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domingo, 21 de septiembre de 2025

Orientación desorientativa de los obispos

 Artículo de 1978 

 ORIENTACIÓN DESORIENTATIVA DE NUESTROS OBISPOS

 EL reducido número de obispos españoles integrantes de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ha hecho pública una «nota» para «orientación pastoral de los fieles... desde una perspectiva religiosa y moral, completando lo tratado en documentos anteriores». La nota es tan vaga, tan ambigua, tan desorientativa que si recurriéramos a «documentos anteriores» del episcopado no difícilmente podríamos demostrar la contradicción existente entre lo que nos enseña y deja de enseñarnos ahora el Magisterio de estos obispos y lo que nos enseña el documento de otros obispos de ahora y de antes, a través de sus cartas pastorales individuales o colectivas. ¡Tan deficiente es el magisterio de las notas!

 Antes, cuando el Episcopado español no se había organizado (o desorganizado) en Conferencia, cada obispo en particular o los metropolitanos, y a veces todos los obispos en general, nos dirigían profundas, claras y exhaustivas cartas pastorales por donde los católicos españoles podíamos ver con claridad, sin ambigüedades, ni contemplaciones, ni ambages lo que la moral católica imperaba en cada momento, al traducirla desde el Evangelio y desde la teología hasta la circunstancia concreta de España. Ahora, desde el Vaticano II, las encíclicas y las cartas pastorales han caído en desuso y, con ello, en lugar de orientarnos, se nos desorienta a los católicos. Este es el caso de la nota del 28-IX-78.

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Yo no sé bien qué pretenden significar los obispos cuando denominan a su comunicado «orientación pastoral». Parece como si eso quisiera decir que los pastores, con esa orientación, nos condujeran a la grey de los católicos a los buenos pastos; colectivamente, como llevan los pastores a su rebaño. Sin embargo, los obispos con esta nota nos dicen que cada cual puede ir a apacentarse por sí mismo en la dirección que quiera: que puede votar contra la Constitución, que puede votar a favor de ella, que puede abstenerse de votar o votar en blanco. Y eso nos lo dicen «desde una perspectiva religiosa y moral», desde el primer punto de la Nota.

 Ya en el tercer punto, los obispos efectúan una reducción. Ya nos hablan de cuando una Constitución se justifica amoralmente», no cuando se justifica desde un punto de vista religioso. Como se ve, este grupo de obispos españoles —que no comprometen a toda la Iglesia— no sólo intentan secularizar España, sino que aceptan la tesis secularista (desechan la tesis católica) para enseñarnos cuándo está justificada una Constitución. Estos obispos, si bien se mira, justifican a una Constitución no con criterios específicamente católicos, sino con los mismos criterios que la justificaría un ateo liberalista.

 Más claramente, los obispos han querido olvidarse que para justificarse una Constitución, desde el punto de vista religioso, es menester que sea formulada desde el postulado religioso, desde el artículo de la fe, consistente en creer que «todo poder viene de Dios» y ha de ejercerse conforme a la Ley moral promulgada por Dios. Así debe creerlo un católico por la revelación de Jesucristo a Pilato y por la revelación de San Pablo a los romanos, especímenes de una revelación patente o latente en cada página de la Historia Sagrada.

 Y si dejamos la Sagrada Escritura y apelamos al Concilio Vaticano II, el Magisterio universal y solemne de la Iglesia nos enseña, recogiendo unos conceptos de la encíclica de Juan XXIII, «Pacem in terris», que «el orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio» (Gaudium & Spes». 26). Ahora bien, nuestra Constitución, que funda el orden social en la soberanía del pueblo, ignorando la soberanía de Dios, no funda el orden social en la verdad, ni hace justicia a Dios, ni está movido por el amor, sino por la lucha de clases, por el odio, ni encuentra en la libertad su equilibrio, sino su desenfreno, su negación.

 Más todavía. Si seguimos leyendo el Vaticano II, encontraremos algo aplicable a la Constitución desde el punto de vista religioso, que también han querido sustraernos estos obispos: «Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad... y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo» (G. & Sp. 34)... «Si la autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras» (G. & Sp., 36)... «A la conciencia bien-formada del seglar toca lograr que la Ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (G. & Sp. 43).

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Pues bien, todos esos imperativos religiosos que estos obispos han querido olvidar, son menospreciados por la Constitución española y, por consiguiente, es obligado que el católico, como quiera ser fiel a su religión, vote contra la Constitución que la clase política hoy dominante nos propone a referéndum. Dicen estos obispos: «Una Constitución se justifica moralmente si salva, globalmente, éstas o parecidas exigencias: Que ofrezca una base idónea para la convivencia... Que respete los valores espirituales del votante»...

 Ahora bien, como desde el punto de vista religioso católico, esa Constitución «no ofrece una base idónea (católica) para la convivencia», ni respeta los valores espirituales del votante (católico), la conclusión que debieran haber sacado los obispos es que los católicos tienen obligación de votar contra esa Constitución.

 Eulogio RAMÍREZ 

 

Revista FUERZA NUEVA, nº 615 , 21-Oct-1978

Millones de españoles, segregados lingüísticamente en su propio país

 (Dos artículos de 1978)

  “VAE VICTIS” CONTRA ESPAÑA

¿Qué cabida de “digna”, en el supuesto marco legal “integrador”, tienen los millares españoles expulsados de Vascongadas por decreto de ETA y los millones de habitantes en ellas y en Navarra, dos regiones sin ley, sin seguridad de vidas y haciendas, aherrojados por el terror de un grupo de asesinos ante los brazos cruzados del Gobierno, “espectador”, que se dice, por sarcasmo, defensor de los derechos humanos, y los millones de españoles inmigrados en Cataluña y Vascongadas a cuyos hijos les va a imponer el Gobierno de Suárez, sin recurso, ser enseñados en lengua y cultura vernáculas, en violación de las convenciones internacionales reguladoras de aquellos derechos y suscritas por España, las cuales exigen la enseñanza en el propio idioma, mientras el presidente Suárez repite sin cesar que lo que no consentirá nunca es la dominación del país por un grupo o una facción?

 A esta imposición, auténtico apartheid, no han llegado en la forma que lo establece nuestro marco legal ni las potencias europeas en sus colonias de Asia y África con la población aborigen, más afortunadas desde luego que lo será la población española en las “nacionalidades” autónomas. Y esto se impone en Cataluña, en la cual en la provincia de Barcelona el uso familiar del catalán es el 35 por ciento y el 65 del español, y en Barcelona (ciudad con población no catalana mayoritaria) es el 47 y el 49, respectivamente, y apenas un 5 por 100 habla en Vascongadas el vascuence. Para mayor infamia colonial, esta segregación no corre a cargo de las “nacionalidades” sino del presupuesto del Estado que pagamos todos los españoles. ¿A esto puede llamarse esperanzador futuro de una prolongada y fructífera convivencia civil?

 ¿Existe posibilidad de convivencia y cabida digna para la España que ve cómo a la más incalificable amnistía se contesta con crímenes masivos por parte de los etarras, a cuyos autores el Gobierno no descubre ni juzga; que, a la concesión de la ikurriña y demás enseña separatistas se responde con quemas incesantes de banderas españolas, sin castigo jamás por parte del Gobierno Suárez: que ante la apertura sin límite a las autonomías se enarbola el principio de la independencia, cuyos partidos, cuya propaganda y actos públicos se permiten totalmente, y las propuestas de secesión se consienten y se debaten en las Cortes, lo cual no se ha dado en país alguno europeo, y a favor de aquellos partidos consiente el Gobierno sustituir los Ayuntamientos y Diputaciones legítimas por comisiones gestoras ilegales que prepararán en las elecciones el triunfo del separatismo y la anexión colonial de Navarra?

 Se pretende raer de esas regiones cuanto se refiere a la presencia y el recuerdo de España, de hecho convertida en ellas en nación enemiga. En la nomenclatura de las calles barcelonesas se suprimen los títulos de Reyes Católicos, Hispanidad, Avión Plus Ultra, Covadonga, Concordia y tantos otros; en pueblos guipuzcoanos el nombre de España es sustituido por el de uno de los asesinos ajusticiados. El consejero de Educación de “Euskadi” -es todo un símbolo de lo que serán allí la enseñanza o la cultura- afirma, sin que se le destituya y procese, que si resucitara Sabino Arana, el hombre que decía ser el pueblo español el más vil de la tierra, vería y amaría como hijos a los miembros de ETA y a los partidos abertzales, a los cuales recibió el presidente Suárez el año pasado, les convoca e invita humilde el vicepresidente segundo a cenas de trabajo y pacto, mientras por las mismas fechas caían asesinados dos militares -sin que tampoco se descubra a los autores, claro está- y en el Parlamento un diputado abertzale y un diputado separatista catalán apologizan el terrorismo, aquél, y la independencia, ambos, como si el Gobierno admitiera por anticipado el “vae victis” de los separatistas a la pervivencia de España.

 Al margen de cinismo políticos y de dialécticas enmascaradoras, la realidad -sonrojante- es que hay una España enormemente mayoritaria que está aherrojada, agredida, vejada y negada en sus derechos por el sectarismo revanchista de una minoría -gobiernos, partidos, Cortes y ciertos sectores eclesiásticos- que se atribuyen gratuitamente la significación de la otra España. Y a la España victimada se la inflige por añadidura el máximo agravio moral, el trallazo espiritual de afirmar que la transición tiene lugar sin traumas y de presentar cada acto atentatorio contra ella como un paso más hacia la reconciliación y la paz.

 ¡De los fariseos líbranos, Dios!

 Carmelo VIÑAS Y MEY


Revista FUERZA NUEVA, nº 609, 9-Sep-1978



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A LA SITUACIÓN EN BARCELONA

 (…) La espeluznante televisión catalana (…) En el primer programa nuevo, de entrada, nos ha ofrecido el asunto del día: el decreto del catalán, con la intervención de la untuosa y melosa María Rubíes, que creo que es senadora o senatriz, como dice Camilo J. Cela.

 Lo chusco de este programa es que se nos ha ofrecido una encuesta callejera sobre el decreto del catalán donde ¡en España! ha habido unanimidad total y absoluta. Todo el mundo está encantado con el decreto del catalán, y se ha interrogado especialmente a castellano-hablantes, todos y cada uno de los cuales están contentísimos y opinan que está muy bien que se obligue a aprender catalán. Ni una sola discrepancia, miren ustedes por dónde. Nadie ha mantenido la idea de que hay que respetar la lengua materna; nadie se ha acordado de que en España no se puede exigir más que el español; nadie se ha acordado de que Cataluña, y no digamos Barcelona, es España; nadie se ha acordado de que obligar al catalán a un español-hablante es contravenir los derechos humanos y volver a las cavernas, a fuerza de retrocesos; a nadie se le ha ocurrido que hay millones, digo millones, de español-hablantes que ni en diez años hablarán nada más y nada menos que el idioma español, porque es el suyo, el de la madre que los parió y al que tienen derecho de uso en todo el territorio de España, del que Cataluña (y no digamos la cosmopolita Barcelona, donde son mayoría los que no hablan catalán) forma parte inseparable si no es por la fuerza, fuerza de la que me río a carcajadas.

 Pero en la «tele» catalana, la espeluznante, había consenso total; todos de acuerdo. Vamos a hacernos el loco y simularemos que nos lo creemos y que la encuesta es real y sin cortes. A nadie ha parecido mal, no ya en tal encuesta, sino en los medios de manipulación social ni en el Congreso, Senado y demás instituciones sagradas de la democracia (?) que padecemos, que lo único natural es que se establezcan escuelas en catalán, y el que se quiera ir que se vaya. (…)

 Ramón CASTELLS SOLER

 

 Revista FUERZA NUEVA, nº 615 ,21-Oct-1978

 


sábado, 20 de septiembre de 2025

Subversión del clero catalán en el PostConcilio (1)

 (Artículo de 1967)

 (…) LO QUE ROMA PROHIBIO, AHORA... ¿LO BENDICE EL PADRE ENRIQUE RIFÁ, PROVINCIAL DE LOS JESUITAS? 

 Para los últimos días de mayo de 1959 se tenían que celebrar en el Monasterio de Montserrat unas reuniones, con participación de teólogos protestantes, que fueron prohibidas por la entonces Congregación del Santo Oficio, cuyo Prefecto era Su Santidad el Papa Juan XXIII, que tuvo que recordar al Monasterio de Montserrat las normas promulgadas en 20 de diciembre de 1949 sobre dicha clase de reuniones.

 Uno de los que debía intervenir en dichas reuniones prohibidas era Jean Goss, uno de los abanderados de la no-violencia. Si entonces no pudo venir, ahora en este noviembre el local de Congregaciones Marianas de Barcelona ha servido de tribuna para difundir la doctrina de la no-violencia, que únicamente se predica en los países de Occidente y no comunistas, con el sano fin, por lo visto, de que mondos y lirondos se dejen avasallar por los ejércitos comunistas. 

Como si ahora, por ejemplo, se propugnara el que los ciudadanos no se defendieran si un ratero o un ladrón les quiere quitar la cartera o desvalijar. Lo que en el terreno individual es una estupidez inimaginable, en el terreno nacional es un suicidio. Por esto Roma prohibió a Jean Gos que él y los otros hablaran en aquella reunión. Pero ahora, en la Casa de las Congregaciones Marianas, se han divulgado tranquilamente las doctrinas que entonces fueron prohibidas.

 No será extraño que nos salgan algunos melenudos que en la hora del servicio militar pueden quizá intentar negarse a cumplir su deber para con la Patria. Es de suponer que la conferencia ha sido autorizada por el Padre Enrique Rifá, Provincial de la Compañía de Jesús en la Provincia tarraconense. Por cierto, que todavía no nos ha aclarado dicho Padre Rifá si el José María Vallés, de la carta delictiva contra el Estado publicada en «Informations Catholiques Internationales», es el estudiante jesuíta de las mismas señas de San Cugat del Vallés o no.

 Desde luego, con jesuítas que firman documentos clandestinos como el Padre García Nieto; otros, provocando en la vía pública como lo hizo el día 27 de octubre el Padre Puigjaner, con Consultores a lo Víctor Codina, que intervino en la manifestación facciosa del 11 de mayo de 1966 en la Vía Layetana, y con conferencias de Jean Goss, y muchos otros detalles que nos callamos, nos explicamos que con estos procedimientos un ex alumno de la Compañía de Jesús, en La Habana, se pueda convertir en el Fidel Castro, dictador comunista de Cuba.

 Con todo el respeto, elevamos esta consideración al Revdmo. Padre Arrupe, ya que somos muchos los barceloneses que estamos cansados de esta dirección política y sectaria que bajo el patrocinio del P. Enrique Rifá se desarrolla aquí. Con todo lo demás que puede saber de Barcelona el P. Arrupe.

 SI: INFORMACION IGUAL A CLARIDAD

 Casimiro Martí, en «El Correo Catalán» del 12 de noviembre, ataca violentamente a la revista «Ecclesia». Pide a dicha revista más información. Que es lo que le pedimos a Casimiro Martí. Esperamos que él subsanará y aclarará lo que vamos a preguntarle: ¿Por qué «Espoir», la revista anarquista, elogia a Casimiro Martí y a José Bigordá porque ponen los puntos sobre las íes al arzobispo don Marcelo? ¿Por qué Casimiro Martí no informa de las reuniones celebradas en las Religiosas de la Asunción de la calle Dolcet? ¿Por qué Casimiro Martí no informa a los lectores de «El Correo Catalán» de la reunión celebrada en las Religiosas Benedictinas de la calle Angli en la que se viviseccionó y descuartizó la exhortación Pastoral del arzobispo Dr. Marcelo, en la que prohibía manifestaciones subversivas de sacerdotes? ¿Por qué Casimiro Martí se permite increpar públicamente al Cardenal Quiroga Palacios, Presidente de la Conferencia Episcopal Española? Esperamos esa información (…) 

A. RECASENS SALVAT

 

Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967

 

Carlistas “separados” dialogaban (1)

 (Artículo de 1967)

 ¿QUIÉN ES EL ÚLTIMO MAROTO?

 Por ROBERTO G. BAYOD PALLARES

 ¡Las cartas boca arriba!

 Sí, carlistas, habrá más documentos boca arriba; pero se irán poniendo de manifiesto cuando las circunstancias lo aconsejen.

 En el número 202 se puso la primera piedra sobre la que gira toda la depuración que un nutrido grupo de carlistas, fieles a la doctrina permanente del carlismo y fieles a la dinastía legítima de los Borbón-Parma, pretendemos.

 En el número 204, pendiente de publicar cuando escribimos estas cuartillas, se insertarán las primeras reacciones «oficiales» y algún que otro comentario.

 Esperamos que no tardará en llegar el momento en que demos la contestación y explicación a la NOTA ACLARATORIA que muchos estupendos carlistas nos piden. Entre tanto se van almacenando las impresiones que darán beneficioso fruto.

 Hasta que llegue ese día, queremos explicar algunos puntos que nos piden los lectores «quepasistas». 

A) Maroto, el traidor— Es el prototipo de la traición carlista. Fue elevado a general jefe superior del ejército carlista en el Norte de España. Desde su nombramiento planeó la rendición de las fuerzas carlistas a las isabelinas. ¡Todos advirtieron la maniobra, pero era ya tarde! (Dice un historiador.) Para perpetrar su traición, ordenó fusilar a varios generales adictos a Carlos V y colocó a quienes eran sus aliados. Con el general liberal Espartero pactó en Vergara y entregó el ejército de la Tradición a la Reina liberal.

 ¿Explicación? Los dos generales eran masones. ¿Cómo no se dieron cuenta a tiempo?

 B) Marotos anteriores a Maroto.—Decíamos que la traición del tristemente célebre Maroto no fue la primera. Se nos pregunta cuál consideramos la matriz de las traiciones al tradicionalismo español. Lo fueron el obispo D. Oppas y el conde don Julián, que se aliaron con el enemigo de la cristiandad de aquella época, con la «Media Luna». Esta alianza quería frustrar la unidad católica de España, al igual que las traiciones posteriores.

 C) Procedentes del integrismo.—Se nos reprocha la aparente defectuosa información aparecida en los comentarios del número 202, que dio lugar a esta cuestión. Como consecuencia de que se suprimieron dos párrafos del original, al efectuar la composición apareció que Zamanillo y Valiente procedían ambos del integrismo. Fue un lapsus de composición y no de información. En el original eran Zamanillo y Fal-Conde,

 D) La unión de los carlistas.—También ha habido quien ha dicho que el carlismo está desunido. Nada más lejos de la realidad. Lo que sucede es que quienes tal afirman o suponen, desconocen que en los grupos humanos sólo hay unanimidad en los momentos graves de la Historia. Es una señal de vitalidad la discrepancia, cuando no sea automática u sistemática. El pueblo carlista, que en realidad es lo que más importa, sigue unido entre sí. La unión la demuestra solamente cuando es preciso, tal como en el acto grandioso de Montejurra, en el que se borran «los contrastes de pareceres»

 ¿Qué es el carlismo?

 Para comprender qué se entiende por desviacionismo y qué por falsos carlistas o neocarlistas, es preciso que nuestros lectores sepan o recuerden qué se entiende por verdadero carlismo o, como diría un amigo mío, por CARLISMO-CARLISTA. Sin perjuicio de que algún día nos extendamos en esta materia, hoy contribuimos a fijar sanas ideas con algunas frases de los creadores de la doctrina tradicionalista y de quienes han tenido autoridad para defender y propagar una ideología enraizada en la esencia del ser español.

 Que nuestros lectores mediten ampliamente cada una de las siguientes fases hasta llegar a esa estupenda revelación que nos hace don Francisco López Sanz al tratar de los móviles de la Cruzada en su obra de «Un millón de muertos..., pero con héroes y mártires»:

 «Si la dinastía legítima que os ha servido de faro providencial estuviera llamada a extinguirse, la dinastía de mis admirados carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá jamás» (Carlos VII).

 ¡Maravillosa visión política! Al contemplar la realidad futura su hermano don Alfonso Carlos I, completó la frase con estas otras palabras:

 «Hay un derecho sagrado que jamás prescribe en los pueblos, y es el supremo derecho, que la Tradición Española concede más de una vez, de otorgar el príncipe que sepa representar dignamente la causa de la Patria, que es la causa de la fe y de aquellas gloriosas tradiciones que nuestra Comunión supo encauzar siempre por encima de todas las mudanzas de la Historia» (Alfonso Carlos I).

 El propio Don Alfonso Carlos nos define la Monarquía carlista diciendo que:

 «Es fundamentalmente opuesta a la Monarquía liberal, democrática, parlamentaria, centralista y constitucionalista» (Alfonso Carlos I).

 Para constituir esa antítesis de la Monarquía liberal no hay que recurrir a instituciones ni regímenes europeos, sino que:

 «En España será inútil buscar la salvación de la Patria si el nuevo edificio político no se labra con materiales sacados de la secular cantera de la tradición histórica» (Alfonso Carlos I).

 Los falsos carlistas pretenden instituir una Monarquía tradicional con moldes socialistas europeos que no encajan en nuestras esencias históricas

 «Nuestra bandera (la del carlismo) es muy anterior a los Reyes carlistas, que nada pudieron darle ni quitarle, sino que recibieron de ella los derechos a la sucesión dinástica» (R. Nocedal).

 Concuerda esta doctrina con la que décadas más tarde había de confirmar Don Alfonso Carlos. En efecto, la dinastía del pueblo español es la que tiene una ideología política permanente, que llamamos carlismo, la que hacen suya, apoyan y difunden los Reyes carlistas, y es entonces cuando reciben el derecho a la sucesión dinástica. Nada hay tan original en las teorías políticas y tan fundadas en el derecho natural de los pueblos. También

Vicente Marrero concuerda, según esta frase:

 «El Rey carlista era un órgano, un elemento, una institución que se encargó de guardar la tradición y transmitirla de generación en generación.»

 Idéntico es él significado de la siguiente frase:

 «Si muere el carlismo, la España de nuestros padres morirá con él» (Aparisi y Guijarro).

 Pero el carlismo muere si cambia su doctrina por la contraria, esto es, si transige en cuestiones fundamentales. A Carlos VII los liberales le ofrecieron la Corona a base de que transigiera en su doctrina, que era la doctrina del pueblo carlista.

 «Gobernar no es transigir, como vergonzosamente creían y pretendían los adversarios políticos» (Carlos VII).

 Hoy es cuando más se ataca a la tradición desde las propias defensas de la tradición. Arguyen los falsos tradicionalistas que no existen más principios inmutables que los de DIOS, PATRIA, FUEROS y REY. Si así fuera podríamos aceptar un Dios cósmico, en vez de un DIOS cristiano; una PATRIA dividida y avasallada, en vez de una PATRIA unida y libre; unos FUEROS disgregadores, en vez de unos FUEROS armónicos con la unidad, y un REY liberal y ateo, en vez de un REY legítimo y católico. En efecto, los PRINCIPIOS se encierran en ese cuatrilema, pero constituyen algo más que cuatro palabras.

 «Siempre con la vista fija en nuestros santos PRINCIPIOS tradicionales que todos velaremos, y yo el PRIMERO, para que se conserven puros sin la menor sombra de liberalismo impío» (Alfonso Carlos I).

 El que los principios estén libres de liberalismo no se demuestra criticando a la dinastía liberal, sino introduciendo mercancía averiada o progresista que corrompa la tradición. Esta corruptibilidad no se logrará, aun cuándo se adulteraran los mandos encargados de velar por la tradición. ¿Por qué?

 «¡Tradición, arca santa, de madera incorruptible!» (Fal-Conde).

 Sería una cesión al liberalismo, sería transigir, seria corromper la Tradición si el carlismo cesara de mantener levantada la bandera de la unidad católica.

 «En nuestro programa hay cuatro afirmaciones: la afirmación religiosa, con la unidad católica con todas sus consecuencias» (Vázquez de Mella).

 De acuerdo con esa afirmación primaria y fundamental, el pueblo carlista se levantó en armas el 18 de julio. Hoy,  los abandonistas, los «seudo-carlistas» quieren olvidar la Tradición y el hecho histórico de la Cruzada. Terminamos con esta otra afirmación categórica sobre este importante tema, convertido en el quicio de la cuestión:

 «Ni la Cruzada ni el espíritu religioso y patriótico que le dio su carácter, ni la preparación militar con que se fue a la lucha, brotaron por generación espontánea. Es que había un rescoldo tradicional, unos ideales heredados de los antepasados durante varias generaciones» (Francisco López Sanz).

 Nuestra tarea tiende a mantener incorruptible ese rescoldo heredado de nuestros padres, pero no a introducir sistemas extranjeros y socializantes, ya que tal ideal no forma parte de la Tradición. SOCIALES y POPULARES, MUCHO Y SIEMPRE: SOCIALISTAS, NADA Y JAMAS

 Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967


viernes, 19 de septiembre de 2025

Constitución sin Dios para un pueblo cristiano (1)

 (Artículo de 1978)

 ¿CONSTITUCIÓN SIN DIOS PARA UN PUEBLO CRISTIANO ?

 Monseñor Guerra Campos, obispo de Cuenca: Orientación moral para cristianos

 A falta de una orientación seria y rigurosa para los católicos con vistas al próximo referéndum constitucional, Fuerza Nueva no ha tenido más remedio que recurrir a voces episcopales que hayan ofrecido una guía y un camino para dirigir la conciencia del pueblo creyente. Don José Guerra Campos ha ofrecido, desde su perspectiva de obispo de Cuenca y de pastor, una fórmula, debidamente explicada, que sirve perfectamente para que ese católico que emite el sufragio sepa a qué atenerse. Hoy la publicamos con el ánimo de servir, en la medida de nuestras posibilidades informativas y formativas, a quienes profesando la religión católica, y creyendo firmemente en ella, vayan a acercarse a las urnas en un momento tan delicado y grave de nuestra Patria .

TRAS casi un año de fabricación, el Congreso de Diputados ha terminado el proyecto de nueva Constitución para España.

 Desde la perspectiva de la comunidad católica española hay que registrar un hecho importante: el proyecto de Constitución ha suprimido toda referencia a Dios ya la inspiración cristiana de la sociedad . Hecho más llamativo en estos días en que la Liturgia del Apóstol Santiago, Patrono milenario de España, canta: «Oh Dios, que te alaben los pueblos», porque «gobiernas las naciones de la tierra», y pide que «España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos».

 Las leyes fundamentales hasta ahora vigentes contienen, entre los principios que habían de inspirar las demás leyes y la acción de gobierno, el acatamiento por parte de la nación española a la ley de Dios, según la doctrina de la Iglesia Católica, y el reconocimiento del hombre como portador de valores eternos .

 El Rey, como titular de una monarquía tradicional, católica, social y representativa, ante las Cortes Españolas y con la mano sobre los Santos Evangelios había jurado solemnemente fidelidad a esos principios por dos veces : una al ser proclamado sucesor en la Jefatura del Estado a título de Rey; otro al ser proclamado Rey. La primera vez añadió: «Mi pulso no temblará para hacer cuanto fuere preciso en defensa de los principios y leyes que acabo de jurar.» 

Juraron lo mismo, comprometiéndose a guardar «estricta fidelidad», muchos de los que ahora ejercen cargos de gobierno.

 El proyecto constitucional, tan regresivo en este punto como si España partes ahora de cero, se sitúa en una posición de neutralidad respecto a los valores cristianos, de tan larga tradición en el pueblo. Como consecuencia, la ordenación resultante carece de criterios morales bien definidos, pues la mención de principios superiores —a los que dice subordinar las normas convencionales— se diluye en la ambigüedad . Ejemplo: aunque se habla de «respeto a la vida de todos», portavoces de grupos parlamentarios han declarado en el mismo Congreso que esa norma no cierra el paso al intento de legalizar en su día la matanza de criaturas inocentes e indefensas en edad prenatal. Si se añade que hay otras ambigüedades voluntarias y que el proyecto incluye el principio del divorcio y, de modo más general, omite en gran parte la función positiva, y no meramente permisiva, de los gobernantes en el orden moral y religioso, y además excluye la posibilidad de promover la libre decisión del pueblo en torno a determinadas disposiciones y frente a abusos oligárquicos de los representantes, la supuesta neutralidad se convierte fácilmente en salvoconducto para la agresión .

 En resumen, el hecho que hay que registrar para la historia es éste: nuestros gobernantes, que en gran número se cuentan como católicos, han contribuido decisivamente con su iniciativa a implantar en el orden político la famosa afirmación de don Manuel Azaña, cuando se debatía la Constitución de la República en 1931: «España ha dejado de ser católica» (1).

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 Apéndice

— Los autores del proyecto defienden su indeterminación y su ambigüedad como conveniente para que la Constitución no sea más que un marco formal o de reglas de juego, capaz de acoger todos los programas, de suerte que los contenidos y los criterios ideales de las leyes y actos de gobierno puedan determinarse en cada caso según la opinión de los equipos de turno.

 ¿Cabe esperar al menos que en el futuro, dentro de ese marco formalista, los católicos con responsabilidad en la acción legislativa y de gobierno harán valer sus convicciones cristianas? (En relación con algún punto, en que interesaba contener posibles reacciones contra ambigüedades pactadas, se ha notificado de modo oficioso y directo al Episcopado el propósito de dar con hechos a la norma ambigua una interpretación aceptable , promesa naturalmente subordinada a la permanencia de ciertos grupos y personas en el Poder.)

 La esperanza podría fundarse en la fe sincera de tantas personas. Sin embargo, no puede ser muy firme respecto a aquellas que han socavado la moral pública infringiendo juramentos sagrados; mucho menos, en los casos en que haya habido juramento falso . Tampoco la esperanza los que, teniendo ahora mismo en sus manos los medios más poderosos de difusión —que, por cierto, aprovechan para los fines que les interesan, con todos los recursos de la información selectiva y del silencio calculados— permiten qué irrumpan en los hogares españoles oleadas de cieno, en una campaña descaradamente corrosiva de los criterios cristianos, en contra de las más recientes y solemnes proclamaciones del Magisterio Pontificio.

 No la garantizan los gobernantes que, profesándose católicos, han tomado la iniciativa de desamparar valores morales cuya tutela, según el Magisterio de la Iglesia Universal, es irrenunciable; o aquellos que hablan de un humanismo cristiano en el que Cristo no es el Señor .

 Pero Dios puede transformar los corazones. Así se lo pedimos.

 José GUERRA CAMPOS

obispo de Cuenca

(25 de julio de 1978,

Día del Apóstol Santiago)

Boletín de la Diócesis 

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 ASI JUSTIFICO AZAÑA EL «ESPAÑA HA DEJADO DE SER CATÓLICA»

 (1) No hablamos de las interpretaciones que la polémica apasionada haya atribuido a esa frase, sino del sentido exacto que le dio su autor según el contexto del discurso. Y nótese que la tesis de Azaña incluía también la mención de la Iglesia Católica en el texto constitucional. Véase: Manuel Azaña, Memorias políticas y de guerra , volumen I, Madrid, Afrodisio Aguado, 1976, páginas 343-348.

No será extemporáneo poner aquí algunas citas textuales:

 El «problema religioso, que es en rigor la implantación del laicismo del Estado con todas sus inevitables y rigurosas consecuencias (...). La premisa de este problema, hoy político, la fórmula yo de esta manera: España ha dejado de ser católica. El problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva e histórica del pueblo español» (...). Esto no es un problema religioso». «El auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la conciencia personal» (...) «Este es un problema político, de constitución del Estado» (...). «Para afirmar que España ha dejado de ser católica tenemos las mismas razones, quiero decir de la misma índole, que para afirmar que España era católica en los siglos XVI y XVII» (...). ¿Qué debe España al catolicismo? «Yo creo más bien que es el catolicismo quien debe a España» (...). «Cuando España era un pueblo creador e inventor, creó un catolicismo a su imagen y semejanza» (...). Pero ahora «el catolicismo ha dejado de ser la expresión y la guía del pensamiento español» (...) «España ha dejado de ser católica, a pesar de que existen ahora muchos millones de españoles católicos» (.-). «¿Podía el Estado español estar divorciado del sentido general de la civilización?» (...). «El Estado se conquista por las alturas» (...). «Un sedimento tarda en desaparecer y soterrarse cuando ya en las altura» se ha evaporado el espíritu religioso que lo lanzó» (...).

 Por esto exigimos «transformar el Estado español de acuerdo con esta modalidad nueva del espíritu nacional. Y esto lo haremos con franqueza..., sin declaración de guerra, antes al contrario, como una oferta, como una proposición de reajuste de la paz (...). ¿Le conviene esto a la Iglesia? ¿No le conviene? Yo lo ignoro; Además, no me interesa; a mí lo que me interesa es el Estado soberano y legislador».

 Después explicó el señor Azaña cómo la separación de la Iglesia y del Estado no equivale a «desconocer que en España existe la Iglesia Católica con sus fieles, con sus jerarcas y con la potestad suprema en el extranjero». Lamentó que no hubiera prosperado la enmienda que proponía como «garantía jurídica de la situación de la Iglesia en España» la «corporación de Derecho Público». Con eso en realidad se sujetaba la Iglesia al Estado. A falta de eso, hay un vacío, que obligará por necesidad política y pública a tratar con la Iglesia de Roma en condiciones no deseadas. Para evitarlo hay que buscar «una solución que, sobre el principio de la separación, deje... al Estado laico, al Estado legislador unilateral, los medios de no desconocer ni la acción, ni los propósitos, ni el gobierno, ni la política de la Iglesia de Roma».

 Más adelante dijo: «En ningún momento, bajo ninguna condición... suscribiremos una cláusula legislativa en virtud de la cual siga entregada a las órdenes religiosas el servicio de la enseñanza» (...). «Esta acción continua de las órdenes religiosas sobre las conciencias juveniles es cabalmente d secreto de la situación política porque España transcurre y que está en nuestra obligación... impedir a todo trance. A mi que no me vengan a decir que esto es contrario a la libertad, porque esto es una cuestión de salud pública».

 

Revista FUERZA NUEVA, nº 615, 21-oct-1978


martes, 16 de septiembre de 2025

El Compromiso de Caspe (1412) , raíz de la unidad española, visto desde Cataluña

  (Artículo de 1969)

 CATALUÑA Y LA UNIDAD ESPAÑOLA (DOS FECHAS)

 Por  Fray Justo Pérez de Úrbel

Se conmemora en Valladolid (1969) la fecha del 19 de octubre del año 1469, evocando la ceremonia del matrimonio de la princesa Isabel con el príncipe Fernando, y en ella la unión de las coronas de Castilla y Aragón, un paso definitivo en el quehacer de España. El acto revistió la mayor solemnidad, pero tal vez no tuvo la resonancia que el hecho requería. Pasados ya unos meses, conviene insistir en la trascendencia que esa fecha tiene en ese tejer misterioso que la Providencia realiza en nuestro solo peninsular.

 Pero esa fecha nos hace pensar en otra, que es como su premisa y anuncio: la del 28 de junio de 1412, día en que san Vicente Ferrer leyó solemnemente la sentencia de los compromisarios de Caspe, por la cual el abuelo de aquel príncipe Fernando, el vencedor de Antequera, un infante castellano, era proclamado conde de Barcelona y rey de Aragón.

 Desde este instante el acercamiento se va acrecentando paulatinamente hasta llegar a esa unión tan tesoneramente buscada por la princesa de Castilla y más aún por la casa real de Aragón. Ya la misma estirpe (*) gobierna en los dos reinos más importantes de la Península. Los infantes de Aragón son señores poderosos de Castilla; don Enrique de Villena escribe en castellano y en catalán; el arcipreste de Talavera pasa largos años en Barcelona; diversas obras castellanas corren traducidas al catalán; se aclara y afianza la conciencia de la unidad espiritual de España; ya puede escribir el marqués de Santillana: “Patria mía, España”, y desde Aragón se llamaba a don Álvaro de Luna “el mayor hombre d`Espanya”.

 Sensibilidad política

 Antes del acto del 28 de junio de 1412, el arzobispo de Tarragona, uno de los compromisarios, podía declarar que el conde de Urgel, a su entender, tenía mejor derecho, pero que la candidatura de Fernando de Antequera era más provechosa para su tierra. Esto quería decir, en definitiva, que el corazón iba por un lado y la cabeza por otro. Votó por el conde, su amigo, pero se sometió a la decisión de sus compañeros. Hubo otro voto catalán con el cual se cumplió el acuerdo previo; fue el del mercader y banquero Gualbes, el representante de una burguesía que, desde hacía algún tiempo, estaba pasando por una profunda crisis. Tal vez él siguió el camino del provecho. Por una cosa o por otra, Cataluña demostró una exquisita sensibilidad política.

 El conde de Urgel se rebeló contra su afortunado competidor, pero apenas hubo urgelistas fuera de doña Brianda de Luna, abadesa de Trasoveres. El conde rebelde no cuenta con nadie en los tres estamentos catalanes. Hay, sí, un urgelista, que unos años más tarde escribe una apología del malaventurado pretendiente con el título de “El fin del conde de Urgel”, y en ella, a vueltas de denuestos contra la democrática Castilla y contra el atajo de chamorros, vizcaínos navarros y marranos que mangoneaban en torno a los nuevos señores, tiene que reconocer que el buen conde se perdió en el cerco de Balaguer, “porque tenía en contra suya todo el reino y todos los barones y caballeros y toda la gentileza y todos los pueblos”.

 Y que Cataluña no se arrepiente del paso que se había dado en Caspe lo demuestra unas décadas más tarde, cuando se levanta contra el hijo de Fernando de Antequera. No es a Castilla a quien rechaza sino a Juan II. En busca de un rey, no quiere aceptar a un nieto del conde desdichado. Pedro, condestable de Portugal, que se ofrece a la Diputación de Barcelona creyendo que, por ser hijo de Isabel de Urgel, va a ser recibido con los brazos abiertos. Su petición fue desatendida, y entonces, por iniciativa del abad de Montserrat, la Diputación propuso tomar por rey a Enrique IV de Castilla, pues tenía mejores derechos que Juan II, ya que el reino de Aragón, decían los sublevados catalanes, pertenecía al reino de Castilla, puesto que su abuelo Enrique III pasaba antes que el hermano menor, Fernando de Antequera. Es decir que, aun para estos hombres, en medio de su rebeldía contra el rey y de su hostilidad contra la reina, Caspe representaba no sólo lo más razonable desde el punto de vista utilitarista, sino la solución justa, intachable y de una firmeza granítica.

 La gran monarquía

 Pero si el Compromiso era para los pueblos una razón de unidad, lo era más todavía para los reyes de una misma estirpe que ahora gobernaban en Aragón y en Castilla. Todo su esfuerzo va a ser convertir aquella unión familiar en una unión personal. Por eso, antes de morir aconseja Enrique III de Castilla que su hija María se case con el primogénito de su hermano Fernando de Aragón y, efectivamente, la “Noble reina fue la esposa del rey Magnánimo”. 

Por eso, Isabel (la Católica), con el fin de hacer que su hermano Enrique IV aceptase su unión con el príncipe aragonés, le presentaba este matrimonio como más honrado y provechoso, “considerando la unidad de nuestra antigua progenie e lo que se añadiría a la corona d’estos vuestros regnos por causa de tal matrimonio e los merescimientos muy claros de don Fernando de Aragón, abuelo del dicho príncipe rey de Sicilia, y hermano del muy esclarecido príncipe de gloriosa memoria, don Enrique, abuelo de vuestra señoría y mío, cuya postrimera voluntad, expresa en su testamento, fue que siempre se continuasen nuevas conexiones matrimoniales por línea recta del dicho rey, don Fernando, su hermano”.

 Por eso, ante las dificultades que surgían por todas partes en torno al matrimonio de aquella princesa Isabel, a la cual se ha llamado la novia de Occidente, ante las impertinencias de su hermano Enrique, ante las ofertas de Inglaterra, ante las importunaciones del duque de Guyena y las melosidades de Francia y las exigencias de Portugal, la resistencia de Isabel tiene un apoyo infatigable, generoso, decidido y vigilante en el viejo rey de Aragón (Juan II), casi ciego, pero el más clarividente de los políticos de su tiempo, que en medio de las rebeldías de sus súbditos y de las luchas con los franceses, no olvidaba nunca la mano de la princesa castellana.

 Juan II de Aragón, nacido en Castilla, aragonés de corazón, y más que aragonés y castellano, español, había visto que la unión de Castilla y Aragón en su hijo Fernando y en la joven Isabel haría la gran monarquía capaz de hacer frente a otros poderes que se alzaban ya en el horizonte de Europa. Después de leer el libro que le dedicó el historiador catalán Vicens Vives nos damos cuenta de que, sin mermar el tesón de la novia ni el entusiasmo del novio, fue el principal artífice de aquella unión. La concibió con visión certera, la planeó con suprema habilidad, la negoció con generosidad, hasta cuando tenía hipotecado el collar de perlas y pedrería que debía servir a modo de arras. Compra, adula desarrolla prodigios de diplomacia y astucia, insiste, transige, renuncia y al fin puede ver realizado aquel ideal unitario y, cuando realizada ya la ceremonia de Valladolid, llega el príncipe al campamento, escucha con satisfacción y orgullo a un poeta catalán que, en castellano aragonés, saluda la llegada del rey príncipe “que va a ser rey de toda Castilla y luego monarca del mundo”.

 Las ventajas de la unidad

 Todo esto no era más que el corolario del gran día en que san Vicente Ferrer cantó con fervorosa palabra la hermandad de todos los españoles, interpretando el sentir universal. Por un momento prendió un urgelismo egoísta y ciego, llamarada fugaz, que es extinguió ante la hostilidad y la indiferencia. Después, ni los elementos más opuestos al tercero de los Trastamaras se atrevieron a discutir la justicia de la resolución de los nueve. Hasta el anónimo autor del “Fin del conde de Urgel”, tan apasionado por su ídolo, reconoce “los beneficios de la unidad, la fuerza y la grandeza traída por el buen rey don Fernando de Antequera”.

 Era necesario llegar al siglo XX para ver cómo nace una escuela histórica romántica y sentimental, que no cesa de lamentarse de la “debilidad” del rey Martín, de la claudicación de Cataluña, de la “traición” de san Vicente Ferrer, de la “felonía” de Aragón y de la desgracia del pobre conde, que en realidad era un indeseable, a quien el rey Martín apartó de las gradas del trono de una manera consciente y con una voluntad inquebrantable.

 Y gracias a eso, el acto del 28 de junio de 1412 tuvo su lógica coronación en el del 19 de octubre de 1469; gracias a eso, España entraba en la época moderna con una pujanza que pronto se convertirá en hegemonía europea; gracias a eso, un andaluz, Gonzalo de Córdoba, hacía triunfar en los campos de Italia la reclamaciones seculares de Aragón y Cataluña; gracias a eso, la amenaza que avanzaba por Oriente pudo ser alejada del Mediterráneo occidental. ¿Qué hubiera sido del condado barcelonés y del reino de Aragón ante la gran monarquía francesa unificada y, tradicionalmente, aliada de Castilla, y ante las flotas innumerables de Mahomed II y de Solimán el Magnífico? ¿Seguiríamos siendo cristianos sin aquella España poderosa que se anunció el 19 de octubre?


Revista FUERZA NUEVA, nº 1657-Mar-1970

(*) Casa de Trastamara