SEÑOR
PRESIDENTE
Bien sabe
Dios que nos duele el alma al tomar la pluma para escribir lo que sigue. La
tentación que se escurre zalamera, invitando al silencio y a la comodidad de
la murmuración irresponsable, ha tratado de amordazar la pluma -que tiene su
lenguaje escrito- y dejarla inoperante sobre la mesa. Pero hay que vencer la
tentación de las omisiones. Es preciso alejarse, cuando llega la hora difícil
de los canes mudos y de la música frívola y alquilada que pretende
desorientar y aturdir, para que no se oigan ni la voz amenazante del enemigo
despiadado que avanza con dinamita, haciendo correr la sangre, ni el grito de
dolor cientos de miles de españoles sacrificados por una causa nobilísima que
ahora se vilipendia y escarnece. No podemos callar, por dura que sea la
medida que contra nosotros pueda arbitrarse.
Señor presidente:
usted nos ha aludido, sin nombrarnos, unas veces en exclusiva, y otras,
quizá, englobándonos en un abanico más abierto de acusaciones generales, en
sus declaraciones a la Agencia oficial EFE, publicadas el pasado día 11. Nosotros,
que estamos acostumbrados a recibir golpes y a encajarlos, nos damos
públicamente por aludidos.
Señor
presidente: desde el 12 de febrero, desde su discurso ante el pleno de
las Cortes, discurso que nosotros no aplaudimos, viene usted aireando una
política de democratización del país, apelando a la mayoría de edad,
propugnando el asociacionismo como cauce de participación política, haciendo
profesión de fe y de lealtad al futuro y equiparando los maximalismos de uno
y otro signo.
Señor presidente:
nosotros creíamos, de acuerdo con las Leyes Fundamentales del Estado -de las
que por razón de su alta magistratura debe ser usted un servidor ejemplar- que
España, según tantas veces ha dicho y recordado Francisco Franco, artífice
del Régimen, era una democracia orgánica, por lo que, siendo democracia, el
proyecto de democratización que usted propugna no puede ser otro que su
transformación en una democracia inorgánica y liberal, que nosotros
rechazamos.
Señor presidente:
nosotros creíamos que el pueblo español había alcanzado su mayoría de edad
hace muchísimo tiempo, cuando los Reyes Católicos crearon la nación y
pusieron un Estado a su servicio; y que esa mayoría de edad, el pueblo
español -del que tanto se habla y al que tan poco se respeta- la ha
confirmado, ratificado y revalidado en numerosas ocasiones, y últimamente
optando por lucha armada y por un derroche de heroísmo, a fin de mantener su
unidad, su grandeza y su libertad, durante los años de la Cruzada, de la que
fue conductor Francisco Franco.
Señor presidente:
nosotros creíamos que la unidad no era la uniformidad, pero también creemos
que la diversidad no es la dispersión, y menos aún el enfrentamiento, y que,
por lo mismo, ni la solución política del partido único ni la solución
política de la multiplicidad de partidos eran la nuestra, porque la nuestra, conforme
a las doctrinas del Tradicionalismo y de la Falange -que nació como antipartido-,
está en el Movimiento, haz de Principios Fundamentales y organización, de tal
manera que aquéllos sin ésta se volatilizan, y ésta sin aquéllos se reduce a
burocracia y nómina. Por eso, señor presidente, nosotros, que hemos oído en
tantas ocasiones decir al Jefe del Estado y del propio Movimiento que en éste
son indispensables las ideas, la estructura, la disciplina y el Jefe, no acertamos
a comprender la posibilidad de asociaciones políticas identificadas -salvo en
el nombre- con los partidos políticos, ni entendemos cómo las mismas, tal y
como usted las define, pueden coordinarse con el Movimiento definido por
Francisco Franco.
Señor presidente: nosotros creíamos
que el futuro o es una consecuencia del pasado o es una ruptura con el mismo.
Pero no entendemos, o quizá nos sorprende entender, lo que usted ha querido
decir con esa proclamación repetitiva, por utilizar una de sus palabras, de
lealtad al futuro, que por sí solo es el vacío y que, de no serlo, usted no
califica como la perfección y el normal y homogéneo desarrollo de un sistema
político cuyo nacimiento, viabilidad y vitalidad arrancan de los ideales y
las banderas que los signan, del 18 de Julio.
Señor presidente:
nosotros creíamos que el maximalismo de cierto signo, el que usted, sin duda,
nos atribuye, no era malo ni autoexcluyente. Me gustaría que usted señalase
un sólo párrafo de nuestros discursos, conferencias o artículos en el que nos
hayamos colocado en la heterodoxia doctrinal del Régimen, en que hayamos
atacado alguna de las Leyes Fundamentales y en especial los Principios del Movimiento,
en que hayamos exaltado a alguno de sus enemigos o minimizado o despreciado a
los que nos dieron la doctrina y el ejemplo. Por eso, no entendemos y
rechazamos que usted, tomando palabras ajenas, nos ponga en el mismo lugar y
nos equipare con ETA y con el Partido Comunista.
Señor presidente:
nosotros creemos y seguimos creyendo que usted actúa de buena fe, que trata
de servir a España en esta hora incierta, y que, por tanto, no actúa movido
por “ambiciones personales que, como es lógico, siempre tenderían a
revestirse de coartadas ideológicas”. ¿Por qué públicamente -y como contraste-
nos echa en cara ambiciones personales a los que no comulgamos ni con sus
ideas ni con su programa? ¿Es así como entiende usted el pluralismo político,
la democratización y la mayoría de edad del pueblo español? ¿Por qué nos
ofende desde su puesto de gobernante? Admito que usted nos crea equivocados. Pero
que nos dejemos llevar de ambiciones personales los que venimos escuchando
insultos, calumnias, difamaciones, prohibiciones y amenazas por mantener unas
ideas que consideramos consustanciales con España, es inadmisible. Usted ha
hecho esa declaración que nos duele; pero el estilo no es suyo; debe ser de
un amanuense distinguido y retórico que cuela lo que más le acomoda.
Señor presidente:
usted, sin duda, se refiere a nosotros cuando habla de la “incomprensión y
reticencia en algunos sectores proclives a anclarse en la nostalgia” y nos
imputa un “intento monopolizador”. Es una pena que su amanuense no haya
encontrado frases más originales y distanciadas de las que acostumbra a usar
en escritos no oficializados. Son las frases de los que nos increpan a diario.
Pero usted sabe que, si hay nostalgia entre nosotros – que, por otra parte,
no deja de ser un sentimiento respetable-, es por la paz que estamos
perdiendo; por el orden moral que hoy se quebranta; por la tranquilidad de
los españoles, que se ha transformado en zozobra; por las vidas no sólo de los
que velan por la seguridad de los ciudadanos, sino de los ciudadanos que caen
sin otras lamentaciones que las puramente verbales y el consabido eslogan
publicitario de serenidad y democracia; por el honor del país, quebrantado en
tantas latitudes y de tantas maneras, sin una reacción gallarda que nos
alcance el respeto que la nación y el pueblo, tan “mayor de edad”, merecen y
exigen.
Señor presidente:
usted, al aludir a las fórmulas apriorísticas de incorporación de la juventud
a las tareas nacionales, al referirse a “equívocas atribuciones de
representatividad” por parte de un sector más o menos controlado y dirigido,
ha dado un golpe rudo y exterminador a una de las obras, no por deteriorada menos
querida del Movimiento: la Organización Juvenil. Usted la ha descalificado, abrogado
con lenguaje oficial, discriminado ante la opinión pública. Si usted ha sido
capaz de comportarse así con algo tan querido de Franco, tan metido en la
entraña del Sistema, tan vinculado a la Secretaría General y a un ministro de
su Gobierno, cómo pueden extrañarnos los piropos que nos dirige en sus
declaraciones a la Agencia EFE?
Señor
presidente: tenga la seguridad de que nosotros no tenemos ningún
propósito monopolizador y que, desde luego, no monopolizamos la verdad. La
verdad es demasiado grande para que nosotros la poseamos y la monopolicemos. Lo
hemos dicho muchas veces: es la verdad -la que nos hace libres y, por tanto,
dignos- la que nos posee a nosotros, y a la que nosotros, llenos de
imperfecciones, modestamente pero ardorosamente, servimos. En cualquier caso,
aunque sería un mayúsculo e inalcanzable propósito el de monopolizar la
verdad, sería más disculpable que monopolizar de hecho el error, acumular
errores tras errores, corrompe el alma del país, dejarlo a la intemperie, y
obligarle o a rehacer su historia combatiendo o a sumirse en la esclavitud y
la barbarie sin esperanza.
Señor presidente:
no le preocupe demasiado si nuestra posición y nuestra manera de pensar son “legítimos
en el ancho espectro del deseable pluralismo político”, porque, como usted
dice acertadamente, tal posición y tal manera de pensar son incompatibles con
las responsabilidades públicas asumidas por el Gobierno”. Estamos convencidos.
Pero fíjese bien: es usted, y no nosotros, el que nos arroja a la cara la
incompatibilidad, el que nos excluye, el que niega que podamos ser escuchados
y atendidos si tuviéramos razón. Si nuestra actitud “no interfiere ni puede
interferir la acción del Gobierno”, es usted el que nos elimina: el que
después de llamarnos maximalistas y ponernos en el mismo lugar que a los
asesinos de Carrero Blanco, de taxistas, policías, guardias civiles y
ciudadanos de toda clase y condición, nos rechaza olímpicamente, públicamente,
oficialmente y con desprecio.
Señor presidente:
muchas gracias, porque la claridad ilumina y hace que las decisiones se tomen
sin dudas ni inquietud. Nos autoexcluimos de su política. No podemos, después
de lo que ha dicho, colaborar con usted, ni siquiera en la oposición. No
renunciamos a combatir por España, pero hemos comprendido que nuestro puesto
no está en una trinchera dentro de la cual se dispara contra nosotros y se airean
y enarbolan estandartes adversarios.
Señor presidente:
en un diario catalán que no se destaca precisamente por su adhesión al
Régimen se decía: “Arias ha mojado su dedo índice, lo ha levantado y ha dicho
“Por ahí”. Pues bien, nosotros no queremos ni obedecerle ni acompañarle. Pero
fíjese bien en quiénes le acompañan y adonde le acompañan. Piense si le
dirigen o le empujan. Y no se lamente al final si contempla cómo ese tipo de
democratización que tanto urge se levanta sobre una legión de cadáveres, de
los que son anuncio y adelanto, cuando esa democratización se inicia, los que se sacaron
de los escombros el 13 de septiembre, del corazón mismo de la capital de
España (*)
Revista FUERZA NUEVA, nº 403, 28-Sep-1974
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