¿Qué quieren los estudiantes? Nosotros, ustedes, todo el mundo en España se ha hecho, de años a esta parte, la pregunta: ¿qué es lo que quieren los estudiantes? El problema, suscitado por las continuas revueltas universitarias, ha pasado a la prensa, salta a las tribunas públicas y es objeto de estudios y ensayos por parte de intelectuales, sociólogos y escritores, quienes tratan de hallar una explicación correcta y congruente a la permanente inquietud en la Universidad. Al comienzo se dijo que lo que querían era razonable, que había que escucharles, dialogar. Se trataba simplemente de acabar con el monopolio del S.E.U. Cuando, a base de huelgas y conflictos continuos, consiguieron, con la complicidad de muchos, tirar el S.E.U. por la ventana, los escándalos en las Facultades continuaron. Entonces se dijo que esto era natural, que los estudiantes llevaban razón al seguir el alboroto, puesto que acabado el S.E.U. había que organizar las Asociaciones Estudiantiles que lo sustituyeran. Se publicaron las oportunas disposiciones sobre asociaciones, se reglamentaron éstas, se intentó la celebración de elecciones a todos los niveles, pero el escándalo de una Universidad que no rinde trabajo ni esfuerzo alguno constructivo, siguió. Como tras cada algarada quedaba de residuo una serie de sanciones disciplinarias y gubernativas sobre algunos estudiantes, los alborotos continuaron, dándosenos entonces la explicación de que con una amplia amnistía todo quedaría en paz. Como, por otra parte, algunos catedráticos y autoridades académicas hicieron causa común con los huelguistas, el asunto amnistía fue el caballo de batalla de los cursos siguientes. Todo, al parecer, consistía en un problema más o menos politizado pero exclusivo de la Universidad. Si alguien dio la voz de alarma se le calló pronto con el estribillo de que todo era natural dentro del marco evolutivo de un Régimen que estaba evolucionando a su vez o, simplemente, se pensó que los preocupados con el problema eran demasiado “alarmistas”. Poco a poco, pero de forma continua, sin pausas, los estudiantes, saliendo de sus Universidades, hicieron acto de presencia en manifestaciones delictivas. Y así, se les pudo detectar en intentos de manifestaciones con motivos de conflictos laborales o en determinadas fechas, como el primero de mayo. Entonces se les podía oír el grito estentóreo, que pronto se popularizó, de “obreros y estudiantes”. Se clausuraban Universidades, se adelantaban vacaciones o exámenes y así, con el sistema de la “chapuza”, se pensó por los tontos de siempre que el foco subversivo se iba a limitar o resolver. Surgieron las asambleas a todos los niveles, organizadas por los de siempre, estudiantes que ni estudian ni les importa estudiar. Si éstas se prohibían, huelga; si se permitían, no se dejaba hablar a los pocos conscientes alumnos que deseaban trabajar en paz y, a la salida de las mismas, rotura de cristales, piedras contra los vehículos aparcados en el campus, contra la fuerza pública, bloqueo de calles, etcétera. Un paso más en la escalada del escándalo lo constituyó el empleo de aulas y paraninfos como tribunas para artistas e intelectuales conocidos por sus tendencias marxistas o por su actitud contra el Régimen. A la salida de estos actos, casi siempre no autorizados, intentos de manifestación, repetición de rotura de material docente, ataques a la fuerza pública y como secuela y motivo de la algarada, en los días siguientes, detenciones, expedientes y la consabida petición de amnistía. Ante el desconcierto y la pusilanimidad de las autoridades académicas y las órdenes de actuar con mesura para evitar “mártires”, la escalada siguió “in crescendo” y culminó en algunos centros con intentos de defenestración de decanos y rectores. De nuevo clausuras de Centros con la intención de “el curso siguiente veremos”. Pero al curso siguiente las cosas comenzaron de nuevo, con más intensidad, si cabe, que en el anterior. Con mejores tácticas, aprendidas en contactos con fuerzas marxistas durante las vacaciones, comenzaron a actuar los “comandos” de estudiantes, quienes abandonando sus propios terrenos docentes hacen irrupción en diversos sectores de la ciudad, sincronizando su actuación con las de otros grupos en sectores más alejados. Ya se observa una mayor perfección en las actuaciones. La Fuerza Pública, que hasta entonces había sido temida por los alborotadores, es atacada en plena calle y comienzan a surgir aquí y allá heridos y contusos entre ambos bandos. Ya la gente no se pregunta: ¿qué quieren los estudiantes? Es un secreto a voces que lo que quieren, y el ciudadano corriente lo lleva sospechando hace tiempo, mientras el interesado en la revuelta lo sabía desde el comienzo pero lo disimulaba, es acabar con el Régimen e intentar la “felicidad” de todos a través de un Estado comunista. Para ello se conectan las acciones estudiantiles con las huelgas en curso y cualquier acto represivo de las Autoridades no consigue más que avivar el odio a lo establecido. Tras cada episodio de estos vuelven a surgir las pancartas y gritos de amnistía. Los juicios públicos ante los Tribunales se orquestan con gritos e intentos de alboroto. Vista la impotencia de las autoridades académicas para mantener el orden y garantizar la normalidad docente, entra la Fuerza Pública en la Universidad. La ocasión se aprovecha, como se tenía previsto, y los alborotos se multiplican ahora con un motivo que suele ser popular entre estudiantes, aun los neutrales: ¡Que se retire la policía de la Universidad! Claro está que si se consigue esto tampoco volverá la paz a los “campus” universitarios, porque entonces se insistiría en cualquier otra cuestión. A las consignas de amnistía para los estudiantes expedientados o procesados se le imprime una tendencia nueva, pero no inesperada: Amnistía para los presos políticos. Y la vida universitaria sigue lánguida, con inasistencia a las clases y la Universidad en poder de una minoría conocida, audaz y marxista. Si usted, lector, o cualquiera, todavía se sigue preguntando qué es lo que quieren los estudiantes, nosotros, resumida y gráficamente, se lo vamos a enseñar: QUE NADIE SE LLAME A ENGAÑO. Revista FUERZA NUEVA, nº 168, 28-Mar-1970 |
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