¡MENOS CUENTO, SEÑORES! LA VERDAD SOBRE EL DERECHO DE PRESENTACION DE LOS OBISPOS Como hay quienes vienen insistiendo todavía en la necesidad de que el Gobierno español renuncie a su derecho de presentación a la Santa Sede de los presuntos candidatos al Episcopado, no sé si por ignorancia, aunque ya se ha tratado de esto varias veces, o por jugar a la oposición a nuestro Régimen, parece oportuno insistir también en la revista ¿QUE PASA?, que está desposada con la verdad y comprometida a llamar las cosas por su nombre, dedicando unas líneas a poner en claro ese mal llamado derecho de presentación. En tiempos de la Monarquía existía un auténtico derecho de presentación. El Gobierno presentaba un candidato a la Santa Sede para una Diócesis determinada, y la Santa Sede, después de unas rigurosas informaciones, lo aceptaba o lo rechazaba sin más explicaciones. En este segundo caso, el Gobierno presentaba un nuevo candidato, que seguía los mismos trámites que el anterior. En la actualidad (1967), se trata de un simulacro de presentación. Véase en qué consiste. Producida una vacante en el Episcopado, el Nuncio se presenta en el Ministerio de Asuntos Exteriores y propone al Ministro tres candidatos, que son de su agrado y que serán, por consiguiente, de! agrado de la Santa Sede. El Ministro propone otros tres, también de su agrado. Con unos y otros se forma una seisena de candidatos que se propone a la Santa Sede. No le cuesta trabajo a la Nunciatura, y así se viene haciendo después del Convenio, comunicar a la Santa Sede cuáles son los tres candidatos que ha propuesto el Nuncio y esos tres, en forma de terna, son los tres que la Santa Sede presenta al Jefe del Estado español para que elija al que le parezca y lo presente a la Santa Sede. En esto sencillamente consiste la tan cacareada presentación. Puede ocurrir, y de hecho siempre viene ocurriendo después del Convenio, que la Santa Sede proponga al Jefe del Estado español los tres que son del agrado del Nuncio, en cuyo caso siempre viene obligado el Jefe del Estado a presentar a la Santa Sede uno de los tres. De esta forma queda excluida toda posibilidad de que el Jefe del Estado pueda presentar a la Santa Sede ninguno de los tres candidatos propuestos por el Ministro de Asuntos Exteriores. Y todavía hay más en el Convenio. Si la Santa Sede tiene interés por algún candidato, que no figura en la seisena presentada por la Nunciatura, puede prescindir de esa seisena y formar una nueva terna que sea presentada al Jefe del Estado. ¡Pues contra esta simulada presentación es contra la que se viene levantando tan clamoroso vocerío! Si esta simulada presentación «vigente» difiere tan esencialmente de la que existía en tiempos de la Monarquía, ¿no parece que esto sea una forma de oposición a nuestro actual Régimen? A mi juicio, hace bien el Gobierno en hacerse el sordo a esta clamorosa oposición. El último Nuncio, Mons. Riberi. tenía meses enteros vacante una Diócesis por resistirse a dar estos pasos, que son, como queda escrito bien fáciles de dar. Por eso se ha marchado de España sin pena ni gloria. Le despidió en el aeropuerto de Barajas el personal de la Nunciatura y el reducidísimo del Ministerio. No dejó en España un solo amigo. Ni él quería a España, ni España le quería a él. Creo que ha sido el Nuncio que ha dejado en España el peor recuerdo. Ni siquiera los curas progresistas, que eran los únicos a quienes recibía, acudieron a despedirle. Un articulista de la revista jesuítica «Razón y Fe», que le dedicó, al despedirse, una desafortunada «necrología», afirmaba que le habían hecho el vacío los españoles. El vacío era él mismo quien se lo había hecho. El que le ha sucedido (Dadaglio, 1967) no creemos que siga el mismo camino. Tenemos de él los mejores informes. Y pedimos a Dios, que los confirme con sus hechos. Esperamos que los confirmará. (*) JUAN BUENO SALVAT
Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967
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