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sábado, 11 de octubre de 2025

Filosofía hispanocéntrica (2)

 

  SUGESTIONES PARA UNA FILOSOFIA HISPANOCENTRICA. ENSAYOS FILOSOFALES HISPANICOS

 Por RAFAEL GIL SERRANO.-

«FILOSOFIA DE LA HISPANIDAD»

 Veíamos cómo mentes preclaras añoraban una filosofía hispánica definitiva. Veíamos también cómo ya, en 1936, el padre Antonio Torró O. F. M., publicaba una «Filosofía de la Hispanidad» (2) que, por cierto, ha sido totalmente olvidada.

 Desde luego, la filosofía del padre Torró es un ensayo interesantísimo que hoy, ante el retroceso que están experimentando los valores patrios, convendría ser leída por muchos. Sin embargo, no es la filosofía definitiva de LA HISPANIDAD, sino más bien de España. Y así dice:

 «Reflexión y examen; reflexión sobre nosotros mismos, sobre lo que somos y hemos sido, sobre el alma profunda de España, que nos nutre y sustenta, aunque de ella renieguen algunos» (3). «Sólo así hemos de reanudar el movimiento científico y espiritual de España» (4) y que, «por lo demás, la ciencia de la educación humana lo pide también así» (5).

 Precisamente el mérito de la ciencia y de la educación hispana tradicionales consiste «en que una y otra pusieron al hombre por blanco y objeto preferente de sus cuidados, sacando de las entrañas del humanismo la preocupación y la idea pedagógicas, y dando así lugar a la filosofía propia de España, que es la filosofía de lo humano y de la humanidad» (6).

 «EL PROBLEMA DE LA HISPANIDAD»

 Otro ensayo, breve pero interesante e ignorado totalmente, se debe a la pluma de Juan Francisco Yela Utrilla. También resulta insuficiente, pues se limita a señalar tres notas esenciales de la HISPANIDAD: Desprecio de la muerte por amor de la vida, ausencia de particularismos por ansia de empresa universal, y por último, anonimato en busca de lo trascendente (7). Sin embargo, tiene párrafos tan bellos, que no nos resistimos a copiar algunos. Helos aquí:

 «Nuestra generación o la próxima a ella acaba de acuñar bellamente la palabra HISPANIDAD, cuya hermosura ha provocado en su derredor el vuelo de toda clase de seres animados, desde la industriosa abeja al vagabundo y parásito zángano; todos nos hemos complacido en tocar y manosear la bella creación vocálica hasta ajarla y ponerla en peligro de que degenerase en algo seco y rígido como la misma rastrojera.

 La palabra HISPANIDAD, ya por su forma misma de vocablo abstracto, estaba reclamando a poetas-filósofos y filósofos-poetas, que vertiesen en ella basta hacerla rebosar, la ambrosía de las ideas platónicas, de los eternos e inmutables prototipos de las cosas, jerarquizados bajo el uno y el Bien supremo; HISPANIDAD había de expresar o exprimir el zumo de las más puras esencias hispánicas, había de ser cual forma purísima que transparentase

esas esencias; HISPANIDAD era término que estaba exigiendo la contemplación filosófica, como la sola capaz, de darle sentido adecuado a la multiplicidad de sus posibles dimensiones.

 Precisamente desde el punto de vista filosófico se nos presenta temáticamente la HISPANIDAD como algo del todo virgen, cual selva inmensa por roturar, no obstante lo traído y llevado del vocablo. Se ha pretendido entrar en esa selva preñada de enigmas y encantos sin previa ruta o sendero a través de los corpulentos árboles que la pueblan; se ha llegado a conocer algunos de los gigantes de esa selva y hasta a señalarlos con hitos de exploración futura, pero jamás se ha logrado, ni aun siquiera pretendido, abrir seguro camino cara la entraña y los más profundos escondrijos, donde late la esencia de la HISPANIDAD. Ni aun siquiera se ha jerarquizado la problemática del tema, graduando la serie de cuestiones y los niveles de éstas en su posible adentración o altura hacia la esencia buscada» (8).

 «EL IDEAL HISPANICO A TRAVES DE LA HISTORIA...»

 Mas a pesar de lo mucho que se haya manoseado «la bella creación vocálica», es lo cierto que casi todos los trabajos sobre HISPANIDAD con intención o fundamentación filosófica solo se refieren a la Filosofía de la Historia, en su aspecto providencialista, aplicado a ESPAÑA. Un ensayo de este tipo, verdaderamente estupendo —aunque olvidado o ignorado es «El ideal hispánico a través de la Historia...», debido al sacerdote auténticamente español Enrique González Díaz de Robles (9).

 Se trata de una colección de artículos periodísticos publicados al principio de nuestra GUERRA HISPANICA, y cuyo segundo artículo se titula: «Un poco de historiosofía». En este artículo, contestando a la pregunta: «¿Qué dice la historiosofía?». se afirma que fácilmente nos convenceremos de esta gran verdad: «A todos los pueblos del Universo —como a todos ios individuos— les ha sido asignado por la Providencia un destino particular que cumplir en la Historia» (10). Y, por ende, a toda la HISPANIDAD: «El destino de la Hispanidad es el mismo destino de la catolicidad» (11).

 Este librito, a pesar de que tenga algunos fallos —como el de creer que el 12 de octubre de 1492 «comienza su existencia la Hispanidad» (12), es estupendo porque se remonta por encima de linderos históricos y geográficos ocupándose, entre otras cosas, del hecho de la Hispanidad, del espíritu de la Hispanidad, del ser de la Hispanidad, de la Hispanidad y el mundo actual y, por último, de la Hispanidad y el porvenir. 

«EL DESTINO DE ESPAÑA EN LA HISTORIA UNIVERSAL»

 El tema del destino histórico limitado a España (la palabra HISPANIDAD en este caso no se cita) había sido ya tratado por el padre Zacarías García Villada antes de la GUERRA HISPANICA, bajo el título de «El destino de España en la Historia Universal» (13). Libro interesantísimo, ciertamente, por tratarse de un problema que da funcionalidad a toda la HISPANIDAD.

 El padre Villada dice que dicho destino «está concretado en la defensa y propagación del Reino de Cristo sobre la tierra, que es la Iglesia católica» (14). Y su conclusión, con la que se cierra el libro, es la siguiente: «España, católica oficialmente, será también el brazo del universalismo y de la catolicidad. España atea o laica oficialmente, no será nada y se derrumbará...» (15).

 Lo malo es que la eficacia de este libro ha sido totalmente neutralizada por el mismo padre Villada al poner en entredicho la Tradición de la Venida Santiáguica —y, por supuesto, la Pilarica— a España. Y aunque en este libro la reconozca muy tímidamente cuando dice: «El proyecto del Apóstol (San Pablo) se realizó, efectivamente, y gracias a su predicación, a la de los siete varones apostólicos y (según antigua tradición) a la de Santiago» (16); no puede borrar el desgraciado enfoque que al problema le diera en su monumental «Historia eclesiástica de España» (17), empujando a su negación a todos aquellos historiadores que siguieron sus huellas (18).

 IDEAS PARA UNA FILOSOFIA DE LA HISTORIA DE ESPAÑA»

 Y ya sólo nos queda el trascendental ensayo grandes de la HISPANIDAD, Manuel García Morente, titulado: «Ideas para una filosofía de la Historia de España», del cual nos ocuparemos otro día.

 ****

(1) «¿Qué Pasa?», número 203. 18-11-67.

(2) Dr. P. Torró: «Filosofía de la Hispanidad». 1936. Biblioteca «Paz y Bien», dirigida por los Padres Franciscanos de Valencia. Tipografía Católica Casals. Barcelona.

(3) Id., id. pág. 11.

(4) Id., pág. 12.

(5) Id., id.

(6) Id., págs. 12-13

(7) «Revista de la Universidad de Oviedo». «El problema de la Hispanidad, por Juan Francisco Yela Utrilla. Oviedo. 1941.

(8) Id., id. págs. 6-7

(9) Enrique G. Díaz de Robles: «El ideal hispánico a través de la Historia», Imprenta El Ideal Gallego. La Coruña, 1937.

(10) Id., id., pág. 25.

(11) Id., pág. 73.

(12) Id., id., pág. 28.

(13) Zacarías García Villada. S. J., de la Real Academia Española: «El destino de España en la Historia universal», segunda edición aumentada. Cultura Española. Madrid, 1940.

(14) Id., id., pág. 50.

(15) Id.., pág. 264.

(16) Id., págs. 59-60.

(17) «Historia Eclesiástica de España», tomo I. Madrid. 1929.

(18) Véase «Historia de España», dirigida por Ramón Menéndez Pidal, tomo II. Madrid, 1935. Págs. 447-48.


Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967

 

viernes, 10 de octubre de 2025

Crisis religiosa de Cataluña ya en el franquismo

 (Artículo de 1970) 

 LA PEOR CRISIS DE CATALUÑA

 De no repararse, se va a la suplantación del espíritu cristiano por el amoralismo y la pérdida de la fe

 (…) Cataluña, desde 1939, ha crecido en forma impresionante en su demografía, industria, riqueza, desarrollo financiero, tecnología, participación en órganos de gobierno, “boom” turístico, decisivo incremento editorial, acceso masivo a los estudios y especializaciones. Pero, en esta última década, de no repararse, se va rápidamente a la suplantación del espíritu cristiano, que forjó y se mantuvo firme en Cataluña, por el amoralismo, la pérdida de la fe y del seny catalán, empujado todo ello por los propios eclesiásticos que, por lo visto, gozan de patentes de corso para esta devastación.

 Nos limitaremos a un solo ejemplo, como símbolo de lo que viene ocurriendo impunemente en toda Cataluña. Por ahora, sin una voz episcopal que haga servir el báculo para el fin con que un día se le dio en su consagración episcopal. No se nos diga que desorbitamos un hecho concreto. Tales erupciones hoy se repiten en cadena en muchas sacristías, reuniones de matrimonios, “comisiones obreras” -encuadradas en ciertas parroquias- homilías, revistas, libros… Además, es por enésima vez que tales escándalos se vienen repitiendo sin que la mínima reacción pública haya impedido la reiteración.

 El tristemente famoso padre Jorge Llimona, capuchino, que se ha permitido desde “Destino” y desde “El Noticiero Universal” afirmar las más inverecundas y rabiosas anormalidades -que le hubieran descalificado en otro tiempo de la Iglesia-, recientemente en “Tele-Expres” del pasado de 27 de febrero, otra vez nos ha dejado un esquema de su mentalidad y de las ideas que propina, que Marcuse no dudaría en suscribir. He aquí el primer barrido de Jorge Llimona en estas declaraciones:

La revolución debe llevarse a cabo través de una actitud intelectual para llegar al hombre libre, solidario y justo. Un hombre que pueda desprenderse de los errores, del convencionalismo y del dogmatismo y hacer un hombre solidario, como nos ha enseñado la biología, donde todos seamos iguales, donde no existan las clases, donde todo hombre tenga las mismas posibilidades para desarrollarse”.

 Fíjese el lector cómo se reduce la condición humana a mera biología. Ni siquiera se concede al hombre una categoría cultural ni de moral natural. El gran libro de Jorge Llimona es la biología. Allí ha aprendido que todos somos iguales… ¡iguales como un elefante y una pulga!

 Llimona, como es corriente en estos días, delibera sobre el celibato sacerdotal, según sus anteojos, que no son los de Pablo VI, pues con todo descaro se permite afirmar:

El celibato es una cosa histórica. No forma parte del contenido de la Revelación ni tiene un contenido teológico”.

 Al preguntarle el periodista si el sacerdote no célibe tendría obstáculos para el ejercicio de su ministerio, el capuchino contesta con toda “frescura”:

Si para el desarrollo del hombre es mejor que se dé el hombre globalmente desarrollado o globalmente relacionado, entonces es ya relativo. Pero si es necesario el hombre especializado, entonces no. En este último caso es necesaria la existencia del célibe. Y ello no sólo para el sacerdote, sino que para el civil también vale. Creyente o no. Para aquel que se dedique a la investigación, a la ciencia o a la medicina, por ejemplo. Ahora bien, como este ser humano, hombre o mujer, tiene unas necesidades sexuales y de afecto, creo que las tiene que poder desarrollar con otras personas que se encuentran en la misma situación, que libremente se acepten. El hombre y la mujer deben encontrarse a través de la libertad y únicamente a través de ella”.

 Que un fraile capuchino se convierta en partidario de la fornicación, que lo publique en letras de molde en la prensa, y que no ocurra nada, es algo más que sintomático. Es la pérdida del sentido cristiano en la vida eclesiástica de Cataluña, pues tales disparates explícita o implícitamente, abierta o solapadamente, se vienen runruneando por compadres y gemelos de Jorge Llimona, con un escándalo tan serio que ya se ha hecho habitual y ha atrofiado toda capacidad de reacción, con grave perjuicio de la vida moral de nuestras ciudades y poblaciones.

 ¡Esto sí que es grave para Cataluña! Lo de la novela, teatro y “nova cançó” son aspectos que tienen sus vaivenes y ritmos. Pero que por los propios eclesiásticos, sin que la voz orientadora de la jerarquía tapone la boca y paralice la pluma de los Llimonas, que con apellidos catalanes y lengua catalana le están arrancando su fe, no tiene palabras con que denunciar estridentemente la villanía que se comete contra lo más sagrado de nuestra tierra.

 El doctor Torras i Bagés en la “Tradició Catalana” argumentaba que “todos los grandes pensadores catalanes hasta nuestros días han sido pensadores cristianos; si alguien ha resbalado en la herejía como Arnaldo de Vilanova (s. XIV), la cosa no ha pasado de un sueño de un hombre que se quiso levantar por los inmensos horizontes de la contemplación, sin tener bastante fuertes las alas de los principios de la divina revelación, pero la herejía, tantas veces vecina de Cataluña, jamás se ha metido en ella, y, si alguna vez ha llegado a penetrar, el carácter de los naturales, enemigos de todo delirio, ha hecho inútil la tentativa… es porque Cataluña era muy de veras y muy prácticamente cristiana. No sabemos lo que sucederá con la contemporánea masonería; pero no os parece que los prosélitos que hace no están entre los catalanes auténticos, sino principalmente entre aquella gente ligera, enamoradiza de todo lo que es nuevo, a quien gusta ser mona de los extranjeros, incapaces de comprender la excelencia de su imagen e ignorantes de su historia”.

 También Torras i Bagés se expresaba así: “Apagado por la masonería el sol de la revelación, se debilita la razón natural y las letras humanas quedan en las tinieblas; después del corto periodo del dominio de la fantasía, de la confusión de sentimientos, de la evaporación de los más delicados, generosos y enérgicos, el sentimiento decae y la delectación sensual o ocupa el lugar que antes tenía la noble y humanas satisfacción del sentimiento. El mundo de los sentimientos se hunde en ruinas; el espíritu no encuentra dónde descansar, como la paloma de la Sagrada Biblia no encontró donde reposar sin ensuciarse, y con tristeza busca otra vez refugio en el arca sagrada de la Religión. Desaparecido el sentimiento, se pierde uno de los más dulces lazos que unen a los hombres entre sí; la vida social llega a ser fatigosa para las almas bien templadas, y el mundo queda abandonado a los amadores de la sensualidad. El dogma del amor libre,  que la masonería ha aprendido de los animales, es la conculcación del verdadero amor y la profanación de un nombre honrado”.

 No sabemos qué diría el doctor Torras i Bagés, tan ligado al “Cercle Artistic de Sant Lluc” y vinculado con el gran artista Llimona, que un sucesor suyo en la consiliaría de tal institución artística y con el mismo apellido Llimona propugnara por las soluciones biológicas, por el relativismo, por la fornicación, ideales que, según el doctor Torras i Bagés, son los propios de la masonería, pero que esta vez no vienen alentados por “La Campana de Gracia” ni otros prohombres del catalanismo anti católicos. Esta vez, y Jorge Llimona es una legión, el amor libre, el materialismo y la descristianización vienen a través de un religioso que, además, goza de cargos de prensa, de audiencia pública y de tolerancias episcopales.

 Años atrás se hizo famosa la campaña “Volem bisbes catalans”. Quizá ha llegado ya la hora de que los seglares católicos de Cataluña pidamos a la Santa Sede obispos que defiendan la fe y la moral católica de los zarpazos de los lobos. Porque esto es, como cristianos, lo más esencial. Y como catalanes, los Jorge Llimona y sus mesnadas, consentidos y aupados, representan la disolución y termino de Cataluña, con su personalidad y con su alma. Lo que no se arregla con lágrimas de cocodrilo.

 Jaime TARRAGÓ

 

Revista FUERZA NUEVA, nº 168, 28-Mar-1970


jueves, 9 de octubre de 2025

Por el celibato sacerdotal

 Artículo de 1970

 “CUESTIÓN: CELIBATO”

 (…) Todos hemos visto y oído a Pablo VI angustiado y tajante, pronunciarse en contra, aducir profundas razones y demostrar, en su aire preocupado, lo mucho que sufre y batalla, aparte de otros temas, con las cismáticas subordinaciones de una parte del clero holandés y con este grave problema del celibato sacerdotal. Problema que todos entendemos mucho más claramente, por lo visto, que los propios sacerdotes.

 El sacerdote lo es partiendo del supuesto de que tiene una vocación, no una conveniencia de seguridad y de carrera barata, sino que sigue una vocación, un llamamiento sobrenatural, que se apoya en el propio sacrificio, ni más ni menos que la vocación religiosa, con el altísimo agravante de las Sagradas Órdenes que, según se nos ha enseñado, imprimen en carácter. Sentado esto, todos los razonamientos y argumentos humanos de “tejas abajo”, no valen. Son argumentos aplicables a cualquier profesión, pero no a la vocación sacerdotal que presupone un llamamiento divino, al que se responde por impulso de una fe sobrenatural, base de la esperanza y de la caridad. Si no se cree en Dios ni, por tanto, en su llamamiento, en los designios personales para cada hombre, no se podrá responder eficazmente a esa llamada. Sin fe no se puede ser sacerdote ni cristiano. ¿Arrancará todo este problema de la falta de Fe?

 Se argumentará que el sacerdote es hombre. Lo es. Se dirá que en el comienzo de su entrega a Dios, al ingresar en el seminario, casi siempre es un niño. Lo es; pero esto tiene menos fuerza, ya que cada año hace tres meses, al menos, de vida familiar y es libre de volver o quedarse en el mundo. Se dirá que es pecador. Lo es; lo somos todos, incluidos los santos, que como decía don Manuel González, obispo de Málaga: “los santos no son los que nunca cayeron, sino los que siempre se levantaron”. Se dirá que puede haberse comprometido demasiado, que no le gusta, que no lo soporta, que tiene una carne desbocada. Puede ser, pero entonces los recto, lo noble, lo digno, es pedir al Papa su dispensa y volver a la vida seglar. Daría para muchos artículos este problema.

 Entre los muchísimos sacerdotes del mundo, una pequeña minoría, gracias a Dios, estará en estos casos. Y esa minoría no tiene motivo, ni razón, ni derecho, para dirimir sus dificultades en pandilla, para escandalizar al pueblo de Dios y hacer, sin posible remedio, que se vaya apartando, por desconfianza, del  sacerdote y de los sacramentos, sobre todo de la confesión, faro de luz y de esperanza en las almas de los hombres.

 A los simples cristianos, célibes o casados, de vida normal y normales en sus apetencias, tampoco les es fácil entender este problema sacerdotal que con tanto descaro han planteado a voces al mundo. A un cristiano soltero, casado o viudo, le obligan los mandamientos lo mismo que al sacerdote y trata de cumplirlos, si cae se levanta con la absolución sacramental, que es la gracia renacida en el alma. La vida que cada uno vive le induce a pecar o a no pecar y puede afirmarse sin error que en toda edad y condición, un hombre se conserva puro con los medios que Dios le da. Lo dice la Escritura: “Fiel es Dios que no permitirá seáis tentados más allá de vuestras fuerzas”. ¿No va a poder conservarse limpio el sacerdote si es sincera su entrega, si vive ordenadamente, si cumple con su sagrado deber? (…)

 Es verdad que la carne puede ser pesada carga para un hombre, pero hasta la persona menos formada sabe que Dios no niega su ayuda y aun en la vida más sencilla todos conocemos los medios que hacen triunfar. ¿Por qué se empeñan los sacerdotes en vivir más libres que los propios seglares? ¿Hay que conceder nuevos modos al apostolado, al trato social, a la dimensión que en todo orden tiene hoy la vida? Conforme. Más el sacerdote debe defenderse de cuanto le pueda corromper y dejar en él indefenso lo que tiene más débil. La sotana no puede ser por sí santificadora de un hombre, pero ¡qué ayuda, qué defensa, qué baluarte para cuantas malas ocasiones, qué respeto a sí mismo obliga a tener! Los que vivimos en tierras menos modernizadas, como es este Alto Aragón, en la que los sacerdotes, salvo contadísimas excepciones, llevan aún con tanta dignidad su sotana, no pueden explicarse el íntimo gozo espiritual, el respeto y la devoción que esta presencia infunde en el corazón de los cristianos.

 El pueblo español, el maravilloso pueblo español que sabe tomar a broma “filosófica” las mayores tragedias, como si la risa le ayudara a soportarlas mejor, está derivando en este gravísimo problema del lado de la broma y dada la susceptibilidad española masculina y clerical, es muy probable que la tal medida, inteligente y fina, aporte resultados positivos, sólo por llevar la contraria.

 En nuestra Fuerza Nueva, la sección “El diario de un ingenuo” trata el caso magistralmente remontándose hasta el propio Papa, sin que se lesione el respeto debido al Sumo Pontífice. Y en el diario “El Alcázar”, sábado 7, un chiste pinta un confesionario, un señor en actitud de confesarse y un rapaz atravesadillo que levanta la cortinilla delantera para decir al cura “no célibe”: “Papá: dice mamá que como no vayas inmediatamente te quedas sin cenar”.

 En la prensa de Madrid y en la de provincias, todos somos leído chistes y artículos con humor en los que el pueblo cristiano demuestra al pueblo sacerdotal, con mucho cariño, qué mal le cae esa rebeldía sin sentido del clero y hasta parece que desde que esto crudamente se planteó, en todos, hasta en los indiferentes, se siente o se intuye un acercamiento a los sacerdotes santos, dignos, entregados a su sacrosanto ministerio, como si en el subconsciente colectivo de todos los cristianos se levantase una corriente de protección hacia la santidad, la espiritualidad, la vida apostólica de los sacerdotes, que son la tranquilidad de nuestra conciencia, el apoyo de nuestras dificultades, el eslabón que une nuestras vidas con Cristo. (…)

 El Papa nos pide angustiadamente esta ayuda: prestémosla. Roguemos a Cristo, Sumo Sacerdote, por esta minoría mundial de sacerdotes equivocados; pidamos que vuelvan a ocupar la delantera en el camino de la grandeza hacia Dios. Que entiendan la sublimidad de su vocación, la pureza de su vida, y que no hagan más política que la de Dios para salvar al mundo.

 María del Pilar SAINZ-BRAVO


Revista FUERZA NUEVA, nº 168, 28-Mar-1970 

miércoles, 8 de octubre de 2025

Blas Piñar contra la apertura del presidente Arias (1974)

 Famoso editorial de FUERZA NUEVA que marcó su ruptura con la política aperturista del presidente Arias, al final del franquismo

 SEÑOR PRESIDENTE

 Bien sabe Dios que nos duele el alma al tomar la pluma para escribir lo que sigue. La tentación que se escurre zalamera, invitando al silencio y a la comodidad de la murmuración irresponsable, ha tratado de amordazar la pluma -que tiene su lenguaje escrito- y dejarla inoperante sobre la mesa. Pero hay que vencer la tentación de las omisiones. Es preciso alejarse, cuando llega la hora difícil de los canes mudos y de la música frívola y alquilada que pretende desorientar y aturdir, para que no se oigan ni la voz amenazante del enemigo despiadado que avanza con dinamita, haciendo correr la sangre, ni el grito de dolor cientos de miles de españoles sacrificados por una causa nobilísima que ahora se vilipendia y escarnece. No podemos callar, por dura que sea la medida que contra nosotros pueda arbitrarse.

 Señor presidente: usted nos ha aludido, sin nombrarnos, unas veces en exclusiva, y otras, quizá, englobándonos en un abanico más abierto de acusaciones generales, en sus declaraciones a la Agencia oficial EFE, publicadas el pasado día 11. Nosotros, que estamos acostumbrados a recibir golpes y a encajarlos, nos damos públicamente por aludidos.

 Señor presidente: desde el 12 de febrero, desde su discurso ante el pleno de las Cortes, discurso que nosotros no aplaudimos, viene usted aireando una política de democratización del país, apelando a la mayoría de edad, propugnando el asociacionismo como cauce de participación política, haciendo profesión de fe y de lealtad al futuro y equiparando los maximalismos de uno y otro signo.

 Señor presidente: nosotros creíamos, de acuerdo con las Leyes Fundamentales del Estado -de las que por razón de su alta magistratura debe ser usted un servidor ejemplar- que España, según tantas veces ha dicho y recordado Francisco Franco, artífice del Régimen, era una democracia orgánica, por lo que, siendo democracia, el proyecto de democratización que usted propugna no puede ser otro que su transformación en una democracia inorgánica y liberal, que nosotros rechazamos.

 Señor presidente: nosotros creíamos que el pueblo español había alcanzado su mayoría de edad hace muchísimo tiempo, cuando los Reyes Católicos crearon la nación y pusieron un Estado a su servicio; y que esa mayoría de edad, el pueblo español -del que tanto se habla y al que tan poco se respeta- la ha confirmado, ratificado y revalidado en numerosas ocasiones, y últimamente optando por lucha armada y por un derroche de heroísmo, a fin de mantener su unidad, su grandeza y su libertad, durante los años de la Cruzada, de la que fue conductor Francisco Franco.

 Señor presidente: nosotros creíamos que la unidad no era la uniformidad, pero también creemos que la diversidad no es la dispersión, y menos aún el enfrentamiento, y que, por lo mismo, ni la solución política del partido único ni la solución política de la multiplicidad de partidos eran la nuestra, porque la nuestra, conforme a las doctrinas del Tradicionalismo y de la Falange -que nació como antipartido-, está en el Movimiento, haz de Principios Fundamentales y organización, de tal manera que aquéllos sin ésta se volatilizan, y ésta sin aquéllos se reduce a burocracia y nómina. Por eso, señor presidente, nosotros, que hemos oído en tantas ocasiones decir al Jefe del Estado y del propio Movimiento que en éste son indispensables las ideas, la estructura, la disciplina y el Jefe, no acertamos a comprender la posibilidad de asociaciones políticas identificadas -salvo en el nombre- con los partidos políticos, ni entendemos cómo las mismas, tal y como usted las define, pueden coordinarse con el Movimiento definido por Francisco Franco.

  Señor presidente: nosotros creíamos que el futuro o es una consecuencia del pasado o es una ruptura con el mismo. Pero no entendemos, o quizá nos sorprende entender, lo que usted ha querido decir con esa proclamación repetitiva, por utilizar una de sus palabras, de lealtad al futuro, que por sí solo es el vacío y que, de no serlo, usted no califica como la perfección y el normal y homogéneo desarrollo de un sistema político cuyo nacimiento, viabilidad y vitalidad arrancan de los ideales y las banderas que los signan, del 18 de Julio.

 Señor presidente: nosotros creíamos que el maximalismo de cierto signo, el que usted, sin duda, nos atribuye, no era malo ni autoexcluyente. Me gustaría que usted señalase un sólo párrafo de nuestros discursos, conferencias o artículos en el que nos hayamos colocado en la heterodoxia doctrinal del Régimen, en que hayamos atacado alguna de las Leyes Fundamentales y en especial los Principios del Movimiento, en que hayamos exaltado a alguno de sus enemigos o minimizado o despreciado a los que nos dieron la doctrina y el ejemplo. Por eso, no entendemos y rechazamos que usted, tomando palabras ajenas, nos ponga en el mismo lugar y nos equipare con ETA y con el Partido Comunista.

 Señor presidente: nosotros creemos y seguimos creyendo que usted actúa de buena fe, que trata de servir a España en esta hora incierta, y que, por tanto, no actúa movido por “ambiciones personales que, como es lógico, siempre tenderían a revestirse de coartadas ideológicas”. ¿Por qué públicamente -y como contraste- nos echa en cara ambiciones personales a los que no comulgamos ni con sus ideas ni con su programa? ¿Es así como entiende usted el pluralismo político, la democratización y la mayoría de edad del pueblo español? ¿Por qué nos ofende desde su puesto de gobernante? Admito que usted nos crea equivocados. Pero que nos dejemos llevar de ambiciones personales los que venimos escuchando insultos, calumnias, difamaciones, prohibiciones y amenazas por mantener unas ideas que consideramos consustanciales con España, es inadmisible. Usted ha hecho esa declaración que nos duele; pero el estilo no es suyo; debe ser de un amanuense distinguido y retórico que cuela lo que más le acomoda.

 Señor presidente: usted, sin duda, se refiere a nosotros cuando habla de la “incomprensión y reticencia en algunos sectores proclives a anclarse en la nostalgia” y nos imputa un “intento monopolizador”. Es una pena que su amanuense no haya encontrado frases más originales y distanciadas de las que acostumbra a usar en escritos no oficializados. Son las frases de los que nos increpan a diario. Pero usted sabe que, si hay nostalgia entre nosotros – que, por otra parte, no deja de ser un sentimiento respetable-, es por la paz que estamos perdiendo; por el orden moral que hoy se quebranta; por la tranquilidad de los españoles, que se ha transformado en zozobra; por las vidas no sólo de los que velan por la seguridad de los ciudadanos, sino de los ciudadanos que caen sin otras lamentaciones que las puramente verbales y el consabido eslogan publicitario de serenidad y democracia; por el honor del país, quebrantado en tantas latitudes y de tantas maneras, sin una reacción gallarda que nos alcance el respeto que la nación y el pueblo, tan “mayor de edad”, merecen y exigen.

 Señor presidente: usted, al aludir a las fórmulas apriorísticas de incorporación de la juventud a las tareas nacionales, al referirse a “equívocas atribuciones de representatividad” por parte de un sector más o menos controlado y dirigido, ha dado un golpe rudo y exterminador a una de las obras, no por deteriorada menos querida del Movimiento: la Organización Juvenil. Usted la ha descalificado, abrogado con lenguaje oficial, discriminado ante la opinión pública. Si usted ha sido capaz de comportarse así con algo tan querido de Franco, tan metido en la entraña del Sistema, tan vinculado a la Secretaría General y a un ministro de su Gobierno, cómo pueden extrañarnos los piropos que nos dirige en sus declaraciones a la Agencia EFE?

 Señor presidente: tenga la seguridad de que nosotros no tenemos ningún propósito monopolizador y que, desde luego, no monopolizamos la verdad. La verdad es demasiado grande para que nosotros la poseamos y la monopolicemos. Lo hemos dicho muchas veces: es la verdad -la que nos hace libres y, por tanto, dignos- la que nos posee a nosotros, y a la que nosotros, llenos de imperfecciones, modestamente pero ardorosamente, servimos. En cualquier caso, aunque sería un mayúsculo e inalcanzable propósito el de monopolizar la verdad, sería más disculpable que monopolizar de hecho el error, acumular errores tras errores, corrompe el alma del país, dejarlo a la intemperie, y obligarle o a rehacer su historia combatiendo o a sumirse en la esclavitud y la barbarie sin esperanza.

 Señor presidente: no le preocupe demasiado si nuestra posición y nuestra manera de pensar son “legítimos en el ancho espectro del deseable pluralismo político”, porque, como usted dice acertadamente, tal posición y tal manera de pensar son incompatibles con las responsabilidades públicas asumidas por el Gobierno”. Estamos convencidos. Pero fíjese bien: es usted, y no nosotros, el que nos arroja a la cara la incompatibilidad, el que nos excluye, el que niega que podamos ser escuchados y atendidos si tuviéramos razón. Si nuestra actitud “no interfiere ni puede interferir la acción del Gobierno”, es usted el que nos elimina: el que después de llamarnos maximalistas y ponernos en el mismo lugar que a los asesinos de Carrero Blanco, de taxistas, policías, guardias civiles y ciudadanos de toda clase y condición, nos rechaza olímpicamente, públicamente, oficialmente y con desprecio.

 Señor presidente: muchas gracias, porque la claridad ilumina y hace que las decisiones se tomen sin dudas ni inquietud. Nos autoexcluimos de su política. No podemos, después de lo que ha dicho, colaborar con usted, ni siquiera en la oposición. No renunciamos a combatir por España, pero hemos comprendido que nuestro puesto no está en una trinchera dentro de la cual se dispara contra nosotros y se airean y enarbolan estandartes adversarios.

 Señor presidente: en un diario catalán que no se destaca precisamente por su adhesión al Régimen se decía: “Arias ha mojado su dedo índice, lo ha levantado y ha dicho “Por ahí”. Pues bien, nosotros no queremos ni obedecerle ni acompañarle. Pero fíjese bien en quiénes le acompañan y adonde le acompañan. Piense si le dirigen o le empujan. Y no se lamente al final si contempla cómo ese tipo de democratización que tanto urge se levanta sobre una legión de cadáveres, de los que son anuncio y adelanto, cuando esa democratización se inicia, los que se sacaron de los escombros el 13 de septiembre, del corazón mismo de la capital de España (*)


 Revista FUERZA NUEVA, nº 40328-Sep-1974

 

(*) Atentado con bomba de ETA en la cafetería Rolando en la calle del Correo (Madrid) que causó 13 asesinados y 70 heridos, el 13-9-1974

Los tres senadores militares, contra la Constitución

 

  NINGUNO DE LOS GENERALES

 Los tres senadores militares han rehusado conceder el voto a la Constitución atea y antinacional que se impondrá al sufrido pueblo español por el consenso “moncloaca”-marxista. Con rapidez diligente, el señor Gutiérrez Mellado (ministro de Defensa) ha aclarado que a los Ejércitos sólo los representa el Rey. Pero Gutiérrez Mellado olvida que fue precisamente el Rey el que designó a los senadores militares. Y ¿no lo hizo para que los Ejércitos se hallasen representados en la Cámara? No hay duda de que muchos civiles y militares lo interpretaron así y, si hubo error en tal interpretación, no es el ministro del Gobierno ucedista el indicado a rectificarlo, sino acaso el propio Monarca o persona autorizada por éste. Lo que no ofrece la mínima vacilación y no cabe desvirtuar es el hecho de que la Ley de Reforma Política (1976) contó con el voto negativo de todos los generales procuradores en Cortes y que la Constitución no ha contado con ninguno positivo de los militares miembros de las Cámaras y designados precisamente en su calidad de tales. ¿No es eso representativo? Entonces, ¿qué lo es?

 Y lo que nadie negará es que resulta más que significativa la notoria falta de sintonía de Gutiérrez Mellado con el Consejo Superior del Ejército a propósito de la legalización del PCE (1977) y con los generales miembros de las Cortes a propósito de la Reforma Política y de la Constitución.

 Y lo que ya cae en el colmo del ridículo es que “El País” venga ahora, sin respetar la libertad de voto, a reclamar determinadas adhesiones y acatamientos de dichos senadores militares. Claro que no es extraño cuando dicho vespertino está dirigido por quien menospreciara hace muy poco, pública e impunemente, a los militares españoles -además de a la “Dictadura”, que ha cometido el error de darle de comer, con los estipendios de los cargos oficiales desempeñados por ese director, Juan Luis Cebrián, y su familia más inmediata -el cual quizás se halla capitidisminuido para comprender que el eje diamantino de todo militar digno de tal nombre es aquél que expresaba el comandante de Sant Marc, al proclamar: “A un soldado pueden pedírsele muchas cosas, incluso puede pedírsele que muera; en su profesión. Lo que no puede pedírsele es que traicione, que se retracte, que se contradiga, que mienta, que sea perjuro”.

 Ramón de Tolosa


Revista FUERZA NUEVA, nº 618, 11-Nov-1978

 

lunes, 6 de octubre de 2025

El latín, desterrado de la Iglesia y la enseñanza

 Artículo de 1970

 

  Ante la futura Ley de Educación

 «RAZA LATINA»

 Escribe MARCELINO OLAECHEA, Arzobispo dimisionario de Valencia

 Con sinceridad, sin empaque ni en gestos ni en palabras, con natural sencillez, habló por televisión el señor ministro de Educación y Ciencia, pidiendo la cooperación de todos para que el Proyecto de Bases de una Política Educativa -abierto de par en par a la crítica- llega a ser pronto una consoladora realidad.

 Le oí con gusto y sentí el gozo de coincidir con él. El Libro Blanco abre nuevas rutas a la educación, y las abre con tal acierto y anchura que merece sincero aplauso.

 Trabajador animoso en tantos años de mi vida por los fueros de la sana libertad de enseñanza y la mayor cultura en particular de los económicamente débiles, no puedo dejar de acudir a la llamada del señor ministro, aunque no tenga mi esfuerzo más valor -pero éste sí lo tiene- que el de mi amor a la educación y la ausencia de todo interés personal y de grupo.

 Pongo mi granito de arena en la obra, rogando a los procuradores en Cortes llamados a discutir el Proyecto que pasen al artículo 24 como materia común del Bachillerato las llamadas “Humanidades” y, en particular, la lengua latina que consta en el artículo 25 como materia optativa.

 Rompe mi ruego una lanza en la mejor compañía: la de la Real Academia Española, cuya propuesta hacen, sin duda, suya, la Comisión Episcopal de Enseñanza, la FERE y tal vez la mayoría de catedráticos y profesores de Educación Media.

 Reservando a mejores plumas que la mía la exposición de las razones, muchas y graves, que militan en favor de mi ruego -buen conocimiento de la ortografía y del sentido de nuestras palabras, lectura, en sus fuentes, de nuestros antiguos historiadores, filósofos, juristas, moralistas, disciplina y ornato de la mente por una estructura gramatical férrea y por una belleza en prosa y verso que ha influido más que ninguna otra en la cultura occidental- quiero recordar con estas líneas lo atrás que dejamos los clérigos la enseñanza y uso del latín, por si este recuerdo sirve para dar los pasos que procedan y merecer, con título más fuerte, la inclusión en el bachillerato de la augusta lengua como materia común, con la intensidad y en los cursos que sean más a propósito para que su enseñanza no sólo no estorbe, sino que ayude a las otras materias, según aconsejaría hoy nuestro Quintiliano.

 Abro con buen humor las puertas al recuerdo. Me contaron, “se non è vero è ben trovato”, que durante la República, un buen hombre, que no olía ciertamente a cera ni a letras ni a ciencias, pero que tenía pulmones de bronce, atronaba la calle del pueblo gritando: “¡Abajo la raza latina!” Al preguntarle un vecino, no tan acre como él, pero horro como él de letras y ciencias, quién era la tal “Raza latina”, le espetó olímpicamente, pasmado de la ignorancia del otro y sin mirarle siquiera la cara: “¿Quién va a ser, hombre, quién va a ser…? ¡Los curas!

 La verdad es que hoy tendría que sudar un poco el buen hombre para dar con su “Raza latina”. A ella se dirigen, con respeto, a mis líneas.

 En los Seminarios menores, al adoptar -y procedía hacerlo- el bachillerato oficial, el montón de materias exigibles con sano rigor a los Tribunales de grado, merma, de no estar muy alerta, el interés y el tiempo para la enseñanza de aquel latín que “capacite a los seminaristas para entender y usar las fuentes de no pocas ciencias y los documentos de la Iglesia”, según pide el Concilio (OT, 13); de aquel latín del que dijo Pablo VI que ha de ser lengua común de los clérigos de la Iglesia.

 En los Seminarios mayores, con raras y honrosas excepciones, se aduce la exigencia de mayor claridad o de mejor pastoralidad para no dar ni exigir las lecciones en latín tal como está prescrito respecto a las materias estrictamente eclesiásticas. Supongo que a los profesores les puede más que la línea del menor esfuerzo, la ignorancia del latín en los alumnos.

 No encabeza ya los sermones, como anuncio de tema, la cita en latín de un versículo de la Sagrada Escritura, ni salpican otros latines la pieza oratoria. No es para llorar esta ausencia, no. Me ciño a dar fe de ella.

 Se ha desterrado el latín, virtualmente todo el latín, de la liturgia de rito latino, a pesar del Concilio (SC, 36) que dice: “Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular”.  

 Doy también fe, pero con amargura. Ha salido empujado al destierro por la puerta que han dejado entornada otros párrafos del artículo citado, merced a la anchura del Consilium que viene concediendo tantos y tantos derechos particulares, urgido por “la competente autoridad territorial”, en aras de la que se cree una pastoralidad mejor.

 Recuérdese que esos derechos particulares son privilegios; y que los privilegios ni son leyes ni normas que obliguen. Son renunciables.

 Presentadas por la Conferencia Episcopal a la Santa Sede y aprobadas por ella, corren en España las versiones litúrgicas a las lenguas vernáculas: a la vasca y a las romances catalana, gallega, valenciana. Puede ser que el impulso de la creída mejor pastoralidad logre de la Santa Sede la versión del latín a otras lenguas vernáculas, v. g. : la bable, la extremeña… Rematan a la augusta madre hasta sus propias hijas.

 Respetando el parecer de todos, pienso, desde la altura de mis años, en el porvenir del pueblo fiel y me pregunto a mí mismo y no sin angustia:

 a) En primer lugar, ¿contribuirá la ausencia del latín a la ansiada creación de la verdadera Europa? Se ha escrito de reciente en España: “Nosotros no hacemos más que echar la culpa al protestantismo de haber desgarrado la unidad de Europa, pero bien poco hacemos para restablecerla. Es más fácil echar culpas que echar puentes, y ¡qué magnífico puente romano era el latín!

 b) ¿Contribuirá a la mayor unión de los clérigos y laicos de la Iglesia católica de rito latino la ausencia del latín en su liturgia?

 c) Contribuirá la mayor unión de clérigos y laicos de España la ausencia del latín y la profusión de las lenguas vernáculas en ella?

d) Entraña tan gran dificultad como se pregona el hacer que el pueblo de Dios tome en la liturgia toda la parte activa que ella le reserva, desarrollándola en latín, salvar las normas que fije la jerarquía –hoy, las lecciones y pasajes evangélicos de la Misa- por medio de publicaciones bilingües y, sobre todo, por la previa traducción, hecha vida, en la palabra del pastor?

 e) ¿Es, por otra parte, esencial que el pueblo de Dios pare mientes en las palabras que dice para que le entienda Él, que es lo esencial? “Si hablando estoy enteramente entendiendo y viendo que hablo con Dios con más advertencia que las palabras que digo, junto está oración mental y vocal”. Así nuestra gran Teresa en el capítulo 22 de su Camino de Perfección.

 f) El misterio de una lengua muerta, lengua augusta que vivió siglos atrás en los labios de nuestros mayores y honró la pluma de nuestros pensadores, ¿no tiene un quid providencial que nos empuja a Dios?

 g) En fin, la inalterabilidad de la lengua latina, matemática y música, al pairo del oleaje de las lenguas vivas ¿no es garantía total de ortodoxia?

 Si mis pobres palabras mueven a pensar a algún hermano, de plenitud o no plenitud de sacerdocio, y le persuaden a dar pasos atrás para coger de la mano al desterrado latín y aventando hasta el polvo de las ostras, lo introduce con todo el honor en las aulas e iglesias de mi Patria… no habrán sido estériles.

 Termino. España anda y seguirá dando pasos de gigante en el conocimiento y uso de las ciencias de la materia; pero por muchos y largos que sean, irá a la zaga de los pueblos sajones. En las ciencias del espíritu, estuvo y debe estar a la cabeza. Que siga siendo el latín el mejor introductor a ellas en la Patria de Isidoro, de Nebrija, de Vives…

 “Estará bien que lo pensemos -dice con donaire en el Prólogo el autor de Perlas Antiguas- hoy, que nos encontramos, escudilla y sombrero en mano, llamando a las puertas del Mercado Común, de un consorcio europeo donde España no se quitaba el sombrero antaño.., aun cuando los españoles sabíamos echar tacos en latín… y Europa nos entendía”.

 La Iglesia de rito latino conservó sin fisuras el latín hasta nuestros días, considerándolo lazo de unión y lengua común de sus hijos en la liturgia, a pesar de la diversidad de lenguas y aún de razas. Lo conservó para transmitir a sus clérigos la cultura sacra, mientras iba decreciendo el latín en la cultura profana.

 Vuelva el latín con todos los honores a la “Raza Latina” de mi cuento; y vuelva a urgir nuestra cultura hispana y vuelva a ser, como cantó Menéndez Pelayo en la Oda a Horacio: “…calma y serenidad, dulce concierto -de cuantas fuerzas en el hombre moran- eterna juventud, vigor perenne- los pueblos despertando a nueva vida -vida de amor, de luz y de esperanza.”


Revista FUERZA NUEVA, nº 167, 21-Mar-1970

 

Virtudes políticas de Isabel la Católica

 

 VIRTUDES POLÍTICAS DE LA REINA ISABEL

  No es necesario ser un especialista del reinado de los Reyes Católicos, ni siquiera un historiador, para darse cuenta de que la Reina poseyó en grado sumo las virtudes que deben adornar a un político.

 Ya sé que hay historiadores que afirman que Fernando fue mejor político que Isabel. Esto se debe a que damos a la política un sentido equívoco. Si por político se entiende solamente ser hábil y diplomático, no hay inconveniente en ceder la palma al Rey Católico.

 Pero la habilidad y la diplomacia son virtudes menores en un político. Los grandes políticos deben poseer virtudes mayores. Y esas las poseyó, como he dicho, en grado sumo, la Reina Católica.

 ***

Para demostrar esa afirmación no hay más que conocer su obra. Lo que la Reina hizo durante los treinta años de su reinado demuestra palmariamente que poseyó en grado sumo las grandes virtudes del gran político.

 Si no las hubiera tenido, ¿hubiera podido conseguir levantar España desde el caos en que la encontró hasta la grandeza en que la dejó al morir? Descontado lo que se puede atribuir a la suerte, que no fue poco, ¿no queda bastante para admirar sus dotes políticas?

 Solamente quienes conozcan cómo encontró a España y cómo la dejó, pueden medir las virtudes políticas de quien tal hazaña consiguió. Otras plumas, en este mismo número, se encargarán de describir semejante hazaña.

 ***

La virtud fundamental del gran político es la prudencia. No le deben faltar la justicia, la fortaleza y la templanza, pero en la reina Isabel sobresalió la prudencia. Ha sido Felipe II quien ha pasado a la historia con el sobrenombre de “el Rey prudente”, pero también la reina Isabel hubiera merecido llevarlo.

 Como la primera cualidad del gobernante es la de acertar en la elección de sus más importantes colaboradores, quien sepa quiénes fueron los de la reina Isabel tendrá que reconocer que en eso tuvo un acierto total. Sin haberse rodeado de tales colaboradores, de poco le hubieran servido sus otras dotes políticas.

 ¿Fue cosa de suerte? La suerte puede sonreír algunas veces, pero cuando la suerte es habitual, ya no es suerte; es el resultado de una gran virtud: la del conocimiento de los hombres. La reina Isabel poseyó esa virtud en grado excelso. ¿Intuición? Como se quiera. Quien no la posea, no podrá ser un gran político.

 ***

José Antonio dijo que “a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas”. La Reina Católica movió al pueblo español. ¿Con qué clase de poesía?

 En primer lugar, con la poesía de la fe religiosa. Esa poesía llevó al pueblo español a la conquista del reino de Granada, a la expulsión de los judíos y de los musulmanes, a la reforma de la Iglesia, a la cristianización de América. Con ello se consiguió la unidad religiosa de España, base de nuestra unidad nacional.

 Y, en segundo lugar, con la poesía de la fe en los destinos de Castilla y de España. A esa poesía se debió la sumisión de los aristócratas de entonces a la Corona, el desarrollo de la cultura, la mirada hacia el continente africano, la civilización de la América recién descubierta y el apoyo prestado al rey consorte en sus empresas de Francia y de Italia.

 La reina Isabel fue una mujer de fe inmensa: de fe religiosa y de fe patriótica. Sin esas dos alas, ningún político podrá volar a gran altura. Con ellas, la reina Católica se elevó a la mayor altura de la historia de España.

 ***

Otra gran virtud política es, por ejemplo, la previsión. En ella sobresalió la reina Isabel. El gran genio que fue Napoleón no tuvo esa virtud y por eso, a su muerte, se derrumbó el gran imperio que soñó para su país. El imperio fundado por Isabel no murió con ella, sino que, gracias a su previsión y a pesar de las circunstancias adversas, se mantuvo durante una centuria.

 Un político no puede ser grande si no gobierna con rectitud de intención. Y en esto, la reina Católica superó con mucho a Fernando de Aragón. Su rectitud de intención la libró de cometer incorrecciones graves en la adjudicación de cargos políticos y religiosos y la impidió dar malos ejemplos a los gobernantes de segunda fila. Sin rectitud de intención se podrá ser un hábil político, pero nunca un gran político.

 Y fue, la reina Isabel, una gran patriota. Su mirada estuvo puesta siempre, no en su familia ni en sus amistades, sino en la España que estaba fundando. Cosa muy de admirar en un momento en que los políticos de su tiempo, en España y fuera de ella, se preocupaban más del esplendor de la Corte que de la grandeza de la Patria. Ella vivió para Dios y para España.

 Amó también la justicia. Un slogan de toda su vida fue el de hacer justicia. Justicia con todos: con los poderosos y con los desvalidos, con los acreedores al premio y con los merecedores de castigo, con los conquistadores de América y con los indios conquistados.

 Fue firme en el obrar. No le tembló el pulso al firmar sus grandes reales órdenes. Que se nos diga cuántas reinas han demostrado, junto a la ternura de la mujer, la firmeza viril de la Reina Isabel. Ella sí que fue la “mujer fuerte” de que habla la Sagrada Escritura.

 La brevedad del artículo no me consiente poner aquí un capítulo que podría titularse “En el que se demuestra lo dicho con algunos ejemplos”. Pero los conocedores de la vida de la Reina podrán decir si he exagerado al hablar de sus grandes virtudes políticas.

 ***

Y fue santa. No ha sido canonizada por la Iglesia, ni puede que lo sea próximamente porque no soplan por ahí los actuales vientos de la historia ni los de la Iglesia.

 Pero no perdamos la esperanza. Ya cambiarán los vientos y entonces se hará justicia, no sólo a las virtudes políticas de la gran Reina, sino a sus virtudes cristianas. Y será la reina Católica y la reina Santa.

 P. Venancio Marcos


Revista FUERZA NUEVA, nº 147, 1-Nov-1969