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AVANCE DEL
MARXISMO
A juzgar por
el sondaje de opinión publicado (1978) en el diario “Informaciones”,
relativo a los partidos de centro y de derecha, el marxismo avanza
inexorablemente en España. Si fuera certero y objetivo ese sondaje, la
mayoría del electorado español sería ya marxista y la Constitución y el Gobierno
se habrían asentado sobre un polvorín presto a hacerlos volar.
Como, por
otra parte, todo el mundo afirma que la mayoría de los españoles somos
católicos, indudablemente hay que pensar que muchos católicos votan al
marxismo porque el Magisterio de la Iglesia lo consiente para su propia
perdición. La Jerarquía, efectivamente, está cediendo con ingenuidad o con
negligencia ante la seducción que el marxismo platónico, de papel o gobernado,
ejerce sobre los espíritus insatisfechos y creyentes en que va a ser capaz de
satisfacerles el marxismo gobernante. El marxismo está llevando a cabo una
sagaz estrategia en España, tendente a convencer de que es posible conciliar
teórica y prácticamente el marxismo y el catolicismo. ¡Y como no todo el
mundo es capaz de discernimiento…!
Los intentos
que yo conozco de conciliar el catolicismo y el marxismo, invariablemente,
adolecen de lo mismo: concilian o bien un catolicismo inauténtico, un pseudo-catolicismo,
con un marxismo auténtico; o conjugan un catolicismo auténtico con un
marxismo inauténtico; o maridan entre sí un marxismo y un catolicismo inauténticos,
falsos.
El
catolicismo auténtico, el propuesto por el Magisterio oficial y tradicional
de la Iglesia católica es teórica y prácticamente incompatible con el
marxismo que caracteriza los escritos y los comportamientos de los maestros y
dirigentes más calificados del marxismo. Como yo le manifestaba a Roger
Garaudy, sin que supiera replicarme, en un turno de objeciones y cuestiones,
tras su conferencia en el templo parroquial de Santo Tomás de Aquino, de
Madrid, la mayoría de los católicos españoles no nos reconocemos creyentes en
esa versión sui géneris del cristianismo propuesta por él; como tampoco se
reconocerían muchos comunistas y socialistas en esa versión sui géneris del
marxismo aventurada por él para acoplarlo al cristianismo, y por la cual lo
han expulsado del Partido Comunista Francés.
Es lo que le
acontece también a Alfonso Comín, miembro del Comité Central del Partido
Comunista de España y del PSUC, en su libro «Cristianos en el Partido,
comunistas en la Iglesia». No piensa católicamente, no tiene fe católica
quien, como Comín, escribe: «Politzer... afirma que vamos a asistir a través
de la filosofía a esta lucha continua
entre el idealismo y el materialismo. Este va a hacer retroceder las
limitaciones de la ignorancia, y ésta será una de sus glorias y uno de sus
méritos. Por el contrario, el idealismo y la religión que lo alimente harán
todos sus esfuerzos para mantener la ignorancia y aprovechar esta ignorancia
de las masas para hacerlas admitir la opresión, la explotación económica y
social. Sin duda el desarrollo histórico de la religión cristiana permitía
analizar su función social en estos términos. Tanto Politzer como los autores
del Pequeño Diccionario Filosófico (soviético) habían conocido una dura
experiencia histórica en la que la religión se había expresado
predominantemente en una línea de opresión y de oscurantismo.» Aquí Comín,
aceptando la interpretación marxista de la religión, apostata realmente del
catolicismo. Es obvio que Jesucristo no quiso ser un Mesías temporal, un
liberador político, sino el Redentor del pecado humano. Y la Iglesia no tiene
por qué ser distinta de Jesucristo.
Es claro que
para la Iglesia lo único importante es hacer partícipes de la divina
Revelación y de la Redención de Cristo a los hombres. Pero la divina
Revelación y la Redención, lejos de ser opresivas y oscurantistas, son lo más
valioso, lo más liberador espiritualmente y lo más luminoso intelectualmente
de que puede disponer el hombre. Empezamos porque, como dice Pascal, por sí
mismo el hombre ni siquiera sabe lo que es el hombre, a menos que
Dios se lo
revele. Y es Dios, sólo Dios, quien revela que los creyentes somos hijos
suyos y, por tanto, hermanos en Cristo. La ciencia no nos dice, no nos puede
decir que somos hermanos, sino rivales, enemigos.
El
pensamiento y la ciencia del hombre contemporáneo, o bien dice —como el
pensamiento de los marxistas— que el hombre no pasa de ser una porción de
materia organizada (y entonces es lógico el archipiélago Gulag descrito por
Soljenitsin, como son lógicas las checas españolas), o bien dicen que el
hombre es una pasión inútil —como propone el existencialismo de Sartre— o una
noción inventada en el siglo XVIII que ahora se desvanece como una huella que
hubiéramos dejado a la orilla del mar, en una playa, como asegura el
estructuralismo de Foucault. Así pues, tanto en el orbe de la ideología
marxista como en el orbe de la ideología liberalista, desaparece la
convicción de que el hombre es digno de todo respeto y titular de derechos
inalienables, porque es criatura e hijo de Dios, con una naturaleza prefijada
para siempre por el Creador, que nadie puede alterar ni dejar de respetar.
Por el
contrario, resulta realmente oscurantista y fatalmente opresivo el universo
adonde se extiende la vulgata marxista, dogmáticamente impermeable a la
noción cristiana del hombre, irrespetuosa de los fueros de la persona humana,
fosilizada en los supuestos o postulados formulados por Marx, que no pueden
abandonar los marxistas, a menos que dejen de ser realmente y
confesionalmente marxistas. Cuando uno lee la Sagrada Escritura y los fines
que Dios propone al hombre y lee las Resoluciones y los Estatutos del PCE en
su último Congreso, observa que cristianismo y marxismo son diferentes e
incompatibles.
Eulogio
RAMÍREZ
Revista FUERZA NUEVA, nº 620, 25-Nov-1978
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