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sábado, 4 de octubre de 2025

Sobre los “curas obreros”

 Artículo de 1967

  EL CATOLICO DE LA CALLE NO ENTIENDE LO DE “CURAS OBREROS"

 Torna a ponerse de actualidad la famosa cuestión de los «sacerdotes obreros». En Francia, cuna de esta moderna modalidad sacerdotal, se prepara una nueva experiencia de sacerdotes obreros para 1969. Así lo aseguró hace unos días en París a los periodistas Monseñor Frossard, en nombre del Cardenal Veuillot. Por cierto que este mismo Monseñor afirmó que la experiencia primera de hace quince años dio un resultado «francamente positivo, ya que aquellos curas obreros dejaron su impacto y su huella en el mundo obrero...»

 Desde luego, el resultado fue francamente positivo para el mundo obrero, para el mundo obrero comunista, claro es. Porque para el mundo católico, para el mundo sacerdotal y para el mundo piadoso, fue escandalizante, verdaderamente catastrófico. Quince o veinte de aquellos sacerdotes dejaron el sacerdocio y se pasaron al Comunismo. Más de cuarenta perdieron el espíritu sacerdotal, se aseglararon y hasta algunos se echaron novia y se casaron por lo civil. Y el resto tornaron a sus lares parroquiales, sin pena ni gloria, después de haber hecho solemnemente el ridículo ante sus compañeros de trabajo que vieron su ineptitud profesional porque no sabían una palabra de los menesteres del oficio, y también ante los fieles que quedaron nada o menos atendidos en sus demandas espirituales.

 Si a todo eso el Monseñor francés llama resultado «francamente positivo», francamente también no lo entendemos. Este elegante Monseñor o está equivocado o está mal de la vista. No así opinó la Santa Sede cuando ordenó desautorizar tal experiencia sacerdotal y dio unas normas rígidas y graves a que se habían de atener ulteriores experiencias. 

Estas determinaciones pontificias no debieron tener un éxito muy rotundo, que digamos. Porque los curas franceses persistieron en su actitud, y su ejemplo pasó a España. Cosa ya desfasada, pues hace ya muchos años que los españoles habíamos dejado de ser imitamonas de los franceses. Y así surgieron en estos años, acá y allá, en Barcelona y Madrid principalmente, curas cerrajeros, curas electricistas, curas albañiles, y hasta un cura taxista en Madrid, trabajando en «taxi» propio, lo que en medio de todo hay que alabar, porque más sincero y menos hipócrita es dar la cara y trabajar en «taxi» propio que no poseer en propiedad uno o varios taxis; y para disimular la cosa pagar a un asalariado para que lo trabaje, como hacen algunos reverendos presbíteros que conocemos.

 Lo hemos dicho alguna vez desde estas mismas columnas, y nos atrevemos a repetirlo. Este embeleco de los «curas obreros», que inventó el clero francés, es un perder el tiempo –y no hay derecho a perder el tiempo en la actividad apostólica de la Iglesia- y un sacar de quicio la sagrada profesión sacerdotal.

 Se nos antoja que con los «curas obreros» pretendióse resolver, o, por lo menos remediar, dos problemas que, desde ha mucho, vienen inquietando a la Iglesia: el problema social o de las relaciones de obreros y patronos, y el problema de la apostasía de las masas obreras.

 Pues bien, ni uno ni otro resolvieron o mejoraron los consabidos curas.

 Haciéndose obreros, y menos obreros de pega, como lo fueron, nada consiguieron con respecto a la mejora de las relaciones entre obreros y patronos. Pues no se sabe que, con su presencia en fábricas y talleres, disminuyeran las apetencias desmedidas de los obreros ni aumentara la productividad de los mismos. Entonces, ¿no hubiera sido mejor que se hicieran, en vez de curas obreros, «curas patronos», puesto que la solución del problema social estriba en gran parte en que los patronos cumplan sus deberes de justicia social para con los obreros? Mas esta solución tendría también un grave inconveniente. Los obreros aumentarían sus recelos contra la Iglesia: creerían que los curas se pasaban al bando de los patronos explotadores.

 Y por lo que se refiere a a tan llevada y traída «apostasía de las masas obreras», todavía no sabemos qué masas obreras han vuelto a la Iglesia porque unos cuantos curas se hayan quitado la sotana y puesto un mono de trabajo, o hayan abandonado sus menesteres ministeriales para ir a un taller o fábrica a hacer tornillos, lugares donde jamás se les echó de menos. Porque donde el obrero y todo fiel cristiano, rico o pobre, quiso siempre ver al sacerdote fue al pie de la cama del enfermo pobre, o en el fondo del tugurio miserable, o enseñando el catecismo a Jos pequeños, o simplemente rezando junto a los Sagrarios abandonados de las iglesias, porque se habla de que las gentes ya no visitan al Santísimo y son los curas los primeros que no lo hacen…

 Sí, los «curas obreros» no remediaron la apostasía de las masas obreras. A lo más tal vez consiguieron llevar a la iglesia a algún compañero de trabajo, más por la simpatía personal que por convicción sincera. Por aquello de que «¡hombre, me gusta este cura por lo machote que es, porque con él se puede alternar en todos los sitios y hablar de todo, incluso de mujeres!»...

 ¡Menguadas conquistas apostólicas, las .de los «curas obreros»! Con razón las llama «impacto o huella» el mencionado monseñor Frossard, que impresionan de momento, halagan un tanto a la galería, pero que dejan intacto el problema de fondo. Y sobre todo, que no compensan el mal efecto que causa en las almas rectas, en los espíritus bien formados, el ver a un sacerdote dedicado a menesteres para los cuales no fue creado, totalmente desquiciado de su vocación y de la ejemplaridad de su vida sacerdotal.

 Trabaje el sacerdote siquiera las ocho horas diarias, como hace un obrero. Pero que las trabaje en lo «suyo», esto es, en la oración, en el estudio, en el confesonario, visitando y socorriendo enfermos, instruyendo a grandes y pequeños en las verdades de la fe, dando a todos el ejemplo de su pobreza, de su trato sencillo, etcétera, y ya se verá cómo para adueñarse de las masas y llevarlas a Dios, de manera más eficaz, no es menester que se haga obrero, obrero material. Bastará que sea en todo momento un auténtico y espiritual obrero en la Viña del Señor, que no es precisamente el taller de la esquina o la fábrica de Villaverde Bajo.

 Además —y repetimos conceptos ya expuestos en otra ocasión— si este modernísimo y sugestivo apostolado sacerdotal fuera tan beneficioso para la Iglesia y para las almas, como dicen sus defensores y practicantes, ¿cómo los Papas lo han omitido en sus encíclicas sociales y cómo el Concilio lo ha silenciado y también el Sínodo episcopal, y cómo los obispos no crean en los seminarios escuelas de instrucción profesional —más o menos aceleradas— para que los seminaristas sean el día de mañana no sólo buenos sacerdotes, sino también expertos torneros, fresadores, soldadores, electricistas, albañiles, etc..? ¿Habrá que suponer un fallo, un tremendo fallo, en las previsiones pastorales de la Iglesia?...

 Estas  y otras preguntas se hace el católico de la calle. Porque no entiende, no entiende esto de los «curas obreros». 

GARCINUÑO


 Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967


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