TRAICIÓN A
LOS CATÓLICOS
COMO estaba
programado por el «consenso» ya ha sido aprobado en las Cortes el proyecto de
Constitución que nos deja sin Dios, sin Patria y sin Justicia. Y, como se
esperaba, votaron a favor del mismo los diputados y senadores
pertenecientes al Opus Dei y a la Asociación Católica de Propagandistas. Ni
uno de ellos alzó su voz en pro de los derechos de Dios y de la Santa Iglesia.
Ni uno de ellos tuvo el valor de intentar que la realeza social de Nuestro
Señor Jesucristo fuera reconocida. Ni uno de ellos se atrevería a exigir tan
siquiera la mención de Dios en el texto fundamental para una nación de
mayoría católica y con una tradición multisecular donde la fe ha representado
su ingrediente más acusado.
Todos esos
representantes de profesión «católica», entre quienes estaban máximos
dirigentes de la Asociación Católica de Propagandistas. y de la Editorial
Católica y miembros destacados del Opus Dei, han callado para no irritar a
los marxistas y han dado su voto a la Constitución antitea, que se
impondrá a este infeliz pueblo. Sólo el senador castellano Fidel Carazo demostraría
arrojo para invocar a Dios, ante el abandono de quienes debieron estar en la vanguardia
de su defensa y que han preferido el respeto al «consenso» con el marxismo
que el respeto y alegación de la inequívoca doctrina del catolicismo expuesta
por los Papas.
¡Qué lejos
han quedado de nuestros héroes y mártires! Porque esos conspicuos
«católicos», los cuales se han mostrado
incapaces de confesar y mantener la defensa de su fe en el Parlamento donde
se decidía el destino de España, que no han movido un solo músculo para
reclamar el reconocimiento de Dios y de sus derechos, no sólo han defraudado
a todos los demás miembros de la Asociación Católica de Propagandistas y del
Opus Dei —la mayoría excelentes cristianos— que seguro adoptarían en gran
parte una actitud muy distinta, y que se ven hoy
«salpicados»
sin querer por aquéllos, sino que además han traicionado a las legiones de
mártires, que en esta piel de toro ofrendaron sus existencias para que la
religión presidiera la vida de la comunidad nacional, muchos de ellos tan
recientes. Han eludido el «testimonio» y no han querido «comprometerse», en
aras de los vergonzosos pactos con el marxismo, es decir, con el enemigo hoy
más peligroso de la fe católica.
Por eso, al
igual que Eugenio Montes, en momentos también difíciles para la Patria, se
les puede arrojar a la cara: «¡En nombre del Dios de mi casta; en nombre del
Dios de Isabel y Felipe II, malditos seáis!»
Ramón de
Tolosa
Revista FUERZA NUEVA, nº 618, 11-Nov-1978
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