ejemplo
pasó a España. Cosa ya desfasada, pues hace ya muchos años que los españoles
habíamos dejado de ser imitamonas de los franceses. Y así surgieron en estos
años, acá y allá, en Barcelona y Madrid principalmente, curas cerrajeros,
curas electricistas, curas albañiles, y hasta un cura taxista en Madrid,
trabajando en «taxi» propio, lo que en medio de todo hay que alabar, porque
más sincero y menos hipócrita es dar la cara y trabajar en «taxi» propio que
no poseer en propiedad uno o varios taxis; y para disimular la cosa pagar a
un asalariado para que lo trabaje, como hacen algunos reverendos presbíteros
que conocemos.
Lo hemos
dicho alguna vez desde estas mismas columnas, y nos atrevemos a repetirlo.
Este embeleco de los «curas obreros», que inventó el clero francés, es un
perder el tiempo –y no hay derecho a perder el tiempo en la actividad
apostólica de la Iglesia- y un sacar de quicio la sagrada profesión sacerdotal.
Se nos antoja
que con los «curas obreros» pretendióse resolver, o, por lo menos remediar,
dos problemas que, desde ha mucho, vienen inquietando a la Iglesia: el
problema social o de las relaciones de obreros y patronos, y el problema de
la apostasía de las masas obreras.
Pues bien, ni
uno ni otro resolvieron o mejoraron los consabidos curas.
Haciéndose
obreros, y menos obreros de pega, como lo fueron, nada consiguieron con
respecto a la mejora de las relaciones entre obreros y patronos. Pues no se
sabe que, con su presencia en fábricas y talleres, disminuyeran las
apetencias desmedidas de los obreros ni aumentara la productividad de los
mismos. Entonces, ¿no hubiera sido mejor que se hicieran, en vez de curas
obreros, «curas patronos», puesto que la solución del problema social estriba
en gran parte en que los patronos cumplan sus deberes de justicia social para
con los obreros? Mas esta solución tendría también un grave inconveniente.
Los obreros aumentarían sus recelos contra la Iglesia: creerían que los curas
se pasaban al bando de los patronos explotadores.
Y por lo que
se refiere a a tan llevada y traída «apostasía de las masas obreras», todavía
no sabemos qué masas obreras han vuelto a la Iglesia porque unos cuantos
curas se hayan quitado la sotana y puesto un mono de trabajo, o hayan
abandonado sus menesteres ministeriales para ir a un taller o fábrica a hacer
tornillos, lugares donde jamás se les echó de menos. Porque donde el obrero y
todo fiel cristiano, rico o pobre, quiso siempre ver al sacerdote fue
al pie de la cama del enfermo pobre, o en el fondo del tugurio miserable, o
enseñando el catecismo a Jos pequeños, o simplemente
rezando junto a los Sagrarios abandonados de las iglesias, porque se
habla de que las gentes ya no visitan al Santísimo y son los curas los primeros
que no lo hacen…
Sí, los
«curas obreros» no remediaron la apostasía de las masas obreras. A lo más tal
vez consiguieron llevar a la iglesia a algún compañero de trabajo, más por la
simpatía personal que por convicción sincera. Por aquello de que «¡hombre, me
gusta este cura por lo machote que es, porque con él se puede alternar en
todos los sitios y hablar de todo, incluso de mujeres!»...
¡Menguadas
conquistas apostólicas, las .de los «curas obreros»! Con razón las llama
«impacto o huella» el mencionado monseñor Frossard, que impresionan de
momento, halagan un tanto a la galería, pero que dejan intacto el problema de
fondo. Y sobre todo, que no compensan el mal efecto que causa en las almas
rectas, en los espíritus bien formados, el ver a un sacerdote dedicado a menesteres
para los cuales no fue creado, totalmente desquiciado de su vocación y de la
ejemplaridad de su vida sacerdotal.
Trabaje el
sacerdote siquiera las ocho horas diarias, como hace un obrero. Pero que las
trabaje en lo «suyo», esto es, en la oración, en el estudio, en el
confesonario, visitando y socorriendo enfermos, instruyendo a grandes y
pequeños en las verdades de la fe, dando a todos el ejemplo de su pobreza, de
su trato sencillo, etcétera, y ya se verá cómo para adueñarse de las masas y
llevarlas a Dios, de manera más eficaz, no es menester que se haga obrero, obrero
material. Bastará que sea en todo momento un auténtico y espiritual obrero en
la Viña del Señor, que no es precisamente el taller de la esquina o la
fábrica de Villaverde Bajo.
Además —y repetimos
conceptos ya expuestos en otra ocasión— si este modernísimo y sugestivo
apostolado sacerdotal fuera tan beneficioso para la Iglesia y para las almas,
como dicen sus defensores y practicantes, ¿cómo los Papas lo han omitido en
sus encíclicas sociales y cómo el Concilio lo ha silenciado y también el
Sínodo episcopal, y cómo los obispos no crean en los seminarios escuelas de
instrucción profesional —más o menos aceleradas— para que los seminaristas
sean el día de mañana no sólo buenos sacerdotes, sino también expertos
torneros, fresadores, soldadores, electricistas, albañiles, etc..? ¿Habrá que
suponer un fallo, un tremendo fallo, en las previsiones pastorales de la
Iglesia?...
Estas y otras preguntas se hace el católico de la
calle. Porque no entiende, no entiende esto de los «curas obreros».
GARCINUÑO
Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario