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lunes, 20 de octubre de 2025

El SÍ de diputados católicos a una Constitución atea

 Artículo de 1978

  TRAICIÓN A LOS CATÓLICOS

 COMO estaba programado por el «consenso» ya ha sido aprobado en las Cortes el proyecto de Constitución que nos deja sin Dios, sin Patria y sin Justicia. Y, como se esperaba, votaron a favor del mismo los diputados y senadores pertenecientes al Opus Dei y a la Asociación Católica de Propagandistas. Ni uno de ellos alzó su voz en pro de los derechos de Dios y de la Santa Iglesia. Ni uno de ellos tuvo el valor de intentar que la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo fuera reconocida. Ni uno de ellos se atrevería a exigir tan siquiera la mención de Dios en el texto fundamental para una nación de mayoría católica y con una tradición multisecular donde la fe ha representado su ingrediente más acusado.

 Todos esos representantes de profesión «católica», entre quienes estaban máximos dirigentes de la Asociación Católica de Propagandistas. y de la Editorial Católica y miembros destacados del Opus Dei, han callado para no irritar a los marxistas y han dado su voto a la Constitución antitea, que se impondrá a este infeliz pueblo. Sólo el senador castellano Fidel Carazo demostraría arrojo para invocar a Dios, ante el abandono de quienes debieron estar en la vanguardia de su defensa y que han preferido el respeto al «consenso» con el marxismo que el respeto y alegación de la inequívoca doctrina del catolicismo expuesta por los Papas.

 ¡Qué lejos han quedado de nuestros héroes y mártires! Porque esos conspicuos «católicos», los cuales se han mostrado incapaces de confesar y mantener la defensa de su fe en el Parlamento donde se decidía el destino de España, que no han movido un solo músculo para reclamar el reconocimiento de Dios y de sus derechos, no sólo han defraudado a todos los demás miembros de la Asociación Católica de Propagandistas y del Opus Dei —la mayoría excelentes cristianos— que seguro adoptarían en gran parte una actitud muy distinta, y que se ven hoy

«salpicados» sin querer por aquéllos, sino que además han traicionado a las legiones de mártires, que en esta piel de toro ofrendaron sus existencias para que la religión presidiera la vida de la comunidad nacional, muchos de ellos tan recientes. Han eludido el «testimonio» y no han querido «comprometerse», en aras de los vergonzosos pactos con el marxismo, es decir, con el enemigo hoy más peligroso de la fe  católica.

 Por eso, al igual que Eugenio Montes, en momentos también difíciles para la Patria, se les puede arrojar a la cara: «¡En nombre del Dios de mi casta; en nombre del Dios de Isabel y Felipe II, malditos seáis!»

 Ramón de Tolosa


Revista FUERZA NUEVA, nº 61811-Nov-1978

 

domingo, 28 de septiembre de 2025

Cómo votar en el referéndum (1978)

 Artículo de 1978

  ¿CÓMO VOTAR EN EL REFERENDUM?

 EL pueblo católico español vive un momento crucial y decisivo de su historia. La nueva Constitución hace tabla rasa del pasado y diseña un Estado en el que quedan arrancadas las raíces teológicas y filosóficas, y los principios morales de la nación española a través de veinte siglos. Es comprensible que este pueblo pida a sus maestros en la fe, los obispos, una orientación moral, con ocasión del referéndum, al que se hade someter la nueva Constitución.

 Actitud edificante de un pueblo, que acepta con fe el magisterio instituido por Cristo y desea ser guiado por él y acomodar su conducta a esas autorizadas enseñanzas.

 El magisterio, por su parte, reconoce que tiene el deber de ejercer el poder que Cristo te ha dado y de satisfacer la justa demanda del pueblo. El «voto (en el referéndum) afecta a la conciencia de todos los españoles, y justifica, por ello, una orientación pastoral de los fieles por parte de los obispos. La ofrecemos desde una perspectiva religiosa y moral» (nota de la Comisión Permanente del Episcopado, 28 de septiembre de 1978).

 El problema es el siguiente: hay que votar en bloque la Constitución: en bloque, hay que decir que «sí» o que «no».

 Pero en ese bloque hay piezas que no están conformes con la moral objetiva de la religión católica; entonces, el ciudadano católico se pregunta: ¿puedo en conciencia dar mi voto a la totalidad, que incluye normas inmorales? ¿O estoy obligado en conciencia a dar un voto negativo? ¿Puedo votar en blanco o abstenerme de votar?

 EXIGENCIAS MORALES DE TODA CONSTITUCIÓN

 Los obispos españoles creen que «una Constitución se justifica moralmente si salva, globalmente, estas o parecidas exigencias:

• Que ofrezca una base idónea para la convivencia civilizada de ciudadanos, partidos y fuerzas sociales.

• Que garantice suficientemente el ejercicio de los derechos humanos, de las libertades públicas y de los deberes cívicos.

• Que respete los valores espirituales del votante, en nuestro caso, la libertad religiosa y los principios cristianos (L. C. N.° 2).

 Ahora bien, en una Constitución puede suceder que claramente no se respete alguna de esas exigencias: en concreto, el católico puede ver claramente conculcados algunos principios morales de su religión o del Derecho natural. Se podrán también presentar dudas sobre esto: en el texto del articulado puede haber «ambigüedades», «omisiones», «fórmulas peligrosas».

 En estos dos casos, ¿qué debe hacer el católico, en conciencia? ¿Tolerar estas inmoralidades, ciertas o dudosas, en aras de un voto concorde? ¿O tolerarlas, para que, rechazada esa alternativa, no se presenten otras más graves? En otras palabras, si se rechaza una Constitución con los vicios indicados, ¿no se podría proponer otra peor?

 Por mi parte, no creo que la sola concordia en el voto justifique el voto en favor de inmoralidades. Y pienso que tampoco lo justifica el temor a una alternativa peor; porque si el voto de los católicos es suficiente para hacer naufragar una Constitución, creo que su poder político es también suficiente para impedir que se proponga o que triunfe otra peor.

 Esta opción en conciencia, que puede tomar a solas un teólogo o un católico culto, ¿es fácil que la tomen cada uno de los millones de votantes españoles? ¿Es ni siquiera posible, dada la falta general de formación y cultura religioso-moral?

 Y, en ese caso, ¿no es la Iglesia española la que tiene que iluminar la conciencia moral de los católicos? No comprendemos, por tanto, la afirmación de la nota de la Comisión Permanente: «En ninguno de los casos, debe suplantar la autoridad de la Iglesia, imponiendo a otros, por motivos religiosos, nuestra opción personal» (N.° 4).  

Tal afirmación me parece estrictamente contraria a la que se hizo en el N.° 1: «El voto (en el referéndum constitucional) afecta a la conciencia de todos los españoles, y justifica por ello, una orientación pastoral por parte de los obispos.»

 ANTE NUESTRA NUEVA CONSTITUCIÓN

 Las consideraciones anteriores son de índole teórica y general. Apliquémoslas al caso concreto de nuestra nueva Constitución. ¿Tiene cosas inmorales? ¿Tiene «ambigüedades», «omisiones», «fórmulas peligrosas»?

 Los obispos dicen: «No somos ajenos tampoco a las reservas que se le oponen desde la visión cristiana de la vida, v. gr., en materia de derechos educativos o de estabilidad del matrimonio» (N.° 5).

 Vale la pena insistir en los reparos que, desde un punto de vista cristiano, y aun humano, se pueden poner a la nueva Constitución. En su afán concordista o «consensual», carece de algo que han tenido hasta ahora casi todas las cartas fundamentales de las naciones, por ejemplo, la americana, tan democrática ella. Carece de una filosofía de la vida, de una cosmovisión: filosofía que incluya lo trascendente, a Dios. Se ha pretendido que la nueva Constitución, con su vacio ideológico, pueda servir para todas las filosofías de los grupos españoles. Naturalmente, ese vacío lo llenarán los grupos que detenten el poder con sus filosofías, sin las que no puede vivir un partido. Lo que significa que, con esta Constitución, se podrá gobernar, según el turno de los partidos, en católico y en comunista, pasando por los estratos intermedios, es decir, haciendo dar bandazos a la nación a diestra y a siniestra. iMagnífica manera de perpetuar y agravar legalizándolas, las divisiones ciudadanas, que se pretendía eliminar con esta Constitución aséptica!

 La Constitución ignora los deberes de la sociedad para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo. Deberes que solemnemente proclamó el Concilio Vaticano II, y cuyo cumplimiento los católicos españoles deben exigir. Sobre todo, los obispos.

 La Constitución no reconoce claramente los derechos humanos en lo que se refiere a la enseñanza.

 La Constitución prepara el camino para una legislación divorcista: legislación no meramente permisiva, sino constitutiva de un derecho a nuevas nupcias, directamente contrario a la voluntad de Dios.

 Ante estas y otras reservas, que se oponen a esta nueva Constitución, en nombre de la visión cristiana de la vida, los católicos, perplejos, no saben cómo votar en el referéndum: ¿tienen obligación de rechazar tal Constitución? ¿La pueden aprobar, en busca de la unión y concordia de todos los españoles; o también porque, si la rechazan, puede venir otra peor? En esta angustia de conciencia, parece claro que la inmensa mayoría de los españoles no son capaces de juzgar si es voluntad de Dios que prevalezcan los principios cristianos o que prevalezca la concordia nacional; no son capaces de juzgar si, rechazada la Constitución, le sucederá otra peor, o no. Incluso, aunque tal alternativa fuera posible, no son capaces de juzgar si tal previsión les obliga en conciencia a votar a favor de esta Constitución, o si pueden —o tal vez deben— rechazarla, porque no es cierto ni mucho menos que haya de prevalecer otra peor, y, en cambio, es cierto que ahora votan una Constitución inmoral.

 En esta aporía, los católicos piden orientación a la Iglesia española. Los obispos habían dicho que debían responder a esta petición (N.° 1). Líneas adelante, dicen que la autoridad de la Iglesia no debe suplantar la decisión de otros, imponiendo por motivos religiosos su propia opción (N.° 4). No parecen muy coherentes estas dos manifestaciones. Por fin, en el N.° 5, los obispos, sin decir si la Iglesia tiene una opción en pro o en contra de la Constitución, dejan a los católicos libertad de acción, siguiendo el dictamen de su conciencia y sus legítimas preferencias políticas. Lo cual parece que es dejar de nuevo a los fieles en la estacada y no responder a su consulta; consulta necesaria y obligada, como hemos visto.

 Pero una cláusula sibilina parece descubrir algo del juicio de los obispos sobre la moralidad del voto. Dicen que no hay motivos que les obliguen a imponer o prohibir, en conciencia, una forma determinada de voto, es decir, el «si» o el «no».

 Esto parece decir que el católico español puede, en conciencia, aceptar o rechazar la Constitución; que en ningún caso falta a la Moral cristiana: «La Iglesia respeta su opción» (N.° 5).

 Pero, ¡atención!, esto no es afirmar que ambas opciones quepan OBJETIVAMENTE dentro de la Moral; sino que «no se dan motivos determinantes para que indiquemos o prohibamos a los fieles una forma determinada de voto»; que aunque, en tesis, una forma fuera inmoral, en determinadas circunstancias, «en hipótesis» podría no ser inmoral; que cada uno vea en su conciencia si, de hecho, puede votar tales supuestas inmoralidades.

 Mas, ¿no es esto precisamente lo que el pueblo, con todo derecho, preguntaba a sus obispos y lo que éstos se propusieron responder con esta nota de la Comisión Permanente? ¿No estamos ante una evasiva, una sutileza que deja perplejo al pueblo católico español, que quiere saber si con su voto ofende a Dios o no, si daña o no a la religión católica y a su patria?

 • • •

Ante esta respuesta, nos parece procedente sugerir la opción que creemos acertada. No se trata de una orientación magisterial, sino doctrinal, que vale tanto cuanto valga su fundamento racional.

 Se aducen dos razones para justificar un voto positivo a una Constitución que contiene cosas inmorales: la concordia ciudadana y el temor a una Constitución peor. Ya hemos dicho que estas razones no nos parecen convincentes.

 Por tanto, parece que un católico consciente no tiene otra opción que dar un voto negativo en el referéndum.

 Tal vez podríamos deducir esta opción de las mismas palabras de la nota episcopal: es claro que, en principio, hay que votar conforme a la Moral. Solamente razones claras y ciertas de bien común (un mal mayor a evitar) pueden justificar y aun hacer obligatoria la tolerancia de un mal moral: en este caso, la tolerancia de la Constitución, dándole voto positivo. Pero dicen los obispos que no es claro que haya un mal común mayor que sea necesario evitar votando la Constitución. Entonces, parece claro que hay que atenerse a la tesis, al voto en favor de la Moral, al rechazo de la Constitución, emitiendo un voto negativo.

 Juan Calzada S. J.

 

Revista FUERZA NUEVA, nº 615 ,21-Oct-1978

domingo, 21 de septiembre de 2025

Orientación desorientativa de los obispos

 Artículo de 1978 

 ORIENTACIÓN DESORIENTATIVA DE NUESTROS OBISPOS

 EL reducido número de obispos españoles integrantes de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ha hecho pública una «nota» para «orientación pastoral de los fieles... desde una perspectiva religiosa y moral, completando lo tratado en documentos anteriores». La nota es tan vaga, tan ambigua, tan desorientativa que si recurriéramos a «documentos anteriores» del episcopado no difícilmente podríamos demostrar la contradicción existente entre lo que nos enseña y deja de enseñarnos ahora el Magisterio de estos obispos y lo que nos enseña el documento de otros obispos de ahora y de antes, a través de sus cartas pastorales individuales o colectivas. ¡Tan deficiente es el magisterio de las notas!

 Antes, cuando el Episcopado español no se había organizado (o desorganizado) en Conferencia, cada obispo en particular o los metropolitanos, y a veces todos los obispos en general, nos dirigían profundas, claras y exhaustivas cartas pastorales por donde los católicos españoles podíamos ver con claridad, sin ambigüedades, ni contemplaciones, ni ambages lo que la moral católica imperaba en cada momento, al traducirla desde el Evangelio y desde la teología hasta la circunstancia concreta de España. Ahora, desde el Vaticano II, las encíclicas y las cartas pastorales han caído en desuso y, con ello, en lugar de orientarnos, se nos desorienta a los católicos. Este es el caso de la nota del 28-IX-78.

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Yo no sé bien qué pretenden significar los obispos cuando denominan a su comunicado «orientación pastoral». Parece como si eso quisiera decir que los pastores, con esa orientación, nos condujeran a la grey de los católicos a los buenos pastos; colectivamente, como llevan los pastores a su rebaño. Sin embargo, los obispos con esta nota nos dicen que cada cual puede ir a apacentarse por sí mismo en la dirección que quiera: que puede votar contra la Constitución, que puede votar a favor de ella, que puede abstenerse de votar o votar en blanco. Y eso nos lo dicen «desde una perspectiva religiosa y moral», desde el primer punto de la Nota.

 Ya en el tercer punto, los obispos efectúan una reducción. Ya nos hablan de cuando una Constitución se justifica amoralmente», no cuando se justifica desde un punto de vista religioso. Como se ve, este grupo de obispos españoles —que no comprometen a toda la Iglesia— no sólo intentan secularizar España, sino que aceptan la tesis secularista (desechan la tesis católica) para enseñarnos cuándo está justificada una Constitución. Estos obispos, si bien se mira, justifican a una Constitución no con criterios específicamente católicos, sino con los mismos criterios que la justificaría un ateo liberalista.

 Más claramente, los obispos han querido olvidarse que para justificarse una Constitución, desde el punto de vista religioso, es menester que sea formulada desde el postulado religioso, desde el artículo de la fe, consistente en creer que «todo poder viene de Dios» y ha de ejercerse conforme a la Ley moral promulgada por Dios. Así debe creerlo un católico por la revelación de Jesucristo a Pilato y por la revelación de San Pablo a los romanos, especímenes de una revelación patente o latente en cada página de la Historia Sagrada.

 Y si dejamos la Sagrada Escritura y apelamos al Concilio Vaticano II, el Magisterio universal y solemne de la Iglesia nos enseña, recogiendo unos conceptos de la encíclica de Juan XXIII, «Pacem in terris», que «el orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio» (Gaudium & Spes». 26). Ahora bien, nuestra Constitución, que funda el orden social en la soberanía del pueblo, ignorando la soberanía de Dios, no funda el orden social en la verdad, ni hace justicia a Dios, ni está movido por el amor, sino por la lucha de clases, por el odio, ni encuentra en la libertad su equilibrio, sino su desenfreno, su negación.

 Más todavía. Si seguimos leyendo el Vaticano II, encontraremos algo aplicable a la Constitución desde el punto de vista religioso, que también han querido sustraernos estos obispos: «Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad... y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo» (G. & Sp. 34)... «Si la autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras» (G. & Sp., 36)... «A la conciencia bien-formada del seglar toca lograr que la Ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (G. & Sp. 43).

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Pues bien, todos esos imperativos religiosos que estos obispos han querido olvidar, son menospreciados por la Constitución española y, por consiguiente, es obligado que el católico, como quiera ser fiel a su religión, vote contra la Constitución que la clase política hoy dominante nos propone a referéndum. Dicen estos obispos: «Una Constitución se justifica moralmente si salva, globalmente, éstas o parecidas exigencias: Que ofrezca una base idónea para la convivencia... Que respete los valores espirituales del votante»...

 Ahora bien, como desde el punto de vista religioso católico, esa Constitución «no ofrece una base idónea (católica) para la convivencia», ni respeta los valores espirituales del votante (católico), la conclusión que debieran haber sacado los obispos es que los católicos tienen obligación de votar contra esa Constitución.

 Eulogio RAMÍREZ 

 

Revista FUERZA NUEVA, nº 615 , 21-Oct-1978

viernes, 19 de septiembre de 2025

Constitución sin Dios para un pueblo cristiano (1)

 (Artículo de 1978)

 ¿CONSTITUCIÓN SIN DIOS PARA UN PUEBLO CRISTIANO ?

 Monseñor Guerra Campos, obispo de Cuenca: Orientación moral para cristianos

 A falta de una orientación seria y rigurosa para los católicos con vistas al próximo referéndum constitucional, Fuerza Nueva no ha tenido más remedio que recurrir a voces episcopales que hayan ofrecido una guía y un camino para dirigir la conciencia del pueblo creyente. Don José Guerra Campos ha ofrecido, desde su perspectiva de obispo de Cuenca y de pastor, una fórmula, debidamente explicada, que sirve perfectamente para que ese católico que emite el sufragio sepa a qué atenerse. Hoy la publicamos con el ánimo de servir, en la medida de nuestras posibilidades informativas y formativas, a quienes profesando la religión católica, y creyendo firmemente en ella, vayan a acercarse a las urnas en un momento tan delicado y grave de nuestra Patria .

TRAS casi un año de fabricación, el Congreso de Diputados ha terminado el proyecto de nueva Constitución para España.

 Desde la perspectiva de la comunidad católica española hay que registrar un hecho importante: el proyecto de Constitución ha suprimido toda referencia a Dios ya la inspiración cristiana de la sociedad . Hecho más llamativo en estos días en que la Liturgia del Apóstol Santiago, Patrono milenario de España, canta: «Oh Dios, que te alaben los pueblos», porque «gobiernas las naciones de la tierra», y pide que «España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos».

 Las leyes fundamentales hasta ahora vigentes contienen, entre los principios que habían de inspirar las demás leyes y la acción de gobierno, el acatamiento por parte de la nación española a la ley de Dios, según la doctrina de la Iglesia Católica, y el reconocimiento del hombre como portador de valores eternos .

 El Rey, como titular de una monarquía tradicional, católica, social y representativa, ante las Cortes Españolas y con la mano sobre los Santos Evangelios había jurado solemnemente fidelidad a esos principios por dos veces : una al ser proclamado sucesor en la Jefatura del Estado a título de Rey; otro al ser proclamado Rey. La primera vez añadió: «Mi pulso no temblará para hacer cuanto fuere preciso en defensa de los principios y leyes que acabo de jurar.» 

Juraron lo mismo, comprometiéndose a guardar «estricta fidelidad», muchos de los que ahora ejercen cargos de gobierno.

 El proyecto constitucional, tan regresivo en este punto como si España partes ahora de cero, se sitúa en una posición de neutralidad respecto a los valores cristianos, de tan larga tradición en el pueblo. Como consecuencia, la ordenación resultante carece de criterios morales bien definidos, pues la mención de principios superiores —a los que dice subordinar las normas convencionales— se diluye en la ambigüedad . Ejemplo: aunque se habla de «respeto a la vida de todos», portavoces de grupos parlamentarios han declarado en el mismo Congreso que esa norma no cierra el paso al intento de legalizar en su día la matanza de criaturas inocentes e indefensas en edad prenatal. Si se añade que hay otras ambigüedades voluntarias y que el proyecto incluye el principio del divorcio y, de modo más general, omite en gran parte la función positiva, y no meramente permisiva, de los gobernantes en el orden moral y religioso, y además excluye la posibilidad de promover la libre decisión del pueblo en torno a determinadas disposiciones y frente a abusos oligárquicos de los representantes, la supuesta neutralidad se convierte fácilmente en salvoconducto para la agresión .

 En resumen, el hecho que hay que registrar para la historia es éste: nuestros gobernantes, que en gran número se cuentan como católicos, han contribuido decisivamente con su iniciativa a implantar en el orden político la famosa afirmación de don Manuel Azaña, cuando se debatía la Constitución de la República en 1931: «España ha dejado de ser católica» (1).

 • • •

 Apéndice

— Los autores del proyecto defienden su indeterminación y su ambigüedad como conveniente para que la Constitución no sea más que un marco formal o de reglas de juego, capaz de acoger todos los programas, de suerte que los contenidos y los criterios ideales de las leyes y actos de gobierno puedan determinarse en cada caso según la opinión de los equipos de turno.

 ¿Cabe esperar al menos que en el futuro, dentro de ese marco formalista, los católicos con responsabilidad en la acción legislativa y de gobierno harán valer sus convicciones cristianas? (En relación con algún punto, en que interesaba contener posibles reacciones contra ambigüedades pactadas, se ha notificado de modo oficioso y directo al Episcopado el propósito de dar con hechos a la norma ambigua una interpretación aceptable , promesa naturalmente subordinada a la permanencia de ciertos grupos y personas en el Poder.)

 La esperanza podría fundarse en la fe sincera de tantas personas. Sin embargo, no puede ser muy firme respecto a aquellas que han socavado la moral pública infringiendo juramentos sagrados; mucho menos, en los casos en que haya habido juramento falso . Tampoco la esperanza los que, teniendo ahora mismo en sus manos los medios más poderosos de difusión —que, por cierto, aprovechan para los fines que les interesan, con todos los recursos de la información selectiva y del silencio calculados— permiten qué irrumpan en los hogares españoles oleadas de cieno, en una campaña descaradamente corrosiva de los criterios cristianos, en contra de las más recientes y solemnes proclamaciones del Magisterio Pontificio.

 No la garantizan los gobernantes que, profesándose católicos, han tomado la iniciativa de desamparar valores morales cuya tutela, según el Magisterio de la Iglesia Universal, es irrenunciable; o aquellos que hablan de un humanismo cristiano en el que Cristo no es el Señor .

 Pero Dios puede transformar los corazones. Así se lo pedimos.

 José GUERRA CAMPOS

obispo de Cuenca

(25 de julio de 1978,

Día del Apóstol Santiago)

Boletín de la Diócesis 

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 ASI JUSTIFICO AZAÑA EL «ESPAÑA HA DEJADO DE SER CATÓLICA»

 (1) No hablamos de las interpretaciones que la polémica apasionada haya atribuido a esa frase, sino del sentido exacto que le dio su autor según el contexto del discurso. Y nótese que la tesis de Azaña incluía también la mención de la Iglesia Católica en el texto constitucional. Véase: Manuel Azaña, Memorias políticas y de guerra , volumen I, Madrid, Afrodisio Aguado, 1976, páginas 343-348.

No será extemporáneo poner aquí algunas citas textuales:

 El «problema religioso, que es en rigor la implantación del laicismo del Estado con todas sus inevitables y rigurosas consecuencias (...). La premisa de este problema, hoy político, la fórmula yo de esta manera: España ha dejado de ser católica. El problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva e histórica del pueblo español» (...). Esto no es un problema religioso». «El auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la conciencia personal» (...) «Este es un problema político, de constitución del Estado» (...). «Para afirmar que España ha dejado de ser católica tenemos las mismas razones, quiero decir de la misma índole, que para afirmar que España era católica en los siglos XVI y XVII» (...). ¿Qué debe España al catolicismo? «Yo creo más bien que es el catolicismo quien debe a España» (...). «Cuando España era un pueblo creador e inventor, creó un catolicismo a su imagen y semejanza» (...). Pero ahora «el catolicismo ha dejado de ser la expresión y la guía del pensamiento español» (...) «España ha dejado de ser católica, a pesar de que existen ahora muchos millones de españoles católicos» (.-). «¿Podía el Estado español estar divorciado del sentido general de la civilización?» (...). «El Estado se conquista por las alturas» (...). «Un sedimento tarda en desaparecer y soterrarse cuando ya en las altura» se ha evaporado el espíritu religioso que lo lanzó» (...).

 Por esto exigimos «transformar el Estado español de acuerdo con esta modalidad nueva del espíritu nacional. Y esto lo haremos con franqueza..., sin declaración de guerra, antes al contrario, como una oferta, como una proposición de reajuste de la paz (...). ¿Le conviene esto a la Iglesia? ¿No le conviene? Yo lo ignoro; Además, no me interesa; a mí lo que me interesa es el Estado soberano y legislador».

 Después explicó el señor Azaña cómo la separación de la Iglesia y del Estado no equivale a «desconocer que en España existe la Iglesia Católica con sus fieles, con sus jerarcas y con la potestad suprema en el extranjero». Lamentó que no hubiera prosperado la enmienda que proponía como «garantía jurídica de la situación de la Iglesia en España» la «corporación de Derecho Público». Con eso en realidad se sujetaba la Iglesia al Estado. A falta de eso, hay un vacío, que obligará por necesidad política y pública a tratar con la Iglesia de Roma en condiciones no deseadas. Para evitarlo hay que buscar «una solución que, sobre el principio de la separación, deje... al Estado laico, al Estado legislador unilateral, los medios de no desconocer ni la acción, ni los propósitos, ni el gobierno, ni la política de la Iglesia de Roma».

 Más adelante dijo: «En ningún momento, bajo ninguna condición... suscribiremos una cláusula legislativa en virtud de la cual siga entregada a las órdenes religiosas el servicio de la enseñanza» (...). «Esta acción continua de las órdenes religiosas sobre las conciencias juveniles es cabalmente d secreto de la situación política porque España transcurre y que está en nuestra obligación... impedir a todo trance. A mi que no me vengan a decir que esto es contrario a la libertad, porque esto es una cuestión de salud pública».

 

Revista FUERZA NUEVA, nº 615, 21-oct-1978