EL CANÓNIGO
SERRA VILARÓ, NOTARIO DE LA PERSECUCIÓN MARXISTA EN TARRAGONA
En el pasado octubre (1969) falleció el
conocido arqueólogo e ilustre investigador y canónigo tarraconense Juan Serra
Vilaró (1879-1969). En mi viaje de bodas tuve la suerte de que él mismo fuera
el guía que nos mostrara y explicara con toda clase de detalles la romanidad
de las murallas de Tarragona. Amigo de la familia de mi esposa, nos complació
con inolvidables explicaciones, pródigas de curiosidades y detalles.
Ahora, “Serra d’Or”, de enero pasado, le
dedica un artículo firmado por Andrés Tomás y Ávila, glosando la figura de mosén
Serra Vilaró. Creemos que es de justicia se le recuerde.
Nacido en Cardona, de la diócesis de
Solsona, el entonces obispo de la misma, doctor don Francisco Vidal y Barraquer,
le encargó la dirección del Museo Diocesano. Su labor fue ardua y de una
fecundidad arqueológica impresionante. Publicó mucho.
El cardenal Vidal y Barraquer, ya arzobispo
de Tarragona, invitó a mosén Juan Serra Vilaró a incorporarse a esta archidiócesis,
donde tendría un lugar ideal para su especialidad. Sus descubrimientos
arqueológicos, de antiguos sarcófagos cristianos, de excavaciones exhaustivas
sobre San Fructuoso, de los fondos del archivo de la catedral de Tarragona,
sobre la Tarragona romana, y muchos otros aspectos, llenan capítulos
señalados del talento singular de este eximio investigador catalán. Descubrió
una antigua necrópolis paleocristiana, en donde, por voluntad expresa, ha
sido enterrado.
Pero el canónigo Juan Serra Vilaró no es
solo el escritor, el arqueólogo, el investigador, el polemista, el archivero,
cuyos estudios serán imprescindibles, en adelante, por los que cultivan estas
disciplinas. El canónigo Juan Serra Vilaró escribió un libro del que “Serra d’Or” (benedictinos de
Montserrat) ni siquiera hace mención, que tiene la más plena actualidad, de
hechos históricos sucedidos en nuestros días. Tal libro (1), tiene un valor preclaro,
por tratarse de un íntimo amigo del cardenal Vidal y Barraquer, con sus
juicios muy explícitos y contundentes sobre una situación y unos hechos
juzgados no con criterios políticos sino desde un punto de vista
estrictamente histórico, religioso y sacerdotal.
Además, no se puede olvidar que el canónigo
Juan Serra Vilaró era un antiguo redactor de la página artística de “La Veu
de Catalunya”, órgano de la Lliga Catalana, asiduo colaborador del “Anuari de
l’Institut d’Estudis Catalans” y de “Estudis Universitaris Catalans”. Con
una adscripción claramente definida de catalanismo de la Lliga, en la hora
de la verdad, el recopilador y biógrafo de los 135 sacerdotes asesinados
en Tarragona, además de su obispo auxiliar doctor Manuel Borrás y Ferré,
no pudo menos que registrar con toda gallardía y veracidad la vileza del
sadismo de los hombres de la “Generalitat” y de todo el Frente Popular. Todavía
guardo la carta en la que pedía a nuestra familia datos sobre el asesinato de
nuestro pariente reverendo Jaime Tarragó Iglesias, asesinado en Torredembarra.
Para suplir la laguna de la revista “Serra d’Or”
y para que sea conocido el estilo directo del canónigo Juan Serra Vilaró, reproducimos
aquí unas páginas del precioso libro “Víctimas Sacerdotales del Arzobispado
de Tarragona”, que, dedicado y rubricado por él, guardamos en nuestra
biblioteca familiar.
Destacamos estos párrafos:
“Hemos
dado el título de persecución religiosa a la hecatombe marxista que padeció
la Archidiócesis de Tarragona, por cuanto lo fue en toda la extensión del
contenido de esta palabra, ya que la furia destructiva alcanzó a toda suerte
de objetos religiosos destinados al culto público, al familiar y al
individual, y a las personas, tanto eclesiásticas como civiles.
“Con
públicos pregones eran invitadas las gentes, bajo amenazas gravísimas, como
todas las amenazas rojas, a que destruyeran las imágenes y objetos religiosos,
o a que los llevaran a la plaza, donde se perpetraba el espectáculo de una
hoguera sacrílega, acompañada de las burlas más grotescas y más estúpidas. Unos
bailaban con una imagen con actos soeces e inmundos; otros vestían los
instrumentos del culto parodiando sarcásticamente la sagrada liturgia,
cometiendo las más insanas barbaridades que le sugería su concepción enferma.
Hasta las señoras que viajaban en los trenes eran registradas, por si
llevaban medallas u otros objetos piadosos, y los mismos presos, a pesar de
haberlos registrado cuando fueron aprehendidos. En el puerto de Tarragona
fueron habilitados, para cárceles, los barcos “Río Segre”, “Isla Menorca”, “Ciudad
de Mahón” y, por pocos días, el “Cabo Cullera”. Al pasar los presos de un
barco a otro eran minuciosamente registrados. El primer cambio fue del “Cabo
Cullera” al “Río Segre”; todos los presos, uno por uno, fueron cacheados y
despojados de cuantos objetos religiosos poseían.
De
antemano se les avisó que espontáneamente los entregaran, y que el
encontrarles tales objetos ocultos sería causa agravante en su expediente. Los
objetos de plata y oro, como medallas, crucifijos etc., los secuestradores se
los guardaron y, los demás, los arrojaron al mar. Durante algunos días
flotaron numerosas estampas y libros. Algunos presos escondieron los objetos
religiosos en el barco, para no entregarlos, otros los arrojaron al mar,
otros se ingeniaron como pudieron para conservarlos; y sabemos de uno que
pasó la medalla del escapulario oculta debajo de la lengua.
Antes
de entregarse de lleno a la ejecución de las personas, los rojos iluminaron
el tambaleante orden social con las devoradoras llamas de los templos y de
las imágenes y vestiduras litúrgicas. Está iluminación siniestra les
patentizaba la indiferencia y la cobardía del pueblo, franqueándoles de par en
par las puertas para penetrar en las casas a sangre y saqueo impunemente. Además
de los individuos y de los hogares, todas las iglesias fueron saqueadas y
devastadas, destrozando los altares las imágenes y el mobiliario litúrgico. En
muchas se hizo una pira con estos enseres en medio del templo, causando
graves desperfectos a la fábrica de los mismos; algunos fueron demolidos
totalmente y, todos, destinados a usos profanos con caracteres de malicia
perversa, transformándolos en establos, corrales, salas de espectáculos, de
baile, etc.
Debemos
dedicar dos palabras, como una excepción, a la Catedral, que los rojos
enseñaban a los extranjeros para alardear del interés que ellos tenían en la
conservación de los templos. La Catedral de Tarragona no se salvó por
espíritu marxista, sino por los intelectuales al servicio de los rojos, que la
convirtieron en museo destruyendo cuanto juzgaron poco digno del museo por
ellos concebido, llegando a la fundición de la rica custodia, fruto de la munificencia
de algunos arzobispos, que culminó en la obra del arquitecto Bernardino
Martorell. Sin embargo, al entrar las fuerzas victoriosas de Franco, faltaban
en ella doce altares, todos los retablos y tablas de algún valor arqueológico,
todos los tapices, joyas litúrgicas y vasos sagrados. Lo mejor había emigrado
y, gracias a la victoria, se ha podido recuperar casi todo en el extranjero o
camino de la frontera. Esta excepción no destruye el criterio de que la
finalidad de marxista consistió en el saqueo, destrucción y profanación de
todo objeto destinado al servicio de la religión”.
Crímenes y
víctimas de los rojos
El
canónigo Serra Vilaró no se
concreta en valorar las pérdidas artísticas que, por su condición de
especialista, tanto le importaban. Se siente, por encima de todo, historiador
eclesiástico, y enumera con justeza los procedimientos de la sistemática
revolución marxista, preparada de antemano y que se hubiera entronizado
definitivamente sin la liberadora y gloriosa gesta de la Cruzada. El antiguo
colaborador de “La Veu de Catalunya”,
uno de los eclesiásticos de más prestigio intelectual del catalanismo, en la
línea contemporizadora y adhesionista en favor de la República, partidario
del “Estatut de Catalunya”, muy alejado de cuanto significara carlismo
militante y mucho más de Falange Española, enjuicia la actuación del Frente
Popular y su “Generalitat de Catalunya” de esta manera:
“La
consigna revolucionaria dada por los dirigentes soviéticos comprendía tres
etapas: la primera, procurar el desorden social; la segunda, apoderarse de
los resortes del poder; y la tercera, ya dueños de la situación, perseguir y “liquidar”
a todas las personas eclesiásticas y civiles que, con su prestigio, pudieran
organizar al pueblo contra la minoría que lo tiranizaba. Por esto, el primer
día, aconsejaban a los párrocos que se escondieran, diciéndoles que ellos les
ayudarían a ausentarse y que no podían responder de su vida si continuaban en
su puesto; el segundo día, ya les buscaban y detenían; y el tercero, los
asesinaban. Siendo su objeto destruir la sociedad en la forma que estaba
constituida para levantar sobre sus ruinas el despotismo soviético, como la
primera resistencia chocaba con la Religión, que es y ha sido siempre el
principal sostén del orden social, por esto se atacó con mayor saña y de la
manera más perversa a sus ministros, los sacerdotes.
Para
inducir a las víctimas, ya dominadas por el terror, a que les siguieran, y
dejar con alguna esperanza de tranquilidad a los familiares, cuando se los
arrebataban, el engaño y la mentira era el único impulso que guiaba su ánimo
en la investigación de su verdad. Dos o tres sicarios no habrían podido
asesinarlos ante el pueblo y torturarlos con obscenas y cruentas amputaciones;
en cambio, que fueran conducidos a declarar ante el Comité superior era cosa
más sufrible, más tolerable. Pero cuando los sicarios iban a detenerlos era
aquel Comité informado por uno de estos degenerados, con el alma echada a las
espaldas, había dictado la sentencia de muerte. En la gran mayoría de los
casos, los comisarios discutían y decretaban las personas que debían ser
asesinadas, constándonos de una comarca que todos los crímenes que se
atribuyeron a los incontrolados habían sido, de antemano, decididos y
rubricados por el comisario local, que fue a buscar sicarios de otros pueblos
para ejecutores de sus sentencias.
A
veces, cuando querían justificar, claro que con la justicia roja, su bestial
proceder, en el primer registro ocultaban debajo de un colchón o en otro
sitio armas o municiones que eran “encontrados” por los segundos
registradores que, a voz en grito, sin más juez que sus desafueros, lo
divulgaban como un himno a su honorabilidad ante el crimen que estaban
perpetrando. El proceder de estos verdugos era cruel, inhumano y feroz, ya
que gozaban con el sufrimiento de las víctimas. El grupo de intrépidos
atletas de Cristo, sacrificados cerca del cementerio de Valls, el
25-VIII-1936, al ser conducidos prisioneros en un camión, cantó por el camino
el “Crec en un Déu”; ametrallados, quedaron sólo con heridas buena parte de
ellos, y, sin ser atendidos en sus horrorosos sufrimientos, fueron echados al
camión y, vivos y muertos, enterrados en la gran huesa, que antes tenían
preparada. Fue tanta la hediondez que se desprendió de aquella huesa, que, a
ruegos de la vecindad, a los dos días, las autoridades tuvieron que cubrirla
de cal viva.
La
mayoría de las ejecuciones de uno o dos individuos son sospechosas de
cruentos martirios, y todas, de ultrajes de palabra, martirio y ultrajes que
se iniciaban en el vehículo. Por esto las víctimas eran conducidas a
despoblado, lejos de toda presencia testifical, donde el instinto inhumano y
sanguinario de seres embrutecidos se cebaba a su placer. Esto hace que sean
pocas las víctimas cuyo martirio no sea algo conocido, y algunos pueden
deducirse por el estado de los cadáveres, que pudieron ser reconocidos por
sus familiares. La finalidad de los dirigentes era borrar los vestigios de la
brutalidad de sus sicarios”.
Verdaderos
martirios y cristiano perdón
No deja el canónigo Juan Serra Vilaró de enmarcar
en sus términos emocionantemente de vivas reproducciones del mismo espíritu
de los mártires de los primeros siglos del cristianismo, la decisión y
generosidad con que durante la etapa roja fueron sacrificados nuestros
hermanos, así como la magnanimidad del heroico perdón que ha cimentado
nuestra presente cristiana hermandad. Continúa testificando el canónigo Serra
Vilaró:
“Durante
los días de la persecución, el concepto que tenía el pueblo fiel del objetivo
rojo de tan cruentos sacrificios era que se pretendía suprimir por completo a
la Religión, y que las víctimas inmoladas eran verdaderos mártires de Cristo.
Ha llegado a nuestras manos una octavilla impresa clandestinamente en
aquellos días, conteniendo una “Oració per a demanar la Pau”: después de
pedir al Dios de las Misericordias que se compadezca de tantas madres
doloridas por la suerte de sus hijos; que tenga piedad de tantas familias
privadas de padre; de tantos hermanos que gemían en inmundas mazmorras; y
piedad para los desventurada España (…) invocaban su intercesión de la manera
como siempre la Iglesia invocado a sus Santos. El concepto de los cristianos,
que disfrutamos de la Paz y de la Victoria que habrá merecido la sangre de
tantas víctimas, es y debe ser que el Señor conceda un sincero
arrepentimiento a los asesinos y que perdone a estos criminales que, preeminentemente
dotados del fondo de la crueldad ancestral que anida en el corazón humano, han
vertido tanta sangre inocente. (…)
Siguiendo,
pues, este concepto cristiano, a pesar de que han venido a nuestro
conocimiento los nombres de los instrumentos materiales, nos hemos permitido
olvidarlos y les perdonamos, como algunas víctimas manifestaron sus votos de
perdón en el momento del doloroso suplicio. Nuestro ferviente anhelo es que
se conviertan y pidan misericordia ante el tribunal de la Gracia”.
De acuerdo
con “Serra d’Or” y un poco de lógica
“Serra d’Or”(benedictinos de Montserrat),
en su elogio a Juan Serra Vilaró, concluye: “Sus estudios y el espíritu que ponía en sus investigaciones hacen que
la obra y la personalidad de mosén Serra Vilaró representen un valor y un
ejemplo que el país no puede olvidar, y habrían de constituir para muchos un
impulso para continuarlas”.
Ciertamente, pero falta decir que mosén
Serra Vilaró no siquiera habría podido subsistir si hubiera caído en manos de
las “Patrullas de Control”, de los “Comités” y de los asesinos alentados por
la “Generalitat de Catalunya”. Es por esas razones que el canónigo Serra Vilaró
sintió de la persecución marxista y de la Cruzada Nacional como Pío XII y Pío
XII, como los cardenales catalanes Gomá y Pla y Deniel, de los que discrepó
aquel desgraciado y escandalizador abad Aurelio María Escarré (2).
El canónigo Serra Vilaró entendió
perfectamente que el antiguo catalanismo de la Lliga había desembocado naturalmente
en la demagogia de la “Esquerra Republicana de Catalunya”. Y la “Esquerra”
estaba totalmente al servicio de los asesinatos y destrucciones que
denunciaba Serra Vilaró. Cuando Luis Companys, como presidente de la “Generalitat
de Catalunya”, en las jornadas de julio de 1936, recibió a los representantes
de la CNT y de la FAI, les dijo textualmente: “Habéis vencido y todo está en
vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis como presidente de
Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha
contra el fascismo”. El “fascismo” en boca de Companys significaba la Iglesia
y los millares de hombres que ellos estaban asesinando…
Juan Serra Vilaró, amante de los mártires
cristianos y descubridor de un complejo funerario paleocristiano -un fabuloso
punto de atracción para historiadores e investigadores y en cuya tierra
sagrada ha querido ser inhumado- no podía ser cómplice ni dedicarse a
declaraciones viles y calumniosas a diarios franceses o a la televisión
alemana (2), al servicio precisamente de aquellos asesinos. Conviene que “Serra
d’Or” y cuantos pensaron políticamente como Serra Vilaró hasta las vísperas
de Alzamiento, llegan a las conclusiones que el sentido común y la
experiencia histórica sellan para el futuro, a menos que una neurosis
incurable o una imbecilidad radical incapacite para reflexionar.
JAIME TARRAGÓ
Revista FUERZA NUEVA, nº 166, 14-Mar-1970
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