Buscar este blog

miércoles, 8 de octubre de 2025

Los tres senadores militares, contra la Constitución

 

  NINGUNO DE LOS GENERALES

 Los tres senadores militares han rehusado conceder el voto a la Constitución atea y antinacional que se impondrá al sufrido pueblo español por el consenso “moncloaca”-marxista. Con rapidez diligente, el señor Gutiérrez Mellado (ministro de Defensa) ha aclarado que a los Ejércitos sólo los representa el Rey. Pero Gutiérrez Mellado olvida que fue precisamente el Rey el que designó a los senadores militares. Y ¿no lo hizo para que los Ejércitos se hallasen representados en la Cámara? No hay duda de que muchos civiles y militares lo interpretaron así y, si hubo error en tal interpretación, no es el ministro del Gobierno ucedista el indicado a rectificarlo, sino acaso el propio Monarca o persona autorizada por éste. Lo que no ofrece la mínima vacilación y no cabe desvirtuar es el hecho de que la Ley de Reforma Política (1976) contó con el voto negativo de todos los generales procuradores en Cortes y que la Constitución no ha contado con ninguno positivo de los militares miembros de las Cámaras y designados precisamente en su calidad de tales. ¿No es eso representativo? Entonces, ¿qué lo es?

 Y lo que nadie negará es que resulta más que significativa la notoria falta de sintonía de Gutiérrez Mellado con el Consejo Superior del Ejército a propósito de la legalización del PCE (1977) y con los generales miembros de las Cortes a propósito de la Reforma Política y de la Constitución.

 Y lo que ya cae en el colmo del ridículo es que “El País” venga ahora, sin respetar la libertad de voto, a reclamar determinadas adhesiones y acatamientos de dichos senadores militares. Claro que no es extraño cuando dicho vespertino está dirigido por quien menospreciara hace muy poco, pública e impunemente, a los militares españoles -además de a la “Dictadura”, que ha cometido el error de darle de comer, con los estipendios de los cargos oficiales desempeñados por ese director, Juan Luis Cebrián, y su familia más inmediata -el cual quizás se halla capitidisminuido para comprender que el eje diamantino de todo militar digno de tal nombre es aquél que expresaba el comandante de Sant Marc, al proclamar: “A un soldado pueden pedírsele muchas cosas, incluso puede pedírsele que muera; en su profesión. Lo que no puede pedírsele es que traicione, que se retracte, que se contradiga, que mienta, que sea perjuro”.

 Ramón de Tolosa


Revista FUERZA NUEVA, nº 618, 11-Nov-1978

 

lunes, 6 de octubre de 2025

El latín, desterrado de la Iglesia y la enseñanza

 Artículo de 1970

 

  Ante la futura Ley de Educación

 «RAZA LATINA»

 Escribe MARCELINO OLAECHEA, Arzobispo dimisionario de Valencia

 Con sinceridad, sin empaque ni en gestos ni en palabras, con natural sencillez, habló por televisión el señor ministro de Educación y Ciencia, pidiendo la cooperación de todos para que el Proyecto de Bases de una Política Educativa -abierto de par en par a la crítica- llega a ser pronto una consoladora realidad.

 Le oí con gusto y sentí el gozo de coincidir con él. El Libro Blanco abre nuevas rutas a la educación, y las abre con tal acierto y anchura que merece sincero aplauso.

 Trabajador animoso en tantos años de mi vida por los fueros de la sana libertad de enseñanza y la mayor cultura en particular de los económicamente débiles, no puedo dejar de acudir a la llamada del señor ministro, aunque no tenga mi esfuerzo más valor -pero éste sí lo tiene- que el de mi amor a la educación y la ausencia de todo interés personal y de grupo.

 Pongo mi granito de arena en la obra, rogando a los procuradores en Cortes llamados a discutir el Proyecto que pasen al artículo 24 como materia común del Bachillerato las llamadas “Humanidades” y, en particular, la lengua latina que consta en el artículo 25 como materia optativa.

 Rompe mi ruego una lanza en la mejor compañía: la de la Real Academia Española, cuya propuesta hacen, sin duda, suya, la Comisión Episcopal de Enseñanza, la FERE y tal vez la mayoría de catedráticos y profesores de Educación Media.

 Reservando a mejores plumas que la mía la exposición de las razones, muchas y graves, que militan en favor de mi ruego -buen conocimiento de la ortografía y del sentido de nuestras palabras, lectura, en sus fuentes, de nuestros antiguos historiadores, filósofos, juristas, moralistas, disciplina y ornato de la mente por una estructura gramatical férrea y por una belleza en prosa y verso que ha influido más que ninguna otra en la cultura occidental- quiero recordar con estas líneas lo atrás que dejamos los clérigos la enseñanza y uso del latín, por si este recuerdo sirve para dar los pasos que procedan y merecer, con título más fuerte, la inclusión en el bachillerato de la augusta lengua como materia común, con la intensidad y en los cursos que sean más a propósito para que su enseñanza no sólo no estorbe, sino que ayude a las otras materias, según aconsejaría hoy nuestro Quintiliano.

 Abro con buen humor las puertas al recuerdo. Me contaron, “se non è vero è ben trovato”, que durante la República, un buen hombre, que no olía ciertamente a cera ni a letras ni a ciencias, pero que tenía pulmones de bronce, atronaba la calle del pueblo gritando: “¡Abajo la raza latina!” Al preguntarle un vecino, no tan acre como él, pero horro como él de letras y ciencias, quién era la tal “Raza latina”, le espetó olímpicamente, pasmado de la ignorancia del otro y sin mirarle siquiera la cara: “¿Quién va a ser, hombre, quién va a ser…? ¡Los curas!

 La verdad es que hoy tendría que sudar un poco el buen hombre para dar con su “Raza latina”. A ella se dirigen, con respeto, a mis líneas.

 En los Seminarios menores, al adoptar -y procedía hacerlo- el bachillerato oficial, el montón de materias exigibles con sano rigor a los Tribunales de grado, merma, de no estar muy alerta, el interés y el tiempo para la enseñanza de aquel latín que “capacite a los seminaristas para entender y usar las fuentes de no pocas ciencias y los documentos de la Iglesia”, según pide el Concilio (OT, 13); de aquel latín del que dijo Pablo VI que ha de ser lengua común de los clérigos de la Iglesia.

 En los Seminarios mayores, con raras y honrosas excepciones, se aduce la exigencia de mayor claridad o de mejor pastoralidad para no dar ni exigir las lecciones en latín tal como está prescrito respecto a las materias estrictamente eclesiásticas. Supongo que a los profesores les puede más que la línea del menor esfuerzo, la ignorancia del latín en los alumnos.

 No encabeza ya los sermones, como anuncio de tema, la cita en latín de un versículo de la Sagrada Escritura, ni salpican otros latines la pieza oratoria. No es para llorar esta ausencia, no. Me ciño a dar fe de ella.

 Se ha desterrado el latín, virtualmente todo el latín, de la liturgia de rito latino, a pesar del Concilio (SC, 36) que dice: “Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular”.  

 Doy también fe, pero con amargura. Ha salido empujado al destierro por la puerta que han dejado entornada otros párrafos del artículo citado, merced a la anchura del Consilium que viene concediendo tantos y tantos derechos particulares, urgido por “la competente autoridad territorial”, en aras de la que se cree una pastoralidad mejor.

 Recuérdese que esos derechos particulares son privilegios; y que los privilegios ni son leyes ni normas que obliguen. Son renunciables.

 Presentadas por la Conferencia Episcopal a la Santa Sede y aprobadas por ella, corren en España las versiones litúrgicas a las lenguas vernáculas: a la vasca y a las romances catalana, gallega, valenciana. Puede ser que el impulso de la creída mejor pastoralidad logre de la Santa Sede la versión del latín a otras lenguas vernáculas, v. g. : la bable, la extremeña… Rematan a la augusta madre hasta sus propias hijas.

 Respetando el parecer de todos, pienso, desde la altura de mis años, en el porvenir del pueblo fiel y me pregunto a mí mismo y no sin angustia:

 a) En primer lugar, ¿contribuirá la ausencia del latín a la ansiada creación de la verdadera Europa? Se ha escrito de reciente en España: “Nosotros no hacemos más que echar la culpa al protestantismo de haber desgarrado la unidad de Europa, pero bien poco hacemos para restablecerla. Es más fácil echar culpas que echar puentes, y ¡qué magnífico puente romano era el latín!

 b) ¿Contribuirá a la mayor unión de los clérigos y laicos de la Iglesia católica de rito latino la ausencia del latín en su liturgia?

 c) Contribuirá la mayor unión de clérigos y laicos de España la ausencia del latín y la profusión de las lenguas vernáculas en ella?

d) Entraña tan gran dificultad como se pregona el hacer que el pueblo de Dios tome en la liturgia toda la parte activa que ella le reserva, desarrollándola en latín, salvar las normas que fije la jerarquía –hoy, las lecciones y pasajes evangélicos de la Misa- por medio de publicaciones bilingües y, sobre todo, por la previa traducción, hecha vida, en la palabra del pastor?

 e) ¿Es, por otra parte, esencial que el pueblo de Dios pare mientes en las palabras que dice para que le entienda Él, que es lo esencial? “Si hablando estoy enteramente entendiendo y viendo que hablo con Dios con más advertencia que las palabras que digo, junto está oración mental y vocal”. Así nuestra gran Teresa en el capítulo 22 de su Camino de Perfección.

 f) El misterio de una lengua muerta, lengua augusta que vivió siglos atrás en los labios de nuestros mayores y honró la pluma de nuestros pensadores, ¿no tiene un quid providencial que nos empuja a Dios?

 g) En fin, la inalterabilidad de la lengua latina, matemática y música, al pairo del oleaje de las lenguas vivas ¿no es garantía total de ortodoxia?

 Si mis pobres palabras mueven a pensar a algún hermano, de plenitud o no plenitud de sacerdocio, y le persuaden a dar pasos atrás para coger de la mano al desterrado latín y aventando hasta el polvo de las ostras, lo introduce con todo el honor en las aulas e iglesias de mi Patria… no habrán sido estériles.

 Termino. España anda y seguirá dando pasos de gigante en el conocimiento y uso de las ciencias de la materia; pero por muchos y largos que sean, irá a la zaga de los pueblos sajones. En las ciencias del espíritu, estuvo y debe estar a la cabeza. Que siga siendo el latín el mejor introductor a ellas en la Patria de Isidoro, de Nebrija, de Vives…

 “Estará bien que lo pensemos -dice con donaire en el Prólogo el autor de Perlas Antiguas- hoy, que nos encontramos, escudilla y sombrero en mano, llamando a las puertas del Mercado Común, de un consorcio europeo donde España no se quitaba el sombrero antaño.., aun cuando los españoles sabíamos echar tacos en latín… y Europa nos entendía”.

 La Iglesia de rito latino conservó sin fisuras el latín hasta nuestros días, considerándolo lazo de unión y lengua común de sus hijos en la liturgia, a pesar de la diversidad de lenguas y aún de razas. Lo conservó para transmitir a sus clérigos la cultura sacra, mientras iba decreciendo el latín en la cultura profana.

 Vuelva el latín con todos los honores a la “Raza Latina” de mi cuento; y vuelva a urgir nuestra cultura hispana y vuelva a ser, como cantó Menéndez Pelayo en la Oda a Horacio: “…calma y serenidad, dulce concierto -de cuantas fuerzas en el hombre moran- eterna juventud, vigor perenne- los pueblos despertando a nueva vida -vida de amor, de luz y de esperanza.”


Revista FUERZA NUEVA, nº 167, 21-Mar-1970

 

Virtudes políticas de Isabel la Católica

 

 VIRTUDES POLÍTICAS DE LA REINA ISABEL

  No es necesario ser un especialista del reinado de los Reyes Católicos, ni siquiera un historiador, para darse cuenta de que la Reina poseyó en grado sumo las virtudes que deben adornar a un político.

 Ya sé que hay historiadores que afirman que Fernando fue mejor político que Isabel. Esto se debe a que damos a la política un sentido equívoco. Si por político se entiende solamente ser hábil y diplomático, no hay inconveniente en ceder la palma al Rey Católico.

 Pero la habilidad y la diplomacia son virtudes menores en un político. Los grandes políticos deben poseer virtudes mayores. Y esas las poseyó, como he dicho, en grado sumo, la Reina Católica.

 ***

Para demostrar esa afirmación no hay más que conocer su obra. Lo que la Reina hizo durante los treinta años de su reinado demuestra palmariamente que poseyó en grado sumo las grandes virtudes del gran político.

 Si no las hubiera tenido, ¿hubiera podido conseguir levantar España desde el caos en que la encontró hasta la grandeza en que la dejó al morir? Descontado lo que se puede atribuir a la suerte, que no fue poco, ¿no queda bastante para admirar sus dotes políticas?

 Solamente quienes conozcan cómo encontró a España y cómo la dejó, pueden medir las virtudes políticas de quien tal hazaña consiguió. Otras plumas, en este mismo número, se encargarán de describir semejante hazaña.

 ***

La virtud fundamental del gran político es la prudencia. No le deben faltar la justicia, la fortaleza y la templanza, pero en la reina Isabel sobresalió la prudencia. Ha sido Felipe II quien ha pasado a la historia con el sobrenombre de “el Rey prudente”, pero también la reina Isabel hubiera merecido llevarlo.

 Como la primera cualidad del gobernante es la de acertar en la elección de sus más importantes colaboradores, quien sepa quiénes fueron los de la reina Isabel tendrá que reconocer que en eso tuvo un acierto total. Sin haberse rodeado de tales colaboradores, de poco le hubieran servido sus otras dotes políticas.

 ¿Fue cosa de suerte? La suerte puede sonreír algunas veces, pero cuando la suerte es habitual, ya no es suerte; es el resultado de una gran virtud: la del conocimiento de los hombres. La reina Isabel poseyó esa virtud en grado excelso. ¿Intuición? Como se quiera. Quien no la posea, no podrá ser un gran político.

 ***

José Antonio dijo que “a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas”. La Reina Católica movió al pueblo español. ¿Con qué clase de poesía?

 En primer lugar, con la poesía de la fe religiosa. Esa poesía llevó al pueblo español a la conquista del reino de Granada, a la expulsión de los judíos y de los musulmanes, a la reforma de la Iglesia, a la cristianización de América. Con ello se consiguió la unidad religiosa de España, base de nuestra unidad nacional.

 Y, en segundo lugar, con la poesía de la fe en los destinos de Castilla y de España. A esa poesía se debió la sumisión de los aristócratas de entonces a la Corona, el desarrollo de la cultura, la mirada hacia el continente africano, la civilización de la América recién descubierta y el apoyo prestado al rey consorte en sus empresas de Francia y de Italia.

 La reina Isabel fue una mujer de fe inmensa: de fe religiosa y de fe patriótica. Sin esas dos alas, ningún político podrá volar a gran altura. Con ellas, la reina Católica se elevó a la mayor altura de la historia de España.

 ***

Otra gran virtud política es, por ejemplo, la previsión. En ella sobresalió la reina Isabel. El gran genio que fue Napoleón no tuvo esa virtud y por eso, a su muerte, se derrumbó el gran imperio que soñó para su país. El imperio fundado por Isabel no murió con ella, sino que, gracias a su previsión y a pesar de las circunstancias adversas, se mantuvo durante una centuria.

 Un político no puede ser grande si no gobierna con rectitud de intención. Y en esto, la reina Católica superó con mucho a Fernando de Aragón. Su rectitud de intención la libró de cometer incorrecciones graves en la adjudicación de cargos políticos y religiosos y la impidió dar malos ejemplos a los gobernantes de segunda fila. Sin rectitud de intención se podrá ser un hábil político, pero nunca un gran político.

 Y fue, la reina Isabel, una gran patriota. Su mirada estuvo puesta siempre, no en su familia ni en sus amistades, sino en la España que estaba fundando. Cosa muy de admirar en un momento en que los políticos de su tiempo, en España y fuera de ella, se preocupaban más del esplendor de la Corte que de la grandeza de la Patria. Ella vivió para Dios y para España.

 Amó también la justicia. Un slogan de toda su vida fue el de hacer justicia. Justicia con todos: con los poderosos y con los desvalidos, con los acreedores al premio y con los merecedores de castigo, con los conquistadores de América y con los indios conquistados.

 Fue firme en el obrar. No le tembló el pulso al firmar sus grandes reales órdenes. Que se nos diga cuántas reinas han demostrado, junto a la ternura de la mujer, la firmeza viril de la Reina Isabel. Ella sí que fue la “mujer fuerte” de que habla la Sagrada Escritura.

 La brevedad del artículo no me consiente poner aquí un capítulo que podría titularse “En el que se demuestra lo dicho con algunos ejemplos”. Pero los conocedores de la vida de la Reina podrán decir si he exagerado al hablar de sus grandes virtudes políticas.

 ***

Y fue santa. No ha sido canonizada por la Iglesia, ni puede que lo sea próximamente porque no soplan por ahí los actuales vientos de la historia ni los de la Iglesia.

 Pero no perdamos la esperanza. Ya cambiarán los vientos y entonces se hará justicia, no sólo a las virtudes políticas de la gran Reina, sino a sus virtudes cristianas. Y será la reina Católica y la reina Santa.

 P. Venancio Marcos


Revista FUERZA NUEVA, nº 147, 1-Nov-1969

 

sábado, 4 de octubre de 2025

Filosofía hispanocéntrica (1)

 Artículo de 1967

  SUGESTIONES PARA UNA FILOSOFÍA HISPANOCÉNTRICA

 Por RAFAEL GIL SERRANO.-Director Central de la Hermandad de Campeadores Hispánicos

 UNA PREGUNTA MUY SENCILLA

 Hace veinte años que se publicaba nuestro primer trabajo sobre HISPANIDAD (1). Y cuando un grupo de chicos y chicas, con ansias de ideales que nadie les podía satisfacer, conoció el libro y nos rogo encarecidamente nos pusiéramos al frente de dicho grupo —que muy pronto cristalizaría en la HERMANDAD DE CAMPEADORES HISPANICOS (H. C. H.)—, uno de aquellos jóvenes nos preguntaba un día: «¿Qué es la Hispanidad?»

 Ante una pregunta tan sencilla —al parecer— nos quedamos perplejos y no supimos responder más que esto: «¡Lo que son las cosas! ¡Tener escrito un libro sobre HISPANIDAD y no saber lo que es la HISPANIDAD...!»

 Naturalmente, aquello no podía quedar así. Cuando se pretende lanzar hacia un ideal —máxime tratándose de la juventud— sin eliminar toda duda que yaya surgiendo en el entendimiento, la conducta y las actuaciones forzosamente han de resultar indecisas, fluctuantes y, en último término, inoperantes, si no contraproducentes, aun en el supuesto de que haya la mejor voluntad por parte del sujeto. Era necesario, pues, resolver aquella duda que nos salía al paso de manera tan inesperada.

 Por consiguiente, nos dedicamos a pensar intensamente y, con la ayuda de Dios, llegamos a encerrar bajo una llave sinóptica unas cuantas ideas relacionadas entre sí y derivadas unas de otras. Y cuando las ideas quedan encerradas de tal modo es muy difícil que haya fuerza humana capaz de destruirlas.

 El resultado fue que el 5 de enero de 1948 clausurábamos la Asamblea Fundacional de la H. C. H. en los locales de la Asociación Cultural Iberoamericana (A. C. I.) (a la sazón en la calle del Pinar, número 5, de Madrid), con una conferencia que titulábamos: «¿QUE ES LA HISPANIDAD?»

 NECESIDAD DE UNA FILOSOFIA

 Ahora bien, cuando dábamos respuesta concreta a la pregunta de nuestro amigo, no solamente dábamos satisfacción total y completa a los anhelos de su espíritu, sino que nos anticipábamos a la solución de una incógnita que todavía, al cabo de tantos años, sigue martilleando en muchas mentes cuando se plantea seriamente y con rigor intelectual. Y no fue eso sólo, sino que, al mismo tiempo, colocábamos la primera piedra de una FILOSOFIA que algunas mentes preclaras venían añorando como algo absolutamente necesario.

 Tan es así que el mismo monseñor ZACARIAS DE VIZCARRA —nada menos que el RE-CREADOR de la palabra HISPANIDAD—, cuando en el prólogo al «Ser y vida del caballero cristiano» de otro de los Grandes de la Hispanidad —MANUEL GARCIA MORENTE—, editado por el Consejo Superior de los Jóvenes de Acción Católica («Ondi jueron los tiempos aquellos— que pué que no güelvan», como dijera el poeta Gabriel y Galán) (2), se expresaba en estos términos:

 «No está ciertamente agotado el tema con estos trabajos, ni es de esperar que por mucho tiempo, se llegue al esclarecimiento de los numerosos problemas que plantean los diversos aspectos teóricos y prácticos de este maravilloso fenómeno étnico, único en la Historia de la Humanidad y de incalculable trascendencia para el porvenir del mundo, que cifra una de sus más sólidas esperanzas en las reservas materiales y espirituales de las veinte naciones hispánicas; pero la divulgación de escritos, tan bien orientados como el que ahora publican los jóvenes de Acción Católica, irá formando sanamente la conciencia colectiva de esta gran familia de naciones y preparará el camino PARA LA CONSTRUCCION DEFINITIVA DE LA FILOSOFIA DE LA HISPANIDAD» (3).

 Y un religioso franciscano, auténticamente hispánico, el padre JUAN BAUTISTA GOMIS, nos decía en cierta ocasión: «Mientras no exista una FILOSOFIA DE LA HISPANIDAD, la Hispanidad estará fluctuando a merced de las circunstancias políticas de cada momento». Y quien decía esto era precisamente el biógrafo de otro franciscano, auténticamente hispánico también que en vísperas de nuestra Cruzada de Liberación había escrito un libro titulado «FILOSOFIA DE LA HISPANIDAD» (4). Se trata del padre Antonio Torró, calificado por dicho biógrafo como «Doctor Eximio de la Hispanidad» (5) y que por si ello no hubiera sido suficiente... «¡Fue Mártir de la Hispanidad!» (6).

 PROYECTO SUGESTIVO

 Mas habrían de pasar muchos años para que llegásemos a tratar pública y específicamente del tema. Y así, el pasado año lo abordábamos precisamente en estas acogedoras columnas de ¿QUE PASA? Y ello no como algo acabado y perfecto, sino más bien como un proyecto sugestivo donde puedan ahondar y descubrir nuevas e interesantes facetas todos aquellos interesados en esta clase de problemas, con tal de que amen fervorosamente a Dios y a España. Y así, bajo el título general de «Sugestiones para una Filosofía de la Hispanidad»

 1. ° Indicábamos el método que seguiríamos: a) Delimitación del significado y alcance de la palabra HISPANIDAD, b) Determinación del punto de arranque. c) Camino que recorreríamos. d) Eliminación de los obstáculos que nos salieran al paso.

 2. ° Definíamos la HISPANIDAD como TODO LO QUE GIRA ALREDEDOR DE LA IDEA DE HISPANIA EN FUNCIÓN DE SU DESTINO PROVIDENCIAL.

3. ° Arrancábamos del hecho de la existencia de HISPANIA, cuyo AUTOR supremo es Dios, quien le ha señalado una FINALIDAD trascendente en la HUMANIDAD, a la cual llamamos DESTINO.

4.° Por último, formulábamos el TRIPODE sobre el cual podía apoyarse nuestra FILOSOFIA: a) HISPANIA existe, b) DIOS es el AUTOR de HISPANIA. c) HISPANIA tiene un DESTINO (7).

 Inmediatamente comenzamos la tarea de eliminar obstáculos, el primero de los cuales era el que había suscitado en ¿QUE PASA?, dos años antes, el entusiasta colaborador de esta revista ROBERTO G. BAYOD PALLARES sobre la conveniencia de sustituir el término «Hispanidad» por el de «Iberidad» (8), a lo que respondió ENRIQUE BELTRAN, oponiéndose (9). Nosotros publicamos los siguientes artículos: «La palabra Hispanidad» (10), «Sustantividad

de la palabra» (11) y «La lucha contra la palabra Hispanidad» (12). Todavía quedaron algunos puntos necesitados de aclaración antes de llegar a una solución definitiva y que pronto dilucidaremos si Dios quiere. 

LA HISPANOSOFIA

 Ahora bien; toda nuestra concepción de la HISPANIDAD se centra en torno de la IDEA DE HISPANIA. Por consiguiente, y a fin de que no pueda confundirse con otras filosofías que se podrían forjar, según el principio de que se arrancase para inquirir y conocer el SER y el PORQUÉ del SER de la HISPANIDAD, de ahí que a nuestra FILOSOFIA de la HISPANIDAD o HISPANOSOFIA la califiquemos de HISPANOCENTRICA.

 Y ahora, al reanudar un tema que para nosotros es esencial en nuestra vida, sólo quisiéramos que nuestras ideas las expresáramos con tal claridad y sugestividad que fueran capaces de entusiasmar a los lectores de buena voluntad de ¿QUE PASA? de manera que se enardecieran hasta hacerlas cristalizar en una VIDA, en una VIDA AUTENTICAMENTE HISPANICA, en una VIDA REALMENTE HISPANOCENTRICA.

 1) Rafael Gil Serrano. «Nueva visión de la Hispanidad». Madrid, 1947. Dos ediciones.

(2) En la poesía extremeña «El Cristu Bendito».

(3) Manuel García Morente. «Ser y vida del caballero cristiano». Conferencias pronunciadas en la Escuela Naval Militar de San Fernando el año 1941. Ediciones Juventud de Acción Católica. Madrid. 1945. Páginas 8-9.

(4) Doctor P. Torró. «Filosofía de la Hispanidad». Biblioteca «Paz y Bien», dirigida por los padres franciscanos de Valencia. Imprenta Católica Casals. Barcelona.

(5) P. Juan Bautista. Gomis. «Doctor y mártir». Biografía del P. Torró, franciscano. Prólogo de García Sanchiz. Madrid, 1942. Página 128.

(6) Id., id. Página 180.

(7) «El trípode filosofal hispánico». ¿QUE PASA?, núm. 144; l-X-66.

(8) «Del Hispanismo al Iberismo, y no Hispanidad, sino Iberidad». ¿QUE PASA?, núm. 41; 8-X-64.

(9) «Hispanidad e Iberidad. Carta abierta a Roberto G. Bayod». ¿Qué PASA?, núm. 47; 19-XI-64.

(10) ¿QUE PASA?, núm. 147; 22-X-66.

(11) Id., núm. 152; 26-XI-66.

(12) Id., núms. 161, 28-1-67, y 162, 4-II-67.


Revista ¿QUÉ PASA? núm. 203, 18-Nov-1967 

Sobre los “curas obreros”

 Artículo de 1967

  EL CATOLICO DE LA CALLE NO ENTIENDE LO DE “CURAS OBREROS"

 Torna a ponerse de actualidad la famosa cuestión de los «sacerdotes obreros». En Francia, cuna de esta moderna modalidad sacerdotal, se prepara una nueva experiencia de sacerdotes obreros para 1969. Así lo aseguró hace unos días en París a los periodistas Monseñor Frossard, en nombre del Cardenal Veuillot. Por cierto que este mismo Monseñor afirmó que la experiencia primera de hace quince años dio un resultado «francamente positivo, ya que aquellos curas obreros dejaron su impacto y su huella en el mundo obrero...»

 Desde luego, el resultado fue francamente positivo para el mundo obrero, para el mundo obrero comunista, claro es. Porque para el mundo católico, para el mundo sacerdotal y para el mundo piadoso, fue escandalizante, verdaderamente catastrófico. Quince o veinte de aquellos sacerdotes dejaron el sacerdocio y se pasaron al Comunismo. Más de cuarenta perdieron el espíritu sacerdotal, se aseglararon y hasta algunos se echaron novia y se casaron por lo civil. Y el resto tornaron a sus lares parroquiales, sin pena ni gloria, después de haber hecho solemnemente el ridículo ante sus compañeros de trabajo que vieron su ineptitud profesional porque no sabían una palabra de los menesteres del oficio, y también ante los fieles que quedaron nada o menos atendidos en sus demandas espirituales.

 Si a todo eso el Monseñor francés llama resultado «francamente positivo», francamente también no lo entendemos. Este elegante Monseñor o está equivocado o está mal de la vista. No así opinó la Santa Sede cuando ordenó desautorizar tal experiencia sacerdotal y dio unas normas rígidas y graves a que se habían de atener ulteriores experiencias. 

Estas determinaciones pontificias no debieron tener un éxito muy rotundo, que digamos. Porque los curas franceses persistieron en su actitud, y su ejemplo pasó a España. Cosa ya desfasada, pues hace ya muchos años que los españoles habíamos dejado de ser imitamonas de los franceses. Y así surgieron en estos años, acá y allá, en Barcelona y Madrid principalmente, curas cerrajeros, curas electricistas, curas albañiles, y hasta un cura taxista en Madrid, trabajando en «taxi» propio, lo que en medio de todo hay que alabar, porque más sincero y menos hipócrita es dar la cara y trabajar en «taxi» propio que no poseer en propiedad uno o varios taxis; y para disimular la cosa pagar a un asalariado para que lo trabaje, como hacen algunos reverendos presbíteros que conocemos.

 Lo hemos dicho alguna vez desde estas mismas columnas, y nos atrevemos a repetirlo. Este embeleco de los «curas obreros», que inventó el clero francés, es un perder el tiempo –y no hay derecho a perder el tiempo en la actividad apostólica de la Iglesia- y un sacar de quicio la sagrada profesión sacerdotal.

 Se nos antoja que con los «curas obreros» pretendióse resolver, o, por lo menos remediar, dos problemas que, desde ha mucho, vienen inquietando a la Iglesia: el problema social o de las relaciones de obreros y patronos, y el problema de la apostasía de las masas obreras.

 Pues bien, ni uno ni otro resolvieron o mejoraron los consabidos curas.

 Haciéndose obreros, y menos obreros de pega, como lo fueron, nada consiguieron con respecto a la mejora de las relaciones entre obreros y patronos. Pues no se sabe que, con su presencia en fábricas y talleres, disminuyeran las apetencias desmedidas de los obreros ni aumentara la productividad de los mismos. Entonces, ¿no hubiera sido mejor que se hicieran, en vez de curas obreros, «curas patronos», puesto que la solución del problema social estriba en gran parte en que los patronos cumplan sus deberes de justicia social para con los obreros? Mas esta solución tendría también un grave inconveniente. Los obreros aumentarían sus recelos contra la Iglesia: creerían que los curas se pasaban al bando de los patronos explotadores.

 Y por lo que se refiere a a tan llevada y traída «apostasía de las masas obreras», todavía no sabemos qué masas obreras han vuelto a la Iglesia porque unos cuantos curas se hayan quitado la sotana y puesto un mono de trabajo, o hayan abandonado sus menesteres ministeriales para ir a un taller o fábrica a hacer tornillos, lugares donde jamás se les echó de menos. Porque donde el obrero y todo fiel cristiano, rico o pobre, quiso siempre ver al sacerdote fue al pie de la cama del enfermo pobre, o en el fondo del tugurio miserable, o enseñando el catecismo a Jos pequeños, o simplemente rezando junto a los Sagrarios abandonados de las iglesias, porque se habla de que las gentes ya no visitan al Santísimo y son los curas los primeros que no lo hacen…

 Sí, los «curas obreros» no remediaron la apostasía de las masas obreras. A lo más tal vez consiguieron llevar a la iglesia a algún compañero de trabajo, más por la simpatía personal que por convicción sincera. Por aquello de que «¡hombre, me gusta este cura por lo machote que es, porque con él se puede alternar en todos los sitios y hablar de todo, incluso de mujeres!»...

 ¡Menguadas conquistas apostólicas, las .de los «curas obreros»! Con razón las llama «impacto o huella» el mencionado monseñor Frossard, que impresionan de momento, halagan un tanto a la galería, pero que dejan intacto el problema de fondo. Y sobre todo, que no compensan el mal efecto que causa en las almas rectas, en los espíritus bien formados, el ver a un sacerdote dedicado a menesteres para los cuales no fue creado, totalmente desquiciado de su vocación y de la ejemplaridad de su vida sacerdotal.

 Trabaje el sacerdote siquiera las ocho horas diarias, como hace un obrero. Pero que las trabaje en lo «suyo», esto es, en la oración, en el estudio, en el confesonario, visitando y socorriendo enfermos, instruyendo a grandes y pequeños en las verdades de la fe, dando a todos el ejemplo de su pobreza, de su trato sencillo, etcétera, y ya se verá cómo para adueñarse de las masas y llevarlas a Dios, de manera más eficaz, no es menester que se haga obrero, obrero material. Bastará que sea en todo momento un auténtico y espiritual obrero en la Viña del Señor, que no es precisamente el taller de la esquina o la fábrica de Villaverde Bajo.

 Además —y repetimos conceptos ya expuestos en otra ocasión— si este modernísimo y sugestivo apostolado sacerdotal fuera tan beneficioso para la Iglesia y para las almas, como dicen sus defensores y practicantes, ¿cómo los Papas lo han omitido en sus encíclicas sociales y cómo el Concilio lo ha silenciado y también el Sínodo episcopal, y cómo los obispos no crean en los seminarios escuelas de instrucción profesional —más o menos aceleradas— para que los seminaristas sean el día de mañana no sólo buenos sacerdotes, sino también expertos torneros, fresadores, soldadores, electricistas, albañiles, etc..? ¿Habrá que suponer un fallo, un tremendo fallo, en las previsiones pastorales de la Iglesia?...

 Estas  y otras preguntas se hace el católico de la calle. Porque no entiende, no entiende esto de los «curas obreros». 

GARCINUÑO


 Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967


jueves, 2 de octubre de 2025

Todo para demoler; pero el rey, intocable

 Artículo de 1978

  EL REY INTOCABLE ¿POR CUÁNTO TIEMPO?

 Me atrevería a preguntar “¿Por cuánto tiempo?”. Y esa pregunta, tan simple en apariencia, se funda en unos razonamientos sencillos, que expongo brevemente.

 No es extraño que periódicos de corte liberal abierto como el “ABC”, o de corte liberal sofisticado como el “Ya”, se muestren partidarios de una Monarquía “reinstaurada” y calcada sobre los viejos moldes del siglo XIX. Resulta, por el contrario, muy sintomático, que la prensa de inspiración comunista, socialista e incluso republicana acate una Institución que por su naturaleza contradice sus postulados políticos. Resulta insólito que las revistas copadas por unas directrices hostiles al sistema monárquico difundan desde sus páginas la sonrisa, el respeto y la complacencia hacia unas orientaciones diametralmente opuestas y antagónicas a sus propias convicciones. Resulta finalmente asombroso e incomprensible que los portavoces del futuro Frente Popular, Santiago Carrillo, Enrique Tierno Galván y Felipe González, acudan a palacio y rindan homenaje y pleitesía al Monarca. Para los republicanos, socialistas y comunistas el Rey es intocable.

 Junto a ese extraño fenómeno de la intocabilidad real, en todos los medios de expresión se vienen desarrollando unas direcciones y situaciones políticas que conducen directamente a la desmembración de la unidad nacional y suponen, por consiguiente, un golpe mortal de necesidad para la misma subsistencia de la Corona.

 ¿Cómo se explican ambos fenómenos? ¿Cómo se entiende que al amparo de la intocabilidad regia se planifique una estrategia política cuyo resultado final será la extinción de la Monarquía?

 La conjunción paradójica de esos dos fenómenos contradictorios entre sí, intocabilidad del Rey y realización escalonada de unos planes prefabricados que producen su defenestración, sólo puede explicarse sobre la base de unas consignas teledirigidas desde el exterior y servidas desde el interior, que teniendo por destino la destrucción de España, arbitran como instrumento idóneo para conseguir mejor dicho objetivo cobijarse a la sombra del Monarca, hacer su figura intocable, alejarle de una problemática política en cuyo nudo gordiano se halla implicada la subsistencia misma de la Monarquía.

 El Rey, víctima de ese gran fraude, sería en sus planes una especie de narcosis, de adormidera o de anestesia contra las posibles reacciones de las fuerzas nacionales. La mejor manera para los marxistas de destrozar a España sin provocar reacción alguna es mantener transitoriamente la Monarquía. Así, con seguridad, con garantía, sin miedo a rebeliones, se puede ir operando poco a poco, hábilmente, astutamente el desarme moral de las instituciones básicas, la transformación de sus mandos, la sustitución de jefes en los puestos clave: en una palabra, la desmedulación de su espíritu patriótico y nacional.

 Bajo la sombra venerable y protectora de un Rey que legal y realmente debería ser intocable, se intenta que duerman narcotizados los reactivos nacionales, aletargados y paralizados, en apariencia, e insensibles ante la ruina de la Patria que se avecina. (…)

 Julián GIL DE SAGREDO


 Revista FUERZA NUEVA, nº 617, 4-Nov-1978


Vocación política de José Antonio

 

 AQUEL 29 DE OCTUBRE DE 1933

 El porqué de los grandes acontecimientos de la vida de los hombres queda, casi siempre, nimbado por el misterio. Lo mismo sucede con la suprema razón que obliga a un pueblo a cambiar políticamente de rumbo. Nadie ha podido desvelar todavía el arpegio de las voces que José Antonio sintió en su corazón para, dejando a un lado comodidades y brillo social, lanzarse en la predicación de un nuevo evangelio político-social que, como es harto notable, aún se mantiene enhiesto, firme y sólido. Había entrado el otoño de 1933 cuando, en los días finales de octubre, en un día claro y sereno, José Antonio puso en marcha su movimiento ideológico. Quienes tuvieron la fortuna de estar presentes en el Teatro de la Comedia, y existen abundantes testimonios del hecho, no creyeron en un principio estar asistiendo a un acto político. Allí imperaba otro estilo y otro lenguaje bastante diferente del propio de dichos actos. Allí, un mozo español iba diciendo cosas elementales: hablaba de auroras, de trigos, de estrellas…

 No quería recompensas terrenales

 José Antonio, con voz serena -la voz del jurista, siempre fiel a la defensa de la verdad-, desgranaba uno a uno los puntos de su ideario. Un ideario en el que no se prometía, a quienes profesasen en el mismo, ni la más humilde recompensa terrenal, ni la más modesta prebenda humana. José Antonio explicaba con rigurosidad -puesto que esta fue la constante que presidió su vida toda: el amor a la armonía, a la medida y a la norma -el programa del irrenunciable servicio para la salvación de España.

 Y, efectivamente, con palabra clara y con absoluta disciplina, alzó la bandera de su lírico movimiento. A nadie engañó ni a nadie defraudó en la gloriosa jornada; su mensaje era radiante: “Nosotros no vamos a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas”.

 Nunca, ciertamente, con menos palabras se ha podido encender el fuego de los corazones. Y es que, cosa indiscutible, José Antonio estaba en posesión de la palabra justa, de la palabra hecha luz, de la palabra cuyo afluente esencial provenía de su generoso corazón. Y es que, a diferencia de lo que les ocurre a los mediocres líderes contemporáneos, la palabra, para que conmueva, para que penetre y ofrezca la amplitud de su mensaje, debe fraguarse en lo más profundo de las entrañas del orador. El orador es el primero que debe estar convencido, a través de sus palabras, de la verdad, de la sinceridad y de la autenticidad de los principios que expone. (…) El propio José Antonio era plenamente consciente de este hecho, y siempre, y en todo momento -especialmente en las últimas horas de su preciosa vida-, tuvo esto presente: “Ningún régimen se sostiene –dijo- si no consigue reclutar a su alrededor a la generación joven en cuyo momento nace; y para reclutar a una generación joven hay que dar con las palabras justas, hay que dar con la fórmula justa de la expresión conceptual”. En aquella mañana otoñal madrileña, a la vista de su fecundo resultado, no hay duda de que José Antonio encontró la terminología celestial que hizo ponerse en pie a toda una generación española sin privilegiados ni distinguidos.

 Valentía y lucidez, juntas

 A través del tiempo, y tal vez de forma estudiada, se ha caído en el tópico de considerar que la doctrina joseantoniana, en el fondo, no es otra cosa que una manifestación sustancialmente romántica. Nuestro inolvidable líder tuvo, en una brillantísima intervención parlamentaria, que defenderse de este anatema -poco adecuado para un político dotado de tanta lucidez como lo fue José Antonio-: “Yo no soy absolutamente, como el señor Prieto imagina, ni un sentimental, ni un romántico, ni un hombre combativo, ni siquiera un hombre valeroso; tengo estrictamente la dosis de valor que hace falta para evitar la indignidad; ni más ni menos. No tengo, ni poco ni mucho, la vocación combatiente, ni la tendencia al romanticismo; al romanticismo menos que a nada, señor Prieto. (…) Lo que pasa es que lo mismo que el señor Prieto llega a la emoción por el camino de la elegancia, se puede llegar al entusiasmo y al amor por el camino de la inteligencia”.

Y, en efecto, pocos líderes como José Antonio, han anhelado tan humana y profundamente el evitar que la política muriese en las meras estructuras de lo puramente administrativo, ni los sueños ni las ilusiones de todo un pueblo terminaran en la burocracia. Y es que, al mismo tiempo, pocas veces ha existido en España un líder político en el que perfectamente se matrimoniasen, como en José Antonio, la valentía y la lucidez. Justamente, se ha dicho, en sus artículos se observa una sólida formación y una dialéctica dura e inflexible; en sus discursos, facilidad y emoción. Pero, precisamente, fue en sus debates parlamentarios en donde su figura nos ofrece las dimensiones más colosales de su valor, de su finura estética y de su agilidad mental. Desde las páginas de los periódicos que con tanto esfuerzo fundó, desde las tribunas públicas más selectas -como la del Ateneo y la del Círculo Mercantil-, desde el Parlamento o desde el montículo aldeano, impartió siempre su lección serena y ejemplar, a saber: que si una generación se debe entregar a la política no se puede entregar con el repertorio de medio docena de frases con que han caminado por la política otras muchas generaciones, y hasta muchos representantes de ésta. En José Antonio la renovación es constante.

 Su pensamiento, como su corazón, siempre estuvo ocupado por la plenitud de España. Una España, él lo dijo, a la que amó incondicionalmente más por sus defectos que por sus virtudes. Puesto que, precozmente -lo mismo que nos sucede por estos días- advirtió que a su generación le estaban aniquilando la esencia de la Patria. “Porque si nosotros –dijo- nos hemos lanzado por los campos y por las ciudades de España con mucho trabajo y con algún peligro, que esto no importa, a predicar esta buena nueva, es porque estamos sin España. Tenemos a España partida en tres clases de secesiones: los separatismos locales, la lucha entre los partidos y la división entre las clases”.

 Continúa el eco de la fecha

 (…) A los cuarenta y cinco años de aquella mañana otoñal madrileña, sus palabras siguen encontrando eco, a pesar de tantos desvergonzados que se traicionaron a sí mismos y ahora se quieren hacer perdonar su militancia en las filas azules, en los más animosos corazones juveniles. Y es que, decididamente, la juventud siempre ha sido maravillosamente generosa para lo auténtico. Por otra parte, como muy bien ha señalado el más competente biógrafo ideológico de José Antonio -nos referimos al profesor Adolfo Muñoz Alonso-, nuestro inolvidable líder ha sido, quizá, uno de los pensadores españoles que ha tomado más en serio lo que representa la juventud para dotar de sentido la vida y para arrostrar la muerte, para el desencanto y para la edificación del mundo futuro. La muerte a tiro sucio de un joven ilusionado, Matías Montero, ahondó en la conciencia de José Antonio la plenitud de la responsabilidad política. El 9 de marzo de 1934, el alma y cuerpo de José Antonio se estremecieron al comprobar el alcance trágico de su rectoría política, y, al día siguiente, en la inhumación de Matías Montero, José Antonio decidió el destino de su vida, arrancando los últimos esmaltes a sus compromisos de salón.

 Por otra parte, bien cierto es, José Antonio no estigmatizó a la juventud como si fuera una enfermedad de la cronología vital que se cura con los años, sino que la defendió como a una gracia que algunos pierden con la edad. Su política no sólo fue una política de juventud sino una empresa para la juventud. Sin distingos ideológicos en línea de principio. Una angustia sombría circunda a los hombres políticos que no pueden comprobar un grupo juvenil en torno suyo, porque sólo se disipa en el consuelo de los renuevos que crezcan en torno de la rectoría política. Quienes no lo consiguen “saben que con su propia muerte vendrá la muerte del bosque en que nacieron”. (…)

 José Antonio pervive -¡quién lo puede poner en duda…!- por la sencilla y poderosa razón de que, efectivamente, nada de lo que es auténtico se pierde. “Cuando un egregio espíritu se entrega por entero, hasta agotarse en frustración generosa, nunca se dilapida al sacrificio”. ¿Existe destino más bello que el salpicar de sangre las estrellas?

 José María NIN DE CARDONA


 Revista FUERZA NUEVA, nº 616, 28-Oct-1978