Buscar este blog

martes, 30 de septiembre de 2025

Desacralización: complejo católico

 Artículo de 1970

  DESACRALIZACIÓN: COMPLEJO CATÓLICO

 Es necesario decirlo abiertamente; nunca como hoy se quiere vivir de una autenticidad tanto más auténtica cuanto más proclamada a todos los vientos, cuanto más puesta a saldo y almoneda. Digámoslo, pues, abiertamente: hoy existe un número notable de católicos -de “cristianos”-, que viven el fenómeno de la desacralización con un lamentable complejo psicológico de inferioridad cultural.

 Por lo demás, la fenomenología de este complejo es simple: ante cualquier manifestación externa, sobre todo pública, de lo religioso, hay gentes católicas que se ponen coloradas; que se cohíben pudorosas; que dan explicaciones; que se justifican diciendo que todavía hay “rastros de una religiosidad medieval, y aún de la era constantiniana”. Los nombres religiosos de las calles; los hábitos de frailes, religiosos y sacerdotes; las procesiones; los crucifijos presidiendo locales públicos… todos esos restos de un gran naufragio religioso les producen vergüenza y hasta náuseas. Ante todo maridaje de lo religioso y lo profano, de los secular y sacro, de lo político y eclesial, de lo clerical y laical, de los castrense y militar, de lo económico y de la dotación del clero… se tapan ruborosos la cara y prorrumpen en altos gritos de protesta, de contestación: Queremos la pureza de la Ciudad Secular; queremos la pureza incontaminada de la Ciudad de Dios; no queremos el compromiso de ninguna de las dos; queremos que cada una de ellas viva su propio autonomía como autonomía de Dios.

 Este complejo busca y enarbola teorías como las imaginadas por Bonhoeffer, y bien orquestadas por Robinson y Cox, que precisamente no son católicos.

 Porque lo de menos sería el hecho mismo, indudablemente cierto, de una desacralización desbordante. Sin buscarle los orígenes tan lejanos -como hace Cox- allá en la historia de Israel que iniciaría un régimen “regal” precisamente como desvinculación de la teoría teocrática tradicional, el hecho no es demasiado complicado: la evolución misma del hombre en marcha siempre hace una posesión más completa de sí mismo y del mundo circundante. Llega un momento en que, si queremos, le podemos llamar “maduro” o “adulto” con un cierto espejismo lamentable. Porque “adulto” era el hombre griego del siglo de Pericles en relación con el griego de la “Polis”; y lo fue el romano del tiempo de Augusto en relación con el de Numa Pompilio; en cambio, nadie llamará adulto al hombre medieval en relación con el hombre clásico griego y romano; hasta que de nuevo la historia instaura una nueva medida desde el Renacimiento para acá. Sabemos que se trata de una madurez que dice relación a una tutela que hubiera ejercido la religión con el hombre, como si ya la religión misma no fuera un constitutivo existencial del hombre. De ahí que caemos fácilmente en el engaño de referirnos siempre a una religión “positiva”, a una institución social que se hubiera impuesto al hombre como un pedagogo conduce a un niño hasta la mayoría de edad y lo abandona a su suerte a su mayoría de edad.

 No tenemos necesidad ahora de descubrir las celadas que se arman en esa ficticia comprensión de las cosas. Las tres edades del hombre del positivista Comte responden ciertamente a “algo”: el homo religiosus, el homo metaphisicus y el homo positivus. Pero sobre todo responden o unos esquemas aprioristas hacia los que se quiere dirigir el destino de la humanidad. Un hombre, al que se supone “niño”, cuando es conducido por el sentimiento religioso; y luego “adolescente”, cuando fantasea por los reinos de la metafísica; y, finalmente, “adulto”, cuando positivísticamente se atiene sólo a los hechos, a “unos” hechos, los de la experiencia sensible, nos deja al hombre más deshumanizado que nunca. Y entonces la teoría y su montaje dan marcha atrás.

 En Bonhoeffer, el hecho de la secularidad presenta una mayor sinceridad, aun cuando sufra del mismo tremendo espejismo. Porque aceptar el hecho de la secularidad como algo irreversible, para instalarse definitivamente en él, es, para un cristiano, un derrotismo imperdonable, en el que uno se pasa con armas y bagajes al enemigo. Cox, por su parte, y toda la ruidosa y enormemente vacía “teología de la muerte de Dios”, aceptan y explican el hecho con la alegría irreflexiva de chiquillos, a los que va bien jugar con el fuego, lo mismo que hacer descarrilar un lujoso y solemne tren expreso.

 Pero, repetimos, el hecho cierto de la desacralización, con toda su tragedia, es lo de menos. Aunque sea grave por dos motivos: primero, porque en ella no es el hombre el que se salva, no es lo humano el valor que finalmente se alcanza; no es un verdadero humanismo el que se logra, o hacia el que se camina; no es la madurez humana la que se conquista, sino que nos colocamos ante la tentación rusoniana de una vuelta a la infancia, al tarzanismo, al salvajismo. La madurez humana con la que hoy se cuenta es un sueño que engendra niños tarados: todos los próximos futuros “enfants terribles”, en forma de ye-yes, de hippies o de psicodélicos drogados. Y esto sí que es irreversible si se parte de un hecho consumado, porque admitido en principio que no existen diques…

 Pero, además, el hecho de la desacralización es todavía más grave porque se está viviendo como un complejo “amado”, como un hobby fomentado, como una querencia irresistible, casi como un opio de adormidera, como una moda que se viste de metáforas e imágenes tentadoras de la última primavera, como un señuelo, en fin, al que nos entregamos sin resistencia. Y esto, no ya sólo por quienes, educados en las fronteras de lo humano, se cierran el techo aéreo en una perfecta inmanencia de tierra “que yo adoro” (Teilhard de Chardin); no sólo, decimos, por aquellos que han puesto una valla bien definida de un modo diríamos ptolemaico. Son también aquellos cristianos y católicos que aceptan el hecho en toda su desnuda crueldad y le sacrifican toda la venerable tradición cristiana.

 Todo este sacrificio de la “Civitas Dei” a la Ciudad Secular no sería posible sin un acomplejamiento lastimoso, cuyas notas fenomenológicas nos parece que son las siguientes:

 • Hoy lo religioso -todavía menos lo católico- ya no es algo que se puede vivir con elegancia. Y no pidáis a la coquetería razones, ni exijáis inútilmente el alargamiento de la minifalda… No se trata aquí del catolicismo vergonzante que producía la alharaca revolucionaria y liberal decimonónica, al reducir la religión al ámbito privado de la sacristía.

Se trata de algo más grave, precisamente porque es liviano, porque es intrascendente, de un nefando pudor, de un respeto cándido y comedido. De una sobrecarga efectiva que impide al gobernante “aparecer” en un acto religioso “para no comprometer la religión”, a una monja llevar algún metro más de tela, como hubiera convenido a su natural modestia, al cura “aparecer” lo que es… Porque, lo que, en última instancia, ha obligado a mudar esas “estructuras de segunda o tercera clase” (¡pero al fin estructuras!) de lo sacro en el catolicismo de nuestros días es esa bobalicona y acomplejada papanatería con que se contempla la Ciudad Secular. Y quiera Dios que nos demos pronto cuenta si otras estructuras de lo sacro, por ejemplo las litúrgicas, no están sufriendo el mismo complejo de la Ciudad Secular.

 • El hecho de la desacralización, además de como complejo de inferioridad, se está viviendo -segunda nota- “fatídicamente”. Yo diría que, hegelianamente, se piensa que la dialéctica del espíritu termina inexorablemente en una Ciudad Secular. Y que, sólo entonces, y prometeicamente, y pelagianamente, haremos la Ciudad de Dios. Este “dies fatalis” se cree tocarlo ya con las manos; con esas manos del hombre que han podido palpar el polvo crujiente y volcánico de la Luna. Todas las esperanzas mesiánicas renacen para los nuevos Prometeos de esta historia alucinante del hombre que se agranda hasta tocar los cielos.

 Ahora bien; el catolicismo no puede aceptar esta visión fatídica de una historia que, para él, será siempre un “juicio de Dios”; será siempre una historia sagrada. La obra agustiniana “De Civitate Dei” no traslada a un futuro imposible la victoria de Dios, por más que nos lance hacia un escatologismo cristiano en que la tensión misma no permite el descanso. Pero lo que absolutamente no permite es ese tremendo peso del derrotismo católico ante una Ciudad Secular avasallante.

 • Finalmente -tercera nota- en el hecho acomplejado de la desacralización moderna hay un espejismo dilacerante: el de creernos un hombre maduro, un hombre adulto, simplemente a causa de una ruptura entre el orden de lo institucional religioso, como estructura soportante, y el orden de lo simplemente humano, concebido ya redondo y acabado. Pero, evidentemente, en una época en que la “noosfera” teilhardiana parece que toca ya esa oscura e incierta nueva etapa de socialización redentora, no podemos llamar al hombre adulto; en una época que sueña todavía con todos los paraísos marxistas, tampoco; y, descendiendo a un plano concreto, en una tierra en que todavía se ven los escándalos de Biafra, Vietnam, Oriente cercano, y un miserable Tercer Mundo… mucho menos.

 Espejismo tras espejismo, vergüenza tras vergüenza, pudor acomplejado tras conciencia fatídica del próximo día fatal… el católico, hoy, arrastra una figura vergonzante como un rico que ha perdido la memoria de sus tesoros. Sólo un fuerte aldabonazo de su fe puede despertarle de su modorra-

 Mariano DE ZARCO


Revista FUERZA NUEVA, nº 16721-Mar-1970 

Subversión estudiantil en el franquismo; desaparición del S.E.U.

 (Artículo de 1970)

 ¿Qué quieren los estudiantes?

 Nosotros, ustedes, todo el mundo en España se ha hecho, de años a esta parte, la pregunta: ¿qué es lo que quieren los estudiantes? El problema, suscitado por las continuas revueltas universitarias, ha pasado a la prensa, salta a las tribunas públicas y es objeto de estudios y ensayos por parte de intelectuales, sociólogos y escritores, quienes tratan de hallar una explicación correcta y congruente a la permanente inquietud en la Universidad.

 Al comienzo se dijo que lo que querían era razonable, que había que escucharles, dialogar. Se trataba simplemente de acabar con el monopolio del S.E.U. Cuando, a base de huelgas y conflictos continuos, consiguieron, con la complicidad de muchos, tirar el S.E.U. por la ventana, los escándalos en las Facultades continuaron. Entonces se dijo que esto era natural, que los estudiantes llevaban razón al seguir el alboroto, puesto que acabado el S.E.U. había que organizar las Asociaciones Estudiantiles que lo sustituyeran. Se publicaron las oportunas disposiciones sobre asociaciones, se reglamentaron éstas, se intentó la celebración de elecciones a todos los niveles, pero el escándalo de una Universidad que no rinde trabajo ni esfuerzo alguno constructivo, siguió.

 Como tras cada algarada quedaba de residuo una serie de sanciones disciplinarias y gubernativas sobre algunos estudiantes, los alborotos continuaron, dándosenos entonces la explicación de que con una amplia amnistía todo quedaría en paz. Como, por otra parte, algunos catedráticos y autoridades académicas hicieron causa común con los huelguistas, el asunto amnistía fue el caballo de batalla de los cursos siguientes. Todo, al parecer, consistía en un problema más o menos politizado pero exclusivo de la Universidad. Si alguien dio la voz de alarma se le calló pronto con el estribillo de que todo era natural dentro del marco evolutivo de un Régimen que estaba evolucionando a su vez o, simplemente, se pensó que los preocupados con el problema eran demasiado “alarmistas”.

 Poco a poco, pero de forma continua, sin pausas, los estudiantes, saliendo de sus Universidades, hicieron acto de presencia en manifestaciones delictivas. Y así, se les pudo detectar en intentos de manifestaciones con motivos de conflictos laborales o en determinadas fechas, como el primero de mayo. Entonces se les podía oír el grito estentóreo, que pronto se popularizó, de “obreros y estudiantes”. Se clausuraban Universidades, se adelantaban vacaciones o exámenes y así, con el sistema de la “chapuza”, se pensó por los tontos de siempre que el foco subversivo se iba a limitar o resolver.

 Surgieron las asambleas a todos los niveles, organizadas por los de siempre, estudiantes que ni estudian ni les importa estudiar. Si éstas se prohibían, huelga; si se permitían, no se dejaba hablar a los pocos conscientes alumnos que deseaban trabajar en paz y, a la salida de las mismas, rotura de cristales, piedras contra los vehículos aparcados en el campus, contra la fuerza pública, bloqueo de calles, etcétera. Un paso más en la escalada del escándalo lo constituyó el empleo de aulas y paraninfos como tribunas para artistas e intelectuales conocidos por sus tendencias marxistas o por su actitud contra el Régimen. A la salida de estos actos, casi siempre no autorizados, intentos de manifestación, repetición de rotura de material docente, ataques a la fuerza pública y como secuela y motivo de la algarada, en los días siguientes, detenciones, expedientes y la consabida petición de amnistía.

 Ante el desconcierto y la pusilanimidad de las autoridades académicas y las órdenes de actuar con mesura para evitar “mártires”, la escalada siguió “in crescendo” y culminó en algunos centros con intentos de defenestración de decanos y rectores. De nuevo clausuras de Centros con la intención de “el curso siguiente veremos”.

 Pero al curso siguiente las cosas comenzaron de nuevo, con más intensidad, si cabe, que en el anterior. Con mejores tácticas, aprendidas en contactos con fuerzas marxistas durante las vacaciones, comenzaron a actuar los “comandos” de estudiantes, quienes abandonando sus propios terrenos docentes hacen irrupción en diversos sectores de la ciudad, sincronizando su actuación con las de otros grupos en sectores más alejados. Ya se observa una mayor perfección en las actuaciones. La Fuerza Pública, que hasta entonces había sido temida por los alborotadores, es atacada en plena calle y comienzan a surgir aquí y allá heridos y contusos entre ambos bandos.

 Ya la gente no se pregunta: ¿qué quieren los estudiantes? Es un secreto a voces que lo que quieren, y el ciudadano corriente lo lleva sospechando hace tiempo, mientras el interesado en la revuelta lo sabía desde el comienzo pero lo disimulaba, es acabar con el Régimen e intentar la “felicidad” de todos a través de un Estado comunista. Para ello se conectan las acciones estudiantiles con las huelgas en curso y cualquier acto represivo de las Autoridades no consigue más que avivar el odio a lo establecido. Tras cada episodio de estos vuelven a surgir las pancartas y gritos de amnistía. Los juicios públicos ante los Tribunales se orquestan con gritos e intentos de alboroto.

 Vista la impotencia de las autoridades académicas para mantener el orden y garantizar la normalidad docente, entra la Fuerza Pública en la Universidad. La ocasión se aprovecha, como se tenía previsto, y los alborotos se multiplican ahora con un motivo que suele ser popular entre estudiantes, aun los neutrales: ¡Que se retire la policía de la Universidad! Claro está que si se consigue esto tampoco volverá la paz a los “campus” universitarios, porque entonces se insistiría en cualquier otra cuestión. A las consignas de amnistía para los estudiantes expedientados o procesados se le imprime una tendencia nueva, pero no inesperada: Amnistía para los presos políticos. Y la vida universitaria sigue lánguida, con inasistencia a las clases y la Universidad en poder de una minoría conocida, audaz y marxista.

 Si usted, lector, o cualquiera, todavía se sigue preguntando qué es lo que quieren los estudiantes, nosotros, resumida y gráficamente, se lo vamos a enseñar: QUE NADIE SE LLAME A ENGAÑO.

 Revista FUERZA NUEVA, nº 168, 28-Mar-1970 

*********

El sepelio del S.E.U. (Sindicato Español Universitario) 

  Sepelio

 Cuando las primeras algaradas universitarias se produjeron en una España en paz y pleno progreso (*), hubo quienes pensaron que no les faltaba razón a los estudiantes para promover y fomentar sus actividades huelguísticas dirigidas a acabar con el “monopolio” del SEU. Entre la incomprensión de unos, el olvido de otros y la desidia de los más, se enterró al SEU con un suspiro de alivio, ya que -se pensaba- quitada la causa, todo volvería a sus cauces.

 Pero la realidad ha sido otra. Ningún proyecto de asociación estudiantil meramente profesional ha encontrado auténtico eco en las filas universitarias, y una vez conseguido el triunfo sobre el SEU se comenzó la escalada a la que todos estamos asistiendo (1970), en la que, ya sin disfraz, las posiciones se clarifican en cuanto está demostrado que los estudiantes han sido utilizados por tirios y troyanos para fines políticos de marcado carácter comunista.

 El SEU desapareció y, tras él, germinaron clausuras continuas de Facultades; la Policía en los centros docentes; y el cuadro vergonzoso de una Universidad que no funciona, en medio de un país al que le cuesta mucho dinero mantenerla, y en permanente disparidad con el gran esfuerzo productor de todos los estamentos de la nación.

 Ahora cabe preguntarse si una actitud enérgica por parte de quienes pudieron mantenerla, no hubiese sido preferible a este ir cediendo cuesta abajo sin mayor provecho. O, lo que es peor, en provecho de los que, amparados en determinadas impunidades, jalearon, estimularon y avivaron las llamas del incendio que hoy lamentamos. (…) 

Lo malo es que, como los entierros de verdad, sólo se aprecian las virtudes del muerto cuando va camino de la fosa.

Revista FUERZA NUEVA, nº 167, 21-Mar-1970 

(*) Años 50 del siglo XX

domingo, 28 de septiembre de 2025

Retorno de la Masonería a España tras la muerte de Franco

 

  LA MASONERÍA EN ACCIÓN 

No lo percibimos, porque actúan en la sombra, en las tinieblas de la Antiespaña (1978). Y lo hacen con la mayor impunidad, con una tolerancia total por parte de los responsables en el Gobierno de la nación. Nos referimos a los masones, adoradores del llamado Gran Arquitecto del Universo, auténtico Anticristo. Su número todavía no es grande, pero sí su acción, que se va extendiendo por toda la geografía española, entre conciliábulos y “tenidas” secretas, cuyo objetivo es la destrucción de los valores cristianos y de las esencias nacionales, que están siendo destruidas con saña, paulatinamente, por el marxismo, el comunismo y el separatismo, a los que se une en su actividad la masonería, cuya legalización en España, según fuentes dignas de crédito, parece ser inminente.

 ¿Cuántos son?

 No hace mucho ha visitado España, en nombre de la Internacional Masónica, con sede en Roma, el destacado venerable hermano francés Pierre Leveque. Se detuvo de una manera especial en Cataluña, donde está haciendo grandes progresos la masonería. El objeto de la visita del masón francés fue acelerar la formación de logias e incrementar el número de V. H. españoles. Sus consignas han sido claras. Las principales de ellas: lograr la infiltración de masones en los órganos de Gobierno y en la Administración y conseguir de los mismos una fuerte presión para que la masonería sea de nuevo legalizada.

 Sobre este asunto es interesante leer el extenso comentario-reportaje publicado en mayo en “Arriba” (lo cual es lógico dada la actual “línea” de este diario oficial) -y reproducido en junio por otros periódicos-, por el bien informado, respecto a las “tenidas”, Fernando Cano. El firmante del trabajo “Tras cuarenta años de persecución, inminente legalización de la Masonería” sabe -nosotros lo adivinamos- las fuentes en que “bebió” y cuáles fueron los “mentores” que le impulsaron a escribir en el órgano gubernamental su trabajo, que, a la postre, no es otra cosa que una propaganda, una defensa y una pura exaltación del cabalismo masónico.

 No nos descubre ningún secreto que son los masones españoles que se refugiaron en 1939 y años siguientes en Méjico, fundadores del Gran Consejo Masónico, los que más están laborando e influyendo para la reactivación de la masonería, habiéndose creado el 18 de marzo de 1978, en Madrid, el Gran Consejo de España, al que se han unido los masones que estaban exiliados en Francia, Bélgica y Holanda.

 ¿El porqué de un odio a España?

 La Masonería de nuevo en acción, con espíritu revanchista. Muchos de los males de toda índole que está sufriendo nuestra nación actualmente se deben a la actividad masónica. Actitud de los partidos políticos, posturas de las altas finanzas, degradación de las buenas costumbres, desarraigo de la religiosidad, ataques a instituciones militares y de Orden Público, siembra de la confusión en los medios nacionales, resquebrajamiento de la unidad de la patria, laicismo en la enseñanza y cien añagazas más son producto de las consignas masónicas.

 Ante este panorama, ante el que debemos estar alertas, muy alertas, bueno será recordar la carta que el 17 de abril de 1946 dirigió el Generalísimo Franco al entonces arzobispo de Zaragoza monseñor Domenech Valls. La histórica carta dice así:

 “Mi respetado prelado: la condición de católico y anticomunista que caracteriza al régimen español han hecho de España el blanco predilecto de los ataques de la masonería y del comunismo. La masonería y el comunismo persiguen, indudablemente, fines distintos en nuestra Patria:

 La primera quiere hacer de ella una República liberal, capitalista, masónica y atea; el segundo, un Estado comunista regido por un gobierno vasallo de Moscú, pero sus intenciones coinciden en un primer escalón: en derrocar al régimen actual.

 Para conseguir esto, necesitan debilitarlo, rompiendo su unidad y acallando cuantas voces puedan alzarse en el exterior en defensa nuestra. Mediante las más viles y calumniosas campañas se pretende el sarcasmo de presentarnos ante el mundo como un “peligro para la paz”, recurriendo a todo género de maniobras de corrupción, de explotación de intereses, resentimientos y vanidades. Se trata de llevar la disgregación al cuerpo social español para dividirlo y aniquilarlo después.

 La masonería, que no repara en los medios para el logro de sus fines, ha llegado a la más monstruosa de sus concepciones: planear la siembra de recelos entre la Santa Iglesia católica y el Estado Español, a fin de que ni la propia Iglesia, y con ella los católicos del mundo, sientan simpatías por el único Estado verdaderamente católico que hoy existe.

 Se conoce con absoluta certeza la existencia de una consigna masónica de realizar una hábil y solapada campaña entre personas aparentemente religiosas o excesivamente buenas y aptas por su apocamiento para ser amedrentadas, a fin de sembrar la inquietud entre los sectores más destacados del catolicismo español y de que esta inquietud trascienda hasta los propios prelados, haciéndoles creer en su significación que la adhesión al régimen compromete el porvenir de la Iglesia española.

 Como quiera que se tienen noticias de personas que han recibido el encargo de propagar suavemente estas insinuaciones y las han denunciado, lo que ha confirmado que de la existencia de la consigna se tenía, y también de prelados que han recibido o rechazado estas insinuaciones, creo conveniente poner en conocimiento de Vuestra Excelencia reverendísima estas maquinaciones a fin de que, prevenido, pueda más fácilmente ayudar a deshacer esta confabulación y darse cuenta de las personas que, consciente o inconscientemente, se prestan al juego, de las que muchas de ellas no serán del campo masónico, sino seguramente gente pías y positivamente buenas, pero de temperamento débil, que hayan sido influenciadas por perversos que convendría conocer”.

 La actualidad de estas proféticas palabras de Franco es palpitante en nuestros días. ¡Atención católicos ante el contubernio masónico!

Leo ANDREY

 

Revista FUERZA NUEVA, nº 616, 28-Oct-1978 


Cómo votar en el referéndum (1978)

 Artículo de 1978

  ¿CÓMO VOTAR EN EL REFERENDUM?

 EL pueblo católico español vive un momento crucial y decisivo de su historia. La nueva Constitución hace tabla rasa del pasado y diseña un Estado en el que quedan arrancadas las raíces teológicas y filosóficas, y los principios morales de la nación española a través de veinte siglos. Es comprensible que este pueblo pida a sus maestros en la fe, los obispos, una orientación moral, con ocasión del referéndum, al que se hade someter la nueva Constitución.

 Actitud edificante de un pueblo, que acepta con fe el magisterio instituido por Cristo y desea ser guiado por él y acomodar su conducta a esas autorizadas enseñanzas.

 El magisterio, por su parte, reconoce que tiene el deber de ejercer el poder que Cristo te ha dado y de satisfacer la justa demanda del pueblo. El «voto (en el referéndum) afecta a la conciencia de todos los españoles, y justifica, por ello, una orientación pastoral de los fieles por parte de los obispos. La ofrecemos desde una perspectiva religiosa y moral» (nota de la Comisión Permanente del Episcopado, 28 de septiembre de 1978).

 El problema es el siguiente: hay que votar en bloque la Constitución: en bloque, hay que decir que «sí» o que «no».

 Pero en ese bloque hay piezas que no están conformes con la moral objetiva de la religión católica; entonces, el ciudadano católico se pregunta: ¿puedo en conciencia dar mi voto a la totalidad, que incluye normas inmorales? ¿O estoy obligado en conciencia a dar un voto negativo? ¿Puedo votar en blanco o abstenerme de votar?

 EXIGENCIAS MORALES DE TODA CONSTITUCIÓN

 Los obispos españoles creen que «una Constitución se justifica moralmente si salva, globalmente, estas o parecidas exigencias:

• Que ofrezca una base idónea para la convivencia civilizada de ciudadanos, partidos y fuerzas sociales.

• Que garantice suficientemente el ejercicio de los derechos humanos, de las libertades públicas y de los deberes cívicos.

• Que respete los valores espirituales del votante, en nuestro caso, la libertad religiosa y los principios cristianos (L. C. N.° 2).

 Ahora bien, en una Constitución puede suceder que claramente no se respete alguna de esas exigencias: en concreto, el católico puede ver claramente conculcados algunos principios morales de su religión o del Derecho natural. Se podrán también presentar dudas sobre esto: en el texto del articulado puede haber «ambigüedades», «omisiones», «fórmulas peligrosas».

 En estos dos casos, ¿qué debe hacer el católico, en conciencia? ¿Tolerar estas inmoralidades, ciertas o dudosas, en aras de un voto concorde? ¿O tolerarlas, para que, rechazada esa alternativa, no se presenten otras más graves? En otras palabras, si se rechaza una Constitución con los vicios indicados, ¿no se podría proponer otra peor?

 Por mi parte, no creo que la sola concordia en el voto justifique el voto en favor de inmoralidades. Y pienso que tampoco lo justifica el temor a una alternativa peor; porque si el voto de los católicos es suficiente para hacer naufragar una Constitución, creo que su poder político es también suficiente para impedir que se proponga o que triunfe otra peor.

 Esta opción en conciencia, que puede tomar a solas un teólogo o un católico culto, ¿es fácil que la tomen cada uno de los millones de votantes españoles? ¿Es ni siquiera posible, dada la falta general de formación y cultura religioso-moral?

 Y, en ese caso, ¿no es la Iglesia española la que tiene que iluminar la conciencia moral de los católicos? No comprendemos, por tanto, la afirmación de la nota de la Comisión Permanente: «En ninguno de los casos, debe suplantar la autoridad de la Iglesia, imponiendo a otros, por motivos religiosos, nuestra opción personal» (N.° 4).  

Tal afirmación me parece estrictamente contraria a la que se hizo en el N.° 1: «El voto (en el referéndum constitucional) afecta a la conciencia de todos los españoles, y justifica por ello, una orientación pastoral por parte de los obispos.»

 ANTE NUESTRA NUEVA CONSTITUCIÓN

 Las consideraciones anteriores son de índole teórica y general. Apliquémoslas al caso concreto de nuestra nueva Constitución. ¿Tiene cosas inmorales? ¿Tiene «ambigüedades», «omisiones», «fórmulas peligrosas»?

 Los obispos dicen: «No somos ajenos tampoco a las reservas que se le oponen desde la visión cristiana de la vida, v. gr., en materia de derechos educativos o de estabilidad del matrimonio» (N.° 5).

 Vale la pena insistir en los reparos que, desde un punto de vista cristiano, y aun humano, se pueden poner a la nueva Constitución. En su afán concordista o «consensual», carece de algo que han tenido hasta ahora casi todas las cartas fundamentales de las naciones, por ejemplo, la americana, tan democrática ella. Carece de una filosofía de la vida, de una cosmovisión: filosofía que incluya lo trascendente, a Dios. Se ha pretendido que la nueva Constitución, con su vacio ideológico, pueda servir para todas las filosofías de los grupos españoles. Naturalmente, ese vacío lo llenarán los grupos que detenten el poder con sus filosofías, sin las que no puede vivir un partido. Lo que significa que, con esta Constitución, se podrá gobernar, según el turno de los partidos, en católico y en comunista, pasando por los estratos intermedios, es decir, haciendo dar bandazos a la nación a diestra y a siniestra. iMagnífica manera de perpetuar y agravar legalizándolas, las divisiones ciudadanas, que se pretendía eliminar con esta Constitución aséptica!

 La Constitución ignora los deberes de la sociedad para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo. Deberes que solemnemente proclamó el Concilio Vaticano II, y cuyo cumplimiento los católicos españoles deben exigir. Sobre todo, los obispos.

 La Constitución no reconoce claramente los derechos humanos en lo que se refiere a la enseñanza.

 La Constitución prepara el camino para una legislación divorcista: legislación no meramente permisiva, sino constitutiva de un derecho a nuevas nupcias, directamente contrario a la voluntad de Dios.

 Ante estas y otras reservas, que se oponen a esta nueva Constitución, en nombre de la visión cristiana de la vida, los católicos, perplejos, no saben cómo votar en el referéndum: ¿tienen obligación de rechazar tal Constitución? ¿La pueden aprobar, en busca de la unión y concordia de todos los españoles; o también porque, si la rechazan, puede venir otra peor? En esta angustia de conciencia, parece claro que la inmensa mayoría de los españoles no son capaces de juzgar si es voluntad de Dios que prevalezcan los principios cristianos o que prevalezca la concordia nacional; no son capaces de juzgar si, rechazada la Constitución, le sucederá otra peor, o no. Incluso, aunque tal alternativa fuera posible, no son capaces de juzgar si tal previsión les obliga en conciencia a votar a favor de esta Constitución, o si pueden —o tal vez deben— rechazarla, porque no es cierto ni mucho menos que haya de prevalecer otra peor, y, en cambio, es cierto que ahora votan una Constitución inmoral.

 En esta aporía, los católicos piden orientación a la Iglesia española. Los obispos habían dicho que debían responder a esta petición (N.° 1). Líneas adelante, dicen que la autoridad de la Iglesia no debe suplantar la decisión de otros, imponiendo por motivos religiosos su propia opción (N.° 4). No parecen muy coherentes estas dos manifestaciones. Por fin, en el N.° 5, los obispos, sin decir si la Iglesia tiene una opción en pro o en contra de la Constitución, dejan a los católicos libertad de acción, siguiendo el dictamen de su conciencia y sus legítimas preferencias políticas. Lo cual parece que es dejar de nuevo a los fieles en la estacada y no responder a su consulta; consulta necesaria y obligada, como hemos visto.

 Pero una cláusula sibilina parece descubrir algo del juicio de los obispos sobre la moralidad del voto. Dicen que no hay motivos que les obliguen a imponer o prohibir, en conciencia, una forma determinada de voto, es decir, el «si» o el «no».

 Esto parece decir que el católico español puede, en conciencia, aceptar o rechazar la Constitución; que en ningún caso falta a la Moral cristiana: «La Iglesia respeta su opción» (N.° 5).

 Pero, ¡atención!, esto no es afirmar que ambas opciones quepan OBJETIVAMENTE dentro de la Moral; sino que «no se dan motivos determinantes para que indiquemos o prohibamos a los fieles una forma determinada de voto»; que aunque, en tesis, una forma fuera inmoral, en determinadas circunstancias, «en hipótesis» podría no ser inmoral; que cada uno vea en su conciencia si, de hecho, puede votar tales supuestas inmoralidades.

 Mas, ¿no es esto precisamente lo que el pueblo, con todo derecho, preguntaba a sus obispos y lo que éstos se propusieron responder con esta nota de la Comisión Permanente? ¿No estamos ante una evasiva, una sutileza que deja perplejo al pueblo católico español, que quiere saber si con su voto ofende a Dios o no, si daña o no a la religión católica y a su patria?

 • • •

Ante esta respuesta, nos parece procedente sugerir la opción que creemos acertada. No se trata de una orientación magisterial, sino doctrinal, que vale tanto cuanto valga su fundamento racional.

 Se aducen dos razones para justificar un voto positivo a una Constitución que contiene cosas inmorales: la concordia ciudadana y el temor a una Constitución peor. Ya hemos dicho que estas razones no nos parecen convincentes.

 Por tanto, parece que un católico consciente no tiene otra opción que dar un voto negativo en el referéndum.

 Tal vez podríamos deducir esta opción de las mismas palabras de la nota episcopal: es claro que, en principio, hay que votar conforme a la Moral. Solamente razones claras y ciertas de bien común (un mal mayor a evitar) pueden justificar y aun hacer obligatoria la tolerancia de un mal moral: en este caso, la tolerancia de la Constitución, dándole voto positivo. Pero dicen los obispos que no es claro que haya un mal común mayor que sea necesario evitar votando la Constitución. Entonces, parece claro que hay que atenerse a la tesis, al voto en favor de la Moral, al rechazo de la Constitución, emitiendo un voto negativo.

 Juan Calzada S. J.

 

Revista FUERZA NUEVA, nº 615 ,21-Oct-1978

viernes, 26 de septiembre de 2025

La Tradición teológica, jurídica y popular (Vázquez de Mella)

 

  DON JUAN VAZQUEZ DE MELLA TRAIDO A 1967

 LA TRADICION TEOLOGICA, JURIDICA Y POPULAR

 La legitimidad completa abarca la de la institución y su representación electiva o dinástica, según sea el régimen y la de origen y ejercicio del poder mismo, sea cualquiera la forma.

 En realidad, constituye un todo indivisible y se dan por poco tiempo las medias legitimidades. La de origen sin la de ejercicio pierde el título y la de ejercicio no tarda en adquirirlo.

 Cuando el poder es ilegítimo, porque directa o indirectamente atenta contra los tres derechos y contra las tres constituciones que expresan, se convierte de medio en obstáculo, y de gobernante en tirano, y entonces la sociedad tiene el derecho de resistencia contra su opresión.

 El derecho de resistencia no es más que el derecho de defensa. Lo tienen en orden inferior las personas individuales, como consecuencia del derecho a la vida, que a su vez lo es del deber de conservación.

 Toda persona moral lo posee de igual manera, según su jerarquía, pues no tendría ningún derecho si no lo tuviese previamente a la existencia.

 La sociedad tiene el derecho imprescriptible de que el poder-medio no se convierta en poder-fin y en poder-obstáculo, negación de su ser y de su objeto. El derecho a mantener sus elementos constitutivos con las relaciones religiosas y jurídicas que implican, y las tradiciones y los ideales que forman su unidad histórica, lleva consigo la facultad de resistir y suprimir el poder ilegítimo que las altera y que es un rebelde que se subleva contra ellas.

 Esta es, en sustancia, la doctrina de los grandes teólogos, filósofos y políticos españoles de los grandes siglos, que estaba manifiesta en nuestras Constituciones históricas y en el doble juramento de las monarquías paccionadas y en el alma del pueblo, que la cantó y la personificó con sus héroes.

 La teoría de la resistencia y del tiranicidio, expuesta ya por Santo Tomás de Aquino en pasajes que han dejado honda huella en todo el Derecho cristiano posterior (y que uno de sus más ilustres discípulos modernos lo justificó contra falsificaciones de la ignorancia y la mala fe); mantenida por Vitoria, que tan admirablemente discurre sobre la justicia de las leyes dadas por el Soberano usurpador; por Suárez, que apela a la autoridad religiosa contra la ilegitimidad de ejercicio; por Luis de Molina, que no duda, aunque tenga la legitimidad de origen, en el derecho de de deponerlo y castigarlo; por Mariana, que exagera, no el principio, sino el procedimiento contra el tirano, y por pensadores como Fox Morcillo, Márquez y Saavedra Fajardo, es la más perfecta contraposición al cesarismo de Jacobo I de Inglaterra y del posterior de Luis XIV, que viene por los tiranos medievales bizantinos, germanos y franceses, opresores de la Iglesia, de la Iex regia, fórmula de la tradición pagana que, fuera del pueblo hebreo, se encuentra en todas las sociedades que caen más allá del Calvario.

 Una cosa sorprende en nuestros teólogos y políticos; que ninguno duda de la resistencia contra el tirano de origen, y que algunos vacilan, atenúan y hasta no falta quien niegue la resistencia contra el de ejercicio.

 La contradicción que llevaría a poner la religión debajo de una ley civil es sólo aparente. Nace del concepto aristotélico  del tirano, que recogió en gran parte la Escolástica, y al que llamó tirano quod administrationem, que es el que subordina el bien común al suyo, personal y utilitario, y para conseguirlo oprime y para conseguirlo oprime y maltrata y saquea a sus súbditos. Es una especie de cacique en grande, tal como se describe en «El Gobernador cristiano», de Márquez, en «Marco Bruto», de Quevedo, y en la «Introducción a la política del Rey Don Fernando», de Saavedra.

De ahí las reglas no de justicia, sino de elemental prudencia, sobre la posibilidad de éxito en la resistencia, la exacerbación de la ira en el déspota y el mal menor aplicado a los resultados de la destitución.

 JUAN VAZQUEZ DE MELLA

 (Continuará este artículo)

Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967

Sobre el derecho de presentación de los obispos

 Artículo de 1967

 ¡MENOS CUENTO, SEÑORES!

LA VERDAD SOBRE EL DERECHO DE PRESENTACION DE LOS OBISPOS

 Como hay quienes vienen insistiendo todavía en la necesidad de que el Gobierno español renuncie a su derecho de presentación a la Santa Sede de los presuntos candidatos al Episcopado, no sé si por ignorancia, aunque ya se ha tratado de esto varias veces, o por jugar a la oposición a nuestro Régimen, parece oportuno insistir también en la revista ¿QUE PASA?, que está desposada con la verdad y comprometida a llamar las cosas por su nombre, dedicando unas líneas a poner en claro ese mal llamado derecho de presentación.

 En tiempos de la Monarquía existía un auténtico derecho de presentación. El Gobierno presentaba un candidato a la Santa Sede para una Diócesis determinada, y la Santa Sede, después de unas rigurosas informaciones, lo aceptaba o lo rechazaba sin más explicaciones. En este segundo caso, el Gobierno presentaba un nuevo candidato, que seguía los mismos trámites que el anterior.

 En la actualidad (1967), se trata de un simulacro de presentación. Véase en qué consiste. Producida una vacante en el Episcopado, el Nuncio se presenta en el Ministerio de Asuntos Exteriores y propone al Ministro tres candidatos, que son de su agrado y que serán, por consiguiente, de! agrado de la Santa Sede. El Ministro propone otros tres, también de su agrado. Con unos y otros se forma una seisena de candidatos que se propone a la Santa Sede. No le cuesta trabajo a la Nunciatura, y así se viene haciendo después del Convenio, comunicar a la Santa Sede cuáles son los tres candidatos que ha propuesto el Nuncio y esos tres, en forma de terna, son los tres que la Santa Sede presenta al Jefe del Estado español para que elija al que le parezca y lo presente a la Santa Sede.

 En esto sencillamente consiste la tan cacareada presentación. Puede ocurrir, y de hecho siempre viene ocurriendo después del Convenio, que la Santa Sede proponga al Jefe del Estado español los tres que son del agrado del Nuncio, en cuyo caso siempre viene obligado el Jefe del Estado a presentar a la Santa Sede uno de los tres. De esta forma queda excluida toda posibilidad de que el Jefe del Estado pueda presentar a la Santa Sede ninguno de los tres candidatos propuestos por el Ministro de Asuntos Exteriores. Y todavía hay más en el Convenio. Si la Santa Sede tiene interés por algún candidato, que no figura en la seisena presentada por la Nunciatura, puede prescindir de esa seisena y formar una nueva terna que sea presentada al Jefe del Estado.

¡Pues contra esta simulada presentación es contra la que se viene levantando tan clamoroso vocerío!

 Si esta simulada presentación «vigente» difiere tan esencialmente de la que existía en tiempos de la Monarquía, ¿no parece que esto sea una forma de oposición a nuestro actual Régimen? A mi juicio, hace bien el Gobierno en hacerse el sordo a esta clamorosa oposición.

 El último Nuncio, Mons. Riberi. tenía meses enteros vacante una Diócesis por resistirse a dar estos pasos, que son, como queda escrito bien fáciles de dar. Por eso se ha marchado de España sin pena ni gloria. Le despidió en el aeropuerto de Barajas el personal de la Nunciatura y el reducidísimo del Ministerio. No dejó en España un solo amigo. Ni él quería a España, ni España le quería a él. Creo que ha sido el Nuncio que ha dejado en España el peor

recuerdo. Ni siquiera los curas progresistas, que eran los únicos a quienes recibía, acudieron a despedirle. Un articulista de la revista jesuítica «Razón y Fe», que le dedicó, al despedirse, una desafortunada «necrología», afirmaba que le habían hecho el vacío los españoles. El vacío era él mismo quien se lo había hecho. El que le ha sucedido (Dadaglio, 1967) no creemos que siga el mismo camino. Tenemos de él los mejores informes. Y pedimos a Dios, que los confirme con sus hechos. Esperamos que los confirmará. (*)

 JUAN BUENO SALVAT


Revista ¿QUÉ PASA? núm. 205, 2-Dic-1967


(*) Resultaría el nuevo nuncio Dadaglio (1967-1981) aun más desastroso que el nuncio Riberi, agravado por su larga estancia en España.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Persecución marxista en Tarragona

 

 EL CANÓNIGO SERRA VILARÓ, NOTARIO DE LA PERSECUCIÓN MARXISTA EN TARRAGONA 

En el pasado octubre (1969) falleció el conocido arqueólogo e ilustre investigador y canónigo tarraconense Juan Serra Vilaró (1879-1969). En mi viaje de bodas tuve la suerte de que él mismo fuera el guía que nos mostrara y explicara con toda clase de detalles la romanidad de las murallas de Tarragona. Amigo de la familia de mi esposa, nos complació con inolvidables explicaciones, pródigas de curiosidades y detalles.

 Ahora, “Serra d’Or”, de enero pasado, le dedica un artículo firmado por Andrés Tomás y Ávila, glosando la figura de mosén Serra Vilaró. Creemos que es de justicia se le recuerde.

 Nacido en Cardona, de la diócesis de Solsona, el entonces obispo de la misma, doctor don Francisco Vidal y Barraquer, le encargó la dirección del Museo Diocesano. Su labor fue ardua y de una fecundidad arqueológica impresionante. Publicó mucho.

 El cardenal Vidal y Barraquer, ya arzobispo de Tarragona, invitó a mosén Juan Serra Vilaró a incorporarse a esta archidiócesis, donde tendría un lugar ideal para su especialidad. Sus descubrimientos arqueológicos, de antiguos sarcófagos cristianos, de excavaciones exhaustivas sobre San Fructuoso, de los fondos del archivo de la catedral de Tarragona, sobre la Tarragona romana, y muchos otros aspectos, llenan capítulos señalados del talento singular de este eximio investigador catalán. Descubrió una antigua necrópolis paleocristiana, en donde, por voluntad expresa, ha sido enterrado.

 Pero el canónigo Juan Serra Vilaró no es solo el escritor, el arqueólogo, el investigador, el polemista, el archivero, cuyos estudios serán imprescindibles, en adelante, por los que cultivan estas disciplinas. El canónigo Juan Serra Vilaró escribió un libro  del que “Serra d’Or” (benedictinos de Montserrat) ni siquiera hace mención, que tiene la más plena actualidad, de hechos históricos sucedidos en nuestros días. Tal libro (1), tiene un valor preclaro, por tratarse de un íntimo amigo del cardenal Vidal y Barraquer, con sus juicios muy explícitos y contundentes sobre una situación y unos hechos juzgados no con criterios políticos sino desde un punto de vista estrictamente histórico, religioso y sacerdotal.

 Además, no se puede olvidar que el canónigo Juan Serra Vilaró era un antiguo redactor de la página artística de “La Veu de Catalunya”, órgano de la Lliga Catalana, asiduo colaborador del “Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans” y de “Estudis Universitaris Catalans”. Con una adscripción claramente definida de catalanismo de la Lliga, en la hora de la verdad, el recopilador y biógrafo de los 135 sacerdotes asesinados en Tarragona, además de su obispo auxiliar doctor Manuel Borrás y Ferré, no pudo menos que registrar con toda gallardía y veracidad la vileza del sadismo de los hombres de la “Generalitat” y de todo el Frente Popular. Todavía guardo la carta en la que pedía a nuestra familia datos sobre el asesinato de nuestro pariente reverendo Jaime Tarragó Iglesias, asesinado en Torredembarra.

 Para suplir la laguna de la revista “Serra d’Or” y para que sea conocido el estilo directo del canónigo Juan Serra Vilaró, reproducimos aquí unas páginas del precioso libro “Víctimas Sacerdotales del Arzobispado de Tarragona”, que, dedicado y rubricado por él, guardamos en nuestra biblioteca familiar.

 Destacamos estos párrafos:

 Hemos dado el título de persecución religiosa a la hecatombe marxista que padeció la Archidiócesis de Tarragona, por cuanto lo fue en toda la extensión del contenido de esta palabra, ya que la furia destructiva alcanzó a toda suerte de objetos religiosos destinados al culto público, al familiar y al individual, y a las personas, tanto eclesiásticas como civiles.

 “Con públicos pregones eran invitadas las gentes, bajo amenazas gravísimas, como todas las amenazas rojas, a que destruyeran las imágenes y objetos religiosos, o a que los llevaran a la plaza, donde se perpetraba el espectáculo de una hoguera sacrílega, acompañada de las burlas más grotescas y más estúpidas. Unos bailaban con una imagen con actos soeces e inmundos; otros vestían los instrumentos del culto parodiando sarcásticamente la sagrada liturgia, cometiendo las más insanas barbaridades que le sugería su concepción enferma. Hasta las señoras que viajaban en los trenes eran registradas, por si llevaban medallas u otros objetos piadosos, y los mismos presos, a pesar de haberlos registrado cuando fueron aprehendidos. En el puerto de Tarragona fueron habilitados, para cárceles, los barcos “Río Segre”, “Isla Menorca”, “Ciudad de Mahón” y, por pocos días, el “Cabo Cullera”. Al pasar los presos de un barco a otro eran minuciosamente registrados. El primer cambio fue del “Cabo Cullera” al “Río Segre”; todos los presos, uno por uno, fueron cacheados y despojados de cuantos objetos religiosos poseían.

 De antemano se les avisó que espontáneamente los entregaran, y que el encontrarles tales objetos ocultos sería causa agravante en su expediente. Los objetos de plata y oro, como medallas, crucifijos etc., los secuestradores se los guardaron y, los demás, los arrojaron al mar. Durante algunos días flotaron numerosas estampas y libros. Algunos presos escondieron los objetos religiosos en el barco, para no entregarlos, otros los arrojaron al mar, otros se ingeniaron como pudieron para conservarlos; y sabemos de uno que pasó la medalla del escapulario oculta debajo de la lengua.

 Antes de entregarse de lleno a la ejecución de las personas, los rojos iluminaron el tambaleante orden social con las devoradoras llamas de los templos y de las imágenes y vestiduras litúrgicas. Está iluminación siniestra les patentizaba la indiferencia y la cobardía del pueblo, franqueándoles de par en par las puertas para penetrar en las casas a sangre y saqueo impunemente. Además de los individuos y de los hogares, todas las iglesias fueron saqueadas y devastadas, destrozando los altares las imágenes y el mobiliario litúrgico. En muchas se hizo una pira con estos enseres en medio del templo, causando graves desperfectos a la fábrica de los mismos; algunos fueron demolidos totalmente y, todos, destinados a usos profanos con caracteres de malicia perversa, transformándolos en establos, corrales, salas de espectáculos, de baile, etc.

 Debemos dedicar dos palabras, como una excepción, a la Catedral, que los rojos enseñaban a los extranjeros para alardear del interés que ellos tenían en la conservación de los templos. La Catedral de Tarragona no se salvó por espíritu marxista, sino por los intelectuales al servicio de los rojos, que la convirtieron en museo destruyendo cuanto juzgaron poco digno del museo por ellos concebido, llegando a la fundición de la rica custodia, fruto de la munificencia de algunos arzobispos, que culminó en la obra del arquitecto Bernardino Martorell. Sin embargo, al entrar las fuerzas victoriosas de Franco, faltaban en ella doce altares, todos los retablos y tablas de algún valor arqueológico, todos los tapices, joyas litúrgicas y vasos sagrados. Lo mejor había emigrado y, gracias a la victoria, se ha podido recuperar casi todo en el extranjero o camino de la frontera. Esta excepción no destruye el criterio de que la finalidad de marxista consistió en el saqueo, destrucción y profanación de todo objeto destinado al servicio de la religión”.


 Crímenes y víctimas de los rojos

 El canónigo Serra Vilaró no se concreta en valorar las pérdidas artísticas que, por su condición de especialista, tanto le importaban. Se siente, por encima de todo, historiador eclesiástico, y enumera con justeza los procedimientos de la sistemática revolución marxista, preparada de antemano y que se hubiera entronizado definitivamente sin la liberadora y gloriosa gesta de la Cruzada. El antiguo colaborador de “La Veu  de Catalunya”, uno de los eclesiásticos de más prestigio intelectual del catalanismo, en la línea contemporizadora y adhesionista en favor de la República, partidario del “Estatut de Catalunya”, muy alejado de cuanto significara carlismo militante y mucho más de Falange Española, enjuicia la actuación del Frente Popular y su “Generalitat de Catalunya” de esta manera:

 La consigna revolucionaria dada por los dirigentes soviéticos comprendía tres etapas: la primera, procurar el desorden social; la segunda, apoderarse de los resortes del poder; y la tercera, ya dueños de la situación, perseguir y “liquidar” a todas las personas eclesiásticas y civiles que, con su prestigio, pudieran organizar al pueblo contra la minoría que lo tiranizaba. Por esto, el primer día, aconsejaban a los párrocos que se escondieran, diciéndoles que ellos les ayudarían a ausentarse y que no podían responder de su vida si continuaban en su puesto; el segundo día, ya les buscaban y detenían; y el tercero, los asesinaban. Siendo su objeto destruir la sociedad en la forma que estaba constituida para levantar sobre sus ruinas el despotismo soviético, como la primera resistencia chocaba con la Religión, que es y ha sido siempre el principal sostén del orden social, por esto se atacó con mayor saña y de la manera más perversa a sus ministros, los sacerdotes.

 Para inducir a las víctimas, ya dominadas por el terror, a que les siguieran, y dejar con alguna esperanza de tranquilidad a los familiares, cuando se los arrebataban, el engaño y la mentira era el único impulso que guiaba su ánimo en la investigación de su verdad. Dos o tres sicarios no habrían podido asesinarlos ante el pueblo y torturarlos con obscenas y cruentas amputaciones; en cambio, que fueran conducidos a declarar ante el Comité superior era cosa más sufrible, más tolerable. Pero cuando los sicarios iban a detenerlos era aquel Comité informado por uno de estos degenerados, con el alma echada a las espaldas, había dictado la sentencia de muerte. En la gran mayoría de los casos, los comisarios discutían y decretaban las personas que debían ser asesinadas, constándonos de una comarca que todos los crímenes que se atribuyeron a los incontrolados habían sido, de antemano, decididos y rubricados por el comisario local, que fue a buscar sicarios de otros pueblos para ejecutores de sus sentencias.

 A veces, cuando querían justificar, claro que con la justicia roja, su bestial proceder, en el primer registro ocultaban debajo de un colchón o en otro sitio armas o municiones que eran “encontrados” por los segundos registradores que, a voz en grito, sin más juez que sus desafueros, lo divulgaban como un himno a su honorabilidad ante el crimen que estaban perpetrando. El proceder de estos verdugos era cruel, inhumano y feroz, ya que gozaban con el sufrimiento de las víctimas. El grupo de intrépidos atletas de Cristo, sacrificados cerca del cementerio de Valls, el 25-VIII-1936, al ser conducidos prisioneros en un camión, cantó por el camino el “Crec en un Déu”; ametrallados, quedaron sólo con heridas buena parte de ellos, y, sin ser atendidos en sus horrorosos sufrimientos, fueron echados al camión y, vivos y muertos, enterrados en la gran huesa, que antes tenían preparada. Fue tanta la hediondez que se desprendió de aquella huesa, que, a ruegos de la vecindad, a los dos días, las autoridades tuvieron que cubrirla de cal viva.

 La mayoría de las ejecuciones de uno o dos individuos son sospechosas de cruentos martirios, y todas, de ultrajes de palabra, martirio y ultrajes que se iniciaban en el vehículo. Por esto las víctimas eran conducidas a despoblado, lejos de toda presencia testifical, donde el instinto inhumano y sanguinario de seres embrutecidos se cebaba a su placer. Esto hace que sean pocas las víctimas cuyo martirio no sea algo conocido, y algunos pueden deducirse por el estado de los cadáveres, que pudieron ser reconocidos por sus familiares. La finalidad de los dirigentes era borrar los vestigios de la brutalidad de sus sicarios”.

 Verdaderos martirios y cristiano perdón

 No deja el canónigo Juan Serra Vilaró de enmarcar en sus términos emocionantemente de vivas reproducciones del mismo espíritu de los mártires de los primeros siglos del cristianismo, la decisión y generosidad con que durante la etapa roja fueron sacrificados nuestros hermanos, así como la magnanimidad del heroico perdón que ha cimentado nuestra presente cristiana hermandad. Continúa testificando el canónigo Serra Vilaró:

 Durante los días de la persecución, el concepto que tenía el pueblo fiel del objetivo rojo de tan cruentos sacrificios era que se pretendía suprimir por completo a la Religión, y que las víctimas inmoladas eran verdaderos mártires de Cristo. Ha llegado a nuestras manos una octavilla impresa clandestinamente en aquellos días, conteniendo una “Oració per a demanar la Pau”: después de pedir al Dios de las Misericordias que se compadezca de tantas madres doloridas por la suerte de sus hijos; que tenga piedad de tantas familias privadas de padre; de tantos hermanos que gemían en inmundas mazmorras; y piedad para los desventurada España (…) invocaban su intercesión de la manera como siempre la Iglesia invocado a sus Santos. El concepto de los cristianos, que disfrutamos de la Paz y de la Victoria que habrá merecido la sangre de tantas víctimas, es y debe ser que el Señor conceda un sincero arrepentimiento a los asesinos y que perdone a estos criminales que, preeminentemente dotados del fondo de la crueldad ancestral que anida en el corazón humano, han vertido tanta sangre inocente. (…)

 Siguiendo, pues, este concepto cristiano, a pesar de que han venido a nuestro conocimiento los nombres de los instrumentos materiales, nos hemos permitido olvidarlos y les perdonamos, como algunas víctimas manifestaron sus votos de perdón en el momento del doloroso suplicio. Nuestro ferviente anhelo es que se conviertan y pidan misericordia ante el tribunal de la Gracia”.

  

De acuerdo con “Serra d’Or” y un poco de lógica

 Serra d’Or”(benedictinos de Montserrat), en su elogio a Juan Serra Vilaró, concluye: “Sus estudios y el espíritu que ponía en sus investigaciones hacen que la obra y la personalidad de mosén Serra Vilaró representen un valor y un ejemplo que el país no puede olvidar, y habrían de constituir para muchos un impulso para continuarlas”.

 Ciertamente, pero falta decir que mosén Serra Vilaró no siquiera habría podido subsistir si hubiera caído en manos de las “Patrullas de Control”, de los “Comités” y de los asesinos alentados por la “Generalitat de Catalunya”. Es por esas razones que el canónigo Serra Vilaró sintió de la persecución marxista y de la Cruzada Nacional como Pío XII y Pío XII, como los cardenales catalanes Gomá y Pla y Deniel, de los que discrepó aquel desgraciado y escandalizador abad Aurelio María Escarré (2).

 El canónigo Serra Vilaró entendió perfectamente que el antiguo catalanismo de la Lliga había desembocado naturalmente en la demagogia de la “Esquerra Republicana de Catalunya”. Y la “Esquerra” estaba totalmente al servicio de los asesinatos y destrucciones que denunciaba Serra Vilaró. Cuando Luis Companys, como presidente de la “Generalitat de Catalunya”, en las jornadas de julio de 1936, recibió a los representantes de la CNT y de la FAI, les dijo textualmente: “Habéis vencido y todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo”. El “fascismo” en boca de Companys significaba la Iglesia y los millares de hombres que ellos estaban asesinando…

 Juan Serra Vilaró, amante de los mártires cristianos y descubridor de un complejo funerario paleocristiano -un fabuloso punto de atracción para historiadores e investigadores y en cuya tierra sagrada ha querido ser inhumado- no podía ser cómplice ni dedicarse a declaraciones viles y calumniosas a diarios franceses o a la televisión alemana (2), al servicio precisamente de aquellos asesinos. Conviene que “Serra d’Or” y cuantos pensaron políticamente como Serra Vilaró hasta las vísperas de Alzamiento, llegan a las conclusiones que el sentido común y la experiencia histórica sellan para el futuro, a menos que una neurosis incurable o una imbecilidad radical incapacite para reflexionar.

 JAIME TARRAGÓ

  

Revista FUERZA NUEVA, nº 166, 14-Mar-1970

 

(1) “Víctimas sacerdotales del arzobispado de Tarragona durante la persecución religiosa del 1936 a 1939”. Tarragona. 1947

(2) Referencia al “contestatario” Aurelio María Escarré, abad de Montserrat

Demócratas que anteriormente militaron en el “Búnquer”

 Artículo de 1970

 “Ruiz Giménez”

 (…) Nosotros no ponemos en duda las cualidades de don Joaquín Ruiz-Giménez y no nos atreveríamos a decir que engañe a nadie, pero que ha sufrido metamorfosis, desde luego, parece comprobado. Recordamos algunas frases de otros tiempos de Ruiz-Giménez que dudamos suscribiera actualmente. Por ejemplo, ahí van estas pronunciadas textualmente por él mismo:

 25-5-1945. En el Paraninfo de la Universidad de Deusto: “España… en estos momentos, sostiene la cuádruple antorcha de la verdad, la justicia, el amor y la verdadera confraternidad, puede ser y debe ser ahora o nunca la vanguardia de la Cristiandad”.

 25-7-1947. En el acto en que se le impone la Gran Cruz de Isabel la Católica: “Reitera Joaquín Ruiz-Giménez su adhesión al Jefe del Estado (Franco), a quien –dice- sirvió en la guerra como un soldado más, a quien hoy en la paz quiere servir con la misma lealtad y la misma incondicionalidad” (referencia de Prensa).

 13-4-1945. Al imponerle la condecoración chilena de Higgins: “En este costado de la Ciudad Universitaria, regada por la sangre de millares de españoles que se sacrificaron por una España mejor, por una Hispanidad más ardiente, por un mundo mejor” (de la Prensa).

 En “Arriba” del 18 de julio de 1952. “El 18 de julio significó el punto de arranque de una nueva posibilidad cultural: la de conjugar los más altos valores del pensamiento y del ser español con las inquietudes y las técnicas del hombre contemporáneo”.

 24-7-1948. En la presentación de cartas credenciales en el Vaticano: “En mis cartas credenciales late, beatísimo Padre, todo el iluminado anhelo de una juventud que, a precio de heroísmo y de martirio supo cerrar varonilmente un periodo triste de la historia de mi Patria y rescatar el derecho a estar en vanguardia de la defensa de la única y verdadera Iglesia de Cristo”.

 16-7-1953. En la clausura del primer turno del Campamento “Juan de Austria” del Frente de Juventudes: “Los Juanes de Austria se están formando bajo estas camisas azules y estas boinas rojas que la Falange ha hecho”.

 10-3-1953. En la entrega de insignias al Gobernador de Baleares, Rodríguez Valcárcel: “Le señaló luego como prototipo del hombre auténtico de la Falange, que, por sentir profundamente y entrañablemente el dolor y al mismo tiempo la esperanza de España…”

 4-5-1952. “Gloso la figura del Caudillo, modelo de patriotas y ejemplo para todos los alumnos allí reunidos…”

 7-10-1952. En la apertura del curso en la Universidad de Barcelona: “Opuso frente al equívoco de las “dos Españas” y al peligro de la “tercera España”, cuál debería ser el sentido de la integración: la unidad moral que reclamaba Cajal, aquella unidad profunda que sentía don Marcelino, el patriotismo profundo proclamado por Unamuno, el que defendió Basterra, el que sintió José Antonio…”

 11-3-1953. En la imposición de una cruz a Lorenzo Riber: “Esta España que, contra todos los infundios antidemocráticos ha hecho posible que el hombre de la tierra, el más humilde pueda subir hasta las más altas empresas de las letras, de la política, del heroísmo”.

 2-3-1952. En el Consejo de Delegados locales de la Falange: “Tenemos fe ciega en la ayuda de Dios y tenemos fe ciega en la fortaleza de ese Caudillo que Dios ha puesto al frente de España, para ganar primero su batalla interior, y quién sabe si para acaudillar, luego, batallas internacionales de más alto rango”.

 28-5-1953. En el Pleno del Consejo del Frente de Juventudes: “Yo entré en lo que representa como ilusión, esfuerzo y esperanza en la Falange, a través del S.E.U., y por esta puerta estoy con el Frente de Juventudes… Estamos unidos en una misma empresa… El día en que una gran mayoría de nuestro profesorado se nutra con los hombres formados en vuestro espíritu y en vuestras filas, ese día será un día grande para la Historia de España… Por todo estoy con vosotros, y si la prueba mayor que puede dar un hombre por sus amigos es dar la vida por ellos, se podría decir que una gran prueba de amor por el Frente de Juventudes es entregarle ese pedazo de vida nuestra que son nuestros hijos. Pues bien, hace unas horas, mi hijo mayor me pedía permiso para ir este verano a un campamento del Frente de Juventudes, y al decirle que sí, os daba la mejor prueba de mí solidaridad y de mi cariño”. (…)

 ****

… “Radio España Independiente”, en 2 de noviembre de 1967, transmitía unas declaraciones de Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España, en las que coincidía con Jiménez de Parga en sus fervores por Joaquín Ruiz-Giménez, pues se relamía así: “Los comunistas consideramos una aportación de gran valor el programa publicado por don Joaquín Ruiz-Giménez en nombre del grupo de “Cuadernos para el Diálogo”, programa que presenta grandes coincidencias con nuestras propias concepciones sobre el porvenir de una democracia política y económica en España (…)

 Jaime TARRAGÓ


 Revista FUERZA NUEVA, nº 165, 7-Mar-1970