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martes, 21 de octubre de 2025

La victoria de 1939, camino del olvido

 Artículo de 1970

  ABRIL, 1939, VICTORIA PARA NO OLVIDAR

 Los olvidadizos de hoy, los desmemoriados y los amnésicos sostendrán quizá -ellos sabrán para qué objetivos tortuosos- que treinta y un años después de la Victoria, esta fecha puede entrar en las clases pasivas de la Historia. Y, sin embargo, ¿la recordáis? No hemos podido olvidar ni queremos hacerlo el frenético entusiasmo de las poblaciones definitivamente liberadas del miedo, el crimen, el hambre y el terror.

 Estas no son palabras vacías, abstractas, sino que están escritas con sangre y dolor en la carne de España. Detrás de cada una de ellas hay imágenes terribles: los oficiales asesinados con el tiro en la nuca en el Cuartel de la Montaña, en aquella ronda de aquelarre de cuerpos caídos por tierra, los trágicos paseos en cualquier cuneta de la carretera del Pardo, los oficiales de Marina arrojados encadenados al mar en Cartagena, el Obispo de Almería lanzado vivo a la caldera del “Jaime I”, los monjes de Montserrat torturados y fusilados, los sepultados vivos en los pozos de Serón, los tirados al Cantábrico desde el faro de Santander, las chekas, la caza despiadada en las calles, los garfios sangrientos que se encontraron en la checa de García Atadell y de los que se colgaba a los detenidos, los “tribunales populares”, las mujeres enviadas a los burdeles frentepopulistas o rifadas en las noches de orgía de las Brigadas Internacionales, la cacería de la Cárcel Modelo, los tirados como peleles desde lo alto de Bellas Artes.

 Que no se diga que era la “barbarie de los incontrolados”. Esos eran los procedimientos normales del sistema que se hubiera implantado en toda España sin la llamada salvadora del Alzamiento y sin la victoria del 1 de abril de 1939. Que no se diga por ciertos monstruos fríos que era una revancha de clase. En Barcelona, los comunistas ejecutaron a sus ex aliados del POUM casi con igual ferocidad. En Cataluña, los anarquistas y cenetistas asesinaban con análoga frialdad a sus asociados del separatismo, y éstos les pagaban en la misma moneda. En Bilbao, la burguesía separatista se mostró igualmente feroz que los presidiarios convertidos en “gudaris”. ¿O es que se han olvidado los asesinatos en los barcos anclados en el Nervión? ¿Quién mandaba entonces en su despacho del Hotel Carlton?

Esa tragedia no fue un episodio circunstancial ni esa explosión “de ruido y furor”, como decía Shakespeare, fue espontánea. Había sido cuidadosamente preparada, se habían sembrado las semillas del crimen y del horror con los libros, periódicos y mítines del marxismo, del anarquismo, y de la izquierda. Era la culminación lógica de la honda tragedia de nuestro pueblo, entregado a la barbarie desintegradora de toda moral por las taifas de los partidos políticos, y el fruto de una siniestra planificación llevada a cabo por los Estados Mayores del marxismo y sus compañeros de viaje.

 El que sucedió en España no era nada nuevo. Había tenido como precedente la matanza de Asturias por los dinamiteros de González Peña y Prieto (1934). Y antes (1909), la Semana Trágica de Barcelona. El mismo régimen fue establecido en los cinco meses siniestros de la Hungría de 1919 con Bela Khun, contando con la complicidad del demagogo conde Karoly, que preparó el ambiente. Al mismo régimen se llegó en Rusia a partir de la revolución de octubre de 1917, lógico desenlace de la revolución liberal y socialista del príncipe Lvov y de Kerensky, en febrero. Todavía en agosto, el muy liberal príncipe Lvov decía en plena Duma: “Jamás el pueblo ruso ha sido tan feliz como ahora, con la democracia”. Y le aplaudieron los “kadetes” constitucionalistas, los monárquicos del progresismo y masonería, los socialistas, los agrarios y los socialrevolucionarios... Dos meses después, Rusia escuchaba el tronar de los cañones del “Aurora”, Lenin se apoderó del poder y los ministros amigos del príncipe Lvov morían asesinados en la fortaleza Pedro y Pablo, mientras Kerensky huía disfrazado de mujer.

 Amalgama “democrática”

 Karoly y Berenguer, Bela Khun y Kerensky, Azaña, Portela Valladares, Prieto y Basteiro… Sin estos nombres, que prestan una fachada “honorable”, la tragedia no hubiera sido posible. Ni la habría sido sin Masaryk y sin Benes la bolchevización de Checoslovaquia en 1948.

 Siempre le es preciso a Moscú un Kerensky o un príncipe Lvov. Sin las debilidades de los gobernantes de 1934, sin las intrigas, compromisos y traiciones de los partidos políticos, sin la ceguera de quienes confiaron la salvación de España a la farsa de unas elecciones que estaban destinadas al amaño y al pucherazo, sin el “frentepopulismo” que iba de la izquierda burguesa y ateneísta y los revolucionarios de salón y la inteligencia izquierdista pedante hasta los comunistas, pasando por los socialistas “moderados” y los socialistas de taberna y Casa del Pueblo y puño en alto, la tragedia se habría evitado.

 Para hacer inevitable, para esclavizar a nuestro pueblo después de desangrado, para volcarle en el campo de la Unión Soviética o mantenerle en la servidumbre de las logias francesas e inglesas, cooperaron los hombres de Londres y París con los de Moscú en un mismo objetivo, aunque sus caminos no siempre coincidieran. León Blum -tan socialista, tan “humanista”-, Baladier, tan radical como Servan Schreiber, tan burgués, y Thorez -tan “hijo del pueblo”- clamaban en las manifestaciones de París: “Des canons et des avions pour l’Espagne”. Attlee y Lady Astor vinieron a saludar con el puño alto a las Brigadas Internacionales de Marty, Nenni y Tito. Toda esta amalgama fue necesaria para intentar convertir a España en República democrática de tipo checoslovaco, en espera de hacer de ella también como Checoslovaquia, una República soviética a secas.

 Cómplices del comunismo

 En Moscú estaba el cerebro. Pero eso no excluye las pavorosas responsabilidades de un Portela Valladares, entregando el poder el 16 de febrero de 1936 a las hordas. Ni excluye la responsabilidad del socialista Largo Caballero que levantaba el puño en los desfiles de los milicianos asesinos, ni del socialista Besteiro, el ideólogo que desde la huelga de 1917 había ido preparando el terreno, ni de Prieto, que había fletado el “Turquesa” con cuyas armas se desencadenó el terror de la revolución de Asturias de 1934, el primer ensayo de lo que fue dos años más tarde la media España roja. ¿Han olvidado sus turiferarios de hoy los cuarteles dinamitados, los asesinatos al grito de “UHP”? ¿Se ha olvidado que el “buen” Prieto que ahora nos quieren presentar fue el empresario de aquellos crímenes? Y eso no excluye la responsabilidad de los masones y de los Martínez Barrios, ni los burgueses separatistas de Barcelona y Bilbao. Todos ellos fueron los cómplices activos del comunismo, después de haber abierto los diques. Todos ayudaron a crear aquella media España comunista que habría sido una entera España bajo la hoz y el martillo, sin la victoria de las armas nacionales.

 Y esa victoria es la que algunos quisieran que fuera olvidada, para que se olvidaran también las causas, los horrores y los crímenes que hicieron inaplazable el alzamiento. Así se podría volver, con la conciencia tranquila y explotando la amnesia del pueblo español, la ignorancia de una juventud a la que no se informa, a la que se mantiene ignorante de aquel pasado tan próximo y aleccionador, y el deseo de paz de la “mayoría silenciosa” de nuestros días; así se podría volver a la misma situación. Lo sepan o no lo sepan en su inconsciencia y en su cobardía, ese es el fondo de los que ahora hablan mucho de democracia, de liberalismo, de partidos políticos -aunque disfracen con otros nombres su mercancía de contrabando- cubriendo la maniobra con invocaciones al Concilio y a las Encíclicas, del brazo de los que asesinaron obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas.

 La primera fase de esta operación es dar un carácter “provisional” y “circunstancial” a la victoria, como si fuera un episodio anormal y excepcional que puede borrarse tranquilamente para retornar a lo que ellos llaman la “normalidad”. La normalidad de los incendios de iglesias, de los asesinatos en la calle, la ocupación de tierras y fábricas, el crucifijo expulsado de las escuelas, el Ejército escarnecido, la juventud entregada a la masonería cosmopolita y al laicismo perseguidor, los periódicos asaltados y prohibidos, los intelectuales disconformes reducidos al silencio y la persecución, mientras se encaramaba en el pedestal a cualquier invertido de ojos lánguidos.

 Y todavía es posible que esos clanes, herederos de los macabros aliados de 1936, los que pretenden una marxistización cautelosa o brutal de nuestra Patria encuentren compresión incluso entre los mismos que serían sus primeras víctimas, incluso entre esos mismos sacerdotes que olvidan a los mártires de la Iglesia de 1936 a 1939.

 Victoria de las armas limpias

 A toda esa amalgama hay que decirles -y probarles con hechos- que nuestra victoria es definitiva porque fue una victoria sobre la anti-España de 1936. Fue una victoria de las armas limpias sobre otras almas al servicio del crimen y de la esclavitud. Pero fue, ante todo. la victoria de una ideología, del ser y sentido de España sobre sus enemigos, declarados o encubiertos, internos o externos. Los que quieren matar nuestra victoria tienen un nombre: “revanchistas”, y eso, estén donde estén y se cubran con las etiquetas que se cubran. Son los que no han olvidado, en un rencor amarillo, que tuvieron que huir, vencidos y despreciados por el pueblo español al que engañaron, y que han seguido, en el exilio, en la conspiración clandestina, en la intriga que les llevó, como “arrepentidos”, a ocupar puestos, soñando con el desquite. En un desquite que les era imposible por la fuerza y que buscan obtener vistiéndose con la piel del cordero liberal, del socialista “bueno y europeo”, del demócrata “generoso y coexistente”, del clérigo “coexistencialista y dialogante” con una oreja en Roma y otra en Moscú, con una en la encíclica “Populorum progressio” y otra en Garaudy. Solo así pueden convertir en cómplices inconscientes a los ingenuos. Unos, involuntariamente, de buena fe, porque no saben quiénes son sus guías y a dónde les llevan. Otros, arrastrados en el caos de confusión ideológica que la subversión extiende en las épocas prerrevolucionarias. Otros, simplemente por miedo, especulando desde su paz y su tranquilidad actuales con las incertidumbres del futuro…

 Frente a eso, nuestra fuerza es la misma arma que nuestro adversario busca destruir. La energía de las razones que hicieron posible la victoria frente a un enemigo que tenía todos los medios: Tenía el oro, la industria, el sucio juego de la Francia frentepopulista y de la Inglaterra desgarradora de Europa. Tenía la Unión Soviética, tan halagada hoy. Pero la verdadera España tenía una doctrina clara y limpia por la que se valía la pena morir como hombres.

 Eso, ¿se ha olvidado? ¿Es que tenemos que hacernos perdonar nuestra victoria?

 Carlos JIMÉNEZ


Revista FUERZA NUEVA, nº 168, 28-Mar-1970

 

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