ABRIL, 1939, VICTORIA
PARA NO OLVIDAR
Los
olvidadizos de hoy, los desmemoriados y los amnésicos sostendrán quizá -ellos
sabrán para qué objetivos tortuosos- que treinta y un años después de la Victoria,
esta fecha puede entrar en las clases pasivas de la Historia. Y, sin embargo,
¿la recordáis? No hemos podido olvidar ni queremos hacerlo el frenético
entusiasmo de las poblaciones definitivamente liberadas del miedo, el crimen,
el hambre y el terror.
Estas
no son palabras vacías, abstractas, sino que están escritas con sangre y
dolor en la carne de España. Detrás de cada una de ellas hay imágenes
terribles: los oficiales asesinados con el tiro en la nuca en el Cuartel de
la Montaña, en aquella ronda de aquelarre de cuerpos caídos por tierra, los
trágicos paseos en cualquier cuneta de la carretera del Pardo, los oficiales
de Marina arrojados encadenados al mar en Cartagena, el Obispo de Almería
lanzado vivo a la caldera del “Jaime I”, los monjes de Montserrat torturados
y fusilados, los sepultados vivos en los pozos de Serón, los tirados al
Cantábrico desde el faro de Santander, las chekas, la caza despiadada en las
calles, los garfios sangrientos que se encontraron en la checa de García Atadell
y de los que se colgaba a los detenidos, los “tribunales populares”, las
mujeres enviadas a los burdeles frentepopulistas o rifadas en las noches de
orgía de las Brigadas Internacionales, la cacería de la Cárcel Modelo, los
tirados como peleles desde lo alto de Bellas Artes.
Que no se diga que era la “barbarie de los
incontrolados”. Esos eran los procedimientos normales del sistema que se
hubiera implantado en toda España sin la llamada salvadora del Alzamiento y
sin la victoria del 1 de abril de 1939. Que no se diga por ciertos monstruos
fríos que era una revancha de clase. En Barcelona, los comunistas ejecutaron
a sus ex aliados del POUM casi con igual ferocidad. En Cataluña, los
anarquistas y cenetistas asesinaban con análoga frialdad a sus asociados del
separatismo, y éstos les pagaban en la misma moneda. En Bilbao, la burguesía
separatista se mostró igualmente feroz que los presidiarios convertidos en “gudaris”.
¿O es que se han olvidado los asesinatos en los barcos anclados en el Nervión?
¿Quién mandaba entonces en su despacho del Hotel Carlton?
Esa tragedia no fue un episodio
circunstancial ni esa explosión “de ruido y furor”, como decía Shakespeare,
fue espontánea. Había sido cuidadosamente preparada, se habían sembrado las
semillas del crimen y del horror con los libros, periódicos y mítines del
marxismo, del anarquismo, y de la izquierda. Era la culminación lógica de la
honda tragedia de nuestro pueblo, entregado a la barbarie desintegradora de
toda moral por las taifas de los partidos políticos, y el fruto de una
siniestra planificación llevada a cabo por los Estados Mayores del marxismo y
sus compañeros de viaje.
El que sucedió en España no era nada nuevo.
Había tenido como precedente la matanza de Asturias por los dinamiteros de
González Peña y Prieto (1934). Y antes (1909), la Semana Trágica de Barcelona.
El mismo régimen fue establecido en los cinco meses siniestros de la Hungría
de 1919 con Bela Khun, contando con la complicidad del demagogo conde Karoly,
que preparó el ambiente. Al mismo régimen se llegó en Rusia a partir de la revolución
de octubre de 1917, lógico desenlace de la revolución liberal y socialista
del príncipe Lvov y de Kerensky, en febrero. Todavía en agosto, el muy
liberal príncipe Lvov decía en plena Duma: “Jamás el pueblo ruso ha sido tan
feliz como ahora, con la democracia”. Y le aplaudieron los “kadetes”
constitucionalistas, los monárquicos del progresismo y masonería, los
socialistas, los agrarios y los socialrevolucionarios... Dos meses después,
Rusia escuchaba el tronar de los cañones del “Aurora”, Lenin se apoderó del
poder y los ministros amigos del príncipe Lvov morían asesinados en la
fortaleza Pedro y Pablo, mientras Kerensky huía disfrazado de mujer.
Amalgama “democrática”
Karoly y Berenguer, Bela Khun y Kerensky,
Azaña, Portela Valladares, Prieto y Basteiro… Sin estos nombres, que prestan
una fachada “honorable”, la tragedia no hubiera sido posible. Ni la habría
sido sin Masaryk y sin Benes la bolchevización de Checoslovaquia en 1948.
Siempre le es preciso a Moscú un Kerensky o
un príncipe Lvov. Sin las debilidades de los gobernantes de 1934, sin las
intrigas, compromisos y traiciones de los partidos políticos, sin la ceguera
de quienes confiaron la salvación de España a la farsa de unas elecciones que
estaban destinadas al amaño y al pucherazo, sin el “frentepopulismo” que iba
de la izquierda burguesa y ateneísta y los revolucionarios de salón y la
inteligencia izquierdista pedante hasta los comunistas, pasando por los
socialistas “moderados” y los socialistas de taberna y Casa del Pueblo y puño
en alto, la tragedia se habría evitado.
Para hacer inevitable, para esclavizar a nuestro
pueblo después de desangrado, para volcarle en el campo de la Unión Soviética
o mantenerle en la servidumbre de las logias francesas e inglesas, cooperaron
los hombres de Londres y París con los de Moscú en un mismo objetivo, aunque
sus caminos no siempre coincidieran. León Blum -tan socialista, tan “humanista”-,
Baladier, tan radical como Servan Schreiber, tan burgués, y Thorez -tan “hijo
del pueblo”- clamaban en las manifestaciones de París: “Des canons et des
avions pour l’Espagne”. Attlee y Lady Astor vinieron a saludar con el puño
alto a las Brigadas Internacionales de Marty, Nenni y Tito. Toda esta
amalgama fue necesaria para intentar convertir a España en República
democrática de tipo checoslovaco, en espera de hacer de ella también como
Checoslovaquia, una República soviética a secas.
Cómplices
del comunismo
En Moscú estaba el cerebro. Pero eso no
excluye las pavorosas responsabilidades de un Portela Valladares, entregando
el poder el 16 de febrero de 1936 a las hordas. Ni excluye la responsabilidad
del socialista Largo Caballero que levantaba el puño en los desfiles de los
milicianos asesinos, ni del socialista Besteiro, el ideólogo que desde la
huelga de 1917 había ido preparando el terreno, ni de Prieto, que había fletado
el “Turquesa” con cuyas armas se desencadenó el terror de la revolución de
Asturias de 1934, el primer ensayo de lo que fue dos años más tarde la media
España roja. ¿Han olvidado sus turiferarios de hoy los cuarteles dinamitados,
los asesinatos al grito de “UHP”? ¿Se ha olvidado que el “buen” Prieto que
ahora nos quieren presentar fue el empresario de aquellos crímenes? Y eso no
excluye la responsabilidad de los masones y de los Martínez Barrios, ni los
burgueses separatistas de Barcelona y Bilbao. Todos ellos fueron los
cómplices activos del comunismo, después de haber abierto los diques. Todos
ayudaron a crear aquella media España comunista que habría sido una entera
España bajo la hoz y el martillo, sin la victoria de las armas nacionales.
Y esa victoria es la que algunos quisieran
que fuera olvidada, para que se olvidaran también las causas, los horrores y
los crímenes que hicieron inaplazable el alzamiento. Así se podría volver,
con la conciencia tranquila y explotando la amnesia del pueblo español, la
ignorancia de una juventud a la que no se informa, a la que se mantiene
ignorante de aquel pasado tan próximo y aleccionador, y el deseo de paz de la
“mayoría silenciosa” de nuestros días; así se podría volver a la misma
situación. Lo sepan o no lo sepan en su inconsciencia y en su cobardía, ese
es el fondo de los que ahora hablan mucho de democracia, de liberalismo, de
partidos políticos -aunque disfracen con otros nombres su mercancía de
contrabando- cubriendo la maniobra con invocaciones al Concilio y a las Encíclicas,
del brazo de los que asesinaron obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas.
La primera fase de esta operación es dar un
carácter “provisional” y “circunstancial” a la victoria, como si fuera un
episodio anormal y excepcional que puede borrarse tranquilamente para
retornar a lo que ellos llaman la “normalidad”. La normalidad de los
incendios de iglesias, de los asesinatos en la calle, la ocupación de tierras
y fábricas, el crucifijo expulsado de las escuelas, el Ejército escarnecido,
la juventud entregada a la masonería cosmopolita y al laicismo perseguidor,
los periódicos asaltados y prohibidos, los intelectuales disconformes
reducidos al silencio y la persecución, mientras se encaramaba en el pedestal
a cualquier invertido de ojos lánguidos.
Y todavía es posible que esos clanes,
herederos de los macabros aliados de 1936, los que pretenden una
marxistización cautelosa o brutal de nuestra Patria encuentren compresión
incluso entre los mismos que serían sus primeras víctimas, incluso entre esos
mismos sacerdotes que olvidan a los mártires de la Iglesia de 1936 a 1939.
Victoria
de las armas limpias
A toda esa amalgama hay que decirles -y
probarles con hechos- que nuestra victoria es definitiva porque fue una
victoria sobre la anti-España de 1936. Fue una victoria de las armas limpias
sobre otras almas al servicio del crimen y de la esclavitud. Pero fue, ante
todo. la victoria de una ideología, del ser y sentido de España sobre sus
enemigos, declarados o encubiertos, internos o externos. Los que quieren
matar nuestra victoria tienen un nombre: “revanchistas”, y eso, estén donde
estén y se cubran con las etiquetas que se cubran. Son los que no han olvidado,
en un rencor amarillo, que tuvieron que huir, vencidos y despreciados por el
pueblo español al que engañaron, y que han seguido, en el exilio, en la
conspiración clandestina, en la intriga que les llevó, como “arrepentidos”, a
ocupar puestos, soñando con el desquite. En un desquite que les era imposible
por la fuerza y que buscan obtener vistiéndose con la piel del cordero
liberal, del socialista “bueno y europeo”, del demócrata “generoso y
coexistente”, del clérigo “coexistencialista y dialogante” con una oreja en
Roma y otra en Moscú, con una en la encíclica “Populorum progressio” y otra
en Garaudy. Solo así pueden convertir en cómplices inconscientes a los
ingenuos. Unos, involuntariamente, de buena fe, porque no saben quiénes son
sus guías y a dónde les llevan. Otros, arrastrados en el caos de confusión
ideológica que la subversión extiende en las épocas prerrevolucionarias. Otros,
simplemente por miedo, especulando desde su paz y su tranquilidad actuales
con las incertidumbres del futuro…
Frente a eso, nuestra fuerza es la misma
arma que nuestro adversario busca destruir. La energía de las razones que
hicieron posible la victoria frente a un enemigo que tenía todos los medios: Tenía
el oro, la industria, el sucio juego de la Francia frentepopulista y de la
Inglaterra desgarradora de Europa. Tenía la Unión Soviética, tan halagada hoy.
Pero la verdadera España tenía una doctrina clara y limpia por la que se
valía la pena morir como hombres.
Eso, ¿se ha olvidado? ¿Es que tenemos que
hacernos perdonar nuestra victoria?
Carlos JIMÉNEZ
Revista FUERZA NUEVA, nº 168, 28-Mar-1970
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