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miércoles, 24 de septiembre de 2025

Persecución marxista en Tarragona

 

 EL CANÓNIGO SERRA VILARÓ, NOTARIO DE LA PERSECUCIÓN MARXISTA EN TARRAGONA 

En el pasado octubre (1969) falleció el conocido arqueólogo e ilustre investigador y canónigo tarraconense Juan Serra Vilaró (1879-1969). En mi viaje de bodas tuve la suerte de que él mismo fuera el guía que nos mostrara y explicara con toda clase de detalles la romanidad de las murallas de Tarragona. Amigo de la familia de mi esposa, nos complació con inolvidables explicaciones, pródigas de curiosidades y detalles.

 Ahora, “Serra d’Or”, de enero pasado, le dedica un artículo firmado por Andrés Tomás y Ávila, glosando la figura de mosén Serra Vilaró. Creemos que es de justicia se le recuerde.

 Nacido en Cardona, de la diócesis de Solsona, el entonces obispo de la misma, doctor don Francisco Vidal y Barraquer, le encargó la dirección del Museo Diocesano. Su labor fue ardua y de una fecundidad arqueológica impresionante. Publicó mucho.

 El cardenal Vidal y Barraquer, ya arzobispo de Tarragona, invitó a mosén Juan Serra Vilaró a incorporarse a esta archidiócesis, donde tendría un lugar ideal para su especialidad. Sus descubrimientos arqueológicos, de antiguos sarcófagos cristianos, de excavaciones exhaustivas sobre San Fructuoso, de los fondos del archivo de la catedral de Tarragona, sobre la Tarragona romana, y muchos otros aspectos, llenan capítulos señalados del talento singular de este eximio investigador catalán. Descubrió una antigua necrópolis paleocristiana, en donde, por voluntad expresa, ha sido enterrado.

 Pero el canónigo Juan Serra Vilaró no es solo el escritor, el arqueólogo, el investigador, el polemista, el archivero, cuyos estudios serán imprescindibles, en adelante, por los que cultivan estas disciplinas. El canónigo Juan Serra Vilaró escribió un libro  del que “Serra d’Or” (benedictinos de Montserrat) ni siquiera hace mención, que tiene la más plena actualidad, de hechos históricos sucedidos en nuestros días. Tal libro (1), tiene un valor preclaro, por tratarse de un íntimo amigo del cardenal Vidal y Barraquer, con sus juicios muy explícitos y contundentes sobre una situación y unos hechos juzgados no con criterios políticos sino desde un punto de vista estrictamente histórico, religioso y sacerdotal.

 Además, no se puede olvidar que el canónigo Juan Serra Vilaró era un antiguo redactor de la página artística de “La Veu de Catalunya”, órgano de la Lliga Catalana, asiduo colaborador del “Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans” y de “Estudis Universitaris Catalans”. Con una adscripción claramente definida de catalanismo de la Lliga, en la hora de la verdad, el recopilador y biógrafo de los 135 sacerdotes asesinados en Tarragona, además de su obispo auxiliar doctor Manuel Borrás y Ferré, no pudo menos que registrar con toda gallardía y veracidad la vileza del sadismo de los hombres de la “Generalitat” y de todo el Frente Popular. Todavía guardo la carta en la que pedía a nuestra familia datos sobre el asesinato de nuestro pariente reverendo Jaime Tarragó Iglesias, asesinado en Torredembarra.

 Para suplir la laguna de la revista “Serra d’Or” y para que sea conocido el estilo directo del canónigo Juan Serra Vilaró, reproducimos aquí unas páginas del precioso libro “Víctimas Sacerdotales del Arzobispado de Tarragona”, que, dedicado y rubricado por él, guardamos en nuestra biblioteca familiar.

 Destacamos estos párrafos:

 Hemos dado el título de persecución religiosa a la hecatombe marxista que padeció la Archidiócesis de Tarragona, por cuanto lo fue en toda la extensión del contenido de esta palabra, ya que la furia destructiva alcanzó a toda suerte de objetos religiosos destinados al culto público, al familiar y al individual, y a las personas, tanto eclesiásticas como civiles.

 “Con públicos pregones eran invitadas las gentes, bajo amenazas gravísimas, como todas las amenazas rojas, a que destruyeran las imágenes y objetos religiosos, o a que los llevaran a la plaza, donde se perpetraba el espectáculo de una hoguera sacrílega, acompañada de las burlas más grotescas y más estúpidas. Unos bailaban con una imagen con actos soeces e inmundos; otros vestían los instrumentos del culto parodiando sarcásticamente la sagrada liturgia, cometiendo las más insanas barbaridades que le sugería su concepción enferma. Hasta las señoras que viajaban en los trenes eran registradas, por si llevaban medallas u otros objetos piadosos, y los mismos presos, a pesar de haberlos registrado cuando fueron aprehendidos. En el puerto de Tarragona fueron habilitados, para cárceles, los barcos “Río Segre”, “Isla Menorca”, “Ciudad de Mahón” y, por pocos días, el “Cabo Cullera”. Al pasar los presos de un barco a otro eran minuciosamente registrados. El primer cambio fue del “Cabo Cullera” al “Río Segre”; todos los presos, uno por uno, fueron cacheados y despojados de cuantos objetos religiosos poseían.

 De antemano se les avisó que espontáneamente los entregaran, y que el encontrarles tales objetos ocultos sería causa agravante en su expediente. Los objetos de plata y oro, como medallas, crucifijos etc., los secuestradores se los guardaron y, los demás, los arrojaron al mar. Durante algunos días flotaron numerosas estampas y libros. Algunos presos escondieron los objetos religiosos en el barco, para no entregarlos, otros los arrojaron al mar, otros se ingeniaron como pudieron para conservarlos; y sabemos de uno que pasó la medalla del escapulario oculta debajo de la lengua.

 Antes de entregarse de lleno a la ejecución de las personas, los rojos iluminaron el tambaleante orden social con las devoradoras llamas de los templos y de las imágenes y vestiduras litúrgicas. Está iluminación siniestra les patentizaba la indiferencia y la cobardía del pueblo, franqueándoles de par en par las puertas para penetrar en las casas a sangre y saqueo impunemente. Además de los individuos y de los hogares, todas las iglesias fueron saqueadas y devastadas, destrozando los altares las imágenes y el mobiliario litúrgico. En muchas se hizo una pira con estos enseres en medio del templo, causando graves desperfectos a la fábrica de los mismos; algunos fueron demolidos totalmente y, todos, destinados a usos profanos con caracteres de malicia perversa, transformándolos en establos, corrales, salas de espectáculos, de baile, etc.

 Debemos dedicar dos palabras, como una excepción, a la Catedral, que los rojos enseñaban a los extranjeros para alardear del interés que ellos tenían en la conservación de los templos. La Catedral de Tarragona no se salvó por espíritu marxista, sino por los intelectuales al servicio de los rojos, que la convirtieron en museo destruyendo cuanto juzgaron poco digno del museo por ellos concebido, llegando a la fundición de la rica custodia, fruto de la munificencia de algunos arzobispos, que culminó en la obra del arquitecto Bernardino Martorell. Sin embargo, al entrar las fuerzas victoriosas de Franco, faltaban en ella doce altares, todos los retablos y tablas de algún valor arqueológico, todos los tapices, joyas litúrgicas y vasos sagrados. Lo mejor había emigrado y, gracias a la victoria, se ha podido recuperar casi todo en el extranjero o camino de la frontera. Esta excepción no destruye el criterio de que la finalidad de marxista consistió en el saqueo, destrucción y profanación de todo objeto destinado al servicio de la religión”.


 Crímenes y víctimas de los rojos

 El canónigo Serra Vilaró no se concreta en valorar las pérdidas artísticas que, por su condición de especialista, tanto le importaban. Se siente, por encima de todo, historiador eclesiástico, y enumera con justeza los procedimientos de la sistemática revolución marxista, preparada de antemano y que se hubiera entronizado definitivamente sin la liberadora y gloriosa gesta de la Cruzada. El antiguo colaborador de “La Veu  de Catalunya”, uno de los eclesiásticos de más prestigio intelectual del catalanismo, en la línea contemporizadora y adhesionista en favor de la República, partidario del “Estatut de Catalunya”, muy alejado de cuanto significara carlismo militante y mucho más de Falange Española, enjuicia la actuación del Frente Popular y su “Generalitat de Catalunya” de esta manera:

 La consigna revolucionaria dada por los dirigentes soviéticos comprendía tres etapas: la primera, procurar el desorden social; la segunda, apoderarse de los resortes del poder; y la tercera, ya dueños de la situación, perseguir y “liquidar” a todas las personas eclesiásticas y civiles que, con su prestigio, pudieran organizar al pueblo contra la minoría que lo tiranizaba. Por esto, el primer día, aconsejaban a los párrocos que se escondieran, diciéndoles que ellos les ayudarían a ausentarse y que no podían responder de su vida si continuaban en su puesto; el segundo día, ya les buscaban y detenían; y el tercero, los asesinaban. Siendo su objeto destruir la sociedad en la forma que estaba constituida para levantar sobre sus ruinas el despotismo soviético, como la primera resistencia chocaba con la Religión, que es y ha sido siempre el principal sostén del orden social, por esto se atacó con mayor saña y de la manera más perversa a sus ministros, los sacerdotes.

 Para inducir a las víctimas, ya dominadas por el terror, a que les siguieran, y dejar con alguna esperanza de tranquilidad a los familiares, cuando se los arrebataban, el engaño y la mentira era el único impulso que guiaba su ánimo en la investigación de su verdad. Dos o tres sicarios no habrían podido asesinarlos ante el pueblo y torturarlos con obscenas y cruentas amputaciones; en cambio, que fueran conducidos a declarar ante el Comité superior era cosa más sufrible, más tolerable. Pero cuando los sicarios iban a detenerlos era aquel Comité informado por uno de estos degenerados, con el alma echada a las espaldas, había dictado la sentencia de muerte. En la gran mayoría de los casos, los comisarios discutían y decretaban las personas que debían ser asesinadas, constándonos de una comarca que todos los crímenes que se atribuyeron a los incontrolados habían sido, de antemano, decididos y rubricados por el comisario local, que fue a buscar sicarios de otros pueblos para ejecutores de sus sentencias.

 A veces, cuando querían justificar, claro que con la justicia roja, su bestial proceder, en el primer registro ocultaban debajo de un colchón o en otro sitio armas o municiones que eran “encontrados” por los segundos registradores que, a voz en grito, sin más juez que sus desafueros, lo divulgaban como un himno a su honorabilidad ante el crimen que estaban perpetrando. El proceder de estos verdugos era cruel, inhumano y feroz, ya que gozaban con el sufrimiento de las víctimas. El grupo de intrépidos atletas de Cristo, sacrificados cerca del cementerio de Valls, el 25-VIII-1936, al ser conducidos prisioneros en un camión, cantó por el camino el “Crec en un Déu”; ametrallados, quedaron sólo con heridas buena parte de ellos, y, sin ser atendidos en sus horrorosos sufrimientos, fueron echados al camión y, vivos y muertos, enterrados en la gran huesa, que antes tenían preparada. Fue tanta la hediondez que se desprendió de aquella huesa, que, a ruegos de la vecindad, a los dos días, las autoridades tuvieron que cubrirla de cal viva.

 La mayoría de las ejecuciones de uno o dos individuos son sospechosas de cruentos martirios, y todas, de ultrajes de palabra, martirio y ultrajes que se iniciaban en el vehículo. Por esto las víctimas eran conducidas a despoblado, lejos de toda presencia testifical, donde el instinto inhumano y sanguinario de seres embrutecidos se cebaba a su placer. Esto hace que sean pocas las víctimas cuyo martirio no sea algo conocido, y algunos pueden deducirse por el estado de los cadáveres, que pudieron ser reconocidos por sus familiares. La finalidad de los dirigentes era borrar los vestigios de la brutalidad de sus sicarios”.

 Verdaderos martirios y cristiano perdón

 No deja el canónigo Juan Serra Vilaró de enmarcar en sus términos emocionantemente de vivas reproducciones del mismo espíritu de los mártires de los primeros siglos del cristianismo, la decisión y generosidad con que durante la etapa roja fueron sacrificados nuestros hermanos, así como la magnanimidad del heroico perdón que ha cimentado nuestra presente cristiana hermandad. Continúa testificando el canónigo Serra Vilaró:

 Durante los días de la persecución, el concepto que tenía el pueblo fiel del objetivo rojo de tan cruentos sacrificios era que se pretendía suprimir por completo a la Religión, y que las víctimas inmoladas eran verdaderos mártires de Cristo. Ha llegado a nuestras manos una octavilla impresa clandestinamente en aquellos días, conteniendo una “Oració per a demanar la Pau”: después de pedir al Dios de las Misericordias que se compadezca de tantas madres doloridas por la suerte de sus hijos; que tenga piedad de tantas familias privadas de padre; de tantos hermanos que gemían en inmundas mazmorras; y piedad para los desventurada España (…) invocaban su intercesión de la manera como siempre la Iglesia invocado a sus Santos. El concepto de los cristianos, que disfrutamos de la Paz y de la Victoria que habrá merecido la sangre de tantas víctimas, es y debe ser que el Señor conceda un sincero arrepentimiento a los asesinos y que perdone a estos criminales que, preeminentemente dotados del fondo de la crueldad ancestral que anida en el corazón humano, han vertido tanta sangre inocente. (…)

 Siguiendo, pues, este concepto cristiano, a pesar de que han venido a nuestro conocimiento los nombres de los instrumentos materiales, nos hemos permitido olvidarlos y les perdonamos, como algunas víctimas manifestaron sus votos de perdón en el momento del doloroso suplicio. Nuestro ferviente anhelo es que se conviertan y pidan misericordia ante el tribunal de la Gracia”.

  

De acuerdo con “Serra d’Or” y un poco de lógica

 Serra d’Or”(benedictinos de Montserrat), en su elogio a Juan Serra Vilaró, concluye: “Sus estudios y el espíritu que ponía en sus investigaciones hacen que la obra y la personalidad de mosén Serra Vilaró representen un valor y un ejemplo que el país no puede olvidar, y habrían de constituir para muchos un impulso para continuarlas”.

 Ciertamente, pero falta decir que mosén Serra Vilaró no siquiera habría podido subsistir si hubiera caído en manos de las “Patrullas de Control”, de los “Comités” y de los asesinos alentados por la “Generalitat de Catalunya”. Es por esas razones que el canónigo Serra Vilaró sintió de la persecución marxista y de la Cruzada Nacional como Pío XII y Pío XII, como los cardenales catalanes Gomá y Pla y Deniel, de los que discrepó aquel desgraciado y escandalizador abad Aurelio María Escarré (2).

 El canónigo Serra Vilaró entendió perfectamente que el antiguo catalanismo de la Lliga había desembocado naturalmente en la demagogia de la “Esquerra Republicana de Catalunya”. Y la “Esquerra” estaba totalmente al servicio de los asesinatos y destrucciones que denunciaba Serra Vilaró. Cuando Luis Companys, como presidente de la “Generalitat de Catalunya”, en las jornadas de julio de 1936, recibió a los representantes de la CNT y de la FAI, les dijo textualmente: “Habéis vencido y todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo”. El “fascismo” en boca de Companys significaba la Iglesia y los millares de hombres que ellos estaban asesinando…

 Juan Serra Vilaró, amante de los mártires cristianos y descubridor de un complejo funerario paleocristiano -un fabuloso punto de atracción para historiadores e investigadores y en cuya tierra sagrada ha querido ser inhumado- no podía ser cómplice ni dedicarse a declaraciones viles y calumniosas a diarios franceses o a la televisión alemana (2), al servicio precisamente de aquellos asesinos. Conviene que “Serra d’Or” y cuantos pensaron políticamente como Serra Vilaró hasta las vísperas de Alzamiento, llegan a las conclusiones que el sentido común y la experiencia histórica sellan para el futuro, a menos que una neurosis incurable o una imbecilidad radical incapacite para reflexionar.

 JAIME TARRAGÓ

  

Revista FUERZA NUEVA, nº 166, 14-Mar-1970

 

(1) “Víctimas sacerdotales del arzobispado de Tarragona durante la persecución religiosa del 1936 a 1939”. Tarragona. 1947

(2) Referencia al “contestatario” Aurelio María Escarré, abad de Montserrat

domingo, 21 de septiembre de 2025

Millones de españoles, segregados lingüísticamente en su propio país

 (Dos artículos de 1978)

  “VAE VICTIS” CONTRA ESPAÑA

¿Qué cabida de “digna”, en el supuesto marco legal “integrador”, tienen los millares españoles expulsados de Vascongadas por decreto de ETA y los millones de habitantes en ellas y en Navarra, dos regiones sin ley, sin seguridad de vidas y haciendas, aherrojados por el terror de un grupo de asesinos ante los brazos cruzados del Gobierno, “espectador”, que se dice, por sarcasmo, defensor de los derechos humanos, y los millones de españoles inmigrados en Cataluña y Vascongadas a cuyos hijos les va a imponer el Gobierno de Suárez, sin recurso, ser enseñados en lengua y cultura vernáculas, en violación de las convenciones internacionales reguladoras de aquellos derechos y suscritas por España, las cuales exigen la enseñanza en el propio idioma, mientras el presidente Suárez repite sin cesar que lo que no consentirá nunca es la dominación del país por un grupo o una facción?

 A esta imposición, auténtico apartheid, no han llegado en la forma que lo establece nuestro marco legal ni las potencias europeas en sus colonias de Asia y África con la población aborigen, más afortunadas desde luego que lo será la población española en las “nacionalidades” autónomas. Y esto se impone en Cataluña, en la cual en la provincia de Barcelona el uso familiar del catalán es el 35 por ciento y el 65 del español, y en Barcelona (ciudad con población no catalana mayoritaria) es el 47 y el 49, respectivamente, y apenas un 5 por 100 habla en Vascongadas el vascuence. Para mayor infamia colonial, esta segregación no corre a cargo de las “nacionalidades” sino del presupuesto del Estado que pagamos todos los españoles. ¿A esto puede llamarse esperanzador futuro de una prolongada y fructífera convivencia civil?

 ¿Existe posibilidad de convivencia y cabida digna para la España que ve cómo a la más incalificable amnistía se contesta con crímenes masivos por parte de los etarras, a cuyos autores el Gobierno no descubre ni juzga; que, a la concesión de la ikurriña y demás enseña separatistas se responde con quemas incesantes de banderas españolas, sin castigo jamás por parte del Gobierno Suárez: que ante la apertura sin límite a las autonomías se enarbola el principio de la independencia, cuyos partidos, cuya propaganda y actos públicos se permiten totalmente, y las propuestas de secesión se consienten y se debaten en las Cortes, lo cual no se ha dado en país alguno europeo, y a favor de aquellos partidos consiente el Gobierno sustituir los Ayuntamientos y Diputaciones legítimas por comisiones gestoras ilegales que prepararán en las elecciones el triunfo del separatismo y la anexión colonial de Navarra?

 Se pretende raer de esas regiones cuanto se refiere a la presencia y el recuerdo de España, de hecho convertida en ellas en nación enemiga. En la nomenclatura de las calles barcelonesas se suprimen los títulos de Reyes Católicos, Hispanidad, Avión Plus Ultra, Covadonga, Concordia y tantos otros; en pueblos guipuzcoanos el nombre de España es sustituido por el de uno de los asesinos ajusticiados. El consejero de Educación de “Euskadi” -es todo un símbolo de lo que serán allí la enseñanza o la cultura- afirma, sin que se le destituya y procese, que si resucitara Sabino Arana, el hombre que decía ser el pueblo español el más vil de la tierra, vería y amaría como hijos a los miembros de ETA y a los partidos abertzales, a los cuales recibió el presidente Suárez el año pasado, les convoca e invita humilde el vicepresidente segundo a cenas de trabajo y pacto, mientras por las mismas fechas caían asesinados dos militares -sin que tampoco se descubra a los autores, claro está- y en el Parlamento un diputado abertzale y un diputado separatista catalán apologizan el terrorismo, aquél, y la independencia, ambos, como si el Gobierno admitiera por anticipado el “vae victis” de los separatistas a la pervivencia de España.

 Al margen de cinismo políticos y de dialécticas enmascaradoras, la realidad -sonrojante- es que hay una España enormemente mayoritaria que está aherrojada, agredida, vejada y negada en sus derechos por el sectarismo revanchista de una minoría -gobiernos, partidos, Cortes y ciertos sectores eclesiásticos- que se atribuyen gratuitamente la significación de la otra España. Y a la España victimada se la inflige por añadidura el máximo agravio moral, el trallazo espiritual de afirmar que la transición tiene lugar sin traumas y de presentar cada acto atentatorio contra ella como un paso más hacia la reconciliación y la paz.

 ¡De los fariseos líbranos, Dios!

 Carmelo VIÑAS Y MEY


Revista FUERZA NUEVA, nº 609, 9-Sep-1978



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A LA SITUACIÓN EN BARCELONA

 (…) La espeluznante televisión catalana (…) En el primer programa nuevo, de entrada, nos ha ofrecido el asunto del día: el decreto del catalán, con la intervención de la untuosa y melosa María Rubíes, que creo que es senadora o senatriz, como dice Camilo J. Cela.

 Lo chusco de este programa es que se nos ha ofrecido una encuesta callejera sobre el decreto del catalán donde ¡en España! ha habido unanimidad total y absoluta. Todo el mundo está encantado con el decreto del catalán, y se ha interrogado especialmente a castellano-hablantes, todos y cada uno de los cuales están contentísimos y opinan que está muy bien que se obligue a aprender catalán. Ni una sola discrepancia, miren ustedes por dónde. Nadie ha mantenido la idea de que hay que respetar la lengua materna; nadie se ha acordado de que en España no se puede exigir más que el español; nadie se ha acordado de que Cataluña, y no digamos Barcelona, es España; nadie se ha acordado de que obligar al catalán a un español-hablante es contravenir los derechos humanos y volver a las cavernas, a fuerza de retrocesos; a nadie se le ha ocurrido que hay millones, digo millones, de español-hablantes que ni en diez años hablarán nada más y nada menos que el idioma español, porque es el suyo, el de la madre que los parió y al que tienen derecho de uso en todo el territorio de España, del que Cataluña (y no digamos la cosmopolita Barcelona, donde son mayoría los que no hablan catalán) forma parte inseparable si no es por la fuerza, fuerza de la que me río a carcajadas.

 Pero en la «tele» catalana, la espeluznante, había consenso total; todos de acuerdo. Vamos a hacernos el loco y simularemos que nos lo creemos y que la encuesta es real y sin cortes. A nadie ha parecido mal, no ya en tal encuesta, sino en los medios de manipulación social ni en el Congreso, Senado y demás instituciones sagradas de la democracia (?) que padecemos, que lo único natural es que se establezcan escuelas en catalán, y el que se quiera ir que se vaya. (…)

 Ramón CASTELLS SOLER

 

 Revista FUERZA NUEVA, nº 615 ,21-Oct-1978

 


martes, 16 de septiembre de 2025

El Compromiso de Caspe (1412) , raíz de la unidad española, visto desde Cataluña

  (Artículo de 1969)

 CATALUÑA Y LA UNIDAD ESPAÑOLA (DOS FECHAS)

 Por  Fray Justo Pérez de Úrbel

Se conmemora en Valladolid (1969) la fecha del 19 de octubre del año 1469, evocando la ceremonia del matrimonio de la princesa Isabel con el príncipe Fernando, y en ella la unión de las coronas de Castilla y Aragón, un paso definitivo en el quehacer de España. El acto revistió la mayor solemnidad, pero tal vez no tuvo la resonancia que el hecho requería. Pasados ya unos meses, conviene insistir en la trascendencia que esa fecha tiene en ese tejer misterioso que la Providencia realiza en nuestro solo peninsular.

 Pero esa fecha nos hace pensar en otra, que es como su premisa y anuncio: la del 28 de junio de 1412, día en que san Vicente Ferrer leyó solemnemente la sentencia de los compromisarios de Caspe, por la cual el abuelo de aquel príncipe Fernando, el vencedor de Antequera, un infante castellano, era proclamado conde de Barcelona y rey de Aragón.

 Desde este instante el acercamiento se va acrecentando paulatinamente hasta llegar a esa unión tan tesoneramente buscada por la princesa de Castilla y más aún por la casa real de Aragón. Ya la misma estirpe (*) gobierna en los dos reinos más importantes de la Península. Los infantes de Aragón son señores poderosos de Castilla; don Enrique de Villena escribe en castellano y en catalán; el arcipreste de Talavera pasa largos años en Barcelona; diversas obras castellanas corren traducidas al catalán; se aclara y afianza la conciencia de la unidad espiritual de España; ya puede escribir el marqués de Santillana: “Patria mía, España”, y desde Aragón se llamaba a don Álvaro de Luna “el mayor hombre d`Espanya”.

 Sensibilidad política

 Antes del acto del 28 de junio de 1412, el arzobispo de Tarragona, uno de los compromisarios, podía declarar que el conde de Urgel, a su entender, tenía mejor derecho, pero que la candidatura de Fernando de Antequera era más provechosa para su tierra. Esto quería decir, en definitiva, que el corazón iba por un lado y la cabeza por otro. Votó por el conde, su amigo, pero se sometió a la decisión de sus compañeros. Hubo otro voto catalán con el cual se cumplió el acuerdo previo; fue el del mercader y banquero Gualbes, el representante de una burguesía que, desde hacía algún tiempo, estaba pasando por una profunda crisis. Tal vez él siguió el camino del provecho. Por una cosa o por otra, Cataluña demostró una exquisita sensibilidad política.

 El conde de Urgel se rebeló contra su afortunado competidor, pero apenas hubo urgelistas fuera de doña Brianda de Luna, abadesa de Trasoveres. El conde rebelde no cuenta con nadie en los tres estamentos catalanes. Hay, sí, un urgelista, que unos años más tarde escribe una apología del malaventurado pretendiente con el título de “El fin del conde de Urgel”, y en ella, a vueltas de denuestos contra la democrática Castilla y contra el atajo de chamorros, vizcaínos navarros y marranos que mangoneaban en torno a los nuevos señores, tiene que reconocer que el buen conde se perdió en el cerco de Balaguer, “porque tenía en contra suya todo el reino y todos los barones y caballeros y toda la gentileza y todos los pueblos”.

 Y que Cataluña no se arrepiente del paso que se había dado en Caspe lo demuestra unas décadas más tarde, cuando se levanta contra el hijo de Fernando de Antequera. No es a Castilla a quien rechaza sino a Juan II. En busca de un rey, no quiere aceptar a un nieto del conde desdichado. Pedro, condestable de Portugal, que se ofrece a la Diputación de Barcelona creyendo que, por ser hijo de Isabel de Urgel, va a ser recibido con los brazos abiertos. Su petición fue desatendida, y entonces, por iniciativa del abad de Montserrat, la Diputación propuso tomar por rey a Enrique IV de Castilla, pues tenía mejores derechos que Juan II, ya que el reino de Aragón, decían los sublevados catalanes, pertenecía al reino de Castilla, puesto que su abuelo Enrique III pasaba antes que el hermano menor, Fernando de Antequera. Es decir que, aun para estos hombres, en medio de su rebeldía contra el rey y de su hostilidad contra la reina, Caspe representaba no sólo lo más razonable desde el punto de vista utilitarista, sino la solución justa, intachable y de una firmeza granítica.

 La gran monarquía

 Pero si el Compromiso era para los pueblos una razón de unidad, lo era más todavía para los reyes de una misma estirpe que ahora gobernaban en Aragón y en Castilla. Todo su esfuerzo va a ser convertir aquella unión familiar en una unión personal. Por eso, antes de morir aconseja Enrique III de Castilla que su hija María se case con el primogénito de su hermano Fernando de Aragón y, efectivamente, la “Noble reina fue la esposa del rey Magnánimo”. 

Por eso, Isabel (la Católica), con el fin de hacer que su hermano Enrique IV aceptase su unión con el príncipe aragonés, le presentaba este matrimonio como más honrado y provechoso, “considerando la unidad de nuestra antigua progenie e lo que se añadiría a la corona d’estos vuestros regnos por causa de tal matrimonio e los merescimientos muy claros de don Fernando de Aragón, abuelo del dicho príncipe rey de Sicilia, y hermano del muy esclarecido príncipe de gloriosa memoria, don Enrique, abuelo de vuestra señoría y mío, cuya postrimera voluntad, expresa en su testamento, fue que siempre se continuasen nuevas conexiones matrimoniales por línea recta del dicho rey, don Fernando, su hermano”.

 Por eso, ante las dificultades que surgían por todas partes en torno al matrimonio de aquella princesa Isabel, a la cual se ha llamado la novia de Occidente, ante las impertinencias de su hermano Enrique, ante las ofertas de Inglaterra, ante las importunaciones del duque de Guyena y las melosidades de Francia y las exigencias de Portugal, la resistencia de Isabel tiene un apoyo infatigable, generoso, decidido y vigilante en el viejo rey de Aragón (Juan II), casi ciego, pero el más clarividente de los políticos de su tiempo, que en medio de las rebeldías de sus súbditos y de las luchas con los franceses, no olvidaba nunca la mano de la princesa castellana.

 Juan II de Aragón, nacido en Castilla, aragonés de corazón, y más que aragonés y castellano, español, había visto que la unión de Castilla y Aragón en su hijo Fernando y en la joven Isabel haría la gran monarquía capaz de hacer frente a otros poderes que se alzaban ya en el horizonte de Europa. Después de leer el libro que le dedicó el historiador catalán Vicens Vives nos damos cuenta de que, sin mermar el tesón de la novia ni el entusiasmo del novio, fue el principal artífice de aquella unión. La concibió con visión certera, la planeó con suprema habilidad, la negoció con generosidad, hasta cuando tenía hipotecado el collar de perlas y pedrería que debía servir a modo de arras. Compra, adula desarrolla prodigios de diplomacia y astucia, insiste, transige, renuncia y al fin puede ver realizado aquel ideal unitario y, cuando realizada ya la ceremonia de Valladolid, llega el príncipe al campamento, escucha con satisfacción y orgullo a un poeta catalán que, en castellano aragonés, saluda la llegada del rey príncipe “que va a ser rey de toda Castilla y luego monarca del mundo”.

 Las ventajas de la unidad

 Todo esto no era más que el corolario del gran día en que san Vicente Ferrer cantó con fervorosa palabra la hermandad de todos los españoles, interpretando el sentir universal. Por un momento prendió un urgelismo egoísta y ciego, llamarada fugaz, que es extinguió ante la hostilidad y la indiferencia. Después, ni los elementos más opuestos al tercero de los Trastamaras se atrevieron a discutir la justicia de la resolución de los nueve. Hasta el anónimo autor del “Fin del conde de Urgel”, tan apasionado por su ídolo, reconoce “los beneficios de la unidad, la fuerza y la grandeza traída por el buen rey don Fernando de Antequera”.

 Era necesario llegar al siglo XX para ver cómo nace una escuela histórica romántica y sentimental, que no cesa de lamentarse de la “debilidad” del rey Martín, de la claudicación de Cataluña, de la “traición” de san Vicente Ferrer, de la “felonía” de Aragón y de la desgracia del pobre conde, que en realidad era un indeseable, a quien el rey Martín apartó de las gradas del trono de una manera consciente y con una voluntad inquebrantable.

 Y gracias a eso, el acto del 28 de junio de 1412 tuvo su lógica coronación en el del 19 de octubre de 1469; gracias a eso, España entraba en la época moderna con una pujanza que pronto se convertirá en hegemonía europea; gracias a eso, un andaluz, Gonzalo de Córdoba, hacía triunfar en los campos de Italia la reclamaciones seculares de Aragón y Cataluña; gracias a eso, la amenaza que avanzaba por Oriente pudo ser alejada del Mediterráneo occidental. ¿Qué hubiera sido del condado barcelonés y del reino de Aragón ante la gran monarquía francesa unificada y, tradicionalmente, aliada de Castilla, y ante las flotas innumerables de Mahomed II y de Solimán el Magnífico? ¿Seguiríamos siendo cristianos sin aquella España poderosa que se anunció el 19 de octubre?


Revista FUERZA NUEVA, nº 1657-Mar-1970

(*) Casa de Trastamara